Menú

La Ilustración Liberal

Bajo la amenaza del Corán

Islamofobia

Supongo que alguien se olvidó en casa un ejemplar del Nouvel Observateur, porque hace siglos que no lo compro; me resulta vomitivo, con su izquierdismo de guante gris, sus ínfulas "morales" y su director, Jean Daniel, sentando eternamente cátedra de ética política y justificando siempre el terrorismo, hoy, el comunismo, ayer. No sé quién imita a quién, pero el resultado es idéntico: Jean Daniel y Mario Vargas Llosa han decidido que ellos son los únicos en conocer y divulgar la Verdad, con mayúscula. No es que sean mahometanos, sólo se creen la reencarnación del Profeta, el que todo lo sabe; pero unos mahomas modernos y occidentales, que desayunan con caviar persa.

Bueno, pues eso, que alguien se olvidó en casa el Obs, como dicen los happy fews, y antes de tirarlo a la basura eché un distraído vistazo al sumario y vi que había una entrevista con Martín Amis. Resulta que este autor forma parte de mi biblioteca futura, o sea, del puñado de escritores cuya obra prácticamente desconozco pero de los que tengo ganas de leer algo más. No es por eso que leí la entrevista, que encajaba en una hipócrita campaña de publicidad editorial para uno de sus libros de ensayos literarios traducidos en Francia; sólo que en la presentación el periodista-publicitario anunciaba que iba a restablecer los hechos y exculpar a Martín Amis de la acusación de islamofobia, que para el Obs es peor que la de nostalgia del nazismo.

Lamento haber obedecido a un torpe automatismo y tirado, efectivamente, ese ejemplar del Obs a la basura, porque hubiera podido citar textualmente a Amis, pero recuerdo sus palabras, que resumo: descartando, o poniendo en entredicho, el término ambiguo (yo diría erróneo y chantajista) de islamofobia, reiteró su indignación cuando vio que en Londres, con motivo de las escaramuzas militares que enfrentaron al ejército israelí con Hezbolá en el sur del Líbano el pasado verano, miles de manifestantes desfilaron bajo la consigna de: "¡Todos somos del Hezbolá!". Muy tajantemente denunció el antisemitismo evidente de esa y otras manifestaciones, mítines, propagandas contra Israel y Occidente y en favor del terrorismo islámico, y explicó ese fenómeno repugnante por el miedo, un miedo fenomenal al terrorismo y al islam. Yo firmaría con entusiasmo esas declaraciones de Martín Amis.

Evidentemente, puede separarse teóricamente la condena del terrorismo islámico de la condena del islam, eso es lo que hacen en sus discursos tanto Bush como Blair, y hasta Antonio Elorza, salvo que éste no lucha contra el terrorismo, como sí hacen los otros dos. Pero la situación es mucho más grave de como se considera habitualmente. La idea de que "el terrorismo nada tiene que ver con el islam" está muy difundida, y es totalmente falsa. El hecho de que no todos los musulmanes sean terroristas no es argumento para negar que no sólo existe un terrorismo islámico, sino que constituye nuestro peor enemigo, un enemigo mortal. Ayer fue el comunismo, que también era mortal.

Hace poco discutía yo con una periodista progre francesa, bastante famosa, que me afirmaba lo mismo: "Son terroristas, y punto. El islam es otra cosa". Tuve, primero, que calmarme, para no tirarla por la venta; luego, intentar razonar. Creo que uno de mis argumentos, que si no la convenció al menos la cerró el pico (empresa ardua), fue la cantidad de voluntarios de la muerte que se convierten en hombres-bomba (a veces son mujeres, y a veces incluso niños) o se hacen saltar en sus coches-bomba: eso no se explica si no se tiene en cuenta el portentoso fanatismo religioso, y la "promesa" de que el sacrificio les conducirá directamente al paraíso. Han existido y existen otros terrorismos, guerras sucias y guerrillas "salvadoras": ETA la tenemos en casa, pero ese gigantesco suicidio colectivo es, por así decir, el sello del terrorismo islámico, que tanto admira Jean Baudrillard, el filósofo preferido de las agencias de publicidad, quien, con motivo de los atentados del 11 de Septiembre, escribió: "Vencerán porque no temen la muerte". Resulta que los SS nazis tampoco la temían, ni siquiera algunos viejos carcamales demócratas que yo me sé.

"No confundamos", se decía también de los alemanes y los nazis, con cierta lógica, pero ¿cómo no confundirlos, cuando llevaban el mismo uniforme (salvo los SS) y, tantas veces, cometían las mismas barbaridades? Puede aceptarse, como principio humanista, que había que intentar, en la medida de lo posible, hacer dicha distinción, pero quien ha vivido de niño ese periodo en la Francia ocupada sabe que era casi imposible disparar sólo contra los uniformes negros de los SS. Es una imagen. Las cosas se despejan después de la victoria militar aliada contra la Alemania nazi, durante el periodo de la desnazificación, pero incluso entonces se cometieron errores e injusticias. Eso no quita que Alemania viva aún hoy un gigantesco trauma debido a su pasado nazi, y no sólo por sus crímenes, sus guerras, sus campos de concentración, sino por el masivo apoyo popular con que contó el régimen nacionalsocialista durante unos diez años (1933-1943).

En contra de lo que tantos dicen o escriben, ese apoyo masivo no se debía a las hazañas criminales de los nazis, sino a que el régimen nacionalsocialista había logrado tres éxitos: uno económico, la liquidación, en pocos meses, del paro gigantesco y la inflación fenomenal; uno en materia de orden público, y después de que la Internacional Comunista hubiera intentado repetir en Alemania la revolución bolchevique de 1917, creando para ello una serie de motines, insurrecciones armadas y otros conflictos que habían terminado por asustar y exasperar a muchos alemanes (desde luego, esas intentonas golpistas ya habían fracasado en 1933, pero los nazis lograron presentarse como los únicos que podían impedir la vuelta de tales disturbios); y uno de orden nacionalista, pues explotaron la humillación de la derrota en la Gran Guerra y prometieron liquidar el inicuo Tratado de Versalles. Con semejantes éxitos, los alemanes (y esto sí que es repugnante, pero no exclusivo de los alemanes) aceptaron cerrar los ojos ante las drásticas medidas de liquidación de las libertades democráticas, la persecución de los judíos y la apertura de los campos de concentración. No nos olvidaremos del miedo: se tenía miedo a los nazis, como se tuvo miedo a los comunistas y se tiene miedo ahora al islam radical y a sus escuadrones de la muerte.

Algunos cínicos, como Günter Grass, lo aprovechan hoy para sacar tajada editorial; otros siguen con un complejo de culpa tremendo, muchas veces exagerado; otros se enfurecen cuando se les recuerda ese siniestro pasado. Personalmente, considero que, si no se debe olvidar nada, ya es hora de dejar de rasgarse las vestiduras y complacerse en el dolor y el remordimiento. Pienso, además, que ésta es la postura de la mayoría de los alemanes.

En cambio, en los países comunistas, como Rusia y China, ni rasgado de vestiduras ni remordimiento alguno, salvo en la esfera privada, individual e intelectual. Los retratos de Mao siguen presidiendo la marcha triunfal del capitalismo chino, y Putin reivindica tanto a Pedro el Grande y a Iván el Terrible como a Stalin.

Pero volvamos al islam. Ni todos los musulmanes son terroristas, ni todos los terroristas son musulmanes. Bien, ¿y qué? En España basta abrir la ventana –o poner la tele– para toparse con el terrorismo etarra, pero si es muy difícil ver en el gigantesco mundo arabo-musulmán quiénes son terroristas, quiénes los apoyan, quiénes los aplauden, y quiénes, por el contrario, lamentan el terrorismo, o lo combaten (salvo admirables excepciones, como la de Ayaan Hirsi Ali; y bastantes más, pero que se ningunean al máximo), en las provincias vascongadas sabemos con quiénes nos jugamos los cuartos –y las vidas–. Y la relación de fuerzas es totalmente diferente. En el País Vasco, por lo menos un 50% de los ciudadanos (si las elecciones significan algo, y creo que sí) rechaza el terrorismo etarra; además, personas como Maria San Gil –a la que yo calificaría de héroe, a secas–, y en general el PP (infinitamente más firme e inteligente que en Cataluña), un sector del PS, intelectuales como Jon Juaristi, etcétera, no voy a citar a todos, son conocidos de sobra, como de sobra son conocidos los etarras, sus organizaciones afines, sus cómplices (por cierto, ¿cuándo está previsto procesar a Garzón por "colaboración con el enemigo"?), o sea, un amplio espectro que va desde el PNV al alcalde socialista de San Sebastián, Odón Elorza (¿será ese un apellido maldito, como el de Semprún?). En cambio, la inmensidad del mundo musulmán no sólo da pánico, sino que desconcierta, porque no se conoce, o se conoce mal, y, mucho más que en otras cuestiones geopolíticas, los expertos no dan pie con bola. Lo que se sabe, y lo que se teme, es que son capaces de las peores barbaridades en los lugares y momentos más inesperados, como ocurrió en Nueva York y Washington, en Madrid, en Londres, en Bari y, a fin de cuentas, en el mundo entero.

Si ciertos terrorismos europeos, para limitarnos a nuestro viejo continente, nos eran, por así decir, familiares, se sabía quiénes eran los de la RAF, las Brigadas Rojas, el IRA, la ETA, etc, se conocía, personalmente muchas veces, a los sobrinos y primos que participaban en esas empresas criminales, el mundo musulmán, repito, es tan gigantesco que no se puede comparar, ni comprender. En la opinión publica, en los medios, en el discurso de la mayoría de los dirigentes políticos, reinan una confusión y un desconcierto absolutos: todo se mezcla, y lo único que aparece con claridad es el miedo. Se mezclan inconscientes nostalgias coloniales, el mito de Oriente, con sus patios y sus fuentes, sus palacios y sus perfumes arábigos, sus harenes, la mitología del desierto, tan puro, tan alejado de la inmundicia industrial y de la corrupción ciudadana, el machismo más bestial, rehabilitado como tradición de "otra civilización", y hasta, en muchos casos, un repelente racismo: esas poblaciones musulmanas, analfabetas, pordioseras, enzarzadas en guerras de religión, tribales, clánicas, incapaces de acceder a la democracia (por nuestra culpa), alcanzan la dignidad matando, y cuanto más nos matan más dignos son.

Ningún Gobierno, ningún Parlamento, ningún periódico del mundo occidental aceptarían un solo segundo, sin represalias, simbólicas o reales, que un presidente europeo, pongamos, declarase algo remotamente semejante a lo que declara todas las tardes el presidente iraní. (Recuerden lo que ocurrió con Jörg Haider en Austria, que no dijo, y aún menos hizo, nada comparable). En cambio, Ahmadineyad puede decir y hacer cualquier barbaridad, y si algunos le critican, todos le toleran. Porque tiene petróleo y porque es musulmán, a Irán se le considera un país importante, un interlocutor de peso, y los zapateristas quieren cubrirle con el manto de la "alianza de civilizaciones". Lo mismo ocurría con Hitler, y no hablemos de Stalin. Sí, son bárbaros, se nos dice, pero como es por culpa nuestra, tienen el derecho y el deber de serlo. Como la violencia es "la partera de la Historia", es mediante la violencia que accederán a la "modernidad". Dicen cosas así, y luego se van, tan tranquilos, a cenar al Ritz.

Tolerancia o rendición

Esta ceguera –cuando no complicidad– ante el peligro del totalitarismo islámico se viste de buenos sentimientos y de principios democráticos de tolerancia e igualdad, y puesto que han sentado el dogma según el cual el terrorismo "nada tiene que ver con el islam", amplios sectores de la izquierda europea –y no sólo europea–, cuando admiten que el islam tiene aspectos oscurantistas, enseguida añaden que el catolicismo también, y pretenden recordarnos la Inquisición, por lo tanto kif-kif bourricot, todos son iguales, todos tienen derecho a ser lo que son. Fingen así olvidarse de que la Inquisición ocurrió hace siglos y de que la Iglesia Católica ha entonado su mea culpa hace años. Pero éste no es un debate histórico o teológico, para académicos vetustos o universitarios à la page, porque lo que, en la práctica, ocurre siempre es que la bienvenida e indispensable libertad de expresión, que incluye el derecho a la "blasfemia", hace lustros que se ejerce libremente en relación con la religión católica –o con la protestante, o con la budista–, pero está absolutamente prohibida, so pena de muerte, en relación con el Corán. Y eso tanto por los musulmanes –lo cual tiene su lógica– como por los no musulmanes, y cabe preguntarse por qué, si no es por miedo, o por odio, a la democracia occidental.

Son tan abundantes los crímenes, atentados, suicidios y guerras inspirados en el Corán (aunque el Corán, muchas veces, también sirve de coartada para la conquista del poder), que, obligatoriamente, me limitaré a algún ejemplo.

El Reino Unido fue un modelo de tolerancia democrática y de libertad de expresión hasta el 7 de julio de 2005, cuando unos terroristas islámicos asesinaron en Londres a 56 personas e hirieron a 700. Previamente, en la mezquita de Finsbury Park, el imán Abú Hamza exigía todos los viernes, con total libertad, el degollamiento de los infieles y la destrucción de Occidente. Proclamas semejantes se oían y se oyen en casi todas las mezquitas del mundo, y no sólo en los países musulmanes.

Las autoridades británicas han reaccionado –después de los atentados–, y al parecer sus medidas de seguridad han impedido nuevos y graves atentados. Pero Tarik Ramadán, por ejemplo, sigue pregonando en ese país, como en otros, las virtudes "democráticas" del Corán.

Desde que el criminal de guerra –no menos que Sadam Husein, durante un tiempo su enemigo– Jomeini lanzara su fatwa-condena a muerte contra el escritor Salman Rushdie, sin que Occidente reaccionara debidamente, se han multiplicado las mismas monstruosidades criminales. Scotland Yard protegió al escritor eficazmente, puesto que no ha sido asesinado, pero creo que fue la primera vez que el islam moderno, mucho más fanático que el de hace, pongamos, 50 años, entró en nuestras casas rompiendo los cristales, y esa diarrea crónica a veces calificada de "intelectualidad" se dividió. Los hubo, como John Le Carré, Harold Pinter o el filósofo francés Michel Serres, y muchísimos más, que atacaron despiadadamente no a Jomeini, sino a Rushdie, mientras que otros intelectuales le defendieron, o, en todo caso, defendieron el derecho a escribir novelas sin censura. También es cierto que un amplio sector de la intelectualidad europea había saludado con entusiasmo la "revolución islámica" en Irán. Son incapaces de desprenderse de la idea de que no puede haber parto sin dolor ni revolución sin terror.

Pues ocurre exactamente lo mismo en Francia estos días, con el caso Redeker, ese profesor de filosofía de un liceo de los arrabales de Tolosa condenado asimismo a muerte por haber escrito en Le Figaro una tribuna muy crítica contra el Corán, la vida y obra de Mahoma y el peligro islámico para el mundo libre. Ocurre lo mismo que con Salman Rushdie. Necesario es precisar que si, pese a Alá, Rushdie sigue vivo, dos de sus traductores fueron heridos y uno asesinado en Turquía (el asesinato político parece ser el deporte favorito de los turcos), y que su editor francés, Christian Bourgois, tuvo que ser protegido por la policía, y obligado a mudarse y esconderse, porque sus hijos fueron amenazados en la escuela.

En el caso de Rushdie, como en el de Theo van Gogh (éste asesinado, bien sabido es), como en el de Redeker ahora, y en miles de casos más, sobre todo en los países musulmanes, si los asesinos o los aspirantes a serlo se inspiran, con toda lógica, en el Corán, me resulta particularmente vomitivo que quienes insultan o agreden a las víctimas lo hagan en nombre de la tolerancia democrática. ¡Yo vi al cretino filosófico de Michel Serres, muy apreciado, dicho sea de paso, en las universidades norteamericanas y francesas, afirmar en un plató de televisión que Rushdie no tenía derecho a escribir lo que escribió en Los versos satánicos, que no tenía derecho a criticar el islam, vaya. Ese mismo señor, y miles de otros académicos y universitarios por el ancho mundo, jamás han protestado tan airadamente por las críticas vertidas sobre otras religiones, y todos se consideran resueltos partidarios de la libertad de opinión. Todos los animales son iguales, pero unos son más iguales que otros, escribía Orwell.

Una religión de paz

Otro de los sofismas en boga es el que afirma que existen varias lecturas del Corán. Falso. Podría haber varias interpretaciones, pero, obviamente, una sola lectura. Ocurre que el Corán, como otros textos históricos (algunos dirían "sagrados"), tiene cierta ambigüedad, porque aunque en él se afirman las virtudes de la solidaridad, la caridad y la igualdad, es exclusivamente entre musulmanes, o mejor dicho, entre los musulmanes varones: las mujeres y los esclavos quedan excluidos de tal fraternidad. En cambio, contra los infieles se predica la guerra santa, el degollamiento, el sometimiento absoluto.

Sura VIII,7-8: "Acordaos de cuando Dios os prometió que uno de los grupos caería en vuestro poder: deseabais que cayese en vuestro poder el que carecía de fuerza; mientras que Dios quería que se hiciera patente la verdad de sus manifestaciones anteriores y exterminar hasta el último de los infieles, para hacer patente la verdad y suprimir lo falso, aunque los culpables odiasen" (v. Antonio López Campillo, Islam para adultos, Adhara, Madrid, 2005, página 74).

Desde luego, es posible comprar el Corán con otros textos filosóficos o religiosos de su época, o anteriores; como es posible, lo cual se hace frecuentemente, aislar una de las suras caritativas para demostrar que el islam es una religión de paz. Entonces, cabe preguntarse, ¿por qué tantos matan en nombre del Corán?

¿Alguien se atrevería a imaginar, siquiera un segundo, que un obispo de la Iglesia católica, apostólica y romana amenazara de muerte hoy a quien fuere, un escritor, un político, un filósofo, que hubiera denigrado su fe, el dogma de la Inmaculada Concepción, por ejemplo, sin que, inmediatamente, tanto las autoridades eclesiásticas como las gubernamentales le recluyeran en un manicomio? No, desde luego que no. Pues eso es lo que hacen todos los días los obispos de la fe musulmana, y no sólo no pasa nada, sino que se escupe, cuando no se asesina, a los sacrílegos que se han atrevido a criticar o a condenar el islam, o a ironizar sobre él, como, otro ejemplo, los autores de las caricaturas de Mahoma y los responsables del diario danés que las publicó, que también están condenados a muerte por los locos de Alá.

No sé lo que ha sido del imán Abú Hamza, antes citado, sólo que ha sido sustituido al frente de la mezquita de Finsbury Park (Londres). En cambio, sé que el jeque Yusuf al Qaradaui, que dirige el "consejo científico" (¡!) del Instituto Europeo de Ciencias Humanas y forma parte de la Unión de Organizaciones Islámicas de Francia (donde reside), además de ser un "jefe espiritual" de la organización terrorista de los Hermanos Musulmanes, fue quien lanzó la fatwa contra Robert Redeker, y es éste quien tiene que esconderse, protegido por la policía, mientras que ese jeque de mierda sigue pregonando sus barbaridades, con el beneplácito de la UE y el Gobierno francés.

El profesor Redeker, de origen alemán y protestante, ha publicado en enero el diario de su clandestinidad y de su persecución no sólo por parte de los islamistas, también de sus colegas y de la izquierda gala. El libro se titula Il faut tenter de vivre, y es espeluznante[1]. La clandestinidad, porque de eso se trata –y en "el país de los derechos del hombre"–, de ese profesor de filosofía por un "delito de opinión" (por cierto, ¿dónde está Amnistía Internacional?) recuerda otras clandestinidades, con la peculiaridad de que nosotros intentábamos escondernos de la policía, mientras que a él es la policía quien le protege y hasta le anima, mientras que sus colegas y vecinos le insultan, y justifican las amenazas de muerte coránicas.

Pese a que se ha intentado ocultar al máximo esa peripecia, o más bien esa monstruosidad, en un país democrático, no se logró del todo, y hasta el Gobierno, de hecho, se dividió: mientras el ministro del Interior, Nicolas Sarkozy, dio orden no sólo de que se le protegiera, sino de buscar a los responsables de las amenazas (salvo al principal culpable, Yusuf al Qaradaui), y Redeker considera que Sarkozy, tanto por su protección policial como por sus tomas de posición públicas o personales, "estuve perfecto", en cambio los titulares de Educación y "Cultura", culparon a Redeker, no a los locos de Alá.

Pero fue la izquierda organizada, sus sindicatos, sus partidos, sus asociaciones, la que se portó peor. "Cada día que pasa, más me doy cuenta de la gravedad de la corrupción intelectual y moral que pudre a la izquierda de este país", escribe Redeker. Los sindicatos de enseñanza, en vanguardia de la reacción y el analfabetismo, el MRAP (movimiento "antirracista" convertido al islam radical) y, sobre todo, el PCF y su torchon, el diario L'Humanité, corearon las amenazas de muerte islamistas, condenando a Redeker por racista, ultrarreaccionario, "petainista" y antirrepublicano (¿?), con un fanatismo increíble. Bueno, no tan increíble, cuando se piensa que el Corán ha sustituido a El capital como libro de cabecera de la extrema izquierda antimundialista.

También se mostraron los otros, "los de siempre", que defendieron a Redeker y la libertad de opinión: Claude Lanzmann, Alain Finkielkraut, Bernard-Henri Levy, André Glucksmann, Pascal Bruckner, pero también Mohamed Ahdi y Mohamed Sifaoui (este periodista "de origen magrebí" condena tan firmemente el terrorismo islámico que también ha recibido amenazas de muerte por internet), y Philippe Val (el director de Charlie-Hebdo, a quien las organizaciones musulmanas legales y subvencionadas han arrastrado ante los tribunales por haber reproducido en su semanario satírico las caricaturas de Mahoma), y bastantes más. Sin embargo, me parece gravísimo que, en un país como Francia, una condena islámica a muerte no se trate con la gravedad que merece, que no se aborde en el Parlamento ni en el Consejo de Ministros, que no se tomen medidas para impedir que se repita semejante barbaridad, que nadie se refiera a ello (ni, aún menos, al peligro islamista en general) en la campaña presidencial (escribo estas líneas en febrero de 2007), y si el PCF atacó con odio a Redeker, el PS no dijo ni una palabra sobre esa fatwa, sólo algunos sectores de la sociedad civil se han indignado. Esto es lamentable, porque demuestra que el Gobierno, los partidos, los medios aceptan, a la chita callando, que pueda haber un peligro islámico... contra el que nada se puede hacer. Sería una fatalidad histórica, el justo castigo por los pecados de Occidente.

En cuanto a España, los autores de los atentados de Atocha han triunfado rotundamente, el Gobierno, los medios, los partidos, las ONG, todos, salvo la mayoría de los españoles (un detalle), se han rendido ante el Califa. Como se han rendido ante ETA.

En vez de seguir haciendo carantoñas a los imanes, especialmente a los más radicales, en vez de buscar alianzas imposibles con asesinos, los demócratas de verdad deberíamos solidarizarnos al máximo con los disidentes (como se califica Ayaan Hirsi Ali) y todos los que en el inmenso mundo musulmán rechazan el terrorismo y el fanatismo, porque sin su ayuda no venceremos. Estamos en una situación que, en ciertos aspectos, recuerda la lucha contra el totalitarismo comunista: en vez de mimar a Jruschov, Breznev, Gorbachov (¡y no hablemos de Stalin!), había que solidarizarse con lo que representaban Soljenitsyn, Sajarov, o Solidarnosc, o Havel, etc. Se hizo, pero tardía e insuficientemente. No cometamos el mismo error. No consideremos, guiados por el miedo, que los árabes, los persas, los paquistaníes, los indonesios, etcétera, están condenados al islam radical, o peor aún, que si no son musulmanes no son ada. No caigamos en la trampa traicionera de la "alianza de civilizaciones". La libertad no conoce fronteras.



[1] V. mi reseña en el suplemento "Libros" de Libertad Digital ("Francia, ocupada", 8-II-2007).

2
comentarios
1
Progresismo
Javier Maria Puerta

Coincido con el anterior comentario en que el problema es la decadencia, pero esa decadencia tiene un nombre: Progresismo.

El progresismo a acabado con casi todos los valores que la sciedad occidental a cultivado durante siglos. se prefiere la correccion a la defensa de las libertades, lo politicamente correcto a acusar con el dedo al que esta en contra de nuestra cultura de libertades.

Es imprescindible un realiniamiento socio-moral en favor de nuestra cultura real, no la que nos quiere ser impuesta.?

2
LA LIBERTAD HAY QUE GANARLA TODOS LOS DIAS
liberal

Totalmente de acuerdo. Se puede decir más alto pero no más claro.El principal problema de cierta parte de la población occidental es el miedo a luchar por la libertad debido,en mi opinión, a la decadencia lenta e inexorable en la que estamos inmersos.?