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La Ilustración Liberal

Confesiones

Hay algo de humor negro en poner a una docena de ilustres ex activistas de la izquierda a confesar que se equivocaron y ahora son personas nuevas. ¿No es –afilada ironía– el método utilizado por esa misma izquierda para hacer la autocrítica a los suyos? La confesión, en los sistemas totalitarios, devuelve el disidente al redil, eso sí, expurgado a sangre de las ideas que le intoxicaron. Basta con meter la llave adecuada en el picaporte del miedo. Winston Smith, el protagonista de 1984, delata a su amada y abraza la fe del Gran Hermano cuando su torturador le deja la cara a merced de ratas hambrientas. El caso de los protagonistas de Por qué dejé de ser de izquierdas es distinto.

No confiesan por miedo, sino por una especie de ilustración desafiante. Su expiación, curiosamente, no les devuelve al redil, sino que les empuja a ser aún más disidentes. Ellos, que se opusieron al franquismo con Franco vivo, que era lo emocionante, se oponen a los nuevos consensos colectivistas justo cuando más aplastan: el Estado del Bienestar, la España de las Autonomías, la legitimidad moral del socialismo, el relato sobre el paraíso perdido de la II República, la educación en la mediocridad, la retórica pacifista frente al terrorismo, el oficialismo borreguil de tantos periodistas e intelectuales... En su disidencia de hoy, no dejan piedra del Templo sin escándalo. Se desprende, leyendo sus testimonios en este libro y confrontándolos con su incómoda crítica a los asuntos públicos de la España de hoy, que la paz sepulcral y el sueldo de la obediencia a fin de mes no se inventaron para ellos, influyentes prescriptores de la Opinión liberal-conservadora. Lo subversivo de este libro es que sus protagonistas desnudan una época, la que va de la Transición a nuestros días, desnudándose a sí mismos. Sí, confiesan que se equivocaron al combatir la Dictadura con banderas de otras dictaduras peores, pero, sobre todo, señalan con luz nueva a los verdaderos arrepentidos: los herederos, los escondidos y los usufructuarios del franquismo que hoy forman la casta del poder en España y se legitiman a sí mismos con un anti-franquismo retrospectivo que tiene mucho de fábula e invoca con nostalgia romántica o sedicente pureza las banderas de la izquierda y el nacionalismo, a las que ni siquiera ha rozado el polvo de los cascotes del Muro.

Las voces interrogadas en este volumen coral se someten voluntariamente a un examen de conciencia en el que se despojan de seda épica y contemplan a aquellos jóvenes que fueron en toda su jesuítica desnudez: un poco ambiciosos, un poco rebeldes, un poco extraviados, un poco provocadores, un poco pardillos. No hay política de la memoria que resista esta desmitificación. La política de la memoria es lo contrario que la memoria de la política. La primera es un artificio coactivo creado para imponer un relato determinado, el que le interesa al déspota o al demagogo de turno. La memoria, siempre individual y, por ello, mezcla de verdad y de fábula, es por naturaleza anti-histórica y sólo produce un sentido interesante para el público cuanto más disidente, desafiante y desmitificadora se muestra frente al relato dominante. Lo que se trata de imponer desde el poder, el engendro llamado memoria histórica, es no sólo la anti-historia, también la anti-memoria, precisamente porque proscribe el relato individual y disidente. Por eso este libro de Javier Somalo y Mario Noya resulta, además, oportuno y aleccionador. Oportuno, porque llega a tiempo de desenmascarar la política de la memoria; aleccionador, porque enseña, a través de doce casos prácticos, el mecanismo y los límites de la memoria como fuente histórica, verdaderamente útil si uno es capaz de separar el grano de la paja y leer no sólo lo que cuentan las voces, sino lo que callan, que en el caso de los protagonistas de este libro es mucho y significativo, como no podía ser de otra forma cuando uno mira hacia atrás y hace balance de lo vivido. Nadie es tan masoquista como para flagelarse a sí mismo sin aliviar un poco de colas el látigo y relajar la fuerza del brazo contra la propia espalda.

De la lectura de este interesantísimo volumen de testimonios se deducen algunos elementos de continuidad con el pasado. Merece la pena observar lo que conservan las doce personalidades que lo integran de su educación política juvenil, un acervo que resulta ser común a todos y por ello parece relevante. No todo es ruptura en lo que sus relatos cuentan, en lo que sugieren y en lo que proyectan sobre el presente de estos intelectuales muy activos y prominentes del periodismo y el pensamiento político en la España de ahora. De hecho, la ruptura con la izquierda ocupa mucho menos espacio en su memoria que el que dedican a narrar sus andanzas por el lado oscuro de la fuerza. A veces se pasa de puntillas sobre ese cambio, que sin duda tuvo que ser traumático, porque ninguna religión acepta de buen grado al apóstata, mucho menos si hablamos de la religión de la izquierda, en cualquiera de sus sectas. El lector se queda, en ocasiones, con ganas de un poco más de luz sobre las circunstancias y razones de cada disidencia.

La decisión de Somalo y Noya, periodistas cultos y versados en la difícil técnica de la entrevista, es la de no intervenir. Apenas dejan oír sus propias voces, y el lector tiene la sensación de haber sido invitado al gabinete de un terapeuta lacaniano, que no viene de Lacan, sino de lacónico. Tuvo que ser una elección difícil al redactar este libro, pero constituye a mi juicio uno de sus mayores aciertos. Como supo muy bien el Borges del Manual de zoología fantástica o de Pierre Menard, no es necesario intervenir para expresar una forma con significado. A menudo es suficiente con seleccionar lo que se escucha y el contexto en el que situarlo para construir una forma original portadora de un sentido. En tres casos, los referidos a los testimonios de los señores Javier Rubio, José María Marco y César Vidal, los autores del libro permiten incluso que sean estos testigos los que tomen el control absoluto de sus respectivos relatos. Son aportaciones de un altísimo valor literario. Pero también constituyen una sutil pero implacable brida para el caballo de la memoria, que nunca se sabe por dónde puede acabar saliendo. La forma literaria, la construcción de la propia voz por medio de la escritura, funciona en estos casos como un significativo recurso de auto-interpretación. El lector debe cambiar de perspectiva en estos tres textos, intercalados al principio (prólogo de D. Javier Rubio), en el medio (memoria de D. José María Marco) y al final del libro (epílogo de D. César Vidal), y escuchar, no ya testimonios sobre el pasado, sino a tres escritores interpuestos entre sus recuerdos y el lector. No sólo vemos, entonces, a los maestros de la joven generación de liberales españoles evocando sus aventuras políticas juveniles y quitándoles hierro. Vemos, ay, las heridas sin cicatrizar y las cuentas pendientes que deja la militancia izquierdista a quienes, habiendo sido correligionarios, supieron liberarse de sus dogmas y romper las sogas mentales con la justificación de la esclavitud, la tiranía y el asesinato de masas humanas. En los testimonios que integran este libro, en lo que dicen y también en lo que callan sus protagonistas, el lector aprecia que no tuvo que ser fácil salirse y que la memoria funciona, en cierto modo, como exorcismo controlado de aquellos fantasmas. No sería creíble, por otra parte, una memoria sin ningún poso en el presente. ¿A quién le interesa el pasado si no es como explicación de lo que somos hoy? Este es uno de los elementos de continuidad entre los recuerdos y la configuración intelectual de los protagonistas de este libro. Y sus autores, Somalo y Noya, han tenido la sabiduría suficiente para que el lector pueda apreciarlo por sí mismo.

Otro de los elementos de continuidad en las voces (por lo demás, muy diferentes) que narran su pasado izquierdista es su vocación por el debate cultural. Se trata de una herencia de la militancia izquierdista bastante clara. Todos bebieron de la doctrina gramsciana sobre la infiltración del activista en la cultura. Y todos la han traído a su presente como activistas del pensamiento liberal-conservador. Y es una bendición, para la causa de la verdad, que se hayan traído este bagaje del pasado en la izquierda, porque la derecha política y académica no ha hecho el menor esfuerzo por dar la batalla a la izquierda en el terreno en que ésta reina a sus anchas, el de la formación de las mentalidades y las costumbres. Los protagonistas de este libro, conscientes de la importancia de actuar en ese terreno, confluyen en el diario Libertad Digital no por casualidad, sino porque ese periódico, bestia negra de la izquierda y solitario adalid de las doctrinas de la libertad individual, está tramado, paradójicamente, con los mimbres de la izquierda.

Un tercer elemento de continuidad con el pasado izquierdista que merece reseñarse es el clamoroso silencio sobre la cuestión religiosa. Dios no aparece por ningún lado en este libro. La tradición y los valores católicos, tampoco, o, si acaso, de una manera muy superficial y secundaria. ¿Es verosímil que una o dos generaciones de intelectuales (en el panel que integra este libro coexisten dos generaciones, la de Federico Jiménez Losantos, Javier Rubio, César Vidal, José María Marco, Cristina Losada y Pío Moa, por un lado, y la de unos adolescentes izquierdistas durante la Transición, José García Domínguez y Juan Carlos Girauta, por otro) formados en el ateísmo militante por sus células izquierdistas y, por otro lado, portadores de una educación católica por tradición familiar, o simplemente por designio social, no tengan nada que decir de la influencia de su militancia izquierdista en la relación de cada uno de ellos con Dios? La tentativa más interesante de hablar del asunto en el libro aparece en el magnífico artículo aportado por el señor José María Marco, pero, al igual que en otros casos, es fugaz y esquinada respecto a los motivos centrales de la evocación, y esa elusión es, precisamente, lo que conduce a la sospecha de que se trata de una cuestión pendiente en la mayoría de los casos, si exceptuamos el del Sr. César Vidal, cuyo fervor cristiano en la actualidad es sobradamente conocido.

Es éste un libro clarificador sobre la memoria sentimental y política del grupo de liberales más influyente de la opinión pública española en la actualidad. Una obra que pide un lector activo y detectivesco que disfrute leyendo entre líneas, entre las voces y sus silencios. Un libro sobrio, fiel a sus protagonistas y bien contextualizado, con un aparato de notas que informan y ahorran mucho trabajo al lector. Una referencia, en fin, necesaria para quien quiera saber quiénes son y de dónde vienen los líderes de opinión que rebaten y desmitifican con más inteligencia y mordacidad el socialismo de todos los partidos. Y es que, como suele decirse, no hay peor cuña que la de la misma madera.

Javier Somalo y Mario Noya, Por qué dejé de ser de izquierdas, Ciudadela, Madrid, 2008, 256 páginas.