Un adalid de la libertad
Ronald Reagan, uno de los grandes presidentes de los Estados Unidos, será recordado por su determinación frente al mayor enemigo de la libertad, el comunismo, y por iniciar unas reformas que sacaron a su país de una situación económica agónica y sirvieron de ejemplo para otros, en distintas partes del mundo. Fue el presidente que devolvió a los estadounidenses el orgullo de serlo y les dio una confianza en sí mismos y en el futuro que se había diluido en la última década. Fue un gran comunicador, un hombre honrado, afable y con un gran sentido del humor.
Ronald Reagan, nació en 1911 en una ciudad de Illinois. Tuvo una infancia insegura, con diez cambios de residencia en sus primeros años, que quizás le hicieran refugiarse en el sentido del humor que le caracterizó y forjar la seguridad que tenía en sí mismo. Logró introducirse en el mundo del cine, donde triunfó como actor secundario, e incluso llegó a presidir el sindicato de actores. Se le relaciona con el partido Republicano, pero en su juventud fue demócrata, votó en cuatro ocasiones a Franklin D. Roosevelt, y reconoce que «derramé lágrimas de sangre por las causas progresistas». Era especialmente crítico con las grandes empresas, lo que unido a su fuerte defensa de los «derechos de los Estados» le llevó al partido de Roosevelt. Pero ya entonces era claramente anticomunista, una posición moral que marcaría su vida y la de millones de personas. Una neumonía que casi acaba con su vida, su divorcio con Jane Wyman y su disgusto con la marcha demasiado izquierdista que estaba adoptando el gremio de actores le llevaron a abandonar la gran pantalla, para convertirse en el portavoz de la General Electric. Allí, en contacto directo con las cortapisas que el gobierno le pone al desarrollo empresarial, se dio cuenta de la inanidad e injusticia de muchas regulaciones, y de que el verdadero enemigo de la libertad personal no son las grandes empresas, sino el gobierno.
En 1964 salió derrotado quien seguramente hubiera sido el mejor presidente del siglo, Barry Goldwater, lo que llevó al partido Republicano a un cierto desánimo. Fue en ese momento en el que Reagan, para ayudar al que ya era su partido a levantar los ánimos, pronunció «Tiempo para Elegir», lo que se conoce como El Discurso, en el que expuso con elocuencia y convicción, pero con calidez y su característico humor, las ideas que marcaron su presidencia: libertad, responsabilidad individual, desconfianza del gobierno, condena del totalitarismo. Su rotundo éxito llevó a varios empresarios a proponerle dar el salto a la política, como candidato republicano para gobernador de California. Ganó las elecciones de 1966 en un Estado que no se acercaba a la quinta economía del mundo en que Reagan le convirtió. Fue precisamente su política de bajos impuestos y escasa regulación lo que transformó la economía californiana e hizo de ese estado un sinónimo de éxito económico. Barrió en las elecciones de 1970 y no se presentó a las de 1974, que tenía ganadas, para prepararse el salto a la Presidencia de los Estados Unidos.
Reagan venció la convención republicana, pese a que era un candidato anómalo, un outsider de avanzada edad para ser candidato. De hecho se convirtió con 70 años en la persona de mayor edad en alcanzar la presidencia. Pero se vio favorecido por una creciente oposición, que comenzó ya en los 60, a los excesos y fracasos del Estado de Bienestar, a las regulaciones, a la inflación, a los altos impuestos. Y aludió a valores que habían sufrido en los últimos años, como la familia o el patriotismo, además de saber insuflar optimismo en una sociedad cansada. El éxito en su primera elección, de 1980, fue rotundo, y eso que también se presentó otro candidato republicano, John Anderson, que recabó nada menos que el 7% de los votos. Sólo William Taft en 1912 y Herbert Hoover en 1932 habían perdido la reelección con mayor porcentaje de votos que Jimmy Carter.
Nada más llegar a la Presidencia, puso en marcha la Ley Fiscal de Recuperación Económica, que rebajaba el tipo marginal máximo del 70% al 50% y el resto hasta el 25%, así como los gravados sobre las ganancias del capital. Pero su propuesta fiscal era más ambiciosa. Un Congreso dominado por los Demócratas y una revuelta en su propio partido le impidieron rebajar el gasto como hubiera deseado (aunque él nunca lo hubiera hecho en las partidas de Defensa y Sanidad, que aumentó notablemente). Finalmente pactó con el Congreso en 1986 una rebaja de impuestos que llevó el tipo máximo al 28%, la reducción del número de tramos de 14 a dos y librar a 6 millones de estadounidenses con menores ingresos de contribuir al fisco. Al mismo tiempo, inició una política de desregulaciones que no llegaron a todos los sectores, pero que liberaron a la economía norteamericana de gran parte de los grilletes que la detenían. Los sindicatos, para debilitar a quien veían como un peligro para sus privilegios, le plantearon un órdago con la huelga ilegal de controladores aéreos. Ronald Reagan aceptó el órdago despidiéndolos a todos y contratando nuevos controladores, medida que asentaría su posición y su decisión de seguir adelante con las reformas. El éxito fue enorme. La economía creció en un tercio en términos reales, se crearon 19 millones de empleos a los que se sumarían otros 7 millones bajo George Bush padre, especialmente en los sectores desregulados y con poco peso de los sindicatos; la tasa de desempleo se rebajó al 5,2%. Asimismo la inflación cayó del 12,5% al 4,4%. No es de extrañar que al volver a someterse a la confianza de los ciudadanos le eligiera el 59% de los votantes.
Su política exterior estuvo marcada por el anticomunismo. Tuvo errores y aciertos, pero mantuvo con firmeza una posición que era una exigencia moral para el líder de la democracia más antigua del mundo. Rompió, de este modo, con la debilidad de Carter. Reunió el Estado Mayor, preguntó en qué partida militar superaban a la URSS y el Pacto de Varsovia y, tras recibir respuestas negativas en cada una de éstas, les dijo: hay algo en lo que somos claramente superiores a ellos, en dinero. De este modo lideró unas ingentes inversiones en Defensa, en una tecnología que se llamaría «guerra de las galaxias» y que obligó al otro lado del Muro de Berlín a hacer un sobreesfuerzo presupuestario, que aceleró la quiebra de las economías socialistas y con ella la caída del propio Muro y de los sistemas totalitarios en Europa. Quizás merezca la pena recordar un día como hoy lo que dijo frente a la Puerta de Brandemburgo: «mientras la puerta esté cerrada, mientras se permita esta herida de muro, no es sólo la cuestión alemana que permanece abierta, sino la cuestión de la libertad de toda la humanidad. Pero no he venido aquí a lamentarme. Puesto que encuentro en Berlín un mensaje de esperanza, incluso a la sombra de este muro, un mensaje de triunfo». Un triunfo que fue el suyo, y el de millones de europeos que recuperaron una libertad que nunca debieron perder.Número 19-20
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