La elusiva búsqueda del consenso
Abundan las exhortaciones a ponernos de acuerdo. Lo que no abunda son propuestas susceptibles de alcanzar una aceptación general. En lo que sí creo que hay consenso unánime es en que cada quién quiere ser dueño de sí mismo para no estar sujeto a las arbitrarias disposiciones de otros. Es decir, queremos disfrutar de la máxima libertad compatible con vida en sociedad. ¿Acaso hay otra visión que pudiéramos adoptar en común como principio rector?
Reconociendo que vivimos en un mundo imperfecto, si aceptamos como visión común la adopción del principio de que cada uno es dueño exclusivo de su persona, tenemos que aceptar las consecuencias de respetar ese principio. He ahí el problema porque no se quieren aceptar las consecuencias de respetar ese principio. Por ejemplo: que los demás hagan las cosas a su modo, aunque no estemos de acuerdo; que eduquen a sus hijos como a los padres mejor les parece; que se emplee la gente como mejor convenga al patrón y al trabajador; que no se pueda obligar a unos a resolver problemas de otros involuntariamente; etc.
Así como no aceptaríamos que otros sean jueces de lo que nos conviene a nosotros, tampoco tenemos nosotros derecho a objetar lo que los demás hacen, siempre y cuando ellos respeten el igual derecho de todos los demás. No debemos pretender usar el poder coercitivo del estado para imponer los resultados que nos gustan.
El nombre de ese consenso ideal es libertad y es precisamente para defender esa libertad que se necesita un gobierno pequeño pero fuerte. Nadie debe poder usar el poder coercitivo del estado para imponer su visión al resto de la gente. Si así sucede, seguiremos bajo el conflictivo e irracional sistema que ha causado la pobreza del mundo, en el intento de "resolver los problemas sociales".
Sobra decir que libertad no quiere decir que se puede permitir que todos hagan lo que quieran sin considerar su efecto en los demás. Pero como no se puede hacer nada que no afecte a otros, comenzando por el simple caso de que dos no pueden ocupar el mismo espacio, necesitamos normas que necesariamente limitan los actos de las personas para poder resolver pacíficamente la pregunta sobre quién tiene derecho a ocupar ese espacio. Como la libertad es un fenómeno social (no tiene sentido fuera de la sociedad) quedará prohibido cometer actos que tienden a destruir la sociedad, es decir, que violen iguales derechos ajenos. De ahí surge la necesidad de establecer normas generales y abstractas de conducta, consideradas éticas y justas, y rechazar las incongruencias. Aquí viene lo difícil: aceptar como justas, aunque no nos gusten, las consecuencias de la conducta de las personas que respetan las normas adoptadas.
Eso es difícil porque la búsqueda de la justicia nos ha llevado a confrontar una insoslayable disyuntiva entre dos definiciones mutuamente excluyentes: ¿la ley, para ser justa, va a tratar a todos por igual, aceptando resultados desiguales, o va a tratar a todos en forma desigual (compensatoria) con el objeto de lograr resultados menos desiguales y, por lo tanto, considerados como más "justos"? Debería ser obvio que un trato desigual de las personas no es compatible con la visión común de libertad y por tanto tendremos que rechazar todo lo que sea incompatible con la libertad.
El principio moral y ético de la única visión común que a mi juicio es posible es el de libertad en reciprocidad con responsabilidad y para ello es indispensable respetar el principio de generalidad como el más efectivo moderador: como no se pueden prohibir todos los actos que afectan a terceros, yo tengo que tolerar a los demás lo que quiero que se me tolere a mí.
© AIPE Manuel F. Ayau Cordón es ingeniero y empresario guatemalteco, fundador de la Universidad Francisco Marroquín y antiguo presidente de la Sociedad Mont Pelerin.
Número 12
La Escuela de Salamanca
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