Pero Grullo y varios enigmas históricos
El libro Imperio, del historiador británico Henry Kamen, deja bastante que desear en cuanto al método investigador utilizado por su autor. No obstante, merece la pena si buscamos, al menos, una visión diferente, aunque hay que leerlo con espíritu crítico, desde luego.
Henry Kamen termina su libro Imperio con la siguiente reflexión: "Fue, más allá de toda duda, una inmensa y gloriosa epopeya para muchos, pero para muchos otros estuvo teñida de una irreparable desolación". Pero Grullo podría haberse sentido orgulloso de tal corolario. Incluso podría haberlo ampliado al conjunto de los empeños humanos, pues, por ejemplo, ¿no fue el final de la guerra mundial una irreparable desolación para millones de nazis? Y la ciencia, ¿no ha facilitado los peores crímenes? La misma medicina, que ha permitido rebajar la mortalidad infantil en muchos países pobres, ¿no ha multiplicado una población condenada, al parecer, a la miseria extrema? Y así sucesivamente. Uno se pregunta si para llegar ahí habrán hecho falta casi 600 páginas.
Tampoco es muy alentador el comienzo del libro, con una cita de las Preguntas de un obrero que lee, de Bertholt Brecht: "El joven Alejandro conquistó la India. ¿Él solo? César venció a los galos. ¿No tenía siquiera un cocinero con él?" Tales reflexiones, nuevamente, son perogrulladas, y en lo que dejan de serlo, sandeces. Cien mil cocineros no habrían vencido a los galos o conquistado la India, y un Ejército mal mandado habría probablemente perecido en la empresa, como tantas veces ha pasado. Y no son preguntas de ningún obrero, claro, sino del propio Brecht, que, como buen marxista, toma a los obreros por tontos y les instruye en tales "profundidades". Pero Kamen parece impresionado por Bertoldo, uno de los falsarios intelectuales más distinguidos del siglo XX. Supongo que quiere indicar que al Imperio español contribuyeron muchas más personas que los hispanos normalmente citados en primer plano.
Esto es bien sabido. Aquel imperio atrajo a todo tipo de extranjeros, buenos y malos, como ahora mismo ocurre con USA, si bien no conviene llevar la analogía demasiado lejos. Lo nuevo es el énfasis puesto en ese hecho, al cual considera Kamen definitorio: "El imperio español era una empresa internacional en la que participaban muchos pueblos", y no fue "la creación de un pueblo, sino la relación entre muchos pueblos, el producto final de muchas contingencias históricas entre las cuales la contribución española no siempre fue la más significativa".
¿No siempre? Aquí es Kamen inconsecuente consigo mismo, pues tendría que haber dicho "nunca". Para empezar, "la expansión europea (...) estaba en función de las mejoras tecnológicas (...) Y por lo general la tecnología era, como sabemos, más europea que española". Aun así, España podría haber sido un país rico, pero tampoco. Critica Kamen, no sin un fondo de razón, las jeremiadas tópicas de cierta historiografía hispana sobre el "despilfarro de la riqueza y el potencial humano" español durante los siglos XVI y XVII: "España tenía muy poco de ambas cosas, y habría sido difícil despilfarrar ese poco que tenía". Pero su salida no es menos sorprendente: "En realidad, España era un país pobre que dio el salto a la condición imperial porque a cada paso recibió la ayuda del capital, la experiencia, los conocimientos y la mano de obra de otros pueblos asociados". ¿La ayuda? Fue algo más, según aclara en otras páginas, pues siempre hubo en los hispanos dura resistencia a salir de su tierra, y el imperio "no fue consecuencia de la voluntad de poder deliberada por parte de los españoles, que fueron –con gran sorpresa por su parte– presionados a desempeñar el papel de hacedores del imperio". Peor aún, "Los castellanos se mostraron más que satisfechos de dejar que otros construyeran el imperio por ellos".
Al parecer hubo una especie de acuerdo internacional para obligar a los españoles a moverse, o para sustituirlos incluso, en la construcción imperial ¿Quiénes presionaron así a los españoles? "Las grandes familias de banqueros –los Fugger, los Welser, los Spinola– se ocuparon de asegurarse de que su inversión se administraba con eficacia". "Las riquezas y el poder humano pertenecían en gran medida a aquellos que no eran españoles". Los mismos ingleses y holandeses habrían estado interesados, salvo en algunos momentos de histeria, en mantener el imperio español. Fue una empresa general europea, y todos "invertían ambas cosas [capital y hombres] en el negocio en curso del imperio y recogían la recompensa correspondiente. Los españoles (...) aportaron su propia y singular contribución y gozaron del honor de ser los gestores de la empresa. Pero la empresa pertenecía a todos". ¿A todos? Aquí Kamen vuelve a mostrarse inconsecuente, pues debiera haber dicho "a otros".
Así pues, España apenas aportó capitales, ni tecnología, ni hombres –y mucho menos hombres preparados o cultos–, y ni siquiera voluntad, para colmo. Pero entonces, ¿cómo habría podido ser ella la "gestora" de aquella descomunal empresa? ¿Y por qué, con generosidad difícil de entender, todos se han mostrado de acuerdo en llamar "imperio español" a la magna obra común? Resulta arduo de explicar, y Kamen no lo consigue ni, en rigor, lo intenta. Además, ¿cómo fue posible durante tanto tiempo mantener tan diversos y contrapuestos intereses operando armónicamente, como dirigidos por una batuta, en torno a España? ¿Quizá aquellos españoles, tan pocos, tan pobres, tan atrasados y desganados, poseían en cambio un auténtico genio político y diplomático, capaz de hacer que los demás sirvieran así a sus intereses? Por desgracia, tampoco encuentra el historiador británico rastro de tal cosa: el talento político hispano rondaba la nulidad.
Una muestra: los españoles creían universal su lengua, pero, nos informa Kamen, se trataba de una vanidosa ilusión. Así, "para los españoles, el problema era cómo comunicarse con fluidez con las naciones políglotas que deseaban dominar. Durante la gran época del imperio, a la elite castellana le resultó difícil afrontar el problema del lenguaje. Esto afectó profundamente a su relación con todos los pueblos que iba encontrando. Durante el siglo largo en que la política castellana dictó la vida política y militar de los Países Bajos, era raro encontrar un noble castellano con nociones de holandés". Lo mismo ocurría con el árabe o con las lenguas americanas. En conclusión, "dominadores y dominados se movían en universos separados que no se comprendían entre sí; los gobernantes se apartaban del pueblo al que gobernaban". Nuevo enigma, porque si España no podía despilfarrar riquezas y hombres que no tenía, ¿cómo pudo resultar "dominadora" o "dictar la vida" de otros? Menos aún podría haber durado aquel extraño imperio nada menos que tres siglos, por lo demás comparativamente muy pacíficos fuera de Europa. ¿Y cómo explicar que tantos países de América hablen español, queden restos de él en Filipinas y otras islas del Pacífico, y topónimos españoles se encuentren todavía por medio mundo, desde Australia a algunos lugares de África? Kamen no cree importantes estas dificultades y contradicciones, pero al dejarlas de lado sólo encontramos otro éxito de Pero Grullo. El problema del lenguaje lo han tenido todos los imperios, y por lo común lo han resuelto utilizando el idioma de la metrópoli. Así llegó a hablarse latín en España o el inglés se ha hecho el idioma de comunicación en la India, por poner dos casos típicos.
Y de este modo progresa Kamen, entre perogrulladas y enigmas históricos que dejan pequeños al de Sánchez Albornoz. En realidad, su línea recoge una interpretación de la historia como desarrollo tecnológico, para la cual lo que no entra en sus esquemas simplemente no existe. En rigor, no pudo existir imperio español porque la misma España no habría existido, propiamente hablando, aunque nos valgamos del término por costumbre o comodidad. Por eso incluye a los catalanes entre las naciones sometidas al imperio, o nos explica cómo, en su libro, "los ciudadanos de los reinos peninsulares son identificados a menudo por su lugar de origen, a fin de no sembrar confusión mediante el uso impreciso del adjetivo español". Esto ayuda a entender por qué todo el mundo ha llamado siempre español a aquel imperio. Se trata, simplemente, de una "imprecisión", a corregir en lo sucesivo. Una fuente de esta visión es el nacionalismo catalán, cuya influencia en el buen Kamen salta a la vista. "Bien mirados los hechos –decía Prat de la Riba–, no hay pueblos emigrados, ni bárbaros conquistadores, ni unidad católica, ni España, ni nada". El autor británico determina que, "bien mirados los hechos", lógicamente, tampoco pudo haber imperio "español".
El método de Imperio es simple. En la historia, se ha dicho, encontramos de todo, por lo que siempre se pueden buscar citas o datos en apoyo de cualquier tesis, por disparatada que sea. Para pasarla por buena basta omitir los datos contradictorios y el análisis crítico de ellos. Como he venido mostrando, es el método privilegiado de muchos historiadores-propagandista hoy día en relación con nuestra guerra civil. Parece haber una decadencia en la historiografía británica, al menos en la referida a España, porque encontramos en varios autores muy publicitados, como Preston o Carr, las mismas incoherencias, contradicciones y desdén por abordar los problemas que sus mismas interpretaciones crean.
Pero el libro de Kamen no deja de tener interés como un reto a la historiografía española, algo pesada y a ras de suelo –no siempre, pero sí a menudo–, con escasa visión de conjunto y tendencia a la lamentación. Lo cierto es que la España de entonces, un país efectivamente pobre y no muy poblado, extendió su poder por mundos hasta entonces desconocidos en Europa, contuvo la expansión del Islam y del protestantismo, y creó al mismo tiempo una gran cultura. No es nada fácil explicar un hecho tan inusitado, sobre todo a la vista de su decadencia posterior, a veces abyecta. La dificultad de explicarlo hace que algunos prefieran negarlo, pero la realidad sigue ahí, desafiando a los historiadores.
Henry Kamen Imperio: la forja de España como potencia mundial Aguilar, S.A. de Ediciones-Grupo Santillana. Madrid 2003.
Número 16
Homenaje a Marjorie Grice-Hutchinson
En el centenario de George Orwell
Retrato
Ideas en Libertad Digital
- La reforma FischlerAlberto Recarte
- La burbuja del fútbolAlberto Recarte
- Chismorreos en torno al euroFrancisco Cabrillo
- Chirac sigue enredandoAlberto Míguez
- La estrategia del avestruzAlberto Míguez
- Cinismo francésCarlos Semprún Maura
- Afrontar los hechosPío Moa
- Grandes superficies, mezquinas políticasJesús Gómez Ruiz
- La trama de las viviendas protegidasAlicia Delibes
- Zapatero muertoLucrecio
- Irak, el eje de la libertadJosé María Marco
No solo todo eso si no mas aun.
EL libro destila RACISMO. Si, racismo ingles de nuevo cuño (¿Con influencias de la esposa catalana?). Nada hicieron los españoles. Nada pudieron hacer, porque claro, no valían nada ellos mismos. No hay en todo el libro nada que hicieran los españoles. Solamente convencieron a sus aliados para que los hicieran en su nombre. Espléndido modelo de leyenda negra racista remozada. La leyenda negra para el siglo XXI.
Si así fuera, posiblemente los españoles (Aunque no se sepa bien quienes los son) serian unos colosales manipuladores Título que nos escatima aunque en lógica debería postrarse ante nuestros antepasados, esos manipuladores geniales que hicieron un imperio sin hacer prácticamente nada.
Magnifico y racista.
No esta mal el libro y que se edite o reedite ahora cuando hace falta una nueva Leyenda negra acorde a los tiempos. Tenemos en el poder al Sr Rodríguez el cual me recuerda a alguno d e esos españoles que todo lo malo lo achacan a los propios españoles. Exageración al uso de los prejuicios progres que conceden patria y valor a todos los que se reclaman de algo distinto a ser Español. A los españoles de izquierdas o de corazón a la izquierda ( en sentido “no anatómico”) no nos conceden el derecho a la patria.
Claro que, como aquí somos “la caña de España”…
Solo mencionarle algo que seguro que no se le ha escapado pero ahí va (por aquello de los yanquis de que “si tu me das un dólar y yo te doy un dólar seguimos teniendo cada uno un dólar pero si tu me das una idea y yo te doy otra idea cada un a tendremos dos ideas” Perogrullo dixit, pero funciona).
Después del 11M. A ningún Ulema español o que predique en España, se le ha ocurrido declarar que la matanza no fue inspirada por Ala si no por Satanás. (A mi me tranquilizaría como mensaje a los posibles emuladores de asesinos). También echo d e menso que ninguno denuncie este HECHO. Es penoso porque parece que hay una cierta complacencia en el Islam por la matanza me gustaría que “ni lo pareciera”. Este silencio progre sobre la ausencia de condena TOTAL desde el Islam en España, contrasta con la exaltación PROGRE demostrada por los franceses ante las declaraciones del líder marroquí de sus moros, contrasta mucho.
Al hilo del 11 M también es penoso que el gobierno de izquierdas no convoque una manifestación contar la matanza de Osetia. Al menos para devolver el detalle del 11M. Parece que ni a los rusos ni nadie se le perdona el pecado de haber sido comunistas. Haber sido comunista ¿es el ultimo de los grandes pecados imperdonables?. ¿Por qué?.
No le entretengo mas.
Un saludo.
?
Después de leer esta nueva visión del Imperio Español según Henry Kamen, supuestamente innovadora, la impresión que uno tiene es la de no haber recibido ninguna nueva aportación a lo ya conocido. La única novedad, en todo caso, que aportaría este libro, sería la peculiar visión del autor, a mi entender por lo general bastante forzada, en muchos casos cogida por los pelos, y en algún que otro, entrando directamente en el terreno del absurdo.
Parece como si Kamen hubiera partido de una hipótesis previa que hubiera que demostrar a toda costa y a continuación se hubiera lanzado a demostrarla, al precio que fuera. Defecto por lo demás bastante habitual en muchos historiadores, que una vez embarcados en la ‘cruzada’ de demostrar sus propias teorías, no reparan en medios, presentando los datos a su antojo de forma que el inexperto lector no sea capaz de ver la trampa. Lo que pasa es que en este caso, Kamen se ha pasado, y hasta el inexperto lector ha sido capaz de darse cuenta del truco.
En concreto la teoría de Kamen no es otra que la de demostrar que el Imperio Español no fue ni más ni menos que la primera empresa multinacional y globalizada de la historia, en la que los españoles no fueron necesariamente los que más peso tuvieron. Ya el concepto de empresa globalizada refiriéndose al siglo XVI huele peligrosamente a ‘anacronismo’.
Según Kamen, imaginaros que cualquier pareja de hoy en día decide solicitar un crédito a su entidad financiera habitual, para poder afrontar un plan de futuro para su familia, para lo cual necesitará trabajar duramente durante los próximos 20 años con el fin de poder devolver el crédito y así asegurar un futuro a su familia. Pues bien, según las teorías de Kamen, el mérito de ese proyecto recaería por igual sino más, en la entidad financiera que otorgó el crédito, que en el matrimonio que solicitó el crédito.
Parece absurdo, ¿verdad?. Pero esta es la argumentación preferida de Kamen, repetida en el libro hasta la saciedad, otorgando a los banqueros genoveses, alemanes y portugueses los mayores méritos en todos los grandes acontecimientos de los siglos XVI y XVII, desde el descubrimiento de América hasta las expediciones de Alvaro de Mendaña.
Otra de las argumentaciones cogida por los pelos, es la referente a la contribución extraordinaria que los piratas y contrabandistas ingleses, holandeses y franceses, aportaron al imperio español, al obligar con sus rapiñas a organizar mejor el comercio y las defensas y complementar con el contrabando las necesidades comerciales de las colonias españolas de América y Filipinas, sin lo cual probablemente no hubieran subsistido. ¡Sin comentarios!
Está claro, al menos para mí, que sólo estos 2 ejemplos tan flagrantes, bastarían para desacreditar toda la obra, sin embargo no son los únicos y el libro está plagado de contradicciones e incluso inexactitudes.
Entre las contradicciones podríamos sacar a la luz aquella en la que tras endilgarnos este párrafo justificando su libro:
“La historia del imperio de España, no obstante, no es inocua. Para los españoles de hoy el pasado no es un territorio lejano, es una parte íntima de la polémica que conforma su presente y continúa desempeñando un papel central en sus aspiraciones políticas y culturales.»
Nos encasqueta este otro, completamente opuesto:
«Este libro tampoco pretende ser, en ningún sentido, una obra controvertida; el imperio español desapareció hace cientos de años y sería fútil polemizar ahora sobre él»
¿En qué quedamos?.
Por otro lado, entre las inexactitudes, la afirmación, casi al final del libro – a lo mejor es una prueba para saber quién se lo ha leido realmente y quién no – de que en el Imperio Incaico antes de la llegada de Pizarro no se conocía el concepto de conquista. ¡De risa!
Otro de los recursos habituales de Kamen es el de utilizar la simple anécdota, extraida de algún comentario particular de algún funcionario o personaje de la época, para apuntalar sus teorías. No soy historiador, pero no me parece un método muy científico, más que nada porque por cada cita en un sentido probablemente hubiera otra en el contrario y el lector nunca estará seguro de si le están escamoteando la mitad de la historía.
Por último, señalar lo que me ha parecido el mayor defecto del libro, por otro lado bastante habitual entre los historiadores ingleses, que parecen estar convencidos de que como los españoles tenemos como característica genética fundamental la de pasarnos las leyes por el forro de los cojones ¡Para que molestarse en hablar de ellas! Y así, un capítulo tan importante y diferenciador como el de las Leyes de Indias, apenas se menciona en todo el libro, salvo para asegurar que no se cumplían, eso sí, dándolo por supuesto y sin molestarse en demostrarlo, aunque muchas de las descripciones posteriores lleven al lector a sospechar que algo sí se debían cumplir. Tambíen podría ser que Kamen no se las haya leido. O al menos eso es lo que da a entender cuando confunde claramente los conceptos entre repartimiento y encomienda, que desde un punto de vista jurídico están claramente diferenciados.
Sólo precisar una cosa. Que yo sepa, la jornada laboral de 8 horas consagrada en el Estatuto de lo Trabajadores tampoco se cumple. Pero nadie en su sano juicio duda de la importancia de que exista.Y nadie que pretendiera hablar en el futuro sobre la situación laboral de los trabajadores de principios del siglo XXI , con un mínimo de autoridad e imparcialidad, podría obviarlo sin caer en el ridículo, que es lo que les suele pasar a algunos historiadores ingleses.
Todo lo dicho anteriormente, no obvia el hecho de que la inmensa mayoría de lo que nos cuenta Kamen sea cierto e irrebatible. Lo que pasa es que esto es lo mínimo exigible a un historiador de prestigio como Kamen. Sólo faltaría que a estas alturas todavía no tuviera claros los hechos; aunque la interpretación que hace de los mismos, repito, me parece cogida por lo pelos.
?