EEUU, intervención o aislamiento
El conflicto de los Balcanes ha colocado la política exterior en el primer plano en los Estados Unidos, y eso en un decisivo año preelectoral. A pesar de que éste es el cuarto bombardeo de la aviación norteamericana en siete meses, la política exterior ha estado ausente del gran debate nacional desde la guerra del Golfo Pérsico que desalojó a Sadam Hussein de Kuwait. Algunos episodios humanitarios, como la fallida intervención en Somalia, o asuntos comerciales -el Tratado de Libre Comercio, el déficit de 56.000 millones de dólares en la balanza de pagos con China- han sido las excepciones que confirman la regla. Es como si los norteamericanos hubieran interiorizado la frase de Kennedy: "La política doméstica nos puede derrotar; pero la política exterior puede acabar con nosotros."
La recomposición política
El debate de política exterior acaba de empezar, todavía enturbiado por la urgencia que impone la contingencia bélica, pero es probable que sea uno de los ejes de la campaña presidencial: un síntoma interesante, por ejemplo, es que George Bush Jr., actual gobernador de Texas, está tomando clases informales de política exterior, un asunto que hasta ahora le había sido tan ajeno como el ocultismo. Asistimos a una recomposición del panorama ideológico y político, que trastoca la frontera entre ambos partidos y, más extensamente, entre la derecha (los llamados conservadores) y la izquierda (los mal llamados liberales). Un sector que se nutre de la derecha y de la izquierda, aunque más del Partido Republicano que del Demócrata, propugna el nacionalismo. Otro sector, también multipartidista pero en el que destaca sobre todo el contingente demócrata, cree, con un idealismo a lo Woodrow Wilson y sus 14 puntos, que Estados Unidos tiene un interés especial en que el mundo sea democrático y capitalista, y en que los dictadores encuentren una respuesta contundente en el terreno político y en el militar.
Digo que asistimos a una "recomposición" porque esta división no existía, en los términos actuales, hace unos años. El Partido Republicano, durante la época de Reagan y la última etapa de la guerra fría, fue decididamente intervencionista y en él las voces aislacionistas brillaban por su ausencia. Más bien estaban concentradas en el Partido Demócrata que, a diferencia de los actuales nacionalistas, no elaboró una ideología para sustentar su actitud, y que tampoco era aislacionista en el sentido actual, pues más bien era partidario de intensificar las relaciones con el enemigo comunista para apaciguar su ánimo y, mediante una ósmosis política, contagiarle una forma de bondad. Pues bien, los demócratas de ayer, que denunciaban el imperialismo de Reagan, no se reconocerían en los republicanos de hoy, como Pat Buchanan, que propugnan un nacionalismo económico y político. Pero tampoco los actuales demócratas, como Clinton, aceptarían que lo que se traen entre manos es una cruzada ideológica, entre otras cosas porque su intervencionismo es casi siempre una respuesta y no una iniciativa.
En esta recomposición ha jugado un papel decisivo el propio gobierno de Clinton. Como ha ocurrido en el campo económico, donde se han preservado un buen número de reformas de la era republicana y donde los nuevos demócratas se han apropiado de varios caballos de batalla del Partido Republicano, especialmente de los enunciados por Newt Gingrich, su indiscutible líder ideológico hasta hace pocos meses, en el campo de la política exterior la Casa Blanca ha ido dejando sin argumentos a los republicanos mediante el arte del mimetismo. El Tratado de Libre Comercio del Norte era originalmente una propuesta republicana, algo que hoy pocos recuerdan. La ampliación de la OTAN para incluir a Polonia, la República Checa y Hungría, también nació en las canteras del Partido Republicano y figuraba en el Contrato con América de Gingrich y compañía; y la muy reciente niña de los ojos del presidente, la eventual defensa espacial antimisiles, fue una de las frustradas iniciativas de Reagan, la famosa guerra de las galaxias (no la de George Lucas, sino la otra), entonces denunciada por los demócratas y liberales, es decir progresistas, en todos los idiomas.
En el campo intelectual y académico, asistimos a un fenómeno parecido. La intelligentsia de izquierda apoya en muchos casos la defensa activa de unos valores civilizados, mientras que los institutos y los centros de pensamiento conservadores desarrollan, aunque con menos brillantez y apasionamiento que los políticos aislacionistas, un discurso que apoya el repliegue de la política exterior norteamericana con el argumento de que Estados Unidos no puede resolver todos los conflictos del mundo ni debe poner en riesgo la vida de sus soldados en asuntos que no son vitales para el interés nacional.
Si todo esto parece una enorme paradoja, las cosas alcanzan dimensiones de farsa cuando se comprueba que los nuevos intervencionistas están a favor de un presupuesto de Defensa cada vez más reducido, y los aislacionistas por su aumento radical. (Recordemos que uno de los elementos que impidieron a Reagan equilibrar sus presupuestos fue el elevado gasto de Defensa).
En comparación con Europa, el gasto en Defensa por parte de Estados Unidos sigue siendo muy grande. Estados Unidos dedica a los gastos relacionados con la Defensa un porcentaje dos veces mayor que el que dedica Europa. Su gasto defensivo es 60% superior a la suma del gasto defensivo de todos los aliados europeos de la OTAN juntos, a pesar de que la economía europea en su conjunto, con un PIB de 8 billones de dólares, es mayor que la de Estados Unidos en volumen, lo mismo que su población, de cerca de 400 millones de habitantes, y de que cuenta con un ejército combinado de un millón de personas. Pero el presupuesto ha caído en picado y el armamento se empieza a oxidar. La lentitud con que han sido movilizados los helicópteros Apache, en el conflicto de Kosovo, simboliza este declive.
Frente a ello, los demócratas intervencionistas se han visto enfrentados a sus propias contradicciones, pues han sido ellos, en esta misma década, los principales responsables de la disminución del gasto de Defensa. Los republicanos aislacionistas, en cambio, denuncian en todos los foros la "rendición militar" de los Estados Unidos, al mismo tiempo que rechazan el uso de su fuerza más allá de las fronteras.
Kosovo ha puesto todo esto, que estaba soterrado, sobre la mesa. Todo: la recomposición ideológica en asuntos de política exterior, las contradicciones políticas y militares en el interior de ambos bandos y, en especial, la importancia real de la política exterior en el mundo postmoderno.
La opinión pública ha sido favorable a la intervención, e incluso los aislacionistas mantienen las formas en sus críticas, muy conscientes de que en un clima de guerra, quien se opone a las acciones bélicas suele ser acusado de mellar la moral de los soldados. La realidad sobre el terreno obliga, para ganar, a empujar el mismo carro. Aun así, las divisiones han sido obvias. Un republicano, John McCain, se ha multiplicado en todos los foros pidiendo que se pongan en marcha los preparativos para una ofensiva terrestre por parte de la OTAN. Su autoridad moral -cinco años estuvo preso en Vietnam- y su relevancia política -es miembro del comité de las Fuerzas Armadas en el Senado- le han dado una gran importancia estas semanas. McCain, como Bob Dole, ampliamente respetado todavía en su partido, ha contrarrestado otras voces republicanas mayoritarias, entre ellas la del hacendista John Kasich, opuestas a la intervención (sólo 31 republicanos votaron a favor del ataque). El líder de la mayoría republicana en el Senado, Trent Lott, ha apoyado el bombardeo, limitándose a criticar los fallos en la preparación y la puesta en práctica.
En el lado demócrata, los congresistas liderados por Joseph Biden, principal representante de su partido en el comité de Relaciones Internacionales, han secundado a Clinton. Alguna voz crítica, como la de Bob Torricelli, ha criticado la ineficacia de la actuación norteamericana, y 26 demócratas votaron en contra en el Congreso. Pero lo que ocurre en el Congreso es engañoso: en esta etapa de las acciones, el movimiento aislacionista contrario a la intervención no ha tomado medidas radicales para poner en dificultades a Clinton en el Congreso y se ha limitado a un serio toque de atención.
Los nuevos nacionalistas
Donde sí éstá concentrada la resistencia a la intervención es en los institutos de pensamiento. Instituciones como el Cato, la Heritage Foundation, el American Enterprise Institute y la RandCorporation, llevan adelante un debate intenso en el que se escuchan voces opuestas con dureza a la intervención. En esos argumentos se encuentra la auténtica oposición, y resulta obvio que a medida que pase el tiempo, la calculada mansedumbre de los legisladores y políticos aislacionistas irá bebiendo de estas fuentes para elaborar su discurso electoral.
Ted Galen Carpenter, del Cato Institute, una institución liberal en el sentido real de la palabra, sostiene que la solución al problema de Kosovo no está en la intervención sino en permitir la migración masiva de albaneses kosovares a Estados Unidos[1]. Según él, los kosovares no volverán a su tierra, devolverlos a ella entrañaría una guerra muy larga, y utilizarlos contra Serbia es convertirlos en víctimas por segunda vez. Carpenter sostiene que Estados Unidos se ha beneficiado de los dictadores que han expulsado o provocado la huida de muchas víctimas del fanatismo religioso o ideológico, porque este país ha recibido así a su mejor gente. "Estaría justificado que hubiéramos enviado alguna nota de agradecimiento a Berlín, a Hanoi, a Roma, a Moscú, a Beijing o a La Habana... Ahora podríamos añadir Belgrado a la lista"[2]. La economía está en excelentes condiciones para recibirlos, pues el desempleo se sitúa ligeramente por encima del 4%, y sectores como la construcción o las industrias de servicios buscan ansiosamente empleados para los primeros niveles. Su cultura podrá ser diferente, pero la de sus hijos ya no lo será: "Muchos de los inmigrantes con más talento han venido a este país disfrazados de niños pequeños".[3]
La argumentación es impecable. Pero también es engañosa y hay en ella una pizca de cinismo. En realidad, el autor se opone a la intervención por otras razones, más obvias en su intención aislacionista. En un artículo publicado pocos días antes del recién citado, sostiene que no hay agresión serbia contra Kosovo. Lo que se ha producido no es un ataque contra Estados Unidos, contra un aliado o contra un Estado vecino, sino una ofensiva para impedir un intento secesionista en una provincia de Serbia[4]. Sostiene a continuación que casi una docena de países han hecho lo propio en la última década, y con más sangre, desde Rusia en Chechenia hasta Sri Lanka contra los tamiles o Turquía contra los kurdos. "Un país -concluye- no puede cometer una agresión en su propio territorio, al igual que una persona no puede cometer un autorrobo"[5]. Para Carpenter, Rusia podría invocar el precedente de la OTAN en Kosovo y, junto con Bielorrusia, intervenir en Ucrania en defensa de la minoría rusa, mientras que China y Pakistán podrían invocar el mismo precedente para atacar a la India, "agresora" de los separatistas de Cachemira.
Es "nauseabundo", sigue argumentando Carpenter, que Clinton y el subsecretario de Estado Strobe Talbott hablen del efecto dominó en los Balcanes a partir de las acciones de Milosevic, cuando ellos mismos y sus correligionarios lo ridiculizaron cuando Johnson y Nixon usaron ese argumento en Vietnam, y Reagan en Centroamérica. Por último, vaticina que habrá una expansión del problema precisamente por la intervención, y no por las acciones de Serbia, en la medida en que el beneficiario de la intervención es el Ejército de Liberación de Kosovo, que quiere integrar en una Gran Albania a Kosovo, parte del sur de Serbia, Albania, Macedonia occidental y el norte de Grecia.
El argumento de la hipocresía de los antiguos enemigos del imperialismo, así como la denuncia de la doble vara de medir, es difícil de rebatir. También hace referencia a esa hipocresía, y también con buenos argumentos, Doug Bandow, del Cato. En su testimonio ante el Congreso explicó que entre enero y febrero de este año murieron cuatro mil personas en Sierra Leona, cuatro veces más de las que murieron en Kosovo el año pasado. Además, dijo que la cuarta parte de la población de Macedonia es albanesa y quiere unirse con Albania, pero que al ser Macedonia un país aliado, Occidente no interviene en la defensa de estos albaneses (Bandow llega a afirmar que "la administración Clinton y otros gobiernos europeos suelen tolerar genocidios en todo el mundo, además de guerras civiles brutales y campañas secesionistas conducidas por aliados"[6]).
Pero el gran argumento de Carpenter consiste en la afirmación de que Estados Unidos sólo debe intervenir fuera cuando es agredido. El autor (miembro destacado de un instituto liberal) no cree que la falta de libertad y el genocidio sean una justificación para una acción internacional. En esto, ejerce una suerte de nacionalismo liberal, si es que se me permite el oxímoron: hay que proteger las libertades norteamericanas e ignorar la masacre de las ajenas. No entiende que la consolidación de regímenes nacionalistas como el de Milosevic entraña un peligro para todos. Ni concibe el nacionalismo de los nacionalistas como un peligro agresor, sino como un fenómeno limitado. Evidencia así un desconocimiento del nacionalismo como ideología y de los peligros que, en la actual era de mercados clandestinos de armas nucleares, el nacionalismo, si se consolida políticamente, entraña para la libertad de los países líderes de Occidente.
A los argumentos de Carpenter se suman los de Gary Dempsey, también del Cato, que estuvo en el área del conflicto en 1998. Según él, Bosnia es una buena razón que justifica la no intervención en Kosovo[7]. En Bosnia se habló de una fuerza de mantenimiento de la paz de un año de duración. Ya van tres, y la naturaleza de la intervención tiene poco que ver con el mantenimiento de la paz y mucho con la reconstrucción del país, a un costo de diez mil millones de dólares para el Tío Sam. A Estados Unidos, piensa Dempsey, no le corresponde reconstruir naciones. Cree además que los serbios de Bosnia, al comprobar la destrucción de Kosovo bajo las bombas de la OTAN, pueden sentirse obligados a intervenir para salvar la cuna de su nación, el lugar donde en 1389 la dinastía de los Nemanjic fue derrotada por los turcos otomanos (el propio Bandow, en su testimonio ante el Congreso, afirmó que los serbios de Bosnia fueron castigados por intentar separarse de Croacia y de Bosnia en los noventa). En otro artículo, Dempsey da un tercer argumento: la participación de Estados Unidos consolidará aún más la dependencia de los europeos con respecto a Estados Unidos en materia de defensa[8]. Y un cuarto argumento: al concentrar la atención en Kosovo, Estados Unidos no puede responder a otras situaciones en otras partes del mundo.
Este último argumento es cierto, pero lo sería también si Estados Unidos estuviera defendiéndose de una agresión directa contra su territorio, y por tanto no vale por sí solo. El argumento con respecto a la dependencia europea también es cierto, pero si Estados Unidos cree que su interés consiste en intervenir en defensa de ciertos valores y en la prevención de situaciones que podrían tener consecuencias para el mundo libre, es un argumento insuficiente, pues la cobardía o la apatía europeas no justifican una conducta parecida por parte de otra potencia. Es cierto que los serbios de Bosnia podrían intervenir pero, ¿acaso el peligro de que un dictador genocida encuentre aliados, aunque sea debilitados, es argumento bastante para dejar que ese dictador actúe? Si algunos de los serbios de Estados Unidos, que alcanzan 1.600.000 personas, amenazara con poner una bomba en la Casa Blanca, ¿debería Estados Unidos decidir su política en los Balcanes en función de ese chantaje? Si alguno de los 750.000 albaneses que hay en Estados Unidos decidiera hacer lo propio porque Estados Unidos no reconoce -todavía-la independencia de Kosovo, ¿debería por ello adherirse automáticamente a esa independencia? Es cierto que 1389 es una fecha importante para los serbios. Pero si nos ponemos a enarbolar la coartada de la historia ("el producto más peligroso que haya elaborado la química del intelecto", decía Paul Valéry) , tendremos que rehacer el mapa del mundo entero.
Es verdad, como decía Schopenhauer, que todas las naciones se burlan de las demás y que todas tienen razón, pero algunas se mofan más que otras y lo hacen con sangre. Todos los argumentos anti-intervencionistas parecen colocar en un último lugar de preferencia el asunto más importante de todos, y es que un pueblo entero está siendo víctima de un genocidio y una limpieza étnica a las puertas del siglo XXI, recordándonos que la batalla de la libertad, y la de la civilización, no están ni remotamente ganadas para amplios sectores de la humanidad, y que la pasividad -por ejemplo la que se tuvo ante lo sucedido en Bosnia hasta 1995- no es una forma de evitar que los problemas lleguen a casa, sino de permitir que aumenten y se fortalezcan los enemigos de la libertad humana.
En el testimonio de Bandow antes citado se esgrime un doble argumento para defender la no intervención norteamericana. En primer lugar, Bandow acusa a Estados Unidos de cambiar la naturaleza del humanitarismo, al basar la intervención en la etnicidad de las víctimas, el estatus aliado de los beligerantes, la fuerza relativa de los intereses políticos enfrentados, y la amplitud de la cobertura periodística[9]. La acusación con respecto a la etnicidad de las víctimas da en el blanco porque hay muchos ejemplos de violencia que no son atajados por Estados Unidos ni por sus aliados. Hay que decir, sin embargo, que si Estados Unidos no interviniese en favor de los albaneses lloverían argumentos equivalentes pero en sentido contrario, según los cuales el Occidente cristiano no interviene en defensa de los albaneses por ser éstos musulmanes. (De hecho, esta misma acusación se utilizó, probablemente con justificación, ante los tres años de pasividad durante la guerra de Bosnia, cuando las principales víctimas eran los musulmanes). En cuanto a la cobertura periodística, es cierto que la televisión es un factor importante, pero hay numerosos ejemplos de violencia política televisiva que no han generado intervención alguna, y en cuanto a la fuerza relativa de los intereses políticos enfrentados, el autor de la frase descubre la pólvora: ¿qué política exterior no sopesa la fuerza relativa de los intereses políticos enfrentados?
La posición de los conservadores
La Heritage Foundation también se opone a la intervención directa, pero no a alguna forma de intervención. James Anderson y James Phillips sostienen que Estados Unidos debe armar a los kosovares y reconocer su independencia[10]. Lo primero evitaría la costosa intervención militar norteamericana y permitiría que fueran los propios actores del drama político-religioso los que resolvieran su problema, con un respaldo de 25 millones de dólares. Lo segundo reconoce una realidad: que el acuerdo de RambouilIet, basado en los principios de convivencia multicultural y autonomía -es decir gobierno de los serbios sobre los kosovares- está muerto. Siendo como es la Heritage todo un símbolo del conservadurismo reaganiano, el documento de Anderson y Phillips demuestra que el republicanismo no es aislacionista por naturaleza y que el espíritu de Reagan sigue vivo. Pero también es verdad que ahí se encuentra la oposición al uso de tropas, y el texto evidencia que por lo menos en un aspecto, el de la presencia militar en el exterior, este conservadurismo no aislacionista tiende al repliegue militar.
Es una idea que surge en el contexto de una reflexión conservadora más amplia sobre la política exterior. El documento más completo es el texto de Kim Holmes, que propone un planteamiento global de política exterior[11]. Luego de pedir que los conservadores no se dejen acusar de aislacionismo, y de aseverar que Estados Unidos debe jugar un papel importante para preservar la libertad en el mundo, Holmes sostiene que "el problema fundamental con la política exterior de Clinton es que carece de principios y de propósito. Aboga por la vuelta a la era reaganiana, cuando no se dependía de Naciones Unidas ni de los aliados, y la renovación del programa de defensa espacial contra misiles, derogando el Tratado de 1972 con Moscú que impide fabricar defensas contra misiles balísticos.
La dimensión económica de la política exterior -no seguir dando dinero al Fondo Monetario, no seguir otorgando paquetes financieros para salvar a los países de sus propias crisis, aumentar el comercio y promover el mercado como respuesta a lo que está ocurriendo en Asia y en Brasil- es impecable. En algunos aspectos políticos muestra cierta ingenuidad, como cuando propone una suerte de alianza de turcos y kurdos para provocar la caída de Hussein, olvidando que el odio que se profesan kurdos y turcos es mucho mayor que el que le tienen a Sadam Hussein. En términos generales, el texto traza una política intervencionista a partir de un propósito ideológico, con la particularidad de que se inclina por no hacer un uso directo de tropas, con las excepciones que sean necesarias, y apoyar en cambio los esfuerzos de los grupos locales.
La misma línea han defendido los conservadores del American Enterprise Institute, como Jeane Kirkpatrick y otros. En este aspecto, el de la denuncia de una política errática que reacciona de acuerdo con las circunstancias y la opinión pública, de crisis en crisis (lo que supone, con demasiada frecuencia, no reaccionar), la posición conservadora tiene una ventaja: su mayor coherencia. Una política exterior basada en principios sólidos estaría más protegida contra la acusación de hipocresía. Es más frecuente la contradicción cuando no se tiene una visión de conjunto que cuando se somete la política exterior a unos principios determinados.
En resumidas cuentas, Kosovo ha tenido un doble efecto. De un lado, ha colocado la política exterior en un lugar prominente, en un país donde el ciudadano común, a pesar de su intensa relación con el resto del mundo a través de la actividad económica, había perdido en la última década esa conciencia universal, geopolítica, que la guerra fría había conseguido incrustar en la imaginación colectiva. De otro lado -rizando el rizo- ha aislado al aislacionismo, pero también ha sacado a flote su considerable peso intelectual, a la espera de influir en el ambiente político. En Estados Unidos, este aislacionismo no representa tanto peligro en la izquierda como en la derecha, pero la izquierda, a fuerza de dar palos de ciego, puede prestarle importantes servicios involuntarios a la causa.
[1] Ted Galen Carpenter, "Give Kosovars a Permanent Refuge", en Today's Commentary.
Cato Institute, 9 de abril de 1999.
[2] Ib.
[3] Ib.
[4] Ted Galen Carpenter, "Bill Clinton Agg~essor", en Today's Commentary, Cato Instltute, 23 de marzo de 1999.
[5] Ib.
[6] Doug Bandow, The US Role in Kosovo, testimonio ante el Comité de Relaciones Internacionales, Cato Institute, 10 de marzo de 1999.
Número 3
Editorial
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