El ecologismo falso y cruel, desenmascarado
Mientras otros autores, como Clive Cussler, siguen el juego al movimiento ecologista escribiendo novelas sobre malvados empresarios que urden maléficos planes para arruinar los ecosistemas marinos en beneficio propio, Michael Crichton ha escrito un rompedor libro repleto de datos objetivos y explicaciones sensatas sobre las maquinaciones y falsedades del ecologismo militante.
Desde hace unos cinco años, el autor de Parque Jurásico, Acoso, Esfera, La amenaza de Andrómeda, Congo y otros grandes éxitos viene pronunciándose abiertamente en contra de las políticas del movimiento ecologista. Estado de Miedo parece ser la novelización de varias charlas que ha dado sobre este asunto. De hecho, las últimas cuarenta páginas contienen un mensaje del autor, dos apéndices y una extensa bibliografía para respaldar su postura. Denunciando y desenmascarando esas falsedades, Crichton alerta sobre el peligro de la politización de la ciencia.
El libro empieza con la muerte de varias personas alrededor el mundo, y pronto se dan pistas del individuo que está detrás de todas ellas: Nick Drake, baranda de una organización ecologista que pretende se apliquen políticas ecologistas radicales a toda costa. Como las catástrofes ecológicas que supuestamente iba a provocar la sociedad actual se hacen esperar, Drake no duda en darles un empujoncito para así acongojar el público hasta que le hagan caso. Afortunadamente, Kenner, un científico del Instituto Tecnológico de Massachussetts, se propone pararle los pies.
Aunque pueda parecer lo más exagerado del libro, las catástrofes ecológicas provocadas por ecologistas no tienen nada de novelesco. En 1962, por ejemplo, Rachel Carson escribió, en su éxito de ventas Primavera silenciosa, que el DDT era extremadamente perjudicial para el medioambiente. Una década después, la agencia medioambiental norteamericana prohibió este pesticida. No les importó el hecho de que ningún otro producto era tan barato ni tan eficaz contra los mosquitos portadores de malaria. Ni que, precisamente por eso, en esos momentos la lucha contra esa abominable enfermedad parecía ganada. Pero, con la prohibición, millones de personas en los países más pobres se quedaron totalmente desprotegidos. Desde entonces, más de 50 millones han muerto de malaria.
Esa fue una de las primeras mentiras ecologistas en desencadenar auténticas tragedias mundiales. "Ha causado más muertes que Hitler," advierte Kenner.
Hoy en día, el mito favorito de ecologistas y legisladores es el calentamiento global. Nos dicen que, debido a que se conducen muchos coches en Occidente y se quema mucho carbón en los países emergentes, la atmósfera va acumulando tanto dióxido de carbono que los rayos del sol quedan atrapados en la biosfera, por lo que no pueden reflectarse de nuevo al espacio. Este efecto, idéntico al que se da en los invernaderos, provoca un calentamiento mundial. Y éste, a su vez, derrite el hielo de las capas polares, provocando un aumento del nivel del mar. Puesto que buena parte de la población mundial vive cerca de la costa, se espera que la mayor parte de los núcleos urbanos queden sumergidos y, por lo tanto, inhabitables.
Hay que actuar rápido, es la conclusión casi unánime; hay que frenar las emisiones de gases. Y eso sólo se puede hacer de dos maneras: o producimos menos –y, por lo tanto, renunciamos a buena parte de los servicios y productos de los que ahora disfrutamos– o producimos con tecnologías que emitan menos gases –y que serán, por ello, más caras, con lo que no podremos consumir tanto y... nos quedamos en las mismas.
Pero la teoría tiene un grave problema, observa Kenner. No existe un modelo teórico razonablemente fiable para predecir el clima a diez años vista; además, los datos empíricos disponibles sobre temperaturas y niveles del mar son muy incompletos. No es de extrañar, por lo tanto, que las predicciones que se hicieron hace una y dos décadas sobre el clima que tendríamos hoy hayan resultado erróneas. Es más, ciñéndonos a las observaciones, si bien la temperatura mundial está aumentando a un ritmo de 8 milésimas de grado centígrado anual (o sea, a este ritmo tardaría mil años en subir 8 grados), en el Polo Norte están bajando desde mediados de los años 80. Y en el Polo Sur vienen bajando desde hace medio siglo.
Muchas de esas teorías ridículamente catastrofistas establecieron el 2000 como fecha del Apocalipsis. Así, Paul Ehrlich vendió millones de libros neomalthusianos y se hizo famoso asegurando que antes de ese año docenas de millones de europeos y norteamericanos morirían de hambre. Norman Myers, por su parte, predijo que para entonces la Tierra habría perdido una cuarta parte de sus especies.
Ni vamos a morir a docenas de millones por hambre, frío, calor, o ahogados, ni nos vamos a quedar sin animalitos de la noche a la mañana. A día de hoy, toda esa mitología debería haber quedado atrás. Debería estar acumulando polvo en algún rincón perdido del museo de los horrores, junto a esos miedos decimonónicos a que las embarazadas sufrieran abortos al viajar en ferrocarriles a más de 80 kilómetros por hora.
Pero no han desaparecido. Las mantienen vivas una serie de organizaciones muy particulares. Kenner comenta que los grupos ecologistas generan en los Estados Unidos 500 millones de dólares anuales. Pero ahí se queda corto: si sumamos los doce principales grupos de presión norteamericanos, en 2003 alcanzaron los 1.950 millones. Eso sí que son intereses.
Es más, en su mensaje final, Crichton habla muy a las claras sobre este dineral: "He llegado a la conclusión de que la mayoría de los ‘principios’ ecologistas (tales como el desarrollo sostenible o el principio de precaución) tienen el efecto de preservar los privilegios económicos de Occidente y constituyen, por tanto, el imperialismo moderno respecto al mundo en vías de desarrollo. Son una manera sutil de decir: ‘Nos salimos con la nuestra y ahora no queremos que vosotros os salgáis con la vuestra, porque provocáis demasiada contaminación’".
"Necesitamos un nuevo movimiento ecologista, con nuevos objetivos y nuevas organizaciones", dice Crichton. Con obras entretenidas e ilustrativas como ésta, puede que lo tengamos pronto. Porque serán millones los que leerán, muchos por primera vez, que las cosas no son como las pintan las "desinteresadas" organizaciones que se embolsan millones de dólares y euros provenientes de nuestros impuestos.
Michael Crichton , Estado de miedo , Plaza y Janés, Barcelona, 2005, 684 páginas.
Lean Estado de Miedo...no ya por la calidad de la novela sino por la calidad de la bibliografía, por la calidad de los planteamientos de Crichton. Merece la pena, y pone más que en tela de juicio todas las teorias que anuncian el fin del mundo, poco menos.?