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La Ilustración Liberal

Un Semprún prodigioso

Las aventuras prodigiosas es de esas raras novelas que no defraudan la promesa implícita en su título y se aferran a las manos y a la imaginación de quien las lee con el pegamento sutil que va destilando la maestría narrativa del autor. La fluidez, la vitalidad, la frescura, el desparpajo, el toque de humor, a modo de estoque, que poseen los artículos de Carlos Semprún Maura, bien conocidos de los lectores de La Ilustración Liberal y Libertad Digital, y de otras publicaciones, se despliegan en todo su esplendor en esta obra, que es el cuarto de sus libros que ha escrito en español.

La novela arranca y concluye con una conversación sobre un húngaro, resistente, comunista, que en los cincuenta, de regreso a París, trató de convencer a sus amigos de que en su país no se construía el socialismo, sino una dictadura policial, y que a cambio de esa verdad recibió las típicas acusaciones de "fascista", que le desesperaron y le empujaron a volver a Hungría, donde "desapareció", probablemente ante un pelotón de fusilamiento. Esa historia, como una pincelada, enmarca una narración en la que las peripecias políticas no están nunca muy lejos del primer plano, aunque no lo copan – ni mucho menos–, y se perciben al fondo sombras como las que arrojan aquellos "intelectuales famosos, progresistas, humanistas" que, con su apoyo incondicional al comunismo, cometieron crímenes indirectamente, como en el caso del húngaro, sin mancharse las manos. Y que todavía "siguen dando lecciones de moral al mundo entero".

Son las sombras del período histórico por el que transita la novela, casi cuatro décadas, desde los años de la ocupación alemana de Francia hasta los primeros vagidos de la democracia en España. Y es Lorenzo Soriano, hijo de un republicano español exiliado, el personaje que más lidiará con ellas. Lorenzo y su hermano Pepe habrán de buscarse la vida en París en los años cincuenta. Un París que conserva un aire de aquél en el que, unos veinte años antes, el americano Henry Miller buscaba el modo de sobrevivir entre la variada y curiosa fauna que iba a parar a los arrecifes de la ciudad del Sena y escribía el Trópico de cáncer.

También en Las aventuras prodigiosas la fauna humana es pintoresca, como suele serlo en el ambiente en que se mueven Pepe y Lorenzo, el de las gentes de vida bohemia, con aspiraciones artísticas más o menos definidas, como los dos hermanos. Y como Boris Cohen, hijo de un escultor de tumbas, que en lugar de estudiar Derecho en La Sorbona prefiere perder el tiempo en los cafés y se da allí, mientras espera a los amigos, a escribir obras de teatro. Los cafés y los bares de aquel París, y también algunas calles, se van marcando con referencias a los artistas e intelectuales que en ellos se reunían o vivían. Como el bar que frecuentaban "Sartre y su ama de llaves, de Beauvoir", y al que Cohen entra "para leer Le Monde como pretexto para beber un par de whiskys". Y, de paso, liga.

Es el momento en que los comunistas llegaban al cenit de su poder en Francia, controlaban numerosas publicaciones y editoriales y se rendía a sus pies el mundillo de la cultura y la intelectualidad. Lorenzo, deseoso de hacer algo contra la dictadura franquista, se mete en el PCE y, como hombre del aparato –"correo del zar", en expresión de su hermano–, viaja a España y a otros países de Europa, como Italia, donde es testigo de la peculiar "iconografía católica-comunista" que allí se gastan los que van a misa los domingos y los sábados, a la asamblea del partido. Será en Praga, en 1956, coincidiendo con la insurrección húngara y su aplastamiento, donde se gesta su desafección del estalinismo, aunque seguirá creyendo, durante un tiempo, que es posible "un comunismo bueno".

Los amoríos y las relaciones sexuales, aquí inseparables los unos de las otras, se suceden a un ritmo trepidante, como no podía ser de otro modo cuando hay personajes como una chica de provincias que se ha propuesto acostarse con cien hombres diferentes en sus dos años de estudios en París; "una estajanovista del polvo", en palabras de Boris. Pero dos mujeres ocupan, por méritos propios, el proscenio de la obra: la actriz Susana Dumont, que guarda un secreto que sólo se conocerá al final, y la poeta y editora Maria Sergueievna, hija de "rusos blancos", con un hermano comunista que desapareció en la URSS y tenaz luchadora contra el Imperio soviético.

Las peripecias de Lorenzo nos permiten palpar el ambiente de los españoles exiliados en Francia, con sabrosas anécdotas, algunas de personas que realmente existieron, y descripción de reuniones con lo que le parecía "un grupo de zombies o extraterrestres", que comentaban los grandes éxitos de la Patria de los Trabajadores y despotricaban contra todos los exiliados de partidos rivales. La izquierda, fuera, seguía peleándose. Sus viajes a España nos mantienen al tanto de los acontecimientos aquí y de los modos e idiosincrasia de los antifranquistas, comunistas en su mayoría; de las escisiones maoístas y de la primera época de ETA, que ya, concluye Lorenzo, se ha hecho "nacionalsocialista". Más tarde, cuando piensa en poner por escrito sus memorias y reflexiones sobre aquellos años, resume sus ideas en una sentencia: "Lo peor del franquismo fue el antifranquismo".

La trayectoria de Pepe, que de chiripa entra en el teatro y se hace director –y de éxito–, dará ocasión para algunas de las mejores páginas de la novela, aquellas que se dedican al mundo de la farándula, bien conocido de Semprún, que es autor de más de setenta obras teatrales. Escenas, observaciones y retratos de impagable agudeza pueblan el paso por esta otra galaxia que, junto a la política, configura el universo de la novela. La trama, con estos y otros elementos, se va desenvolviendo con naturalidad, sumergiéndonos, como quien no quiere la cosa, en los distintos planos y voces en los que se desarrolla, sin que en ningún momento pierda el lector el hilo de los diversos asuntos.

Cohen, cuya madre desapareció cuando era niño, ha imaginado para ella una vida de "aventuras prodigiosas". Pero son él y los demás personajes centrales de la novela los que viven esas aventuras, aunque ellos mismos seguramente no las considerarían así, y los que hacen que el lector las viva con ellos. Es ésta una novela llena de vida, que arroja luz sobre unos tiempos que acabamos de dejar atrás, aunque parezca que están más lejos de lo que están, tales han sido los cambios desde entonces. Unos tiempos que, al repasarlos ahora, pueden hacerle estremecer a uno –la sombra de la URSS es tenebrosa–, a la vez que sentir cierta nostalgia, como suele ocurrir respecto al pasado del que se ha oído hablar pero no se vivió. Una época de la que aquellos que sí la vivieron plenamente pueden sacar aún, como ha hecho Semprún aquí, el diamante de la ceniza.

Carlos Semprún Maura, Las aventuras prodigiosas, Barcelona, Seix Barral, 2004.

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