Adiós a Clausewitz
El historiador mexicano Enrique Krauze, director de Letras Libres, publica su vida intelectual –plena de conversaciones, lugares y libros ‑ y nos ofrece en esta obra un certero retrato de la última historia del mundo.
Travesía liberal comienza con un auténtico viaje al centro de la libertad en el que Isaiah Berlin, Leszek Kolakowski, el martirio de Polonia y la Revolución de Terciopelo de Checoslovaquia son sus principales hitos.
Berlin es el Plutarco del siglo XX, según Krauze. El gran maestro ruso contempló a Churchill como el héroe liberal emersoniano, fastidioso representante de los otros hombres, cuyas ardientes palabras galvanizaron al ciudadano medio frente a la tiranía nazi. Berlin advirtió contra la superchería de presuntas fuerzas inalterables en la historia que obstaculizan la libertad, el valor y la creatividad humana. Alta calidad de ideas emergen en estas primeras páginas.
Para Leszek Kolakowski el marxismo es una especie de Apocalipsis a plazos que desprecia cualquier sufrimiento. La indolencia ante los problemas es el motor vital de los creyentes marxistas. El pensador polaco, entrevistado por Krauze en 1983, previó la descomposición de un imperio soviético en el que todos eran a la vez delatores y delatados.
Vaclav Havel dijo en la Praga del 89: “Nuestro objetivo es no ser objetivos”. Bien puede ser éste un formidable lema de combate frente a toda clase de totalitarismo presente o futuro.
Continúa el libro su periplo por lo que el autor denomina “el orbe hispánico”. Y aquí aparece la figura señera de Octavio Paz. El universal escritor mexicano sí que pidió perdón cuando “la rabia se volvió filosofa”. Dijo que había que resistir la omnisciencia revolucionaria; que Iberoamérica debería lograr un trato con Estados Unidos basado en la identidad y el diálogo; que el gandhismo podría ser la utopía oriental que ayude a Occidente. Krauze critica desde la admiración el idealismo de Paz; su visión poética no derrota el dolor de los días. Pero después de Paz, alrededor de la laguna intelectual latina, solo parece habitar el páramo…
Describe el autor, en detallada crónica, la alta responsabilidad del obispo Samuel Ruiz en la pedagogía zapatista que preparó la insurrección de Chiapas en 1994. Párrocos y agentes de pastoral se extasiaban ante la “sobrenaturalidad” de los indígenas. Pero cuando veintidós mil de éstos iniciaron el éxodo tras el estallido revolucionario, a Ruiz únicamente se le ocurrió responder que se trataba de una “mala intelección” entre los humildísimos campesinos y las intenciones subversivas de Marcos (la otra vedette de esta triste historia, receloso del protagonismo del obispo felón).
El análisis de Bernard Lewis sobre el retorno del Islam, recogido en el capítulo dedicado a Oriente Medio y sus odios teológicos, es clarividente. Según el profesor inglés la piedra de toque del islamismo, su falla esencial, es el (mal) trato a las mujeres.
Y eso explica todo lo demás. La historia distorsionada, la distinta acepción del concepto de libertad y la ausencia de sociedad civil auguran un futuro sombrío. Añádase la tibieza europea en el trato dispensado a los autócratas de la región. Sin embargo, Lewis atisba una leve luz esperanzadora en cierta prensa árabe establecida en París y Londres, en el papel de los propios inmigrantes musulmanes en Europa (¿quintacolumnismo o lealtad?) y en el fluctuante papel del dinero del petróleo.
Enrique Krauze escribe unas muy emocionantes páginas sobre el 11-S y sus consecuencias. Aquel fatídico día él estuvo allí, a orillas del Hudson. En su opinión, las mejores mentes liberales han despedido a Clausewitz porque hoy se libra una guerra sin mapas que no podemos perder. No hay tiempo para la sofística. Los pacifistas de hoy no siguen siquiera el ejemplo de Bertrand Russell: en 1914 fue encarcelado, pero en 1939 defendió su nación. El presidente Wilson, presbiteriano con anteojos, no puede estar de moda.
‘Los pecados americanos’ podría ser un título alternativo al último capítulo, la última singladura de Travesía liberal. ¿Qué pasa con Estados Unidos? ¿Cuáles son las causas del antiamericanismo en el mundo? En la conversación que mantiene con Paul M. Kennedy, el autor sostiene que “el modo en que un imperio trata a los pueblos que domina es la clave de su permanencia, no política, sino histórica y moral (…) Hay que enseñarle historia y literatura a ese policía, hay que ponerle frente a los ojos la experiencia de los imperios pasados”. El Imperio británico, por ejemplo, no fue nada filantrópico, desde luego, pero ahí está su legado en India. El Imperio español ofreció un idioma y la igualdad cristiana entre los hombres. En fin, Norteamérica empezó apartando a los primitivos pobladores… Krauze dice que Estados Unidos es una nación admirable y extraña a la vez: sus enemigos saborean y boicotean el sueño americano. Es una gran patria, posiblemente ventajista en el comercio y desmañada en la política, pero su hipotética derrota es desde luego nuestra derrota. Estamos unidos al mismo cordón civilizador. No hay vuelta atrás.
Quedan atrás otros ejemplares testimonios de este admirable libro –Borges, Hugh Thomas, el antisemitismo…‑, pero había que elegir. Léanlo. Su autor nos recuerda la importancia que daba Plutarco a los pequeños detalles en la vida de poderosos y modestos. Así es. La emotiva escena de Paul Bremer anunciando la captura de Sadam Hussein fue otra metáfora moral más de nuestro tiempo. La gran mayoría de los periodistas convocados a la rueda de prensa, salvo cuatro entusiastas puestos en pie, permaneció atornillada al sillón de su indiferencia. ¿Pero solamente los media? La sociedad entera asiste acorchada al menú de vilezas que las televisiones ofrecen cada hora sobre el asedio iraquí, la inmigración desmandada o la subasta autonómica. ¿Hasta cuándo?
Enrique Krauze , Travesía liberal , Barcelona, Tusquets, 2003.Número 21-22
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