"¡Trágala o muere, vil servilón!"
Una cosa es el respeto debido al Parlamento y otra, respetar todo lo que se dice y hace en el Parlamento. Una cosa es reconocer que las Cortes constituyen una pieza fundamental e indispensable de nuestro sistema democráticos y otra, muy diferente, no tener para nada en cuenta que los diputados son los representantes del pueblo, que es el pueblo quien posee la soberanía, que somos los ciudadanos quienes "elegimos y pagamos" (V. Pérez Díaz) a los diputados, y como los hemos elegido podemos echarlos.
La soberanía popular es permanente, los gobiernos y las mayorías, pasajeras y fluctuantes. Y esas alternativas políticas abiertas también forman parte del sistema de la democracia parlamentaria. No es baldío recordar estas perogrulladas, después de lo ocurrido el miércoles por la tarde en las Cortes, en el debate sobre el estatuto de Cataluña, cuando Zapatero hizo suya la fórmula: "Percatándose del profundo divorcio existente entre el poder y el pueblo, el gobierno decidió disolver el pueblo y nombrar otro" (B. Brecht).
A veces pareció incluso que un circo ambulante se había detenido en Madrid, y que para hacer bulto, y asilar del todo a Mariano Rajoy, habían invitado a algún payaso "chuntista", únicamente preocupado pro la cena prometida, y a algunas trapecistas, sacadas para la ocasión, de vete a saber qué baúl polvoriento, quienes dieron una voltereta, dijeron "amén" y se fueron.
Menudo derroche de palabras hueras, de frases rimbombantes, de generalidades bastardas, para ocultar lo esencial: el contenido de ese golpe de Estado que se presenta como "legal, constitucional, democrático y hasta moderno" y que hace de Cataluña la región más privilegiada de España, con derecho histórico a la secesión. Pero como ese salto al vacío les asusta, se atrincheran en una situación ventajosa en la que España no tendría el menor derecho a meterse en los asuntos de Cataluña, mientras Cataluña tendría todos los derechos y posibilidades para meterse en los asuntos de España. Un "estatuto" que regalaría a Cataluña la soberanía sobre la lengua, la educación, la cultura, los medios, la economía, la justicia, la policía, la hacienda y la diplomacia (sobre todo en la UE, por ahora, pero paulatinamente en el mundo entero). ¿Algo se me olvida? ¿La bandera y el himno nacional? Ni eso. A esa ignominia se la califica de "solidaridad de Cataluña" con el "Estado" y las demás autonomías –o "naciones"–. Las cuales van a exigir lo mismo, o más, y España no será una "nación de naciones" o un "Estado plurinacional", sino una guerra civil permanente. Tal vez fría, pero ni eso es seguro.
Me hizo gracia –sí, porque uno tiene reservas inauditas de sarcasmo– cuando el señor Rodríguez intentó enfrentar la UCD de ayer, tan "pactista", consensual y democrática, con el PP de hoy, olvidándose, es un decir, de las agresiones e insultos, la mala fe y la mala uva, del PSOE contra UCD y su líder, Adolfo Suárez, mientras gobernaron.
Además, y esto lo digo no para Rubalcaba, sino para los desmemoriados estudiantes de la Complutense y demás fábricas de melones universitarias, que si la matriz del actual PP fue Alianza Popular, prácticamente toda la UCD se metió en el PP, y este partido, hoy, es por lo tanto heredero de Alianza y de la UCD, y que elogiar a la UCD es elogiar al PP.
También me hizo gracia cuando, para descalificar de antemano a Alfonso Guerra, Zapatero le dedicó un rimbombante elogio envenenado, loando su magnífica labor como redactor de la Constitución y citando antiguas frases suyas en defensa de las autonomías previstas en dicho texto. Pretende darse por no enterado de que quienes quieren destruir la Constitución vigente son ellos, y quienes la defienden son Mariano Rajoy y la inmensa mayoría de los españoles. La jeta de cabreo de Guerra mientras Zapatero le ofrecía su copa de cicuta era todo un poema. Es de esperar que como miembro de la Comisión Constitucional de las Cortes, que va a estudiar el proyecto, Guerra sepa afirmar sus opiniones y no se raje en aras de la disciplina de partido. No me extrañaría nada que la única abstención fuera la suya, aunque sean varios los diputados socialistas opuestos al proyecto de nuevo estatuto catalán, esa bomba contra la democracia, porque nadie puede pretender que sea democrático privilegiar hasta tal punto a una región en detrimento de las demás, porque España no es tan rica que pueda regalarse todo a todos.
Como muy bien dijo Rajoy, no se puede aceptar que la contribución de los más ricos a los más pobres sea "cosa que deben decidir los más ricos". O sea, nada, que los "maquetos" se las apechuguen como puedan.
Evidentemente, el Gobierno preparó el debate de acuerdo con su peregrina concepción de la democracia, dejando a Mariano Rajoy solo frente a catorce beni-oui-oui, para mejor poder acusar luego al PP de complacerse en un sectario aislamiento. Pero el tiro les salió por la culata: precisamente por ser el único, el discurso firme, inteligente, valiente y democrático de Rajoy sobresalió sobre todos lo demás, logró mayor impacto y resonancia, como lo demuestran los comentarios de la prensa, el día siguiente, y nada me extrañaría si después de esa sesión parlamentaria el PP siguiera progresando en los sondeos, lo cual tanto inquieta a los escritores con Prisa y a los politicastros sociatas, mucho más preocupados por su poder y su partido que por el futuro de España.
O sea que todo va mal. A menos de sorpresa de última hora, y como Zapatero lo prometió en las Cortes a los ultranacionalistas catalanes, el proyecto será aprobado; con algunas correcciones semánticas, para que no se enfurezcan demasiado los adversarios de izquierda a esa canallada. Luego le vendrá el turno al País Vasco, Galicia o Canarias, donde se insiste mucho en controlar de forma "autonómica" la inmigración y el tráfico de drogas.
Las cosas, obviamente, ya van mal; en el País Vasco, como en Cataluña, irán peor. Soy, sin embargo, de un pesimismo moderado; hay síntomas serios de resistencia, como se refleja en los sondeos. Se pretende clausurar la COPE, y "embastillar" a Federico Jiménez Losantos y a César Vidal, pero el número de sus oyentes aumenta sin cesar. Después de la COPE, nos vendrá el turno a Libertad Digital y La Ilustración Liberal, y sus divisiones acorazadas proseguirán su ofensiva hasta lograr el silencio de los corderos y la pluralidad cuartelaria. Pero aún no han ganado, les falta mucho.
Creo que fue Rubalcaba quien, con su cinismo habitual, reprochó al PP su campaña del "¡Váyase!" contra Felipe González, "olvidándose" de que el PSOE había hecho lo mismo contra Adolfo Suárez, sin que éste fuera culpable de felonías como los GAL, Filesa, todos sus trapos sucios que no fueron juzgados, a cambio de que jamás pretendiera ser de nuevo presidente de gobierno. Pero González sigue estando "en libertad bajo fianza". Pues yo creo que ha llegado el momento de decirle lo mismo a Zapatero: "¡Váyase!". Decírselo en las urnas, no faltaba más.
Y el Rey, mudo.
(8-XI-2005)