Cómo ganar en Irak
A medida que los hitos políticos se acercan en Irak, la violencia se recrudece. Lo hemos podido ver claramente esta semana, durante las enconadas negociaciones sobre el borrador del texto constitucional. Tanto es así que muchos se preguntan si la coalición internacional, esto es, los Estados Unidos sobre todo, está aplicando la estrategia apropiada para alcanzar la victoria lo antes posible. Es obvio que desde la izquierda el mero hecho de haber recurrido al uso de la fuerza armada ya basta para desear que la llamada "insurgencia" hinque de rodillas a las tropas de Washington. No vamos a perder el tiempo con esas consideraciones.
Sin embargo, sí hay que reconocer que desde dos ángulos distintos pero complementarios –y nada contrarios a la intervención militar contra Sadam– se vienen realizando críticas a la forma en que el Pentágono está conduciendo la postguerra en Irak. Quienes primero criticaron el "estilo Rumsfeld" de hacer la guerra en Irak fueron los llamados "neoconservadores", comenzando por su núcleo duro, Bill Kristol y su semanario The Weekly Standard. Para esta corriente de opinión, el fallo principal de la estrategia del Pentágono era la falta de recursos humanos. Para Kristol y compañía, vencer a la insurgencia exigía más botas en el suelo, entre otras cosas, algo que chocaba con la visión hipertecnificada del campo de batalla de la política de transformación de Rumsfeld.
Ahora, con otra óptica ideológica, Andrew Krepinevich, director del Center for Strategic and Budgetary Assessments de Washington, acaba de publicar el resultado de su investigación sobre las tácticas y estrategias empleadas en Irak para luchar contra la guerrilla y los terroristas. Coincide con los neocons en una cosa básica: el Pentágono se está equivocando. En lugar de perseguir y cazar a los terroristas e insurgentes uno por uno, misión a la que se dedican las fuerzas americanas con ahínco, la historia de la guerra nos muestra que es mejor recurrir a otra aproximación que Krepinevich llama "de la mancha de aceite". Lo que habría que hacer es ir creando santuarios y zonas seguras donde la población notase rápidamente los beneficios tangibles, en su día a día, de cooperar con las tropas de la coalición y apoyar al nuevo régimen; para, desde esos puntos, esencialmente ciudades importantes, ir expandiendo la zona de seguridad y prosperidad cual mancha de aceite.
Krepinevich recurre a la experiencia del siglo pasado en la lucha contra la insurgencia en diversas partes del mundo. Pero, como todo, no sólo esa experiencia es agridulce, cuando menos, sino que sus ideas son más fáciles de escribir que de ejecutar en el Irak de hoy. Con todo, hay que reconocer que la postura actual de la Administración americana es, cuando menos, confusa y decepcionante: impulsar el régimen político democrático y consolidar las fuerzas iraquíes para poder volver a casa cuanto antes. Y en eso, cuando Krepinevich y los neocons denuncian que no es una estrategia para la victoria, tienen razón.
Donde yerran unos y otros, no obstante, es en culpabilizar a Rumsfeld y su guerra transformacional de los males de la postguerra en Irak. No se trata tanto de una aproximación más tecnificada frente a una más clásica. El debate sobre el número de tropas está equivocado en ese punto. La divergencia entre los críticos del Pentágono y la gente de Rumsfeld estriba, en realidad, en la valoración que se tiene del enemigo en Irak. El juego entre insurgencia y terroristas va más allá de las palabras y condiciona toda la estrategia.
Y lo peor es que es más que posible que todos tengan razón. Son terroristas fuera del triángulo suní e insurgentes en el mismo, a tenor del respaldo social que puedan concitar. ¿Sería posible solapar ambas estrategias, la del Pentágono y la de los neocons? Bush tiene ahora la palabra.
(29-VIII-2005)
Número 25
Varia
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