Envidia, mentira y estupidez
Por el titulo, el Anti Moa debería ser un libelo. Se trata de un buen género; pero como requiere ingenio, agudeza y pulso literario, y, sobre todo, brevedad, no es posible, por mucha buena voluntad que se tenga, calificar como tal este voluminoso libro (parece serlo, porque es un objeto paralelepípedo, de papel y encuadernado) de 521 páginas evacuado por Alberto Reig Tapia, profesor e historiador bendecido con todos los títulos, parabienes y garantías que la universidad española, ese ejemplo de calidad, esfuerzo e imparcialidad, otorga a su personal, sobre todo el docente.
Es una pena que el Anti Moa no llegue a panfleto. La obra de Pío Moa es ya lo bastante amplia y compleja como para merecerse uno. Además, Moa ha suscitado polémicas virulentas, que se prestan a una respuesta digna de tal nombre. Sospecho que nunca las ha eludido, al contrario. O sea, que nuestro acreditado profesor se podía haber lucido.
No ha sido así. Estos historiadores académicos progresistas, que suelen redactar esas sábanas de El País que no lee nadie, perpetran una prosa farragosa, decimonónica, de la de antes incluso de Pereda, pero sin la menor elegancia, qué digo, sin la más remota idea de lo que significa escribir.
Esto es signo de dos defectos. Uno de ellos tiene que ver con la falta de cortesía. Y es que estos profesores titulados están acostumbrados a tratar a sus alumnos como a borregos: como tienen las espaldas bien cubiertas por su condición de funcionarios y un mercado cautivo, el de los alumnos-borregos, pues eso, no se toman siquiera la molestia de ser legibles. Pero claro, el mercado libre no funciona así, y Pío Moa, mucho más entretenido que sus habilitadísimos detractores, vende muchísimo más que ellos.
El otro defecto nos habla de hasta qué punto desconocen sus propias limitaciones. Especialistas en adormecer a las ovejas, los miembros de este rebaño con vocación de pastores corren serios riesgos al adentrarse en un género como el del panfleto. Por eso suelen ser prudentes. Les van, eso sí, los artículos bestiales, zafios, plagados de mentiras y burdas falsificaciones y en los que la historia se trata como arma arrojadiza o para apuntalar una carrera profesional. Buscan, en pocas líneas y sin argumentación alguna, destrozar una reputación y hozar, como hacen los cerdos que les sirven de ejemplo, en lo personal. Lo más común, de todos modos, sigue siendo el silencio y la voluntad de imponer la censura.
Pues bien, nuestro profesor doctor titulado se ha propuesto, animoso y alegre –¡qué buen falangista hubiera hecho en otros tiempos! –, hacer méritos. Y ha salido lo que tenía que salir: una cosa… de quinientas y pico páginas.
La cosa parece tener, por lo que se adivina en medio de la furia adjetivadora, las redundancias y la espesa niebla conceptual, algunos argumentos. Uno es que Pío Moa, a diferencia de nuestro profesor doctor titulado, no es… ¡historiador! Moa es, sin duda, muchas otras cosas, pero negarle la condición de historiador, a él, que ha escrito libros tan esclarecedores como Los orígenes de la Guerra Civil y Los personajes de la República vistos por ellos mismos, además del divulgativo y a la vez pionero Los mitos de la Guerra Civil, es o bien una estupidez, o bien –no es contradictorio– un signo de envidia.
La envidia brota, desmadrada, de cada una de las 521 páginas de La cosa. Pío Moa vende y yo no, confiesa una y otra vez nuestro historiador titulado, y el lector casi se siente tentado a tenerle compasión. A ver si contra Moa vendo algo, se habrá dicho aquél. Y parece que Moa, el intruso, el competidor desleal, le ha hecho vender algún ejemplar, porque, según la página de créditos de mi ejemplar, La cosa va por la segunda reimpresión. El filón está ahí, por tanto.
El historiador acreditado podría mostrar, pues, algún agradecimiento. Ingenuidad suprema: nuestro personaje está entre los favoritos para alzarse con el título de Envidioso Mayor del Reino, título que dejó vacante el difunto Javier Tusell.
El otro argumento de La cosa, algo contradictorio con el primero, es que Pío Moa concentra y sintetiza lo que el Acreditado tiene por toda una historio-ideología neofranquista (con César Vidal, Federico Jiménez Losantos y otros varios alrededor, entre los que se encuentran historiadores "de verdad" como Stanley Payne). No es que argumente esta afirmación, ya sabemos que los profesores titulados no suelen meterse en el campo proceloso de la discusión puramente intelectual (como el propio Pío Moa ha respondido en Libertad Digital a los escasos argumentos que el autor de La cosa maneja, es mejor que el lector interesado los consulte directamente): lo que le resulta insufrible es que haya gente que proponga algo que él denomina, en ese lenguaje llano y claro que le asegurará unas ventas triunfales, un "nuevo paradigma historiográfico".
En otras palabras, que nuestro acreditado profesor no aguanta la mera posibilidad de que haya gente que no piense lo mismo que él. Se trata de una patología característica de todo el progresismo. En este caso, resulta que mucha gente opina, no sin razones, que la Segunda República fue un desastre, un ejemplo de sectarismo y de violencia que condujo a un conflicto civil del que saldría, inevitablemente, un régimen radical, autoritario y duradero. Digno heredero del comunista Tuñón de Lara, uno de los hombres que más daño han hecho a la verdad histórica y a la reconciliación entre españoles, el Acreditado, ejemplo de talante y tolerancia bien entendidos, no quiere más "paradigma" que el suyo.
La cosa de La cosa no acaba ahí. Porque Pío Moa, además de practicar la competencia desleal y no comulgar con las ruedas de molino de la historiografía oficial, es, según nuestro profesor doctor titulado, algo así como uno de los inspiradores de la derecha española actual, más exactamente la derecha "dura" de Aznar. Hay ocurrencias grotescas, como la de hacer de Franco un precedente de la alianza de Bush, Blair y Aznar para el derrocamiento de Sadam Husein. Y otras de una torpeza difícil de superar, como la de afirmar que Federico Jiménez Losantos tiene "mentalidad curial", si es que eso quiere decir algo. Hace falta estar ciego para llegar a escribir algo así. En cuanto a inteligencia y sensibilidad, más vale dejarlo.
En resumen, si alguien tiene algún interés en saber por dónde van los tiros de la mafia historiográfica acreditada, que tanto prestigio está dando a la universidad española, basta con que ojee en los estantes de cualquier librería este… síntoma.
¡Menuda empanada mental! No se olviden de tener a mano unas aspirinas, por si acaso.
Alberto Reig Tapia, Anti Moa. La subversión neofranquista de la Historia de España, Ediciones B, Barcelona, 2006, 521 páginas.
Número 31
Varia
- ¿Qué ocurrirá tras la muerte de Fidel Castro? Conversación en los funerales del ComandanteCarlos Alberto Montaner
- Bajo la amenaza del CoránCarlos Semprún Maura
- A propósito del término "islamofascismo"Manuel Pastor
- Polonia, 1956Jan Stanislaw Ciechanowski
- ¿Pueden servir los atentados como fuente de financiación del terrorismo?Mikel Buesa, Thomas Baumert, Aurelia Valiño y Joost Heijs y Javier González Gómez
- El desarrollo económico y sus enemigos en el siglo XXIJoaquín Trigo Portela
Sólo se me ocurre una cosa a tu comentario, Juan T: ¿después de la T, qué letritas van? ¡Esto es una pandemia! ¿Cuándo de extinguirá? ¡Qué horror!?
Podría esto ya parecer un diálogo de sordos acusándose los adversarios siempre de lo mismo; manipulación, ignorancia, mentiras... Pero lo cierto es que la obra de Pío Moa también tiene que ser criticada. Como ejercicio de ciencia histórica es muy mala; dogmática y desproporcionada. Como ejercicio de política (como todo lo que ustedes hacen); paranóico, totalitario, injusto y demagógico. Si no son capaces de aportar mejores argumentos históricos sobre la Segunda República su credibilidad científica es digna de no tomarse en consideración. ?