Clásico vivo y andante
Con un lenguaje cortante y descarnado, habla de las inseguridades de los hombres para con las mujeres, de las incertidumbres de la pasión, y las consecuencias que esos encuentros suelen tener en sus vidas.
Heredero de la prosa intensa y descarnada de Hemingway, el escritor Richard Ford (nacido en 1944 en Kackson, Missisippi, ganador de los premios Pulitzer y PEN/Faulkner) posee una vigorosa intuición para llegar al corazón de las historia. En este caso, se trata de una colección de relatos de mediana extensión, titulados Pecados son cuento. Las historias que cuenta tratan de hombres y mujeres, habla de las complejas relaciones amorosas y sexuales que mantienen, haciendo especial hincapié en el adulterio. Este, y sus angustias, parece ser uno de los motivos preferidos de no pocos escritores americanos. En este sentido, baste recordar de dos maestros como Philip Roth y John Updike.
Y Richard Ford no les va en zaga. Con un lenguaje cortante y descarnado, habla de las inseguridades de los hombres para con las mujeres, de las incertidumbres de la pasión, y las consecuencias que esos encuentros suelen tener en sus vidas. Uno de los mejores cuentos de esta colección se titula "Encuentro", y, en pocas páginas, Ford hace maravillas, para describir con toda claridad la vida de tres personajes, así como ofrecernos la intensidad de una historia sin historia, a través de casual encuentro (que seguramente nunca más se repetirá), antes de la Navidad, ocurrido en la estación Central de Nueva York, entre dos hombres (uno de ellos tuvo una aventura fugaz, con la esposa del otro). El desdén, la pasión, el orgullo, el dolor y hasta el olvido, todo, todo ello, está presente en una conversación que bordea las aristas de lo esencial, como corresponde, exhibiendo apenas la punta del iceberg, de acuerdo a las técnicas hemingwaianas del cuento corto.
No es, éste, de todos modos, el más complejo y sutil de los cuentos reunidos en este ejemplar; acaso lo sea el titulado "Resignación", que trata la desoladora historia de un joven que narra (cuando todos los protagonistas han muerto) cómo se desbarrancó su familia cuando su padre le abandonó a él y su madre, yéndose con otro hombre, un oftalmólogo. El padre le llama al joven por teléfono, combinan un encuentro para cazar patos. Es todo. Luego se ignorarán para siempre. Y, al fin, el protagonista entenderá que, mirando esta secuencia con la perspectiva de los años, la vida no es más que el residuo de los actos y los derroches de los progenitores.
Las percepciones del dolor están hábilmente forjadas, tanto en esta como en otras historias, donde una vez más, Richard Ford demuestra que la narrativa breve le sienta tan bien como la extensa, y en todo momento da la impresión de que nada ha sido armado fríamente y sólo está mostrando cosas que tienen que ver con el desorden de la vida cotidiana de hombres y mujeres de convicciones débiles.
Todos los cuentos son de gran textura. Si bien el adulterio como tema central es una forma de la angustia humana, hay quienes se redimen, comprendiendo la dimensión de ciertos hechos y percibiendo, al menos, lo que está básicamente mal e intentando hacer lo que está bien. El logro de Ford es haber podido trasmitir esos instantes de desorden de estas vidas y sus sinuosos vínculos. Es un clásico vivo y andante.
¡Ah, Ford! ¡Ah prosa! Sus narraciones destellan con fuerza.
Richard Ford, Pecados sin cuento, Anagrama, Barcelona 2003.
Número 17
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