Por el canto de un duro
En el curso de un viaje a Asturias cayó en mis manos un libro fascinante e insólito: Melquíades Álvarez, mi padre, cuya autora es en realidad una nieta de don Melquíades. En ese libro, que bien merece una película, se narra con todo lujo de detalles un episodio que yo me permití relatar de modo sumario e impreciso en La cruz de don Juan, semblanza del Conde Barcelona que aproveché para bosquejar mis “memorias políticas”.
Como quiera que mi relato, reproducción del que de viva voz me hizo el difunto hermano de la autora, está plagado de errores, no tengo más remedio que pedir disculpas y prometer subsanarlos. Por muy fidedigno que sea un dato o un recuerdo, siempre cabe un margen de rectificación. Hace poco me llamó un señor que figura en la lista de liquidados del reciente libro de César Vidal Checas de Madrid. Este señor pasó en efecto por varias checas pero vivió para contarlo. Se cuenta de un anciano arabista, sacerdote él, que luchaba por descifrar una palabra imposible, hasta que un joven alumno suyo, con mejor vista, descubrió que el problema estaba en que una mosca había dejado caer un regalito justo encima de una de las letras. Los que entraban en las famosas checas eran todos puestos en libertad después de ser “hábilmente estrechados a preguntas”, y en el oficio correspondiente se escribía a mano una L mayúscula. Si la L iba tal cual, significaba “liberación”, pero si iba seguida de un punto, quería decir “liquidación”. Es harto probable que junto a la L de mi amigo pasara con el tiempo una mosca con el avieso propósito de equivocar a un futuro investigador.
El relato a que yo me refiero es el de la evasión de la hija de don Melquíades con sus hijos del Madrid rojo. Mi primer error es decir que el automóvil de don Melquíades de que se incautó La Pasionaria era un Hispano, siendo así que era un Rolls Royce. El personaje clave para la evasión era en efecto un antiguo trapecista asturiano llamado Alfredo Álvarez, pero el apodo de Niño de las Bombas no le correspondía a él, sino a un lugarteniente suyo, que es probablemente a quien cazaron después de la guerra en una finca del conde de Mayalde. A Alfredo, apodado El Lobo, donde lo capturaron fue en San Sebastián, por donde andaba disfrazado de soldado del Ejército nacional. El tío Román no era hermano del padre de la autora, evadido también de Madrid y muerto heroicamente en la batalla del Ebro, sino primo segundo de la madre, y se apellidaba Argüelles. Este tío Román fue el que en efecto pactó con El Lobo la salida de Madrid de la familia, prodigiosa aventura que la autora del libro narra prodigiosamente. Con ellos salió además el capitán o comandante Fernández Castañeda, que había sido ayudante del general Miaja.
Este relato no es sólo un testimonio de primera mano de lo que fue el terror rojo en la “capital de la gloria” o “tumba del fascismo”, que es como en aquellos meses terribles de 1936 dieron en apellidar a la Villa y Corte sus heroicos defensores, sino que nos insinúa, sin edulcoraciones ni difuminados, lo que fue la labor de la Quinta Columna, según se desprende de los recuerdos personales de la protagonista y de los datos extraídos por la autora de la célebre y escalofriante Causa general. A primera vista, el libro parece escrito por la protagonista, que habla en primera persona, pero quien en realidad lo escribe es su hija, y a eso quiero achacar una descripción de la inmediata trasguerra y unas alusiones al Generalísimo enmarcadas en la más exquisita corrección política. Tanto es así, que el libro se subtitula En el canto de la moneda, dado el propósito de imparcialidad de la autora. Esa imparcialidad es un lujo que sólo nos podemos permitir las personas de la generación a la que pertenecemos la autora y yo, que por razones de edad, no fuimos sujetos, sino objetos de la Historia y, en el mejor de los casos, testigos atónitos. La persona en nombre de quien está escrito el libro fue en cambio sujeto, y sujeto activísimo; fue una eficaz agente secreta que lo hubiera pasado mal si, por una feliz concatenación de circunstancias paradójicas, no sale a tiempo de la zona roja. Puede decirse que ella y sus hijos se salvaron por el canto de un duro, y ése sí que sería un buen título (Por el canto de un duro) para este relato que ojalá se sume al mencionado Checas de Madrid y a Los mitos de la guerra civil en la lista de obras más vendidas y leídas.
La verdad histórica parece por fin ir abriéndose camino y en ese camino es donde hay que situar este testimonio impagable que es además una emocionante novela de aventuras y un penetrante ensayo de psicología.
Sarah Álvarez de Miranda, Melquíades Álvarez, mi padre. En el canto de la moneda. Ediciones Nobel. Oviedo, 2003.
Número 18
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