No a la guerra... contra el clima
La lucha contra la pobreza ha pasado a un segundo plano porque el problema más acuciante para la Humanidad es, según gente como Tony Blair o José Luis Rodríguez Zapatero, el calentamiento global. El clima se está convirtiendo en un infierno que ni Dante hubiera imaginado a causa de la acción humana, nos dicen; y añaden: para corregir el rumbo, lo que hay que hacer es reducir las emisiones de CO2. Hablan menos, mucho menos, del coste de todo ello; y de la viabilidad y eficacia de sus propuestas...
Bjorn Lomborg no se propone en estas páginas poner en tela de juicio la tesis del calentamiento global antropogénico, pues la suscribe, sino sentar las bases de un debate serio sobre los efectos del mismo y sobre lo mucho que podría hacerse si no estuvieran tan extendidas las ideas de los ecologistas radicales.
Para Lomborg, empeñarse en gastar 180.000 millones de dólares al año –cerca del 0'5% del PIB mundial– en esta batalla es un despilfarro. Con esa fabulosa suma –añade– podría mejorarse sustancialmente la calidad de vida de millones de personas en todo el mundo. Pero es que, además, sostiene que el calentamiento no es tan perjudicial como se dice, y que puede incluso resultar beneficioso. En este punto, recuerda que el frío se cobra muchísimas más vidas que el calor, y que un incremento de las temperaturas podría salvar la vida, cada año, a más de dos millones de personas en Europa, EEUU, China y la India. Con Kioto, en cambo, podríamos salvar, cada año, a unas 4.000 personas residentes en ciertos países en desarrollo... y sacrificar a otras 80.000, así como una cantidad astronómica de dinero.
Lomborg aboga por no obsesionarse con el termómetro y prestar más atención a males verdaderamente acuciantes, como el sida, la desnutrición, la malaria, la falta de acceso de millones y millones de personas al agua potable o las trabas al comercio internacional, que impiden a los países pobres dejar de serlo. Olvidarse de los problemas fundamentales de, por ejemplo, el África Negra para no perder detalle de las emisiones de CO2 es peor que confundir a los gigantes con molinos de viento, porque quienes pagan los consecuencias son, precisamente, los habitantes de las zonas más deprimidas del planeta.
Un ecologista como Al Gore podría argüir que los problemas que menciona Lomborg son, efectivamente, de primera categoría, pero que el del calentamiento del planeta es, con todo, prioritario porque las inundaciones que desencadenará el aumento de las temperaturas matarán a más gente que el hambre. Ahora bien, Lomborg refuta este tipo de argumentos apocalípticos con gran facilidad. Para empezar, apunta que la idea de que el incremento del nivel del mar provocaría el deshielo de los polos es falaz, porque el hielo, al derretirse, no hace sino desplazar su propia masa. La labor de desmontaje de Lomborg afecta también a los mantras ecologistas sobre la extinción de los osos polares y los pingüinos y el derretimiento del Kilimanjaro.
En frío es, probablemente, el libro sobre ecología más importante de los últimos años. Nuestros políticos deberían tenerlo en la mesilla y repasarlo todas las noches: así no se dejarían embaucar tan fácilmente por los telepredicadores ecoalarmistas, esos brujos modernos que no hacen sino atemorizarnos y que serían capaces de llevarnos a la más terrible de las miserias con tal de dominarnos.
Bjorn Lomborg, En frío, Espasa, Madrid, 2008, 284 páginas.