El largo brazo de Castro
Cuando la revista cubana Encuentro fue presentada al público en Madrid en junio de 1996, le escribí a Javier Pradera, director de la revista Claves, en la que yo colaboraba (y continúo haciéndolo): «en el día de hoy recibo una invitación para la presentación de la nueva revista Encuentro y veo con agrado que será Ud. uno de sus presentadores. Pero desgraciadamente no podré oírlo, como me hubiera gustado y como hago siempre que Ud. participa en algún acto cultural y se me invita. Ahora no podré. Le explicaré por qué: nada material me lo impide, pero estoy en completo desacuerdo con la dirección de esa revista. Desapruebo absolutamente que se haya ¿elegido? para dirigirla al Sr. Jesús Díaz, una persona que acaba prácticamente de llegar al exilio y a España. Es un bofetón que se le propina a escritores como Guillermo Cabrera Infante, Carlos Alberto Montaner, yo mismo, aun Pío Serrano – que sí figura en un segundo plano de la dirección–. Cualquiera de estos intelectuales –y perdón por incluirme– ¿no tienen muchos más méritos que el que han puesto al frente de esa publicación?» Párrafos adelante preguntaba y me preguntaba: «¿Por qué entonces no se ha confiado en ellos (en nosotros) para hacer la revista? Se me ha dicho que porque la idea se le ocurrió al novísimo director (Jesús Díaz). La explicación, como Ud. puede ver, es peregrina; pues hace muchos años a mí (y supongo que a Guillermo o a Carlos Alberto) se me ocurrió esta idea, la de crear una publicación de los exiliados cubanos. Pero lo que no se me«ocurrió» fueron los 16 millones de pesetas que respaldan la «ocurrencia».
Sobre este importante tema del financiamiento aparecía en Abc Cultural la siguiente nota el 21-6-96: «Encuentro se llama la revista (...) y su mancheta contiene más de un despropósito, una ensaladilla rusa, que diría Cabrera Infante. Dieciséis millones de pesetas dio el Gobierno de Felipe González a Anabel Rodríguez[1] para el susodicho encuentro, que regenta entre otros Jesús Díaz». Aclaraba que a la presentación de Encuentro «no podrá asistir Raúl Rivero, el poeta cubano «de dentro» que acaba de ser encarcelado. Más aún: en el primer número me dicen que escribe Abel Prieto, viceministro de Cultura cubano...»
Aunque como se verá más adelante, que el gobierno de Felipe González «donara» los 16 millones para los «gastos» de Encuentro es cuestionable (más bien parece que obró como correa de trasmisión). En cambio que la firma del ministro de Cultura de Cuba, Abel Prieto, figurara en el índice no tenía nada de hipotético y se comprobó en cuanto salió la revista. Y no sólo se comprobó esto, sino también que increíblemente era asimismo colaborador de ella el propio ministro de las Fuerzas Armadas cubanas, el «hermanísimo» Raúl Castro.
Todavía con el olor a tinta en sus páginas, escribí un artículo que titulé «¿Encuentro con el castrismo?» –y que por cierto nadie me publicó– en el que entre otras cosas decía: «Pregona Encuentro (...) que es una revista independiente. Lo blasona en el machón (¿o es manchón?) y lo vuelve a blasonar en la «Presentación». Leemos aquí: «Encuentro (...) no representa ni está vinculada en modo alguno a ningún partido u organización política de Cuba o del exilio». Veamos qué quiere decir esto, cómo se aprecia esa «independencia». Según Encuentro es no estar ni con los que se encuentran dentro de Cuba ni con el exilio. Los de «dentro» y con el régimen son, por supuesto, los castristas; los del exilio.... es una tautología aclarar que encarnan la democracia y el anticastrismo (naturalmente, hablo del exilio político, de los desterrados de Cuba porque aborrecen la bota que aplasta a su país, no de lo que se conoce como «exilio de terciopelo», «quedaditos», etc. (que los hay). Esto es, libertad versus castrato, o al revés. Pero Encuentro, según confesión propia, no está ni con unos ni con otros. Ni con los demócratas ni con los castristas. Esto, en cubano paladín, se llama «cerca». Cualquiera se preguntaría: ¿pero cómo se puede estar en la cerca en la actual situación cubana? ¿Se puede ser equidistante entre la dictadura y la democracia? ¿Se puede no elegir entre tiranía y libertad? Esto para quien ame la independencia –y si es cubano en primerísimo lugar la independencia de su patria– es imposible. Encuentro podrá alegar que (la revista) no habla de exilio sino de «partido u organización política». Mas ello no es sino una coartada. «Dentro» (el castrismo) equivale a dictadura o tiranía; «fuera» (el exilio) a democracia, cualquiera que sea el partido en que se milite, la organización, asociación o a un grupo a que se pertenezca. Como si no se pertenece a ninguno. Algo unifica al exilio cubano por encima de posiciones o estrategias: que todos quieren –y con fervor– el retorno de la democracia a Cuba. Por lo tanto tratar de igualar un partido u organización del exilio con otro de Cuba, eso es, de Castro, es cuando menos perverso.
«Asimismo varios momentos del editorial–presentación señalan su ambigüedad. Por ejemplo, proclama que es «un espacio abierto al examen de la realidad nacional» y a «puntos de vista contradictorios e incluso opuestos». De nuevo, en manchego pancista, (de Sancho Panza): que en ella se puede defender lo mismo el castrocomunismo que la libertad y la democracia. Y que es así lo prueba este parto de Encuentro dándole voz al Jefe de las Fuerzas Armadas Cubanas. Para pasmo del lector publica el informe de Raúl Castro a un pleno del CC del PCC que su hermano Fidel calificó de ejemplarmente marxista (en su modalidad staliniana). Y lo reproduce en toda su tediosa extensión y sin el menor comentario, como un artículo más de la publicación, convirtiendo así al «hermanísimo» en un colaborador de la misma como cualquier otro. (Ya veremos cómo juzgó más tarde Jesús Díaz este engendro y su intento por minimizar su aparición en su revista). En paralela condición imprime también un trabajo (éste por fortuna breve) de Abel Prieto, el imberbe pero melenudo presidente de la UNEAC (¡desciende, Nicolás Guillén!). Sin duda es una meridiana muestra de la «imparcialidad» de encuentro, un clarísimo ejemplo de su independencia y de la vastedad de su «apertura». En suma, monta tanto, tanto monta en ella el castrismo como el exilio, aunque quizá el primer jinete cabalgue mejor».
Un poco de historia
Como queremos hablar sólo del Jesús Díaz del exilio, y sobre todo de su relación con Encuentro, que es su obra literaria y política más importante de su etapa en el extranjero hasta su inesperada muerte, partiremos en esta retrospectiva de su vida y hacer del año 1990 (Díaz llega al exilio en 1991), que es cuando se agudiza en Cuba el estado de penuria y que con agudo descaro Castro bautiza como «período especial». Es también el año en que hay conato de rebeldía intelectual contra Castro con la redacción de la Carta de los Diez, llamada así por haber sido firmada fundamentalmente por diez escritores que en definitiva le piden a Castro la democratización de Cuba. Su impulsora, la que promueve esta acción rebelde –y no sé si también la redactora de la carta pública a Castro–, es la poeta María Elena Cruz Varela, quien como se sabe fue ultrajada y aun golpeada por las turbas de las Brigadas de Respuesta Rápida creadas por Castro, así como encarcelada por su osadía. Entre los firmantes del sin duda valiente documento pueden leerse los nombre de Raúl Rivero, Manuel Díaz Martínez, Manuel Granados, Rafael Luque Escalona... No así el de Jesús Díaz. Donde sí aparece es en una «antología» de cuentos de Lino Novás Calvo, cuyo prólogo redacta él, y del que, a modo de ejemplo (se podría citar todo el no corto trabajo), extraemos este párrafo: «Tengo para mí que entre la decisión de dejar de escribir (?), la de abandonar su país y su pueblo en 1960, y la de publicar los lamentables relatos de Manera de contar[2] diez años más tarde, hay un nexo orgánico, revelador, levemente siniestro, cuya consecuencia inevitable fue la subvaloración, casi el olvido (excepto señalamiento contrario todos los énfasis de este trabajo son míos). No sé si vale la pena comentar la tanta insidia que hay en esta oración sobre el mejor cuentista que ha dado Cuba en toda su historia. Bueno, «abandonar su país y su pueblo» es simplemente acusarlo de traidor, «lamentables relatos...», descalificar los cuentos anticastristas que Novás escribiera y publicara en el exilio, «la subvaloración y el olvido» nítidamente se traduce por negarle existencia literaria (y no sé si vital también). Basta.
Al año siguiente Díaz sale de Cuba, y sale con su familia (mujer y dos hijos), sin que nadie intente impedírselo, sin que el régimen le ponga la menor traba. Esto no sólo es sorprendente sino casi «milagroso». Como es harto sabido, poder salir de Cuba es una odisea infernal, sobre todo cuando se es «intelectual», aunque no es condición sine qua non para el martirio: cualquier simple persona lo sufre. Verbigracia las víctimas de los actos de repudio de la Embajada del Perú y del Mariel. Padilla sufrió diez años para lograrlo, Labrador Ruiz 14, a Lezama Lima nunca se le permitió viajar, Raúl Rivero es prácticamente un prisionero dentro de la Isla (con posterioridad a que esto fuera escrito, en abril de 2003, Raúl Rivero fue condenado a 20 años de prisión en uno de los juicios más infames que se hayan celebrado en Cuba). La única manera de no pasar por esta atrocidad es aprovechar cualquier viaje oficial al extranjero y pedir asilo político en la primera nación democrática que esté en la ruta. Eso hizo el escritor Antonio Benítez en 1980 y yo en 1981. Pero en mi caso tuve que dejar a tras a mi familia, que se convirtió en rehén de Castro y a la que se le cobró, y ferozmente, mi «traición».
Sin embargo, a Díaz se le dieron todas las facilidades. Marchó a Alemania con una beca autorizada por el gobierno cubano a pesar de que la RDA ya había desaparecido y se instaló en Berlín con todos los suyos. A principios de 1992 el periódico miamense Nuevo Herald lo entrevistó en la capital alemana, y, aparte de vaticinarle a Cuba «ríos de sangre, terribles ciclos de venganza» –se supone que por una rebelión interna o alguna invasión externa–, añade convicciones como éstas: «El exilio (cubano) no es más democrático que dentro (de la Isla)»; «Es falso suponer que toda la población cubana está contra Castro»; amén de afirmaciones, que le manifiesta al periodista Juan O. Tamayo cuando éste le pide que especifique sus críticas hacia Cuba. Jesús Díaz se evade: en primer término declara que «no es político», para añadir: «Sería ponerme del otro lado, y esa es una posición que rechazo». Empero, años después en otra entrevista de la revista cultural barcelonesa Lateral[3] protagoniza esta insólita confesión: «Lo que me llevó finalmente a exiliarme fue una carta escrita por el ministro de Cultura, Armando Hart, en la que me amenazaba de muerte, acusándome entre otras cosas de «Judas». Al respecto el escritor y analista cubano Servando González, autor de un más que interesante artículo sobre la muerte de Jesús Díaz que volveremos a citar, pues en más de una faceta es revelador, hace esta observación: «(...) Armando Hart no se hubiera atrevido a escribir tal carta sin la autorización u orden expresa de Fidel Castro. Y es aquí cuando la cosa se complica, porque, como todos sabemos, Fidel Castro nunca ha amenazado a nadie de muerte. Cuando quiere matar a alguien, simplemente lo mata.»[4]
En 1997 la editorial Anagrama publica la segunda edición de Las iniciales de la tierra, novela que según Díaz estuvo vetada en Cuba trece años, y vio la luz tropical sólo porque en Madrid la estrenó la casa Alfaguara en 1987. Díaz estuvo en la capital de España ese año, para su publicación y presentado en la televisión (Jesús es uno de los narradores cubanos más entrevistados en el extranjero), se alarmó porque el locutor que dialogaba con él apuntó al carácter «crítico» de su novela. Inmediatamente Díaz ripostó, con algo de nerviosismo, de intranquilidad, que no, que su novela no era crítica... sólo contenía algunos pasajes en que se señalaban errores naturales del proceso, o algo así. Crítica o no (creo que no en cuanto al régimen castrista) lo verídico es que, en cambio, no ahorra zafiedades hacia un conocido e inteligente periodista y escritor del exilio cubano, Carlos Alberto Montaner. No obstante alterar su patronímico, es reconocido al segundo: Míster Montalvo Montaner. Para mayor INRI, esto es, identificación, Montaner se autodefine: «Yo soy periodista». Pero para el alter ego de Díaz, su «máscara» literaria, es además «¿El tipo sería maricón o agente?»y todavía: «¿Un maricón cubano, gusano?»
En fin, si como vimos ya había llamado «traidor» a Lino Novás, que el epíteto «gusano» se reproduzca en el personaje Montaner no tiene nada de novedoso, pues como es archiconocido en el mundo literario latinoamericano, más de veinte años atrás se lo había aplicado –y entonces sin máscara– a los escritores Cabrera Infante y Severo Sarduy. En 1993 así lo recordaba el profesor universitario de Yale, Roberto González Echevarría, en un trabajo aparecido en la Revista Iberoamericana, titulado «Severo Sarduy (1937-1993)»[5]: «Por estas fechas (1970-71) –escribe el catedrático–, Jesús Díaz, ante el Instituto de Literatura Chilena, responde así, con ira más zoológica que lógica, a una pregunta sobre Cabrera Infante y Sarduy: «¿A qué hemos venido aquí: a hablar de literatura o de gusanos?» Y renglones más tarde: «Díaz, autor hace más de veinte años de algún cuento pasable, y luego de una novela que ni con el coro de críticos amaestrados que le hicieron elogios e intentaron conseguirle el premio Rómulo Gallegos ha perdurado, anda ahora por el exilio tratando re-escribir su pasado».
Muy pronto veremos cómo intenta deshacerse de este sambenito que lo persigue desde sus años mozos, ya que Jesús Díaz nació en 1944 y asestó ese calificativo contra Caín y Sarduy arrancando la década de los 70. Mas por el momento volvamos a Encuentro.
¿Quién encuentra a quién?
Como desconocía, al menos en hondura, el suelo literario cubano en España, y necesitaba granjeárselo, Jesús Díaz llamó a dos poetas y editores cubanos radicados en Madrid de largo tiempo atrás, Pío E. Serrano y Felipe Lázaro, propietarios y directores de las editoras Verbum y Betania respectivamente. Al primero lo hizo director-adjunto (cargo desconocido en Cuba, pero usual en la prensa española, de la que lo adquirió como un empréstito) de Encuentro, y al segundo secretario de la publicación. Mas la permanencia de Pío y Felipe fue fugaz. Para el cuarto número ya habían desparecido de la mancheta, así como el puesto de director-adjunto, no existiendo más que un director, Jesús Díaz, alzado y aislado, en el tope de la columna de la mancheta. Su sitio, el de Pío y Felipe, fue ocupado, pero ahora en ¿abstracta? redacción, por Manuel Díaz Martínez, Luis Manuel García, Iván de la Nuez y Rafael Zequeria.
Tanto Serrano como Lázaro hicieron pública su separación de Encuentro en sendas cartas que le mandaron a Díaz y que fueron recogidas por el periódico La Prensa del Caribe. Las motivaciones de ambos eran muy similares: «Un creciente malestar –escribía Serrano–, producto de la incompatibilidad entre ciertas ideas mías y otros criterios, me impiden continuar en este proyecto...» y Felipe: «La decisión tomada por mí (...) se debe al malestar creciente que se ha creado en nuestra Asociación (léase Encuentro) por serias discrepancias en la conducción de la misma». Privadamente repudiaban los métodos de dirección de Díaz, que calificaban de «stalinistas» y en lógica consecuencia a él, Díaz, de Stalin. Ello les costó –al menos a Felipe Lázaro de mi conocimiento– el se casi agredido físicamente por el autor de Siberiana. El tolerante Díaz, el dialoguero Díaz, el «impulsor» de la «reconciliación» de los cubanos de las «dos orillas», estuvo a punto de golpearlo con sus duros puños y empleando un símil boxístico le dijo que él (Lázaro) era «una hormiga» y él (Díaz) «un peso pesado». La sangre no llegó al río; y, claro, Jesús hablaba literariamente.
Hay un tercer cesante al que no se ha mencionado: se trata de un joven periodista cubano proveniente de Prensa Latina que acababa de poner los pies en España, Carlos Cabrera. Fungía como secretario (¡cuántos secres!) de redacción de Encuentro, y a diferencia de Pío y Felipe su salida se debía a la «incompatibilidad de la señora Anabel Rodríguez con mi persona».
Retengamos este último nombre, el de la señora Rodríguez, pues es clave en la fundación de Encuentro –no obstante no figurar en ningún manchón o mancheta a lo largo de sus 24 números. Pero como veremos salta a primera plana con la muerte de Jesús, como se si revelara súbitamente cual un aparecido. Por el momento es sintomático que tanto Serrano como Cabrera la involucren a ella en sus «partidas» de Encuentro.
En cuanto a la nueva junta, Díaz Martínez era un conocido y excelente poeta que por haber estado involucrado en el «caso Padilla» (siendo jurado del Concurso de Poesía de la UNEAC que debía otorgar el premio Julián del Casal –que él, MDM, asimismo había recibido– no vaciló en concedérselo a Fuera del juego, de Heberto Padilla), había vivido en el ostracismo o en un forzado exilio interior más de una decena de años. Ya vimos que su coraje lo llevó a firmar la Carta de los Diez, carta pública que en un muy lúcido artículo publicado precisamente en Encuentro (No. 3, invierno 96-97) juzgaba con enaltecedora modestia política «un pliego de peticiones moderadas dirigidas a su gobierno» y que para él «en un país donde sea normal que los ciudadanos intervengan libremente en la vida política, puede ser que no alcance ni el rango de noticia de tercera plana», (pero que) «en la Cuba de Castro nuestro pacífico geto de autonomía adquirió la calidad de una insurrección». En fin, esta es Díaz Martínez.
Sobre los demás «redactores» (las comillas sólo pretenden ser una suerte de gentilicio de redacción), Iván de la Nuez es hijo de un buen y conocido caricaturista cubano que tanto en el batistato como en la actualidad en la dictadura castrista, se destacó por sus incisivos dibujos que ilustraban los periódicos en que se imprimían, si bien a partir de 1959 de signo favorable al régimen y agresivamente antiamericanos, a diferencia de los que realizó bajo Batista. Nada conocido en el exterior, parece que Iván no heredó las cualidades pictóricas de su padre sino que se dedicó a las letras, y preferentemente al ensayo o al panfleto, según se mire. Cuenta él –y de sí mismo– el sagaz intelectual cubano «exiliado» Rafael Rojas, en un trabajo que lamento no tener ahora a mano para citarlo con precisión, que durante una tensa «conversación» que mantuvieron ellos dos con el entonces ministro de cultura, Armando Hart, De la Nuez, inesperadamente, se levantó y le dijo al ministro que por lo visto ellos no hablaban el mismo lenguaje respecto a la revolución y salió de su despacho. Rojas se quedó de una pieza o con las piernas balbuceándole, pues no podría imaginar que alguien le ripostara así no sólo a un ministro del Gobierno sino a un miembro del Comité Central del Partido. (Ello me recuerda un tema que le sugirió a él, R.R., la lectura de Informe contra mí mismo de Eliseo Alberto, en el cual cuenta cómo la Seguridad cubana le pidió que espiara a su propio padre, el sin duda notable poeta Eliseo Diego, y él aceptó[6]. En fin, esta obra le sugirió a Rojas otra: Historia del miedo en Cuba. Todo en sus mismas palabras).
Quizá Rojas no se hubiese alarmado –o atemorizado– tanto de haber conocido esta descripción de Servando González, quien expresa en el penetrante artículo sobre Jesús Díaz y su muerte ya citado y que volveremos a citar-: «(...) un agente de inteligencia (que) ha sido destinado a penetrar al enemigo pasa por un proceso de falso rompimiento violento con sus verdaderos amigos». Veremos después que para él también Jesús Díaz pasó por este mecanismo de «creación de bona fides» (así lo denomina González). Pero el autor de El arte de la espera (R.R.) no podía conocerlo, pues este mencionado libro –que tiene más de una faceta interesante– fue publicado en Madrid por la editorial Colibrí en 1998, y el análisis de ese complejo mundo de espionaje contraespionaje et al que desglosa el analista americano, donde «las cosas rara vez son lo que parecen ser», es de abril de 2002.
Bien, ya tenemos instalado a Iván de la Nuez en el «equipo rector» de Encuentro. Mas como es perfecto desconocido –al menos en el exterior– hay que imprimirle una tarjeta de visita, que si no la justifica, palía siquiera su estancia en la dirección. Y esta tarjeta es el artículo «El destierro de Calibán» (con permiso de Retamar) que por lo presuntuoso de su jerga transparente sin la menor opacidad que ha sido redactado por un jovenzuelo aquejado de «intelectualitis» aguada. Pero éste es el costado visible del artículo. Lo que no lo es, ni aun anecdótico, es el veneno que destila desde la primera hasta la última letra, embozado, por supuesto, en una supuesta ambigüedad –que Encuentro, como vimos, busca hacer pasar por equidistancia, equilibrio, independencia, pluralidad, y más etcéteras. Entrescaré de esta trasmutación shakeasperiana de caníbal (Calibán) algunos botones procurando en lo posible evitar comentarios: «La Habana revolucionaria», «la Revolución», «díaspora» «desbarren (los exiliados) políticamente del régimen de La Habana»«querellas entre la rebeldía, el poder y la ¡alta cultura!» (asombro mío), «transterritorialidad» (por exilio, término que se va a pedir prestado su cercano R.R.), «dos orillas», «La Revolución, La República, La Patria, El Exilio o La Causa» (ajiaco político en que todo es uno y lo mismo), «dictadura de la historia» (no de Castro), «el Estado autoritario de la isla hasta el poder oligárquico del exilio», «Todos los exiliados (...) se convierten en viajeros» «la temporalidad (del exilio) pasa de ser un eufemismo (...) a una imposibilidad» (es decir, que Castro no caerá nunca, firmado y afirmado por I. De la N.),«la indignidad de hablar por otros» (si Ud. es exiliado no tiene derecho a hablar del pueblo cubano; el que está dentro, si lo hace es un «indigno»), «la cultura oficial (de la isla y del exilio)». Si bien Jesús Díaz podía apoyar en parte estas declaraciones, era incómodo hasta para Encuentro. Pero su director tenía que acatar al nuevo directivo, pues se lo habían impuesto. ¿Quién? Y él no estaba en condiciones de poder rechazarlo. Sin embargo, tiempo al tiempo, como veremos.
Rafael Zequeira no era tampoco conocido de los medios literarios exteriores, pero era (es) un buen cuentista. De Luis Manuel García sólo puedo consignar su nombre. En fin, con este reemplazo seguía la carreta de Encuentro.
¿Más de lo mismo?
No me parece que el cambio de redactores haya alterado la línea de Encuentro, que taimadamente se quiso endurecer. Jesús era demasiado Jesús para que –impuestos o no– alguien viniera, no ya a decirle, sino simplemente a insinuarle, el trillo por el que debía caminar. Tanto es así, tan consolidada era la personalidad del artífice de Dime algo sobre Cuba que cuando Pío Serrano y Felipe Lázaro tuvieron que dejar la dirección adjunta y la secretaría de la bien formateada revista (es justo reconocer que formalmente había poco que reprocharle a Encuentro ya que en este aspecto era muy atractiva, estaba diseñada con esmero y buen gusto, si bien de algún modo pisaba las huellas de Casa –de las Américas– de La Habana, encabezada por su secretamente envidiado Roberto Fernández Retamar).
No, Encuentro no cambia mucho con la nueva capitalidad, y sólo merece estamparse que en el volumen 6/7 estalla un «antológico» artículo de René Vázquez Díaz –«La extraña situación de Cuba»–, quien desde Suecia y más concretamente desde la Fundación Olof Palme es sospechoso de actuar como otra correa de trasmisión financiera de Encuentro. Enseguida nos ocuparemos de la «pieza» de Vázquez Díaz; pero antes apuntemos que aunque en la portada (una de las más feas) del tomo 8/9 se pregona que es un homenaje al Mariel, curiosamente en sus casi 300 páginas no hay ningún trabajo de Reinaldo Arenas (¡él, que tanto escribió!) sino sólo dos mostrencas cartas hechas a José Abreu.
Nuevo sismo ministerial en el 10 (aunque esa vez sin crisis) ocupando sendas carteras Rafael Rojas y Marifeli Pérez-Stable. Del primero ya hemos dado cuenta en algunos momentos de estas páginas; empero, casi por obligación tendremos que volver sobre él; mas en este momento dejémoslo reposar en la poltrona o butaca de su «sede» –¿también de su «fede»? La otra áulica –nunca mejor dicho– es la Pérez–Stable (o al revés), profesora universitaria norteamericana de procedencia cubana y políticamente correcta que por años sirviera fiel y sinceramente al stablisment de La Habana, admite entre sus señas de identidad una última aparición en libro, de título pulcramente corrector en cuanto a política por completo, La revolución cubana. Origen, desarrollo y legado, publicado en Madrid por la editorial Colibrí, pero que con mínimas supresiones bien pudo aparecer en la habanera casa de Ciencias Sociales. Ni por cortesía –en especial a la dama. Encuentro dice una sola palabra acerca de sus novísimas adquisiciones.
Todo discurre como agua mansa –es un decir– por cinco números (10-15). A partir de las entregas 16/17 se observa un ligero cambio en la publicación. Tres son los datos que permiten atisbar esta modificación casi de maquillaje. El primero es la contundente respuesta que le da Manuel D. Martínez (siempre él) al «sueco» Vázquez Díaz, promotor de un «encuentro» en Estocolmo en mayo de 1994 –hipotéticamente para debatir la cultura cubana– entre 10 escritores de «las dos orillas», pero en el fondo para atacar el «bloqueo» norteamericano a Cuba y la ley Helms-Burton, y cuyos participantes (5 por cada ribera) fueron «invitados» a firmar una «Declaración de Estocolmo» en la que se decía de todo del «imperialismo» pero nada de la necesidad de un cambio democrático en Cuba. Tres de los ponentes –Lourdes Gil, José Triana y Manuel D. Martínez– retiraron sus firmas del «documento»[7], y Vázquez se dedicó a denostarlos. En el folleto Cuba: voces para cerrar el siglo (también parto suyo, RVD) les acusa de haber procedido así por «censura y miedo». En su aclaración, entre otras exactitudes, Manolo le señala con ligera ironía: «Me resulta incomprensible que Vázquez Díaz, un exiliado que vibra con furia cuando condena el embargo norteamericano y se convierte en severo censor cuando juzga al exilio isleño en Miami, no vibre con furia similar frente a los atropellos que el régimen castrista comete día a día contra los que le plantan cara dentro del país».
Lo curioso es que Vázquez Díaz había sido una suerte de cofundador de Encuentro, y su firma rubricaba sendos artículos en los números 6/7 y 12/13 del trimestral. El primero era un extenso brulote –lleno de la furia apuntada por Manuel D. Martínez– contra la ley Helms-Burton, donde mordía la «ingerencia» (sic) yankee en Cuba, a la que calificaba de ser en el pasado «una prostituida colonia norteamericana» (como se sabe argumento repetido hasta la náusea por el régimen cubano y los castristas»); se ponderaba a la dictadura cubana como un «gobierno de origen popular, desde abajo» (énfasis R.V.D.) y se advertía amenazante que los «millones (...) que se quedaron en Cuba y que no aceptan las aspiraciones norteamericanas (...) se disponen a defender lo poco (lo único) que tiene con las armas en la mano (id.), lamentando por último que «también tengan que desaparecer la Seguridad del Estado y las Brigadas de Respuesta Rápida». En el segundo arremetía con toda la fuerza de su lanza contra el embargo –«antidemocrático», «inmoral»– e insistía en el «apoyo millonario del pueblo cubano al socialismo de Castro porque ese sistema responde a sus intereses». Vázquez Díaz siempre se paseó a sus anchas por las páginas de Encuentro sin que nadie le saliera al paso y lo rebatiera.
Quizá permitirle a Manuel D. Martínez que lo pusiera en su sitio era la consecuencia del «feo» que comenzaba a hacérsele a Encuentro en Cuba, lo cual se transparentó en la agria polémica que mantuvieron Jesús Díaz y Aurelio Alonso, viejos amigos y compañeros en la dirección de la revista marxista Pensamiento crítico (acusada históricamente por Raúl Castro de «diversionista ideológica» en el informe al Comité Central precisamente publicado en el número inicial de Encuentro, como ya vimos). No obstante, según Jesús Díaz esta publicación no fue clausurada por el Gobierno cubano, sino por la URSS. Leamos: «Pero los soviéticos, que hacia 1970 lo mantenían (a Castro) a base de rublos y petróleo, le impusieron ciertas condiciones. Una de ellas, que Castro aceptó gustoso, fue el fin de Pensamiento crítico y del Departamento de Filosofía de la Universidad de La Habana». «El fin de la otra ilusión» –artículo que no tiene desperdicio. Esta «revelación» la hizo Díaz en una reunión de LASA celebrada en Miami en marzo de 2000. Afirmar asimismo que él y Aurelio fueron allí «adversarios públicos y amigos privados» (lo que suena a educado «acuerdo entre caballeros»), que estalló como una pompa de jabón al regresar Alonso a Cuba y declararle a la revista Revolución y cultura que la ponencia de Díaz en LASA no era más que «un libelo contrarrevolucionario», destinado a «escalar posiciones» (es de suponer que en el exilio). El final no podía ser otro que el rompimiento definitivo entre los antaño camaradas. De ahí el final pesaroso de la última carta de Jesús a Aurelio: «Créeme que lo siento de veras».
El tercer síntoma es la admisión de Carlos Alberto Montaner como colaborador de Encuentro, que se produce en las ediciones 18 y 19, si bien con artículos que poco tienen que ver con los habituales de este escritor-periodista. Uno, que yo llamaría neutro, acerca del arquitecto cubano Nicolás Quintana, y el otro, más dentro de su terreno, aunque académicamente de cepa histórica, «Cómo y por qué la historia de Cuba desembocó en la revolución». De todos modos su aparición –si bien tardía– en esta prensa pudiera ser signo de una sutil alteración de línea (¿ideológica?) o de mera estratagema pues tradicionalmente Montaner ha sido visto por el recién llegado exilio (estampida intelectual de los 90, con el arribo a Cuba del «Periodo especial»), que encarna Encuentro, como «fundamentalista» o de la «extrema izquierda» (¡vaya paradoja!). Epítetos a un lado, lo real es que Carlos Alberto Montaner ha sido siempre un fustigador agudo, implacable e incesante de la tiranía castrista, y que ex profeso Encuentro lo tuviera marginado es algo ya de por sí altamente sospechosos. (Si bien reconozco que esta puerta abierta a Montaner puede tener también otra interpretación).
Sin duda uno de los artículos más útiles para rastrear a Jesús Díaz es el ya mencionado «El fin de otra ilusión», nominativamente casi conmovedor, pero que explicita como pocos suyos lo que el profesor González Echevarría apreció como intento de «re-escribir su pasado». Y en ese pasado uno de los momentos más álgidos es el que recoge Jorge Edwards en su libro Persona non grata. Tan del dominio público es que puedo no citarlo. Más sí vale la pena citar la versión de Jesús Díaz, extraída del artículo de marras: «(...) una información absolutamente falsa que Jorge Edwards reprodujo ingenuamente (subrayado mío) en Persona non grata, por otra parte un libro pionero para la comprensión y el desmontaje de los métodos represivos del castrismo. Allí Edwards dice que durante el susodicho viaje me presenté en una conferencia en la Universidad de Chile como capitán de la seguridad del estado (minúsculas del autor), y que a una pregunta sobre Guillermo Cabrera Infante respondí preguntando a mi vez que si estábamos allí para hablar de literatura o de gusanos. No hubo nada de eso, jamás fui miembro de la seguridad del estado, ni me presenté como tal en sitio alguno, ni usé esa calificación abominable contra Cabrera Infante, a quien admiro como escritor (¿Sólo como escritor?). Jorge Edwards no estaba en aquella conferencia, doy por hecho que actuó sin mala fe y que fue mal informado, pero le agradecería mucho que lo aclarara». ¿Cuándo se publicó Persona non grata? Su primera edición es de 1972. ¿Por qué entonces Jesús Díaz esperó casi 30 años para desmentir esta información? Porque desmentirla lo perjudicaba (ante las autoridades castristas) y aceptarla lo beneficiaba (ante las autoridades castristas).
El artículo que pone fin a la ilusión de Díaz tiene metros de tela por donde cortar, y he aquí otro cacho de esa re-escritura o hilado de una casquivana Penélope: «Recuerdo con desagrado mi participación en aquella polémica, que tuvo lugar en La Gaceta de Cuba, de la UNEAC (acerca de las Ediciones El Puente, empresa editorial juvenil de los años 60 creada por el poeta José Mario, que finalmente fue clausurada por el gobierno y perseguidos y encarcelados dos de sus principales miembros: lógicamente José Mario, y Ana María Simó, a quien se recluyó en un hospital psiquiátrico). No porque haya sido menos agresivo (J.D.) con otros escritores, sino porque en mi requisitoria mezclé política y literatura e hice mal; lo reconozco y pido excusas a Ana María SIMO y a los otros autores que pudieron haberse sentido agraviados pro mí en aquel entonces.»[8] Sin comentario, excepto que en ningún momento ha nombrado a José Mario –que hoy vive pobre y enfermo en Madrid[9]– sino sólo a Ana María, diluyendo al fundador del Puente en un genérico «otros autores».
Agresiones van, agresiones… siguen
Y que la manía de ser agresivo con otros escritores no la deja en Cuba cuando se marcha de allí, sino que la acarrea consigo al extranjero revive cuando es publicada. La nada cotidiana (1995) de Zoé Valdés y se convierte en un sorprendente éxito primero en España y luego en un amplio número de países. Inmediatamente Díaz carga contra ella atribuyéndole la victoriosa acogida a motivos «extraliterarios», eufemismo que emplea remilgadamente para no tener que acudir a las palabras erotismo o aun pornografía. Esta opinión sobre las obras de Zoé las difunde el director de Encuentro, como quien riega semillas, en entrevistas, apariciones en la televisión, declaraciones, incluso en actos públicos: verbigracia, la presentación del libro El mar de las lentejas de Antonio Benítez, donde en voz alta –esa voz bronca que tenía– agredió (¿por qué vez?) la «escatológica» prosa y pintura de su excolega del Instituto del Cine (ICAIC) en La Habana. Mas fue inútil toda su artillería. La popularidad de la Valdés siguió creciendo y creciendo, cosa que heredó Pedro Juan Gutiérrez cuando explosiona su formidable Trilogía sucia de La Habana, y aunque menos resonante la también buena novela de Daina Chaviano El hombre, la hembra y el hambre. La «ética» o moral de Díaz ya no se prolongó contra estos otros escritores cubanos. Apretó la boca.
No sé si fue por abrírsela o por hacerle «morder el polvo de la derrota» (¡vaya frasecita!), pero en el núm. 10 de la revista le encargó a Pío Serrano la crítica de la novela de la escritora cubana radicada en Francia, Nivaria Tejera, J’attends la nuit pour te rever, Révolution. No debe haber sido en modo alguno casual que el exdirector adjunto de Encuentro insertara este entusiasta y justo párrafo: «Ahora, al fin, Nivaria Tejera ha encontrado la libertad necesaria para entregaros su fervoroso alegato. Porque se trata de un largo viaje hacia la libertad. Como de libertad se trata el ejercicio del áspero lenguaje que Zoé Valdés –al otro extremo generacional de Nivaria Tejera– escoge en La nada cotidiana para lanzar el testimonio transgresor de una oralidad insular degradada desde las entrañas mismas del régimen. La degradación –Hypocrite lecteur, mon semblable, mon freère!–, nos viene a decir la tímida y modosa Zoé Valdés, no es mía, la malsonante no soy yo, éste es el resultado de un sistema que nos prometió situarnos a la cabeza de la educación en América y nos ha dejado únicamente la nostálgica indigencia de un sueño frustrado y la procacidad de un coloquio elemental de pueblo primitivo. La evidencia del gran salto hacia delante para caer hacia atrás, denunciado por Cabrera Infante en 1965».
Y exacto a continuación, en la misma sección Buena letra, (del 10 de Encuentro) estas consideraciones de Madeline Cámara sobre El hombre..., obra de parecidos rasgos a la de Zoé. La crítica –¿por pudor?– obvia los lados «atrevidos» de la novela y destaca los que podríamos denominar sociales, especialmente las descripciones de «la decadente Habana fin de siècle» (claro, del XX) y del peso del panteón africano en la población blanca cubana. concluyendo atinadamente Cámara: «Pero más que una novela de amor, un testimonio de época, o un relato con momentos fantásticos, esta obra, como otras recién publicadas de Zoé Valdés y Eliseo Alberto es la narrativa de una generación desilusionada, el relato de sus sueños rotos y de su cólera. De ahí la obsesión por contarlo todo, salvar a través de la memoria hasta el más mínimo detalle de su mundo traicionado...».
Puede que haya otras respuestas de Zoé Valdés a los puntuales picoteos de Díaz. De hecho debe haberlas, y es impuntualidad mía no haberlas rastreado, por lo que sólo emplearé aquí una muy reciente y muy discreta que figura en El Cultural (12 febrero de 2002), suplemento idem de los diarios El Mundo y La Razón, de Madrid. En entrevista paralela (GCI no resistiría la tentación de apostillar: «paralela/os») a los dos novelistas, y a la pregunta de que tal fueron recibidos por el exilio, que fue casi simultáneo en ambos, la piedra de escándalo de J. D. responde: «De afuera fui recibida con gran cariño, pero también con algo de envidia. Y no daré nombres. No hago listas como hace la dictadura cubana». Y Díaz: «Virtualmente todos los escritores del exilio (...) han sido muy generosos conmigo: Guillermo Cabrera Infante constituye la excepción, ha sido muy hostil; como lo ha sido, dentro, Miguel Barnet, tambor mayor de Castro». Que yo sepa jamás Cabrera Infante ha escrito el nombre de Jesús Díaz en ninguno de los muchos órganos de prensa de los que es colaborador o en los que, con gran frecuencia, es entrevistado. Nada, ni un monosílabo, ni una letra sobre él. Y «paralelizar» los nombres de Caín, y de Barnet es, por lo claro, una trampa muy burda; «por consiguiente» –apoyándome en esta muletilla del expresidente español Felipe González, que de acuerdo con los «encuentristas» sufragó a Encuentro en su arranque con 16 millones de pesetas, ¿recuerdan?–, una canallada. Una más.
«Discurso abyecto»
Pero hay más. Ya vimos que en su primer número Encuentro publicó el informe de Raúl Castro al Comité Central del PCC valorando la trayectoria cultural cubana en la Revolución. Y lo publicó sin el menor comentario ni nota, como un artículo más de la revista (al igual que el de Abel Prieto). Pues he aquí cómo lo califica en el extraordinariamente útil artículo de él (J. D.) «El fin de otra ilusión» –por si se ha olvidado, Encuentro, nos. 16/17, primavera-verano del 2000–: «Discurso abyecto». Sí, se ha oído bien: «(...) reproduje los fragmentos (Ingenuidad: ¿no fue la totalidad?) más significativos de ese discurso abyecto en el número 1 de la revista Encuentro de la cultura cubana, una publicación (¿no tiene ya 17 ediciones?) que fundé (yo, yo, y siempre yo: modestia) en Madrid en 1996». Lo que sigue es igualmente un dechado de «modestia» y probidad intelectual del que se disparan locuciones como «supere (Encuentro) la sed de venganza (claro, del exilio cubano y especialmente del que vive en Miami) y desarrolle la memoria histórica y la capacidad de análisis crítico como fundamentos de un futuro de paz». Y a seguida vocea : «Mi crítica radical al castrismo».
Siguen las «entregas» de Encuentro y así llegamos a la número 20, donde somos testigos-lectores de una polémica entre dos directivos-fundadores del viejo Caimán barbudo, Guillermo Rodríguez Rivera versus Jesús Díaz. En una quizá más dura carta que la de Aurelio Alonso y más larga, bastante más, de este crítico del pensamiento y de la poesía –más de lo segundo que de lo primero– entresaco, para no igualar con mis comentarios la extensión de su misiva, estos trozos: «El endurecimiento de la política cultural es un fantasma que, muy frecuentemente, recorre ciertas zonas del exilio cubano» «(...) pienso que vivimos (en Cuba) una de las etapas de mayor amplitud y coherencia de nuestra cultura». «Yo percibo en Encuentro un creciente desplazamiento hacia las posiciones clásicas del exilio de Miami. (Y en punto y aparte). Se trata de una concepción que descalifica esencialmente a la Revolución Cubana...» «(...) la Revolución Cubana fue una hecha «desde abajo...» «Si no entiendo mal, me temo que esa «apertura» (que se le pide a Cuba) se asemeje, como una gota de agua a otra, a la que demanda el exilio de Miami para volver a la Isla...» «(...) sistemática denostación de la obra social de la Revolución Cubana». (...) la conciencia cubana, la que no permitirá que «le descoloquen» la soberanía de su nación». «(...) hay figuras del mismo exilio (Luis Ortega, José Pertierra, Max Lesnick, Carlos Rivero, Franciso Aruca, por sólo mencionar los que ahora recuerdo) que acaso podrían contribuir a producir ese balance...» Y por último este renglón que sí no puedo de ninguna manera dejar de significar: «(...) y finalmente, alive and well in Havana, mi amigo Raúl Rivero.» Tan vivo y tan bien en La Habana que es capaz de resistir los actos de repudio, los ataques de la prensa oficial, las acusaciones de batistiano, vendido a la CIA, lacayo del imperialismo, vendepatria; los allanamientos de su casa y oficina de Habana Press; las detenciones en las estaciones de policía; el no poder publicar ni una letra en los periódicos ni un poema en ninguna revista cultural; carecer de empleo... ¡Qué amigo este otro Guillermo que ignora, no ve o calla este «buen vivir» de Raúl en La Habana![10]
Como para matar dos pájaros de una pedrada, a continuación tal vez el más vil de los trabajos que ha publicado Encuentro, «Demócrata, poscomunista y de izquierdas», del ya conocido Iván de la Nuez. Baste una línea de él: «(...) no olvidemos que estamos hablando del hombre que ha promovido la ley Helms-Burton y el financiamiento con cien milones de dólares a la disidencia interna». Es decir, que Gustavo Arcos, Raúl Rivero, Vladimiro Roca, Osvaldo Payá, entre algunos, han recibido nada menos que 100 millones de dólares del senador Helms-Burton para realizar acciones de oposición en Cuba. De hecho que la disidencia cubana está pagada con dinero yanqui. Relampagueantemente, este Iván es también «terrible»; pero en su caso como soplón de Castro y calumniador sin fronteras.
Como en 'Granma'
O bien fue una trampa que Díaz le tendió a De la Nuez, o bien el «artículo» de De la Nuez fue demasiado aún para Díaz. Como fuese, arrastró el despido fulminante de Iván de la dirección de Encuentro, pues ya para los conjugados nos. 21/22 su nombre se había esfumado de la columna rectoril, y en una nota titulada «Cambios en el Consejo», como en las mejores explicaciones de Granma se hacía saber que «los miembros salientes han ido contrayendo nuevas responsabilidades laborales que resultan cada vez más difíciles de compatibilizar con las tares propias del Consejo de encuentro». Redondo el óbolo. El otro miembro «saliente» era Rafael Zequeira, «que ha decidido concentrarse en su creación literaria». O sea, que por cuenta propia había decidido «salirse». Y en verdad no había causa visible para la marcha (¿forzosa?) de Zequeira, lo que hace pensar en una cortina de humo que sorpresivamente «envolvió» al buen cuentista.
Llama la atención también que cuando Pío Serrano, Felipe Lázaro y Carlos Cabrera renunciaron a Encuentro, no hubo ni la menor explicación. ¿Preferencias?
Otrosí: a todas luces para aminar la ira de Iván, en la dación 23 de la revista, una crítica de Rafael Rojas le pasaba la mano al último libro del actual director de exposiciones del Palacio de la Virreina de Barcelona: El mapa de sal. Un postcomunista en el paisaje global, de Iván de la Nuez (Grijalbo-Mondadori: Barcelona, 2001). Y hablaba de todo, con ese lenguaje rojiano que se ha ido haciendo cada vez más alambicado, más deslizante, más aceitoso por su afán desesperado de novedad lexical, al punto de que en el último ensayo que conozco de él («El campo roturado: Políticas intelectuales de la narrativa cubana de fin de siglo», Revista de la Fundación Hispano Cubana, no. 13, primavera-verano 2002) en lugar de homosexualismo (masculino y femenino) habla de «políticas del cuerpo», que se explicita en esta exquisita sentencia: «La política del cuerpo es aquella que propone sexualidades y erotismos, morbos y escatologías como prácticas liberadoras del sujeto». ¿Entendido? Naturalmente mil veces es preferible, para abordar el mismo tema, el franco, diáfano, ético lenguaje de Zoé Valdés y Pedro Juan Gutiérrez, aparte de ser en su crudeza mucho más poético, como el del Decamerón o el del Marqués de Sade.
Me he apartado, pero sigo apartado porque hay algo en el trabajo «evocado» de Rojas (ya designado futuro codirector de Encuentro, inconcebiblemente al lado de Manuel D. Martínez, Monolo) que no se puede dejar de mentar: en ningún momento de sus largas cuartillas emplea el término exilio, sino invariablemente «diáspora» o «transterrado». La exquisita, excelsa prosa rojasa no la inscribe (exilio), como en el juzgado un mal padre a un hijo ilegítimo. Veamos qué opina de este su buen amigo Iván: (tan bueno que en la arriba citada «crítica», Rojas lo rocía con estos apostólicos párrafos: «El poscomunismo es, en el Mapa de la sal, una experiencia equivalente al martirio de los profetas cristianos bajo el mundo pagano. Un martirio hedonista. A favor del cuerpo». (¡Santo cielo!). «El sujeto De la Nuez vendría siendo la hipóstasis desviada –es decir, por otras vías– del «hombre nuevo» de Guevara»).
Ya me perdí otra vez. No importa. El caso es que lo que quería decir de la reseña de Rojas del Mapa de la sal de Iván es que lo valora todo –o mucho, mucho– excepto la infamia sobre la disidencia interna cubana. De esto ni un vocablo. Chissst. Asimismo sobre la cita que yo debía haber citado arriba a continuación del «buen amigo Iván», he removido cuanto Encuentro almaceno tratando de encontrarla, pero nada: como al protagonista de La vorágine: ¡se la tragó la selva! Pero tampoco importa. Recuerdo su medula: De las tres voces que se usan para nombrar a los que se han ido de Cuba, diáspora, «transterritorialidad» (I. De la N. ¡Vaya pedante palabreja!) y exilio (emigrante ha quedado desclasificada, al menos en el argot político), la que más hace rechinar los dientes al gobierno cubano es exilio. De la Nuez dixit.[11]
Visita a Washington
Pero antes de que De la Nuez sea vapuleado por Díaz y socorrido por Rojas (a instancias de Díaz, naturalmente, en un ajiaco del gato y el ratón), Encuentro se desliza hacia los Estados Unidos y en este «patinaje» su «políticamente correcta» amiga Marifeli (Pérez-Stable) le va a allanar el camino para que pueda efectuar un meeting –que Díaz no llama así, sino Seminario– en Nueva York, que enreda a cuanta politología cubana pulula en el Centro de Estudios Latinoamericanos del Caribe de la Universidad de Nueva York, que gestiona Marifeli, amén del King Juan Carlos Center (que Díaz subraya), The Hispanic Society (ídem) y, muy importante o last about not least, la Fundación Ford (para la que sin embargo no hay énfasis). En «Cuba, 170 años de presencia en Estados Unidos», en verdad lo único destacable (por lo menos de lo recogido por Encuentro), lo álgido es el discurso de presentación del mitin o seminario de J.D. –recogido en su revista con el título de «La responsabilidad de David» (curioso, como si viniera a decir: Goliat ya no es Goliat y David ya no tiene por qué tener honda. Y que en efecto Díaz va a darle la mano –esto es, a mostrarle que no lleva armas– al antaño ogro o tiburón, lo exclaman, a más de su diestra, pronunciamientos como los que siguen: «Mi convicción de que Cuba no tiene que temer a una relación abierta con los Estados Unidos»; «(...) Cuba necesita normalizar sus relaciones con los Estados Unidos de una buena vez»; «(...) las remesas de dólares que los exiliados enviamos a nuestras familias»; «(...) luchamos por la paz y la comprensión entre nosotros (Cuba-USA)». Ni a un zascandil se le escaparía que esto debe haber caído como un jarro de agua fría en La Habana, y que si no lo tenían ya en la mirilla (quizá telescópica del rifle de Fidel )...
De otra orilla, como se está poniendo de relieve el silo y largo pico de presencia cubana en el suelo del Tío Sam, en la Introducción, –supongo que redactada por JD– de este «encarrilándose» número había que rendir recuerdo a los hombres de letras isleños que algo dejaron en suelo yanqui, y entre ellos no faltaba... Lino Novás Calvo. Dice así el parrafito que lo contiene: «No es posible tampoco entender a nuestro país sin tener en cuenta los aportes (énfasis mío) de figuras como Lidia Cabrera, Lino Novás Calvo, Julián Orbón...» ¿No era el escritor cubano que «abandonó su país y su pueblo» ni el autor de los «lamentables» cuentos de Maneras de contar? No, ya no; por amor y gracias de «las aventuras de la dialéctica» (Merleau-Ponty) sus relatos anticastristas, «contrarrevolucionarios», son ahora su «aporte» cubano a la cultura norteamericana. Si ello no es «re-escribir el pasado», ¿qué será? Pero el problema se le «enyerbaría» a Díaz en sus relaciones con la capital cubana con esta inaudita confesión: «Puedo decir esto (su decidida y firmísima oposición a la ley Helms-Burton) como lo dije recientemente en Washington (¡y ahora viene lo bueno!) ante oficiales del gobierno norteamericano». No creo que haya que añadir algo, como sin duda en el Palacio de la Revolución tampoco debió añadirse nada.
En fin, de todo el encuentro «cultural» en New York (lo de Washington no estaría previsto), creo que la intervención de Jesús Díaz fue la capital, ya que el resto se diluye (cito lo publicado de este evento en la revista) en sendos trabajos del profesor William Luis, que habló de boxeo (¿o fue Wilfredo Cancio?); Miguel Ángel Sánchez (autor de una biografía de Capablanca) de ajedrez; Antonio Benítez de jazz cubano y el también profesor (de Yale) Roberto González Echevarría, de pelota, tema que ya había «abordado» en «Literatura, baile y béisbol...», parte de un libro que más tarde editaría con el que meticulosamente se estrenó como colaboracionista de Encuentro (nos. 8/9), actividad a la que le tomaría apego e invadiría con frecuentes daciones como «Fiestas cubanas» (20), «Mujer en traje de batalla» (23).
Pasemos página. ¿Dónde nos habíamos quedado? Un poco desordenadamente en la entrega 15, la del mitin; no, me parece que había ya utilizado posteriores ediciones. Bueno, lo revisaré cuando pase este recuento en limpio.
Bien, sea el número que sea –pero sin cuestión debe haber sido más allá del fronterizo 15–, de La Habana y desde el «exilio de terciopelo» empiezan a expresarse disidencias» con la línea que toma el trimestral –aunque más de una vez es semestral, y para que no se note se trufan dos volúmenes en uno. Lisandro Otero y Aurelio Alonso rompen el fuego. Lisandro (en no poca medida irritado por una durísima crítica que Enrico Mario Santi le ha hecho a sus memorias «Llover sobre mojado» (Encuentro 16/17), desde México: «Lamento que Encuentro muestre una tendencia a sumarse a la empresa del ultraje y a abandonar el perfil mantenido hasta ahora» (18). Y Alonso, desde La Habana: «(...) dicha revista sea algo distinto de lo que supuestamente se propuso en un principio» (18). Dos ediciones luego, Guillermo Rodríguez Rivera –tan asiduo como González Echeverría a las hojas del «cultural»– se agregó a la «disidencia», mejor a la disconformidad: «(...) quizá esperaba una reacción de la revista hacia la dirección que me parece que fue la que la inspiró (subarayado mío) en los momentos de su aparición».
Empero, son las únicas disonancias que en toda su existencia Encuentro tuvo, o el único «encuentro» que tuvo, pues si se cuentan las cartas que recibió también en toda su existencia –un promedio de 10 por servicio– ni una sola, creo estar seguro de que ni una, le es no ya «ultrajante» (L.O.) sino ni siquiera crítica, ni aun parcialmente. 240 elogios, y algunos altísimos, es un balance como para sacarle brillo a las uñas de uno.
La tragedia
El dos de mayo de 2002 aparecía en algunos periódicos españoles la siguiente necrológica: «Muere en Madrid el escritor y cineasta cubano Jesús Díaz» (El País). Se añadía que había muerto en su domicilio de «muerte súbita» a los 61 años. Casi siempre en los obituarios se suele poner la causa de la muerte: «después de una larga enfermedad», «paro cardíaco», «infarto», etc. Aquí, simplemente la causa era un adjetivo: súbita. Extrañaba. En la esquela, que asimismo recuadró los principales diarios nacionales, no se aludía al motivo de su fallecimiento, sino sólo se comunicaba el deceso y que sería incinerado. Claro, se pedía a allegados y amigos que acudieran al tanatorio. Entre los convocantes estaban los hijos de Díaz, su exmujer y... Annabelle Rodríguez. Luego de años en la sombra de Encuentro se hacía visible; en circunstancias que no deben haberle sido agradables. Como nada agradable tendrá que ser volver a ella. Pero no queda otro remedio.
Desde el primer momento se especuló, sotto voce, con la posibilidad de que Jesús Díaz no hubiera muerto de muerte natural. E, igualmente con murmullo subterráneo, se habló enigmáticamente de «ajuste de cuentas», «traición». Desde luego estas «explicaciones» provocaban más intriga que revelación: ¿Ajuste de cuentas entre quién o de quién? ¿Traición a quién?
El que más indagó acerca de esta sin duda impactante nueva para el exilio cubano, fue Servando González, un –como él mismo se define– «escritor y analista de inteligencia norteamericano nacido en Cuba», y que ha escrito los libros Historia herética de la revolución fidelista y The Secret Fidel Castro: Deconstructing the Symbol. Vive en los Estados Unidos, en California, y a raíz de la muerte de Díaz, como vimos escribió un extenso artículo que llamó «El extraño encuentro de Jesús Díaz con la muerte». Adelantaba en una breve sinopsis del contenido (tres líneas) que su trabajo exploraba la «posible conexión (de Díaz) con los servicios de inteligencia castristas», de los que sospechaba habían sido sus asesinos (pues descartaba toda suposición de muerte no violenta).
Estampida intelectual
Hacía un repaso de la vida de Jesús Díaz desde que lo conociera en la Universidad de La Habana, constataba su admiración por los cuentos del joven Díaz que le ganaron el premio Casa de las Américas en 1966 –Los años duros– y aunque González emigró prontamente de Cuba (o aún dentro de la Isla «ya había tomado el camino del exilio interior»), sigue la trayectoria de su «biografiado» por la fundación del magacine literario El caimán barbudo, su estratagema desde este tabloide para remover al también narrador y funcionario –«burócrata de la cultura»– Lisandro Otero, que en aquel entonces –1967– era vicepresidente del Consejo Nacional de Cultura, para lo cual se valió del tonto y bueno y arrogante y magnífico poeta Heberto Padilla, al que Díaz, en una de las tantas jugarretas en que se especializó a lo largo de su vida, lanzó –literariamente- contra Otero, descalificando o burlando su novel Pasión de Urbino, que soidissentement competía con Tres Tristes Tigres por el premio Biblioteca Breve. La jugada le salió mal –porque Otero se dio cuenta de ella o la detectó– y Jesús Díaz no sólo no ocupó el cargo de Otero sino que tuvo que salir del suyo de director del Caimán.
Se refugió en la universidad, en su cátedra de filosofía marxista (quizá por impartir esta asignatura se le asignó más tarde –Ignacio Sotelo, Encuentro, nº 18– el título de «filósofo»), donde fundó con su casi siamés Aurelio Alonso –profesor como él de marxismo– la revista Pensamiento crítico, nada literaria como el Caimán, y sí muy marxistamente ideológica, semejante a la veterana Fundamentos del Partido Socialista Popular (Comunista). Volvió a tener problemas –Jesús y la revista–, de tal manera que –también ya lo vimos– más de 30 años después de su creación en un informe de 1996 al Comité Central, Raúl Castro la recordó como una publicación «revisionista», «desviacionista» y maculada por algún otro pecado «antirrevolucionario» del que suelen culpar al pensamiento los regímenes comunistas. Lo paradójico de esto es que Jesús Díaz insertó el informe del más joven y chiquito de los Castro en la edición príncipe de Encuentro porque le convenía, ya que en apariencia le daba crédito de «antiguo disidente».
De la universidad a merodear un poco por cañaverales (a contribuir a la «zafra de los Diez Millones» –más con «palabras no perdidas» que con la «guámpara»- y fábricas, último centro de trabajo que le permitió extraer la stajanovista película Polvo rojo, uno de los muchos filmes, documentales, etc. que produciría en el ICAIC (Instituto del cine, resumido), destino siguiente de Díaz, pues por lo visto tenía hartas capacidades para muchas artes. Se reivindicó con esta película en la más pura línea del realismo socialista y quizá más aún con 55 hermanos, que el citado Servando González tilda de «panfleto propagandístico» pero que hay que reconocer que hizo manar a los sensibles estudiantes cubanoamericanos aglutinados en la Brigada Antonio Maceo que se desplazaron grupalmente varias veces a Cuba para un re-encuentro con su pasado (o el de sus progenitores) y con su familia, que hizo manar –repito– ríos de lágrimas. Y Jesús resucitó. Hasta que cayó el Muro de Berlín (1989) y el rodar de sus piedras arrastró a Cuba al «periodo especial» (1991). La estampida intelectual de la Isla (similar aunque en menor escala a la de los balseros de 1994) empujó a su vez a Díaz a Alemania, si bien con una beca cinematográfica y con el placentero acompañamiento de los suyos (hijos, esposa, hasta un hermano).
Mas para 1994 o 95 ya estaba en España (Barcelona, Madrid), donde –¿por socorro de quien?– funda Encuentro en el 96. La idea, sin cuestión, debió ser suya, pues como es palpable en su biografía, era adicto hasta el tuétano a las empresas letreras. Pero, ¿de quién la financiación, el vil metal sin el cual no hay empresa –sea de la rama que sea- que eche a andar, sobre todo, sobre todísimo, en el orbe capitalista, donde tanto tienes, tanto puedes?
Quien paga manda
Cuando la revista estaba a punto de estrenarse, esto es de ser presentada al público, Juan Palomo, en ABC Cultural (21-06-96), rozó el vidrioso asunto: «Dieciséis millones de pesetas dio el gobierno de Felipe González a Anabel Rodríguez para el susodicho encuentro...» Hay dudas acerca de que esta subvención proviniese del PSOE gobernante, sino se cree que más bien el dinero llegaba del Ministerio de Cultura cubano y que la Secretaría para la Cooperación Internacional e Iberoamérica, uno de cuyos funcionarios era Máximo Cajal y donde trabajaba la Rodríguez, era solamente un vehículo de traslación. Por supuesto, sin financiación no habría habido nunca Encuentro. Pues como reconoce el profesor universitario berlinés y periodista Ignacio Sotelo, colaborador asaz insistente de Encuentro: «Fundar no ya un periódico, sino incluso una revista cultural, resulta demasiado costoso para que lo pueda emprender un grupo de amigos» (sub. mío). (El País, 30-08-00). Aquí hay que insertar, además, que Encuentro pagaba muy bien a sus colaboradores (¿admitidos Raúl Castro y el ministro de cultura cubano?) y que poseía oficinas propias, con empleadas ídem: primero, Luchana 20, 1, int. A, 28010 Madrid; más tarde, Infanta Mercedes 42, 1ª, 28020 Madrid. Que lo afirmado por el catedrático es cierto, lo prueba el fallido intento de Reinaldo Arenas con su tabloide cultural Mariel. No pasó del tercer número porque los banqueros cubanos de Miami, a los que acudió, se negaron a apoyarlo, en parte porque desconfiaban de los «marielitos» (Fidel Castro había inoculado entre los 125 mil cubanos que huyeron por el Mariel en 1980 no pocos espías, delincuentes y enfermos mentales; pero pagaron justos por pecadores y se fue víctima del «egoísmo salvaje» del capital).
Este tema de la subvencionada Encuentro (como su homóloga la célebre británica Encounter, dirigida por Stephen Spender, de izquierdas, mas sufragada por la CIA) es un tema sumamente importante, ya que quien paga, manda. Y, vuelvo a preguntar, ¿quién hacía financieramente posible Encuentro? Si la primera remesa –generosa para un establecimiento– la vertió Cuba, ¿de dónde emanaron las siguientes? Parece que hubo diversas «correas» (y en esto sigo al autor de El extraño encuentro de Jesús Díaz con la muerte: la Fundación Olof Palme, de Suecia, y mediante el escritor René Vázquez Díaz, una suerte de átomo durmiente; la Jiribilla anota también (más poleas) a la National Endowment ($80.000), Fundación Ford (no señala cantidad), Institute Open Society (id.). Por su parte Servando González agrega, sin cifras, las fundaciones estadounidenses «Rockefeller, Ford, Carnegie, Mellon o MacArthur».
Diez hipótesis
Todo son hipótesis en cuanto a la muerte de Jesús Díaz. Mas recapitulemos los puntos que pueden conducir a ella:
1. La autorización –en el número 16/17 de Encuentro– a Manuel D. Martínez para poner en su lugar a René Vázquez Díaz. La respuesta de Martínez a sus trabajos procastristas significó en la práctica su eliminación de la revista.
2. Llamar «abyecto discurso» (16/17) al informe de Raúl Castro que el mismo Díaz publicara, como hemos contado, en el 1 de Encuentro. Que la descalificación a Vázquez y la durísima calificación del escrito de R. Castro por parte de Díaz coincidan en una misma edición (a lo que hay que sumar la no menos flagelante crítica de Enrico M. Santí a las memorias de Lisandro Otero, no puede en lo absoluto ser casual. Sin duda esta entrega de Encuentro es super-especial.
3. La admisión de Carlos Alberto Montaner como colaborador (19). (¿Será el conocido periodista anticastrista cubano residente en Madrid su modelo para el personaje Montalvo Montaner, injuriado en la novela casi autobiográfica de Jesús Díaz Las iniciales de la tierra?).
4. Darle cabida al libelo de Iván de la Nuez Demócrata, poscomunista y de izquierdas (20).
5. Visita de Jesús Díaz a Washington y entrevistas con autoridades del Gobierno norteamericano.
6. Aceptación del aporte de un cuarto de millón de dólares para crear Encuentro en la Red, que empieza a emitirse por Internet en la primavera de 2001. La Jiribilla, «netscape» castrista que se propaga desde Cuba, apunta (con la peor intención, naturalmente) que el diario digital de Encuentro «parece haber sido diseñado, desde el punto de vista editorial, en la redacción de Radio Martí, una emisora fundada y subvencionada por el gobierno de los Estados Unidos». Mas Servando González acepta igualmente que «La Fundación Ford contribuyó con $250,000 al proyecto».
7. Giro hacia la derecha de Encuentro del que lo acusan antiguos compañeros suyos de empresas periodísticas, como Guillermo Rodríguez (consuetudinario firmante de la publicación además), Aurelio Alonso y Lisandro Otero.
Recuérdese que los tres insisten en que la publicación de Díaz fue o quiso ser diferente o en lo que más tarde derivó. ¿Y qué debió ser o fue el comienzo? (Cuba-Castro) ni con el exilio (ya lo comentamos), y a ser posible más «encontrada» con la cultura que con la política. Sin embargo, para Servando González –a quien debo mandarle, si no todos, buena parte de los honorarios de este trabajo por lo que vengo citándolo (y seguiré haciéndolo): «(...) el apoliticismo de Encuentro resultó ser, en la práctica, politicismo comprometido con el régimen castrista». O: «Una de las característica (de Díaz) ha sido su habilidad tanto para despolitizar al exilio político cubano como para obtener los fondos necesarios para su publicación.
Cuando el director de Encuentro fundó su diario en Internet, y El País lo entrevistó (20-03-2001), él hizo esta rara (o lúcida) declaración que más parecía tener que ver con la revista en su otro soporte que con el periódico actual. Dijo: «No queremos que se nos confunda con gente que bajo cuerda apoya al régimen de Castro».
8. La publicación del extraordinario reportaje aparecido en el diario chileno La Tercera, del periodista Javier Ortega, «La historia inédita de los años verde olivo», el más contundente documento que sobre la penetración castrista en Chile se haya dado a conocer. (20) (Para los que se interesen, hay publicación en libro del mismo: La historia inédita de los años verde olivo, Javier Ortega. Madrid: Editorial Pliegos, 2002).
9. Tengo que volver a González, pues señala una novena hipótesis: «En una reciente entrevista aparecida en la revista Lateral (ya examinada por nosotros) Díaz pronunció sin saberlo lo que tal vez sería su epitafio: «Hay que trabajar como si Castro ya se hubiera muerto, hay que romper esa obsesión única y trabajar para un futuro que puede ser mañana». Y concluye González: «Pero Fidel Castro no sólo no está muerto, sino que sigue siendo extremadamente peligroso y tiene largas las manos asesinas».
10. La circular enviada por Annabelle Rodríguez (que alguien muy próximo a los números iniciales de Encuentro me aseguró desde el anonimato que era ella quien «tenía la sartén por el mango») a los lectores de Encuentro, o de algún modo relacionados con el trimestrario, donde se dice que «su muerte fue causada por un infarto cardíaco, según determinó el resultado de la autopsia practicada por el Instituto Anatómico Forense de Madrid». En verdad esta aclaración lejos de despejar las dudas sobra la muerte de Jesús Díaz, las incrementa.
¿Asesinato en Madrid? ¿Y cómo?
Por enésima vez la palabra al autor de The Secret Fidel Castro: «A fines de la década de los 50, la KGB desarrolló una tecnología, simple pero letal, para deshacerse de traidores y exiliados belicosos. El dispositivo consiste en un tubo delgado de metal, de unas seis pulgadas de largo, con un gatillo en el extremo cerrado. Dentro del tubo hay una cápsulas de ácido prúsico (el componente principal del gas Zyklon B, usado por los nazis en las cámaras de gas) y un fulminante. El asesino, que con anterioridad ha tomado unas pastillas de antídoto, apunta a la cara de la persona y dispara. La pequeña explosión vaporiza el ácido, que es inhalado por la víctima. La muerte ocurre casi instantáneamente y el veneno se disuelve (dentro del cuerpo del agredido) en unos minutos, sin dejar trazas que aparezcan en una autopsia. Los síntomas aparentes son los de un paro cardíaco[12].
[1] Hija del tercer vicepresidente de Cuba, Carlos Rafael Rodríguez, ya fallecido.
[2] Maneras de contar, Lino Novás Calvo. Antología de cuentos (Incluye todos sus cuentos escritos en el exilio). Las américas. Company: New York, 1970. Publishing Nota del autor. C.L
[3] Lateral, Barcelona, abril de 2002, p.p. 10-11.
[4] Servando González, El extraño encuentro de Jesús Díaz con la muerte. Inédito (2002).
[5] Revista Iberoamericana, núms.. 164-165, julio-diciembre 1993.
[6] «El primer informe contra mi familia me lo solicitaron a finales de 1978». Eliseo Alberto, prólogo a Informe contra mí mismo, Alfaguara: Madrid, 1998.
[7] Manolo hace la salvedad de que «Jesús Díaz se habría sumado si hubiésemos podido localizarle antes de darla a la prensa». ¡Por favor, Manolo!
[8] En su artículo «Allen Ginsberg en La Habana, publicado en la revista Mundo Nuevo (París, abril 1969), José Mario comenta así este asunto: «En La Gaceta (...) Jesús Díaz atacó a las Ediciones (el Puente) diciendo que aunque era la primera manifestación generacional que se producía dentro de la revolución tratábase de gente disoluta y vengativa (palabras más que peligrosas en Cuba)».
[9] Ya había escrito este trabajo cuando José Mario murió en la capital de España el 24 de octubre de 2002.
[10] Como he señalado antes, en abril de 2003 Raúl Rivero fue condenado a 20 años de prisión por el «delito» de escribir y publicar (naturalmente fuera de Cuba), lo que pensaba (piensa). No sé cuál había sido la reacción de RR ante este «acto de justicia» castrista.
[11] ¡Eureka! ¡La encontré! Hela aquí: «Hay que admitir, sin embargo, que en el sentido ideológico este término (diáspora) surge precisamente como un maquillaje a otra palabra que al Estado cubano le disgusta en extremo: exilio. (énfasis del autor) «El destierro de Calibán», Encuentro 4/5, verano de 1997, p. 140.
[12] Por su parte Ricardo Bofia fundador del Comité Cubano Pro Derechos Humanos, en un artículo titulado «Siempre el terror», afirma: «Aramis Taboada y Sebastián Areos Bergnes fueron asesinados mediante muertes clínicamente inducidas». (Boletín del CCPDH, nos. 12-13, primavera-verano 2003.
Número 19-20
Ideas en Libertad Digital
- Con el Gobierno y contra el terrorismoEDITORIAL
- Entre la vergüenza, la indignación y el asombroAlberto Recarte
- Partido Socialista del Odio EspañolFederico Jiménez Losantos
- No soy optimistaPío Moa
- La calle GénovaJuan Gillard López
- Desde la trincheraJosé María Marco
- Los niños de la pazCristina Losada
- ¿Qué van a hacer ahora?Daniel Rodríguez Herrera
- La capitulación de EspañaAlberto Acereda
- Zapatero es CarodLucrecio
- El sueño de la pazGEES (Grupo de Estudios Estratégicos)
Varia
- Política exterior ¿de España?Alberto Recarte
- La crisis del Real MadridFederico Jiménez Losantos
- La libertad económica y sus enemigos: Falacias y paradojasCarlos Alberto Montaner
- Frederic Bastiat, vida y obra de un economistaFrancisco Cabrillo
- El pensamiento del exilio. La pensadora exiliadaAgapito Maestre
- Virtud cívica, coacción y subproductoFernando R. Genovés
- Por un verdadero César Vallejo: entre la poesía solidaria y la ceguera marxistaAlberto Acereda
- Frankenstein en Brasilia. Razón, ciencia y complejidad socialJuan Carlos Girauta
- Thomas Sowell y la teoría de las visionesDaniel Rodríguez Herrera
- El largo brazo de CastroCésar Leante
- Notas para una pequeña historia: de la LOGSE a la LOCE (1990-2002)Felipe-José de Vicente Algueró
Retrato: Ronald Reagan (1911-2004)
Reseñas
- España frente al IslamPío Moa
- Intrahistoria del PPJavier Guillamón
- Lo que piensa la derecha que piensaFederico Jiménez Losantos
- Teoría donde no la hayJosé García Domínguez
- La monarquía reivindicadaJuan Ramón Rallo
- Reencuentro con un economista brillanteJosé García Domínguez
- Días de infamiaGuillermo Dupuy López
- «Adiós, España»Pío Moa