Un recuerdo personal
Artículo publicado en Libertad Digital el 1 de diciembre.
Desde hace muchos años tengo en mi despacho una fotografía en la que aparecemos Milton Friedman y yo conversando. Fue tomada en la vieja sede del Instituto de Economía de Mercado, en la calle Núñez de Balboa de Madrid. Hace unos días la saqué de su marco y leí la fecha registrada en su reverso: septiembre de 1982. Han transcurrido, por tanto, más de veinticuatro años. Friedman debía de andar entonces por los 70; pero parecía tener bastantes menos, ya que se conservó joven hasta una edad avanzada.
Yo había oído hablar por primera vez de él cuando estudiaba economía en Madrid, a finales de la década de 1960. Y las impresiones que me habían transmitido habían sido poco favorables. No se trataba aún de las acusaciones absurdas que surgirían años más tarde, de haber apoyado el régimen de Pinochet; pero en mis años de carrera en Madrid el monetarismo estaba bastante mal visto en la Facultad de Ciencias Económicas, donde el keynesianismo elemental seguía desempeñando el papel protagonista en la enseñanza de la macroeconomía y la hacienda pública.
Mi visión de Friedman cambió sustancialmente cuando cursé estudios de posgrado en los Estados Unidos, a mediados de los 70. Allí pude comprobar la relevancia de su obra tanto en el campo de la política monetaria como en el de la teoría de los precios; y recuerdo bien la impresión que me causó verlo por primera vez debatir en televisión. Era Friedman un polemista magnífico, que combinaba una inteligencia excepcional con una gran rapidez mental y facilidad de palabra. Eran, además, años en los que sus teorías –tanto tiempo dejadas de lado por la corriente mayoritaria– cobraban un protagonismo creciente frente a un keynesianismo en retirada. De aquella época viene mi admiración por su figura y su obra, que no ha dejado de crecer con el paso del tiempo.
Fue en mi opinión el economista más importante e influyente de la segunda mitad del siglo XX, idea en la que creo que coincidimos buena parte de los economistas hoy en activo. Su importancia en el mundo del análisis económico deriva de sus estudios sobre cuestiones tan diversas como la teoría, la historia y la política monetaria, la función de consumo, la metodología y, en general, su visión del funcionamiento de los mercados. Por otra parte, su influencia en la opinión pública fue notable gracias a sus numerosos artículos de prensa y a su frecuente aparición en las pantallas de televisión, medio para el que escribió y en el que protagonizó, además, una serie modélica: Libertad de elegir.
La traducción al español y la proyección en nuestra televisión de dicha serie en los primeros años 80 reforzó mi relación con la obra de Friedman. A lo largo de bastantes meses formé parte de una comisión que se reunía en los estudios de Prado del Rey para preparar la presentación de cada programa de la serie y el debate que lo acompañaba. Pude allí comprobar, con tristeza pero sin sorpresa, la enorme desconfianza que las ideas de Friedman suscitaban, tanto entre una izquierda que por aquella época atacaba sin contemplaciones todo lo que sonara a defensa de la libertad económica como en una derecha que no concebía que el mercado pudiera funcionar al margen de la rígida regulación administrativa a la que nuestro país estaba acostumbrado.
Pero el tiempo le acabaría dando la razón. Hoy Friedman es reconocido como la gran figura del pensamiento económico liberal de las últimas décadas. A pesar de los duros ataques que recibió a lo largo de su vida, muchas de sus ideas, que causaban escándalo en las décadas de 1960 y 1970, son hoy ampliamente aceptadas entre los economistas y los políticos. Algunas, sin embargo, siguen siendo objeto de acalorado debate, como su propuesta de legalizar el mercado de las drogas. Y otras, por fin, no dejan de provocar la crítica de los intervencionistas de todas las ideologías. Liberalizar la economía no es fácil, y exige un esfuerzo continuo para no retroceder ante los grupos de interés, que intentan utilizar la regulación para sus propios intereses.
No puedo recordar de qué hablamos exactamente Friedman y yo en aquella tarde de septiembre de 1982. Pero me costaría entender mi propia obra de los últimos veinticinco años sin la inspiración de sus ideas.