Francia "Splendeur et misère"
Cuando yo afirmo que en Francia ya no hay novela, cine, teatro y, aún menos —aunque este "menos" pueda resultar paradójico— poesía, pintura y música, se me podrá acusar de basarme en criterios demasiados subjetivos y podría ser más acertado emplear expresiones como "a mi no me gusta". Es cierto que algunos intentan salvar algo del naufragio y muestran el bonito retrato de algún antepasado barbudo afirmando que tal novela, tal película o cualquier otra obra actual puede equipararse con grandes creaciones artísticas del pasado y que, por ejemplo, Patrick Modiano es mejor novelista que André Gide. No es en absoluto mi opinión, pero tampoco descubre uno el Mediterráneo, constatando que en la historia artística y literaria de un país, incluso de un país que fue en este aspecto tan rico como Francia, hay y ha habido periodos de calma chicha, periodos grises y aburridos como antesalas de dentistas, y que eso no constituye obligatoriamente condenas a cadena perpetua o coma definitivo. Sin remontarnos más allá del siglo XIX, resulta una perogrullada afirmar que éste fue un periodo magnífico para la creación en Francia, no sólo en Francia, pero también. A mi modo de ver no hay comparación posible entre los novelistas, poetas, pintores, incluso músicos, aunque Francia jamás ha sido un país de grandes músicos, de ese siglo, y la mediocridad actual.
Ya que está de moda, a menos que se trate de un conflicto soterrado (aunque también hay conflictos de moda), glosar sobre la identidad nacional, los orígenes (dejemos aquello de "raíces" para los árboles de izquierda), la soberanía, el cosmopolitismo y todo ese batiburrillo, me limitaré a señalar que los grandes genios del siglo XIX, en Francia, eran franceses, y hasta me atrevería a decir que provincianos. En este aspecto, las cosas empiezan a cambiar, en los albores del siglo XX y después. Dejando púdicamente de lado a José Maria de Heredia, buen ejemplo de ello es Guillaume Apollinaire, nacido en Roma, de madre italiana y de padre polaco, cuyo apellido en la partida de nacimiento, era Kostrowitzki. Fue un gran poeta francés y uno de los que yo prefiero. Y no sólo un gran poeta, sino un patriota francés, ya que se alistó durante la guerra del 14, fue herido en la cabeza (son celebres sus fotos y dibujos con la cabeza vendada), y murió varios meses después debido a esa herida. Durante ese periodo, escribió poemas (no de los mejores), no sólo patrióticos, sino guerreros, que enfurecieron a los surrealistas, que le habían considerado como un maestro.
También es cierto que el surrealismo fue, en buena medida, un movimiento nacido contra los horrores de la guerra y contra "le monde ancien", que pretendía revolucionar el arte, las ideas, las costumbres y, desgraciadamente, también la sociedad. Porque si sigo admirando obras calificadas de surrealistas, poemas, libros, cuadros, etcétera, he de reconocer que en política fueron peor que un desastre, ya que a fin de cuentas casi todos se sumieron en la basura totalitaria. Salvo Benjamín Peret y poco más. Lo cual demuestra que se puede actuar a favor de la dictadura del proletariado y, sin embargo, escribir bellos poemas de amor y alguna canción desesperada. El grupo surrealista, que se pretendía cosmopolita y en parte lo era, tuvo "sucursales" en Praga, en Canarias, en otros lugares; lo fue efectivamente con sus pintores, Dali, Max Ernst, Magritte, mientras que sus figuras literarias más célebres seguían siendo franceses: André Breton, Luis Aragon, Paul Eluard, y el propio Benjamin Peret.
El cosmopolitismo literario, en Francia o más bien en París, se desarrolla paralelamente, con nombres tan dispares como Henri Michaux, Blaise Cendrars o Georges Simenon. Sin respetar ni la cronología, ni el calendario, paso directamente a la posguerra, para recordar que Samuel Beckett y Eugenio Ionesco, dominaron por su talento, o genio si se prefiere, el teatro francés, o el teatro en francés, durante decenios. Le Corbuisier era suizo. Evidentemente, no estoy diciendo que el lugar de nacimiento inscrito en un pasaporte tenga el menor valor artístico, o el menor valor a secas, sencillamente digo que Francia, y sobre todo París, porque en Francia todo es "sobre todo París", eran país y ciudad abiertos, en el sentido de Popper, y volvieron a serlo durante un periodo de la posguerra, con el interludio de la Ocupación. Recordaré que por los años treinta, y debido al nazismo, muchos intelectuales, científicos, artistas, cineastas, alemanes y austriacos se refugiaron en París, procurando evidente riqueza cosmopolita a la ciudad. Con lo que irónicamente califico de "interludio", y que llegó muy deprisa, ya que Francia se rindió sin apenas combatir en 1940, todos los que pudieron se fueron, preferentemente a EE UU, y no sólo extranjeros, también franceses, como André Breton.
Ese interludio de la Ocupación nazi no fue en cuestiones culturales, ni el horror absoluto descrito por los "resistentes", que habían ampliamente colaborado en ese horror, ni un periodo de bonanza, como algunos pretendieron después, para disculpar a sus padres. Fue a la vez lo uno y lo otro y ninguna de las dos cosas. La censura y la represión contra obras y personas judías fue total, con la muerte como meta, y evidentemente, no sólo contra intelectuales y artistas, como Max Jacob, y muchos más, cosa que no parecía importar demasiado a los intelectuales franceses, porque la actividad cultural no se detuvo. Se publicaban libros, se rodaban películas, se montaban obras de teatro, se vendían estupendamente cuadros de Picasso y, la verdad sea dicha, la censura nazi en Francia fue mucho menos drástica que en la propia Alemania (y no hablemos de la URSS, censura total). Aragon, convertido en poeta oficial del PCF, antes (y después) de 1940, no tuvo el menor problema con los "ocupantes". Jean-Paul Sartre, el referente ideológico, aún hoy, de cierta izquierda, no sólo no tuvo problemas, sino que colaboró activamente, siguió publicando, estrenó sus primeras obras de teatro, y todo por igual. Yo, entre mis 16 y 18 años, recuerdo haber ido por aquellos años negros —y para muchos, lo fueron— dos veces al teatro y una a la Ópera (invitado). Confieso no recordar a qué opera asistí en el Palacio Garnier, no soy muy aficionado a la ópera, pero en cambio, recuerdo que me llamó la atención, y me creó malestar, ver la cantidad de uniformes de generales y coroneles nazis, rodeados de bellas y elegantes parisinas, y alternando con ruidosas risotadas con elegantes y feos parisinos. En teatro vi la Antígona, de Jean Anouilh, y Huis-Clos de Sartre. Entonces me gustaron. Como también me gustaron ciertas películas rodadas o libros publicados, en ese periodo. Resumiendo, no fue ni el cero ni el infinito, salvo para los judíos. ¿Pero quién se interesaba realmente por los judíos?
Con el fin de la guerra y la alegría de la Liberación, surgieron por doquier nuevas iniciativas, nuevos libros, nuevas revistas, nuevas editoriales, nuevos teatros y, resumiendo, una extraordinaria explosión artística y cultural, en ciertos aspectos bien contada por Herbert Lottman en su libro La Rive Gauche, pero mejor analizada por Jean-François Revel, cuando nos dice que todo lo que reluce no es oro y denuncia el extraordinario conformismo del "pensamiento único", progresista, marxista-leninista que muy rápidamente llegó a dominar el mundo intelectual y universitario francés y, aunque muy venido a menos, sigue dominando amplios sectores de ese mundo, aún hoy, acabando 2003. Claro que existía una resistencia intelectual, sobre todo, con Raymond Aron, Albert Camus y algunos más, quienes, pese a su prestigio e influencia, eran minoritarios, frente a los escritores del PCF, con o sin talento, los Aragon, Eluard, o como Jean-Paul Sartre, comunista sin carné a partir de 1950 y la Guerra de Corea; las divisiones acorazadas de filósofos, economistas, historiadores comunistas, los Lefevbre, Desanti, Baby, etcétera, quienes, si no habían logrado arrasarlo todo, habían conquistado fuertes posiciones que dominaban la cultura y la universidad en nombre del "proletariado", que por otra parte desconocían totalmente, ya que ni sus criadas lo eran, según los criterios de Marx. En esta dominación marxistaleninista y prosoviética, se fueron injertando las efímeras escuelas del pensamiento estructuralista, o marxoestructuralista, o freudomarxista, sin que Claude Levy-Strauss fuera culpable de nada. De tejas abajo, o sea, en términos políticos, seguían desbarrando, como cuando Michel Foucault saludaba la "gran revolución islámica en Irán" o cuando unos y otros insultaban a los disidentes soviéticos. Y esto era ayer.
Por aquellos años de la segunda posguerra, París fue de nuevo una ciudad abierta. Los GI desmovilizados, gracias a sus becas de excombatientes pagadas en dólares, podían vivir holgadamente en Europa, y muchos con ambiciones artísticas y literarias eligieron París, porque París vivía aún de las rentas de su pasado esplendor, y aún no había llegado a la miseria actual. También hubo poco después, una segunda emigración española, después de la política del 39 y antes de la masiva y económica de los años sesenta, y había cafés en París donde prácticamente sólo se hablaba español. Evidentemente, no se trataba únicamente de norteamericanos y españoles, todos los continentes estaban representados, y fue en París donde yo conocí a escritores y artistas latinoamericanos, algunos ya famosos y otros que lo fueron poco después.
Menester es precisar que antes, durante y después de la guerra, escritores alejados del mundanal ruido, como de las aventuras vanguardistas, proseguían su obra, como Paul Valery, o los altos funcionarios del Quai d’Orsay, Jean Giraudoux o Alexis Léger, quien firmaba sus magníficos poemas, con el curioso seudónimo de Saint-John Perse. Asimismo, Julien Gracq o Maurice Blanchot me parecen buenos ejemplos de escritores que prefieren escribir a echar discursos. Llegados a este punto, creo importante señalar que en ese batiburrillo festivo de los años de la posguerra, si tantas iniciativas, con sus éxitos y fracasos, fueron posibles, es porque, desde 1944 hasta 1958, más o menos, la infernal dialéctica impuestos-subvenciones no existía, o apenas. Se creaban revistas, editoriales, teatros, galerías sin una pela. Si el proyecto tenía éxito, la empresa, revistas, editoriales, teatros, galerías, sin una pela. Si el proyecto tenía éxito, la empresa, revista, editorial, teatro, galería, lo que fuera, continuaba, si no encontraba público, cerraba y, por lo general, renacía dos meses después con otro nombre. Daré un solo ejemplo: Esperando a Godot, de Beckett, fue creado en 1953, en el Teatro de Babilonia. Dicho teatro duró apenas dos años, pero su director Jean-Marie Serreau, el director escénico Roger Blin y, claro, el autor continuaron sus múltiples actividades en otros lugares, y Beckett hasta el Nobel. Lo que quiero subrayar es que el Estado estaba ausente de la creación artística, y que eso favoreció dicha creación. Cuanto más Estado, menos poesía. Cuando yo, testarudo, afirmo que la mejor ayuda estatal a la creación sería suprimir a la vez los impuestos y las subvenciones me baso en esa estupenda experiencia parisina del periodo de la posguerra, (y la aún más estupenda del siglo XIX), hasta la vuelta del general de Gaulle al poder en 1958 y la creación, por primera vez en Francia, de un Ministerio soviético de Asuntos Culturales. El hecho de que Malraux no fuera tan imbécil como sus sucesores no cambia gran cosa el problema. En 1958 se inició la burocratización de la cultura y su decadencia.
Me extraña que nadie, que yo sepa, haya analizado en serio el movimiento o grupo de la Nueva Novela como una rebeldía, a la vez contra el marxismo de pesebre dominante, el realismo socialista "a la française" y la literatura considerada por ellos como académica. Nos gusten o no nos gusten esas novelas, lo cierto es que defendían la especificidad de la literatura, al margen de los dogmas ideológicos, y sobre todo me interesa aquí, subrayar que fue, hasta la fecha, la última manifestación de ese tipo, "movimiento" o "escuela", que conoció Francia, porque aquello de los "nuevos filósofos" sólo fue un plagio publicitario, incluso si el antitotalitarismo de algunos de esos "filósofos" fuera bienvenido en aquella época y en aquellas circunstancias, en las que el prestigio del comunismo seguía imperando. Desde entonces, nada, ni "escuelas", ni "revoluciones", ni "vanguardias", ni "combates de Hernani", ni "duelos al alba", ni nada, la burocracia gris del conformismo subvencionado domina el paisaje, ya ni siquiera existen café literarios. Y sólo ahora, hace pocos meses, de pronto, el enfermo, en coma profundo, parece que tenga calambres y ganas de hablar. No de literatura, sino de política. Algo es algo.
La Sorbona
El hecho de que a mi personalmente, me interesen más las cuestiones de la creación artística que las de la enseñanza no quita para que reconozca que un país con la enseñanza por los suelos es un país en ruinas. Me limitaré a unos pocos ejemplos, empezando por el de la Sorbona. Pasemos rápidamente sobre el hecho de que fue fundada en 1257, por Robert de Sorbon, para permitir a estudiantes pobres estudiar teología (Larousse), y vayamos a la edad moderna para constatar que la Sorbona, como Heidelberg, Oxford, Cambridge y otras, fue una Universidad, un faro que atraía a estudiantes del mundo entero, y yo me sé de españoles, para quedarnos en casa, ufanos de haber podido llegar a la Sorbona. Pues bien, hoy, la Sorbona no existe, es un edificio desierto, en el que muy de vez en cuando sale un fantasma que dice algo. No se trata de que el lógico aumento de estudiantes obligara al estallido geográfico y urbanístico de sus locales, se trata de que no hay Universidad en París. La reacción de los ministros, decanos, rectores y demás autoridades ministeriales y universitarias a la masificación de los estudiantes universitarios, pasaron en pocos años de 30.000 a 300.000, fue profundamente reaccionaria, además de suicida, para "el destino nacional". Decidieron que, puesto que eran tantos y no se les podía dar una enseñanza de calidad, ésta estaría reservada para los privilegiados de las Grandes Ecoles y a la muchedumbre se le darían productos congelados de gran difusión. Lo cual benefició a todos los demagogos, a quienes, en ese clima general de dimisión, les fue relativamente fácil difundir sofismas de carácter supuestamente progresista o "revolucionario". Y ¿quién es el joven que no se ha entusiasmado algún día por cualquier cosa que huela a revolución?
Claro que, si la Universidad no funciona, también se debe a que los liceos y escuelas, que, en principio, preparan los mejores alumnos para la enseñanza superior, tampoco funcionan, no preparan para nada, salvo para el paro. Si Francia conoce desde hace unos 30 años el récord absoluto del numero de bachilleres de su historia, jamás ha conocido tantos semianalfabetos, con el diploma en el bolsillo y tan pocas perspectivas de encontrar un empleo que les satisfaga, más o menos. Lo mismo, o incluso peor, puede decirse de la investigación científica, de las nuevas tecnologías y de todo el resto. Existió, como la Sorbona, por ejemplo, el Instituto Pasteur y si, como la Sorbona, no era lo mejor del mundo, era y hoy no es, apenas existe. Incluso quienes, como Jack Lang, van repitiendo que la enseñanza en Francia es la mejor del mundo (como sus hospitales, su Seguridad social, sus quesos, su ejército, etcétera) reconocen que la investigación científica es una catástrofe.
Muchos achacan la decadencia de la enseñanza y de la investigación a la crisis de Mayo 68. Pues no estoy de acuerdo. Hay que saber que en 1945, bajo el benemérito Gobierno del General de Gaulle, se confió a los comunistas Wallon y Langevin una enésima reforma de la enseñanza, aún en gran parte vigente. Más o menos por las mismas fechas, se había establecido una "cogestión" entre los sindicatos de enseñanza y el ministerio para establecer los programas, los salarios, las pensiones, las vacaciones, en una palabra, todo lo concerniente a la actividad de los alumnos y de sus profesores. Estos sindicatos, que llevaban la voz cantante, ya que los ministros pasaban tan deprisa que ni siquiera llegaban a encontrar su despacho y ellos permanecían, fueron durante años mayoritariamente comunistas, para luego, al mismo ritmo que la sociedad, o en todo caso la izquierda, pasar del rojo al rosa, y los socialistas pasaron a ser mayoría, aunque los comunistas mantengan posiciones mucho más sólidas en la enseñanza que en la clase obrera, dicho sea de paso. Lo que puede, pienso, achacarse a Mayo 68 es haber añadido al conformismo progre, al marxismo de pesebre, prosoviético, jacobino, etcétera, un contradictorio espíritu lúdico, festivo, en el que, por ejemplo, la noción de trabajo, de esfuerzo, de competitividad, eran considerados como derechistas. ¿Alguien puede pensar seriamente que en dichas condiciones, tan esquemáticamente resumidas aquí, es posible una enseñanza de calidad?
La Francia que cae
El debate actual sobre la decadencia se basa en varios libros, pero sobre todo en el de Nicolás Baverez: La Francia que cae (o decae), que nada tiene que ver con las críticas de Fernando Savater, quien, ebrio de callos y Cocteau, acusaba al autor de ser un liberal, furioso por la postura antiyanqui del Presidente Chirac. Balivernes! Como a veces ocurre, si su libro suscita un tal debate, es porque está argumentado, es serio, con datos y cifras indiscutibles. Más discutible, en cambio, me parecen las soluciones que propone o, mejor dicho, los deseos que expresa. Me limitaré a pocos ejemplos: "Desde los años setenta, el crecimiento medio de Francia ha pasado del 3% al 1,8%, y la productividad del 4,2 al 1% (y hoy al 0%). Consecuencia: es el único país desarrollado en donde el paro, desde hace un cuarto de siglo, alcanza a más del 9% de la población activa". Para no abrumar con cifras y estadísticas, diré sencillamente que desde hace 50 años, por lo menos, Francia ha sido incapaz de realizar las necesarias reformas industriales, económicas y sociales, que varios países europeos, americanos o asiáticos, han logrado realizar, con mayor o menor éxito, en todo caso mejor que en Francia, en donde el viejo aparato de producción industrial (minas de carbón, metalurgia, siderurgia, textil) ha prácticamente desaparecido sin que hayan sido capaces de fomentar nuevas industrias, nuevas tecnologías, nuevos servicios, o en todo caso de fomentarlas suficientemente, para que lo que se pierde por un lado, se gane por el otro.
La arrogancia francesa, esa convicción de que, se mire como se mire, industrias, quesos, cine o fútbol, Francia es "lo mejor del mundo", no favorece, evidentemente, el espíritu crítico, ni la voluntad de reformas. Demos un par de ejemplos: el avión Concorde, por cierto francobritánico, por lo visto una maravilla tecnológica, ha terminado sus vuelos. Otra maravilla, totalmente francesa ésta, el tren de gran velocidad, TGV, ha visto cómo su constructora, Alstom, entraba en quiebra, como es sabido. Otro fleuron de la industria francesa, Pechiney, ha sido comprada por una obscura empresa canadiense. No dan pie con bola. Pero Baverez —lo que evidentemente Savater no ha notado— cuando critica la venida a menos de Francia, lo hace desde un punto de vista abiertamente nacionalista, y si critica la política soberanista y antiyanqui de Chirac, critica sobre todo su vacuidad, ya que no tiene los medios económicos, culturales industriales y militares para llevarla decentemente a cabo. Según él, como la industria, la economía en general, la investigación científica, etcétera, el ejército también está por los suelos. Y ¿cómo realizar una política "imperial" sin ejército? Leyéndole nos enteramos, sin gran sorpresa, de que el 40% de los aviones, el 50% de los navíos, el 60% de los helicópteros, el 75% de los tanques ligeros son inutilizables. Y yo añadiría que lo mismo, o algo muy parecido, ocurre con la "fuerza de disuasión" nuclear francesa. "El verdadero pesimismo, escribe Baverez, respondiendo a sus críticos, no consiste en señalar las dificultades objetivas de un país, sino en negarlas".
Baverez y algunos que le apoyan en este debate insisten en que la salvación, la salida de la decadencia, en sus diferentes aspectos, sólo puede lograrse con una férrea voluntad política y nacional, y hacen referencia a los comienzos de la V República, o sea, al General de Gaulle. La visión que tiene Baverez del General es bastante atípica, ya que para criticar implícitamente las hueras gesticulaciones antiyanquis de Chirac, recuerda el apoyo de De Gaulle al presidente Kennedy, durante la crisis de los cohetes en Cuba, pero nada dice de su célebre discurso antiyanqui en Pnom Peng, durante la Guerra de Vietnam, la expulsión de Francia de las tropas de la OTAN, su ambigua política prosoviética y mil cosas más —mejor dicho— mil pruebas más de su insolaridad con la democracia internacional. Porque ese gesto aislado gaullista en relación con la crisis de Cuba, puede entenderse como un rechazo de la locura imperialista de Jruschov, reformista en el interior, pero agresivo fuera, no sólo en Cuba, sino también en Hungría, y en otros lugares y ocasiones.
Desde luego, de Gaulle fue un personaje fuera de lo común en la vida política francesa, con más carisma, prestigio y voluntad que sus sucesores, pero su balance es magro. Su proyecto esencial, junto a la exaltación de Francia über alles, fue la reforma de las instituciones, con la Constitución de la V República, instaurando un régimen presidencial que ha demostrado sus limites y sus contradicciones. Como buen militar de derechas, discípulo de Charles Maurras, al mismo tiempo que demócrata de verdad, ya que siempre respetó el veredicto de las urnas, despreciaba a los hombres de negocios, comerciantes, mercaderes, o si se prefiere al mercado, por ello, y más que nadie, privilegio el capitalismo de estado, algo que ya había iniciado en 1945, con la racha de nacionalizaciones, y el balance de esa política, hoy, es bastante negativo. Una cosa se salva: su política nuclear, tanto militar como civil. Y si la militar resulta, como se dice, bastante roñosa e inadecuada, menos mal que las centrales nucleares productoras de electricidad continúan, e incluso se plantea su modernización y extensión, no como en Alemania, en donde el chantaje electoral de los Verdes les ha conducido a reducir, y dentro de poco suprimir, las centrales nucleares, para mantener y hasta aumentar el petróleo y el carbón, energías infinitamente más contaminantes, pero, bueno, una contradicción más ¿que importa al mundo?
Al mismo tiempo, ese exorbitante papel del estado, en todos los sectores, industrial, financiero, cultural, familiar, etcétera, ha creado una burocracia estatal tan gigantesca, tan potente —véase el caso EDF como ejemplo— que cualquier reforma, no ya liberal, no nos pongamos a soñar, sino más modestamente de sentido común, como las que propone Baverez, son imposibles de realizar.
Desde un punto de vista político, y aunque esto se mereciera más comentarios de los que caben aquí, la política del General, tanto internacional (prosoviética en bastantes ocasiones, tercermundista en palabras y colonialista en los hechos) como su voluntad nacional de un superestado, benefició extraordinariamente a los comunistas, quienes, gracias a él, y pese a que aparentaran ser enemigos, coparon situaciones de poder en todos los llamados "servicios públicos", desde los teatros subvencionados, a la televisión estatal, pasando por EDF, los ferrocarriles y mil cosas más. Los electores han tirado a la cuneta a los comunistas, pero las grandes burocracias estatales siguen protegiéndoles, y evidentemente forman parte de la resistencia a la menor reforma, porque ellos, corren el riesgo de desaparecer, sencillamente.
Que nadie se haga una imagen exagerada de Francia. No está sumida en la miseria, en absoluto, la dolce vita continúa, largas vacaciones, buenos vinos, hedonismo pequeño burgués, y bastantes cosas más. Ahora bien, si Francia pretende dirigir Europa contra los USA, como dicen, está lista. Y menos mal.
Número 18
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Estoy plenamente de acuerdo en todo lo que apunta el señor Semprún como causas y mentalidades que propician desde hace décadas la pérdida evidente de influencia de Francia y de su cultura en el mundo actual, si bien se echa de menos una pincelada sobre los efectos del cambio de composición racial, religiosa y cultural de la sociedad francesa actual?