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La Ilustración Liberal

Jean d’Ormesson: Una fiesta en lágrimas

¿Una de las cosas que más amo en esta vida que tanto amo? Los libros. Entre ellos, y de manera especial, quiero mencionar los del académico francés Jean d’Ormesson. Le conozco gracias a ellos y, asimismo, merced al placer adicional de las numerosas cartas que me ha hecho llegar (algún elogio, también, dicho sea de paso y perdonen la inmodestia).

Salvo seis de sus novelas traducidas a nuestra lengua, los demás libros, ya sean ensayos, novelas o bien sus recientes memorias (por llamarlas de alguna manera), tan bellas, tituladas C’était bien, he debido leerlas en su lengua original. Por cierto, no me es fácil escribir sobre él porque es uno de los escritores que está más cercano a momentos agradables de mi vida, a esos instantes gratos debidos a sus páginas, que tantas veces me han acompañado más allá de las vigilias llevándome hasta esa zona donde se entrelazan el corazón y la memoria.

Nacido en el seno de una aristocrática familia francesa, el conde D’Ormesson es una de las figuras de primer plano en el paisaje literario francés. Miembro de la Academia Francesa, fue director de Le Figaro, y ha obtenido numerosos premios con sus fastuosas novelas. Entre estas, baste recordar algunos títulos como La gloria del Imperio (premio de la Academia Francesa), Por capricho de Dios, Historia del Judío Errante, La Aduana del Mar y, en fin, Le Rapport Gabriel.

Sus libros se han gestado entre la metafísica y la historia universal. Participan tanto de lo novelístico como del periodismo, y nos seducen por su inteligencia y su mirada, lúcida y conmovedora, sobre el ser humano. Ha levantado, ciertamente, espléndidos castillos de papel.

En este último libro que ha escrito (y que me ha hecho llegar, tan generosamente, acompañado de una carta donde me extiende su mano amiga) ha escrito de puño y letra, en la primera hoja, que se trata de: "una fiesta de lágrimas cargada de mis recuerdos". Con humor, erudición y unas gotas de melancolía, va edificando esta historia de sí mismo. Aquí, da cuenta de sus sueños, de sus libros, de escritores que admira y quiere, así como de sus esperanzas. Aquí están Homero, Virgilio, Racine, Chateaubriand, André Gide, Malraux, Paul Valery, Aragon, Sartre y, en fin, François Mauriac. Están los grandes hombres (de Gaulle, por ejemplo); y ciertos emisarios de la nada.

Jean d’Órmesson no escribe por frívolo afán; siempre ha elaborado personajes y páginas que han trascendido el tiempo (el tiempo, que es su tema esencial) y, a merced de su pluma grácil, recorremos con él este vertiginoso mundo cambiante que habitamos, sin pasarnos por alto las miserias y las pasiones humanas, el absurdo y las esperanzas renovadas del mundo. Todo lo ve con agudeza y todo lo muestra desde perspectivas diferentes.

Quiero dejar escritas aquí, para terminar, dos o tres palabras de esta obra que he leído y releído con sumo placer. Lo hago, sencillamente, porque cuánto habría dado por haberlas escrito yo.

Dice Jean d’Ormesson, entrando a traición en el libro: "Gracias a los libros me acompañan los mejores espíritus de todos los tiempos". Más adelante, observa: "Nada nos es más próximo que el tiempo... Yo no he hablado jamás de otra cosa que del tiempo". Y hablando de sus propios y numerosos libros, nos deja estas palabras conmovedoras: "Yo escribo novelas para burlar mi tristeza y nadar bajos las palabras".

Hay algunos viajes (y éste, en verdad, lo es) que son auténticas búsquedas, con deleitables descubrimientos.

Jean d’Ormesson, C’était bien, Gallimard, París, 2003.

Número 17

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