Cynthia Ozick, o sobre la ética literaria
Tardó siete años en escribir una novela filosófica: Mercy, Pity, Peace and Love, que no fue publicada. En comparación con sus contemporáneos John Updike y Philip Roth, y a pesar de haber estado escribiendo regular y obsesivamente desde los 22, Cynthia Ozick (Nueva York, 1928) empezó a publicar tarde, a dos años de cumplir los 40, hecho que la marcó, pues sólo vivía para leer y escribir, y más que nada en el mundo deseaba ser reconocida como ese simple e inconfundible animal que es el escritor. Tal vez por eso, como explica en el ensayo "Cyril Connolly and the Groans of Success", que inaugura su libro Metaphor & Memory[1], la anatomía del fracaso ha tenido para ella una atracción mórbida. Todavía hoy siente aquella tardanza como un escollo, por más que en los últimos años haya conseguido un reconocimiento notable: ganadora del National Book Critics Circle Award for Criticism en el año 2006 por su libro de ensayos The Din in the Head[2], su obra ha sido traducida a más de trece idiomas, y su novela The Shawl (1989), traducida al español como El chal[3], constituye una referencia académica de la literatura del Holocausto, junto a las obras de Elie Wiesel y Primo Levi: en los Estados Unidos ha sido elegida por el National Endowment for the Arts como uno de los 47 textos que difundir, como lectura sugerida, en bibliotecas, institutos de bachillerato y centros cívicos de todo el país.
Cynthia Ozick nació el 17 de abril de 1928 en Pelham Bay, en el Bronx, en el seno de una familia judía que se había instalado previamente en el Lower East Side. Sus padres procedían de Lituania, y creció, como antes sus progenitores, en una tradición que abogaba por un escepticismo y un racionalismo opuestos a la exuberante emocionalidad de la comunidad jasídica que había florecido en Galitzia. Es, según sus propias palabras, una racionalista mitnaged[4], opuesta a la religión mística, y sólo reconoce haber escrito en "una especie de trance" la primera parte de The Shawl. A los cinco años y medio su abuela la llevó al heder[5], donde fue rechazada por el rabino. A pesar de que finalmente, por la insistencia de la abuela, fue admitida, Ozick considera que su feminismo, definido como el libre acceso de las mujeres a todo tipo de estudios y profesiones (nada que ver con el a su juicio retrógrado feminismo de los Women Studies que impera en las universidades americanas), se inició en esta época.
Experimentó el antisemitismo tanto en el barrio como en la escuela pública, y se refugió en la literatura. Estudió a los poetas latinos en la Hunter High School, obtuvo la licenciatura en la New York University (en cuyos kioscos aledaños, a los 17 años y medio, se encontró con las firmas de sus "dioses" en ejemplares todavía calientes de la Partisan Review: Jean Stafford, Mary McCarthy, Elizabeth Hardwick, Irving Howe, Delmore Schwartz, Alfred Kazan, Clement Greenberg, Saul Bellow, Kart Shapiro, Simone de Beauvoir o George Orwell) y se doctoró con la tesis Parable in the Later Novels of Henry James en la Ohio State University; pero se considera básicamente una autodidacta que cimentó las bases de su formación en los años, entre la adolescencia y la primera juventud, en que pasaba leyendo unas dieciséis horas al día.
En 1952, cuando contaba 24 años, se casó con el abogado Bernard Hallote; y como desde siempre sus ambiciones fueron más literarias que académicas (en alguna ocasión ha dicho que en aquellos años llegó a poner la literatura por encima de la vida), se entregó por completo a la escritura. En ese periodo se produce en ella una gran transformación, derivada de la lectura de dos libros que le influirán definitivamente: History of the Jews (la versión original había aparecido en 11 volúmenes entre 1853 y 1875), cuyo autor, Heinrich Graetz (1817-1891), mostraba pocas simpatías hacia el jasidismo, enfatizaba el sufrimiento del pueblo judío y subrayaba las aspiraciones nacionales judías y la devoción por la Torá, y el ensayo Romantic Religion, en el que el rabino y líder espiritual del judaísmo liberal moderno Leo Baeck (1873-1956), sobreviviente del campo de concentración de Theresienstadt, defiende el judaísmo como suprema expresión de moralidad no romántica.
Mientras que con Graetz comparte el alejamiento del mundo jasídico, y el imperativo de recordar y la conciencia histórica como componentes indispensables de la identidad judía, a Baeck le unirá su consideración del romanticismo como un enemigo que enfrentar en distintos ámbitos de la vida y la celebración. Tanto para Baeck como para Ozick, en el judaísmo se celebra la santidad que surge de respuestas éticas a realidades concretas de la vida (y de la historia), algo opuesto a una religión romántica encarnada en la santidad de los sueños o en aspectos que van más allá del mundo real. Y aunque, en cierto sentido, cuando hace mención a una religión romántica está pensando en el cristianismo, generalmente es en el helenismo donde localiza las convicciones antitéticas del judaísmo. Lo que no le obsta para reconocerse, en tanto que perteneciente a la civilización occidental, heredera cultural de los impulsos griego y judío, y reconocer, por ejemplo, que las yeshivot[6] proceden de Grecia.
En tiempos en que la literatura era su religión y Henry James su sacerdote publicará la novela Trust (1966), un texto intrincado y metafórico cuyos personajes, como los de James, están atrapados en un proceso de autodescubrimiento y donde aborda el tema convencional de la búsqueda de la identidad desde la perspectiva femenina de la joven Allegra ("No deseada y no bienvenida, a Allegra su madre le ha negado hasta el apellido, con la esperanza de volver a paternizarla"), que va en busca del secreto de su nacimiento y, por ende, de su padre y que, en relación con el otro protagonista, Enoch Vand (nacido Adam Gruenhorn), a la autora le sirve para definir las diferentes actitudes, del gentil y del judío, ante la historia. El Holocausto se convierte en la piedra de toque de la conciencia histórica y la sustancia moral de esta novela, en que la búsqueda de significado, incorporado en las luchas de Enoch, es paralela a la búsqueda del padre por parte de la narradora y protagonista, cuya vida sólo podrá comenzar después de conocer el secreto de su nacimiento. Finalmente, la resolución del conflicto no será grupal, sino individual y, por tanto, ética: el Ideal que puede redimirnos de la maldad humana sólo puede ser encontrado en el acto personal e individual del hombre que es responsable de su propia conducta.
A pesar de que ya en Trust manifiesta sus inquietudes por el judaísmo, no es hasta la publicación, en 1971, de The Pagan Rabbi and Other Stories[7] que el judaísmo se establece como la fuerza dominante de su obra y Ozick es reconocida como escritora judía. No sólo porque el relato que inaugura el volumen, "The Pagan Rabbi", tiene como protagonista a un rabino, Isaac Kornfeld, que, tras haber copulado con un árbol, haber abrazado la herejía de Spinoza y haberse visto forzado a elegir entre valores judíos y gentiles, acaba por ahorcarse con un talit[8], sino porque en general los relatos que componen el volumen tratan de lo que significa ser judío, del arte y su trascendencia y del sentido del arte y de la literatura. Se trata de un libro en el que Ozick señala su compromiso con un punto de vista predominantemente religioso, y por supuesto ético, según el cual el arte se convierte en lugar de confrontación de ideologías.
El judaísmo también se establece como la fuerza dominante en los relatos reunidos y publicados bajo los títulos Bloodshed (1976), recomendados por la crítica como una excelente introducción a la obra e intereses de Ozick, y Levitation (1982), del que existe traducción al español[9]. En ellos aborda temas sobre la identidad judía, sus matices, manifestaciones y significados; sobre las responsabilidades conferidas a los judíos americanos por el Holocausto y, tal como sugiere el título de uno de ellos ("Bloodshed"), sobre el derramamiento inmemorial de sangre judía, así como sobre temas más literarios y, digamos, feministas y mesiánicos, como ocurre con el relato sobre la construcción de un golem[10] femenino que acaba siendo alcalde de Nueva York (este tema lo desarrolló con posterioridad en la novela The Puttermesser Papers[11], finalista del National Book Award en 1997). Y, de fondo, siempre, el planteamiento de conflictos morales ("Salvo clamorosas excepciones, la literatura es vida moral") o religiosos.
Cynthia Ozick, lo manifiesta en algunos de los artículos reunidos en Metaphor & Memory, no tiene interés literario alguno por "lo nuevo". Tal y como señala en el brevísimo "Pear Tree and Polar Bear: A Word on Life and Art", no es la ruptura con lo "antiguo" lo que le interesa, sino que, todo lo contrario, es la herencia de la coherencia lo que la golpea y le obliga a empezar con el enigma de nuevo. "Los secretos que me interesan –que me arrastran– son generalmente secretos sobre la herencia: de cómo las semillas de pera se convierten en un peral y no en un oso polar, por ejemplo. Las ideas son emociones que penetran en el futuro de la coherencia; en particular, la idea de génesis. Por eso no puedes tener a Philip Roth sin Franz Kafka, y, a su vez, no puedes tener a Kafka sin el soñador José. No puedes tener a William Gass sin Walter Pater, ni a Pater sin Píndaro".
Por esta razón, tanto su prosa de ficción como sus artículos están sujetos a una ética que emerge del propio proceso creativo y que tiene sus orígenes en la narrativa bíblica, en aquello que Robert Alter denominó "monoteísmo ético" en los ahora clásicos The Art of Biblical Narrative[12] y The Art of Biblical Poetry[13]; según cita de la propia Ozick en el artículo "Robert Alter's versión", en aquello que fue entregado al mundo "no como una serie de principios abstractos, sino como algo astutamente cincelado en narraciones, poesías, parábolas y alocuciones, a través de un intrincado diseño de retórica y lenguaje simbólico que va más allá de las leyes y la cronología"; en definitiva, en textos en que el narrador tiene una importancia secundaria, en que los personajes actúan en los hechos y en que el ser humano está enfrentado a una serie de alternativas, entre las que debe escoger. En definitiva, algo inacabado y en continua transformación y actualización. Algo que, en relación a la novela, e inspirándose en la filosofía de E. Levinas, el ensayista Adam Zachary Newton, en su libro Narrative Ethics[14], ha denominado ethics: la narración como relación y conexión humanas, como "estar diciendo" (saying) más que como "lo dicho" (said), como una historia que tiene consecuencias éticas que se desprenden de la relación que se establece entre autor, texto y lector; la narración como continente de una moral intersubjetiva que no es externa al texto, sino que se materializa en la propia historia que se relata, que, en definitiva actúa para el lector una propuesta de construcción de sentido.
No es de extrañar, por lo tanto, que su última recopilación de ensayos, The Din in the Head, se inaugure con un prólogo dedicado a señalar las consecuencias que tuvo aquel ensayo, "Notes on Camp" (1965), publicado en la Partisan Review, en el que Susan Sontag definía el "gusto" –visual, emocional, moral– como el principio estético primordial del mundo contemporáneo y de la retórica posmoderna, definida por The New Yorker como la absorción de la cultura pop en la alta cultura, el abandono de las formas clásicas en aras de las fragmentarias, la entronización del rompimiento de la conciencia en lugar del realismo y la moral.
Las consecuencias políticas de semejantes postulados son evidentes, pero no únicas, porque si el gusto lo gobierna todo, dirá Cynthia Ozick más de cuarenta años después, las diferencias se desvanecen y, en consecuencia, el "gusto moral" de los yihadistas, pongamos por caso, no es mejor ni peor que cualquier otro, y la elección entre vida o muerte (se refiere obviamente a los versículos del Deuteronomio [30:19]: "Pongo hoy por testigos contra vosotros al cielo y a la tierra, de que os di para escoger entre la vida y la muerte, entre la bendición y la maldición, y os exhorté a escoger la vida, para ti y tu simiente") se viene abajo y es sustituida por un chacun à son goût. Si sólo se trata de poner énfasis en el ahora, tal y como también había argumentado Sontag en su ensayo de 1964 Against Interpretation, y de "aprender a ver más, escuchar más y sentir más", no sólo nos encontramos ante una summa hedonística que nos llevará a conocer sólo lo que nos gusta, sino ante la denigración de la historia y, por ende, al sustento de la ignorancia y la irracionalidad de dejarnos llevar por lo primero que aparezca en nuestro camino. Implica el fin de la distinción entre lo elevado y lo ruin, un relativismo pernicioso (inútilmente criticado por la propia Sontag en un simposio en el que participó meses antes de su muerte) en todos los órdenes del conocimiento del que será muy difícil escapar.
A lo largo de toda su obra, Ozick se refugia en una especie de resistencia cultural, ética y estética. No sólo porque su último libro de ensayos, The Din in the Head, a pesar de haber sido merecedor del reconocimiento de los críticos, recibió terribles reseñas periodísticas, por, entre otras razones, no haber dedicado ningún artículo a la cultura pop o al rap, sino porque su sentido de lealtad a la palabra escrita pasa por mantener sus propios niveles de exigencia y porque se niega a rendirse ante esa ideología del kitsch que parece haberse apoderado de los medios de comunicación. Y porque, en contra de la banalización, todavía cree que es posible "leer a Nietzsche –y a Gibbon, y la historia judía, y a George Eliot. y a E. M. Foster, y a Chéjov y a otros muchos– sin que sea necesario tener en cuenta a Patti Smith". Y porque todavía cree que es posible diferenciar entre lo efímero y lo perdurable y afirmar que el intelecto ( y también la vida ética) requiere de distinciones.
A pesar de que se había interesado por el tema, no fue hasta que escribió El chal que Cynthia Ozick abordó los campos de la muerte en el horror completo de su inmediatez. Sin embargo, la novela no trata de una experiencia próxima o cercana: Ozick se inspiró en lo que podría llamarse un testimonio indirecto, un libro en el que William Shirer habla de cómo en los campos los niños eran lanzados contra las alambradas eléctricas.
Treinta años después de que presenciara, en compañía de su sobrina de 14 años Stella, cómo un guardia alemán lanzaba a su bebé, Magda, contra la alambrada, Rosa se encuentra en Miami, adonde ha ido para "recuperarse" de un arrebato de ansiedad violenta que hizo que destrozara su tienda de antigüedades. Como muchos sobrevivientes de la Shoá, Rosa no se siente viva, y conserva, a modo de fetiche, el chal en que estaba envuelta su pequeña cuando murió; su identidad futura ha quedado fatalmente determinada por lo que ha visto en "un lugar sin piedad".
A diferencia de su sobrina Stella, que vive la América del presente, Rosa rechaza aprender inglés y siente que vive en la Polonia de antes del Holocausto. Después de que en la novela se mantenga una especie de duelo entre la vida y la muerte, el encuentro fortuito de Rosa con otro sobreviviente de su misma edad, Persky, actuará como desencadenante de su renacimiento: dar la bienvenida a Persky apunta a la posibilidad de una vida después del Holocausto.
El argumento parece simple, pero conlleva una importante carga semántica y está lleno de sugerencias: el chal, como alimento de Magda y abrigo de Stella, como preservador de vida en un lugar lleno de muerte, se convierte en fetiche y símbolo de la memoria.
En 1992 se representó en Off Broadway una dramatización de El chal; cuatro años después se representaría en el Playhouse 91 Of The American Jewish Repertory Theatre. Quizás por eso, y porque, como ha señalado en alguna entrevista, no termina de gustarle la idea de presentar a los judíos como víctimas, Cynthia Ozick, como muchos escritores judíos de posguerra, teme que el Holocausto sea corrompido por la ficción y que, en general, la ficción corrompa la historia. Por eso es en ésta, más que en cualquiera de sus obras, donde se pone de relieve esa posición a medio camino entre la necesidad de dar testimonio de las atrocidades y el miedo a la trivialización.
The Messiah of Stockolm[15] es probablemente la más popular de las novelas de Ozick. Como en el libro The Cannibal Galaxy (1983), presenta a un héroe obsesivo y gira en torno al misterio de la creación, pero también, como en Trust y en alguna otra narración, en torno a la búsqueda de identidad. El protagonista es Lars Andemering, un refugiado de guerra criado en Estocolmo y figura secundaria en el mundillo literario que cree ser hijo de Bruno Schulz, el escritor judío polaco –conocido, sobre todo, por su libro de relatos Las tiendas de color canela (1934), publicado en Estados Unidos como The Street of Crocodiles, que Ozick había reseñado– al que en 1942 un agente de las SS disparó en una calle de su ciudad natal, Drohobyez, y del que se creía que en el momento de morir trabajaba en una novela que llevaría por título The Messiah.
La novela se cimienta en dos hipótesis, o mejor dicho, en dos ficciones –la existencia de un manuscrito perdido, que Lars intenta encontrar en Estocolmo, y la creencia de éste de ser hijo de Schulz–, y su argumento configura una actualización de esa condición de parias y hombres marginales, de orfandad, que marca la voz de escritores como Kafka, Isaac Babel, Bashevis Singer o Jerzy Kosinski. La búsqueda obsesiva de Lars de ese padre, Bruno Schulz, que se inventa y que se transfigura en escritura sirve para sustentar una nueva versión de otra de las señas de identidad de la Ozick novelista: la mutación y la renovación sin fin de la literatura, que en este caso se centra en la novela Las tiendas de color canela. Como ha señalado S. Friedman[16], "a medida que Lars se adentra más y más en la fantasmagoría de la mente de Schulz, la obsesión de su padre se hace más plausible", pero el adentrarse en la mente de Schulz sólo es posible a través del análisis y las referencias literarias, de la reconstrucción de Las tiendas de color canela. Finalmente, una vez hallado el manuscrito, en manos de una enigmática mujer que también se reclama hija de Schulz, Lars lleva a cabo un acto que representa una especie de arrepentimiento y un encuentro con la realidad.
Los últimos testigos[17] (titulada en la edición americana Heir to the Glimmering World y en la edición inglesa The Bear Boy) es una novela sobre la necesidad de la interpretación, inspirada en la novela inglesa del siglo XIX y, en especial, en Jane Austen. La cita de Wallance Stevens ("También hubo que imaginar la ausencia de imaginación") que encabeza el texto no puede ser más elocuente, porque es precisamente ese "imaginar la imaginación" lo que ha marcado la literatura de alguien que concibe a los seres humanos como seres hechos de esa "interpretación imaginativa" sin la cual no existiría ni la mente humana ni la literatura.
La trama de Los últimos testigos se desarrolla en la Nueva York de los años 30, durante la Gran Depresión, y está narrada y protagonizada por una muchacha, Rose Meadows, que es contratada para que ejerza de amanuense de un académico especialista en caraísmo y que observa y narra todo lo que ocurre en una casa de refugiados alemanes: su propia historia, la de su padre –profesor de bachillerato, jugador, tramposo y mentiroso ("Vivir con él nunca me había permitido sentirme a salvo")– y la de su tío Bertram, que anda enamorado de Ninel, una mujer que participará en las Brigadas Internacionales y morirá en España; y la historia de los Mitwisser (del profesor Rudolf Mitwisser, de su esposa Elsa, investigadora y científica, y de sus hijas, en especial Anneliese ) y de James, el benefactor de éstos.
Como en otras novelas, Ozick utiliza la herencia literaria, en este caso la procedente del realismo decimonónico de Dickens, Trollope, las Bronte, George Eliot y, sobre todo, Jane Austen, para dar vida a sus personajes. Se trata de una obra de grandes personajes, pero es también la crónica de unas vidas y, sobre todo, la presentación de una discusión entre literalidad e interpretación a través de las recurrentes referencias a la polémica entre los caraítas, que defienden la interpretación literal de la Biblia porque consideran que los comentarios rabínicos y talmúdicos aniquilan el texto original, y los rabinitas, que defienden la mente racional del hombre y la interpretación como requisito necesario para la reinvención y revivificación de la Torá y, por extensión simbólica, de la literatura y de la propia vida.
Escriba lo que escriba, no hay nada que le importe más a Ozick que una frase bien musculada, hecho que ha inducido a la crítica a clasificarla como una esteticista heredera de la tradición modernista representada por Henry James, T. S. Eliot, Ezra Pound o D. H. Lawrence . Se considera lo que ella misma denomina "escritora de frase por frase", lo cual se traduce en la imposibilidad de seguir escribiendo hasta no haber conseguido la mejor frase posible. En ficción aspira al Gran Arte, y los autores que "íntima y obsesivamente" tienen influencia en distintos momentos de su obra son el propio James, Foster, Chejov, Conrad o Hardy. Así como la novela decimonónica, cuya muerte han pronosticado y promulgado muchos críticos posmodernos, porque, opuesta al subjetivismo romántico, le sirve de referencia para crear un arte que crece de la "impresionante permutación del mundo objetivo" y porque para ella la novela no sólo tiene que ser, sino significar: "Creo que las historias deben juzgar e interpretar el mundo". Liberada de la tiranía de la subjetividad, se concentra en crear historias que se desarrollan a partir de la "impresionante permutación del mundo objetivo" y de textos literarios que le precedieron.
A pesar de que el ensayo, más intelectual y racional, y la ficción proceden de espacios imaginativos distintos, no menos importante que su obra narrativa son los ensayos que Ozick ha ido desgranando desde 1968, y que hasta el momento han sido publicados en cinco volúmenes: Art & Ardor (1983), Metaphor & Memory (1989), Fame & Folly (1996), Quarrel & Quandary (2000), ganadora del National Book Critics Circla Award, y The Din in the Head (2006). Estos volúmenes constituyen recopilaciones de temas diversos: reseñas literarias de autores de su elección (entre otros, Mark Twain, Trollope, Isaac Babel, George Steiner, Salman Rushdie, Kafka, Dostoievski, Sebald y, siempre, ese Henry James sobre el que en 1950 escribió su tesis doctoral), pedazos de autobiografía (sobre su infancia en el Bronx, la importancia que tuvo la lectura en su formación o el encuentro casi adolescente con la Nueva York literaria, que hasta entonces sólo le había pertenecido a través de los libros) y, a mi juicio lo más interesante, reflexiones sobre literatura en general y sobre temas judíos en particular, entre los que destacaría los dedicados a la literatura sobre el Holocausto y al inglés como "lengua que necesitamos" y base para la formación de un nuevo yiddish.
Aunque no siempre se reseña el origen de los artículos, la mayoría de ellos proceden de The New Republic, Partisan Review, The New York Review of Books, Commentary y The New Criterion, pero también de Mademoiselle. Y más allá de la identificación que el lector especializado puede establecer con algunos de sus planteamientos, que críticos posmodernos (muy recomendable la lectura del ensayo "How I got Fired from my Summer Job") han calificado de anticuada y demodé, lo cierto es que sus reflexiones no caen en saco roto, porque desde hace años es considerada una autora de primera línea en la literatura norteamericana, y su obra y sus reflexiones deben ser tomadas muy en serio.
[1] Vintage Books, 1991.
[2] Houghton Mifflin Company, 2006.
[3] Montesinos, Barcelona, 1992.
[4] Singular de mitnagdim, término hebreo con que se designaba a los judíos detractores del jasidismo y que significa, precisamente, "oponentes".
[5] Escuela donde se enseña a los niños la observancia del judaísmo.
[6] Centros donde se estudia la Torá y el Talmud.
[7] Syracuse University Press, 1995.
[8] Manto ritual judío.
[9] Levitación, Montesinos, Barcelona, 1988.
[10] Ser animado formado a partir de materia inerte.
[11] The Puttermesser Papers. Vintage Books, 1995.
[12] Basic Books, 1981.
[13] Basic Books, 1985.
[14] Harvard University Press, 1997.
[15] Vintage Books, 1988.
[16] Friedman, Lawrence S.: Understanding Cynthia Ozick. University of South Carolina Press, 1991.
[17] Lumen, Barcelona, 2006.