Abraham Lincoln, forjador de una nueva unión
Los Estados Unidos de América son un pueblo cuyo nombre cuenta parte de su propia historia. El plural obedece a que en un primer momento fueron un conjunto de colonias británicas que decidieron rebelarse contra la metrópoli y se constituyeron en Estados independientes. Luego, soberanamente, decidieron unirse en una confederación. Más adelante tomaron la decisión de disolverse como tal y vincularse por medio de una federación.
La secesión es el origen de este pueblo. El segundo párrafo de la Declaración de Independencia, que no suele citarse entero, dice lo siguiente:
Consideramos que estas verdades son evidentes: que todos los hombres son creados iguales; que están dotados por el Creador de derechos inalienables, entre los cuales están [los derechos a] la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad. Que para asegurar esos derechos los hombres instituyen gobiernos que derivan sus poderes del consenso de los gobernados. Que cuando cualquier forma de gobierno se convierte en destructiva a tales fines, es derecho de las personas alterarla o abolirla e instituir un nuevo Gobierno, que siente su fundación en tales principios y organice sus poderes de tal manera que sea para ellas el más adecuado para hacer efectiva su seguridad y su felicidad.
Se ha intentado asentar la teoría de que la Constitución no se basa en el acuerdo de los Estados, sino que es el pueblo de los Estados Unidos, "We the people...", el que crea la nueva nación. Es un ejercicio de lógica creativa, ya que no se disolvió ningún Estado y todos los documentos fundacionales, desde la Declaración de Independencia a los artículos de la Confederación y a la propia Constitución, se refieren a los Estados como "libres e independientes" . Al firmar la Constitución, tres de ellos (Nueva York, Rhode Island y Virginia) se reservaron explícitamente el derecho a desasirse del acuerdo constitucional si se violaban sus libertades; derecho que de forma tácita aceptaron, para éstos y para sí mismos, el resto .
Interposición, anulación y secesión
El Estado de Massachusetts invocó su derecho de secesión en cuatro ocasiones. La primera, en los primeros días de la misma de la unión, cuando los Estados discutían sobre el reparto de sus respectivas deudas. La segunda, en 1803, cuando Thomas Jefferson se saltó la Constitución y compró Louisiana, a raíz de lo cual el país prácticamente dobló su extensión. El Norte, pro británico, vio la compra con recelo, y el revolucionario Massachusetts volvió a invocar su derecho a soltar amarras.
En 1807 se le presentó una nueva ocasión de esgrimirlo, y no la dejó pasar. La política de Jefferson de autobloqueo ante los productos británicos (formaba parte de lo que aquél denominaba "coacción pacífica" a Inglaterra, su alternativa a la guerra) encendió la indignación del Norte, que exigía respeto a su derecho al libre comercio, como harían medio siglo después los confederados. El 5 de febrero de 1809, las dos Cámaras de Massachusetts anularon la ley de embargo por "injusta, opresiva e inconstitucional" y declararon que sus ciudadanos no estaban "legalmente sujetos" a ella. Las Cámaras de Rhode Island y Connecticut prohibieron cualquier cooperación con los funcionarios federales que intentasen hacer cumplir el embargo, y Nueva Inglaterra y Delaware declararon la nulidad del susodicho sobre la base de los principios de 1798.
Lo mismo ocurrió en la crisis de 1812. Con mucho esfuerzo, Estados Unidos había evitado el conflicto franco-británico, pero finalmente se vio obligado a guerrear contra la antigua metrópoli. Gran Bretaña había logrado bloquear el comercio, con enorme perjuicio para Nueva Inglaterra, que quería acabar con la guerra a toda costa. El inquilino de la Casa Blanca, el virginiano Madison, exigió a Massachusetts y a Connecticut que pusieran las milicias locales a sus órdenes, pero rehusaron hacerlo. Madison, entonces, se negó a seguir pagando sus gastos, lo cual acabó con la paciencia de ambos estados... y con la de Rhode Island, Nueva Hampshire y Vermont. Todos ellos acabaron celebrando una convención en Hartford, Connecticut.
El gobernador de este último estado alegó que la geografía y el poder favorecían al Sur, y el senador de Massachusetts Timothy Pickerin recordó que la secesión era el principio de la Revolución Americana. "Prefiero anticipar una nueva confederación, exenta de la influencia deleznable y corruptora de los demócratas aristocráticos del Sur", sentenció. Las mismas ideas, dadas la vuelta, esgrimirían posteriormente los confederados.
Los estados reunidos en Hartford recordaron las resoluciones de Kentucky y Virginia de 1798, escritas respectivamente por Thomas Jefferson y James Madison, en las que recordaban los principios fundacionales de los Estados Unidos y la teoría del acuerdo (compact) entre Estados, según la cual cada uno de éstos tenía la capacidad de decidir si seguir en dicho acuerdo y de juzgar si el poder federal había violado los poderes que le otorgaba la Constitución. Puesto que cada estado era depositario del derecho político que dio origen a la Constitución y a las instituciones allí recogidas, todos tenían los derechos de interposición y anulación; es decir, que cada estado era intérprete de la Constitución y tenía el derecho de declarar nula una ley federal que violase la Carta Magna, sus derechos o los de sus ciudadanos. Las referidas resoluciones fueron escritas a raíz de la aprobación, durante la Administración de John Adams, de las leyes de extranjería y sedición, que menoscababan los derechos de los ciudadanos de los Estados Unidos.
La cuarta ocasión tuvo lugar en 1848. Massachusetts volvió a airearla luego de la anexión del Estado de Tejas. Por otro lado, el Norte volvió a plantearse su derecho de anular leyes federales cuando se pusieron en marcha las Leyes de Esclavos Fugitivos (1850).
Massachusetts no era un caso aparte, ni mucho menos, de pasión por el autogobierno, como queda de manifiesto en la historia del segundo banco central de los Estados Unidos, contra el que libró una dura batalla el presidente demócrata Andrew Jackson. Los estados del Norte le asistieron en la lucha, cargando a la referida institución con tantos impuestos como para hacerla desaparecer de sus dominios. Así las cosas, el presidente del Tribunal Supremo, el federalista John Marshall, emitió su célebre dictum: "The power to tax is the power to destroy", y negó a los estados el derecho a hacer lo que estaban haciendo. Pero las Cortes de Ohio no consideraron la opinión del Supremo más importante que la suya propia a la hora de interpretar la Constitución y, citando expresamente las resoluciones de Kentutky y Virginia, resolvieron que los estados tenían "igual derecho a interpretar la Constitución por sí mismos".
Hamilton, Clay, Lincoln
La tradición política de los Estados Unidos era, pues, muy refractaria al centralismo, a engordar el Gobierno federal. La Constitución listaba expresamente cuáles eran sus poderes, "pocos y definidos", según explicaba James Madison en El Federalista. Ahora bien, el poder siempre ha tenido quién le defienda y dé cobertura. En EEUU, Alexander Hamilton concibió un sistema mercantilista que heredó y perfeccionó Henry Clay, el genio whig de la política estadounidense, que incluso le puso nombre: Sistema Americano.
El partido whig se creó como reacción al cierre del segundo Banco de los Estados Unidos, ordenado por Andrew Jackson, y fue en su seno que se articuló el sistema americano de Clay, que se mantuvo fiel a dicha formación hasta el colapso de la misma, en los años 50. Entonces, en 1856, se sumó al Partido Republicano, del que sería su primer presidente. Sus objetivos políticos quedan claros en esta declaración de 1832 de su más fiel discípulo:
Presumo que todos saben quién soy. Soy el humilde Abraham Lincoln. Son muchos los amigos que me han pedido que me convierta en candidato para el Congreso. Mi programa es breve y dulce como el baile de una mujer vieja. Estoy a favor de la banca nacional, del sistema de mejoras internas y de una aduana proteccionista .
Nació Abraham Lincoln en una familia de Kentucky "sin distinción alguna"; pero en aquel país cualquier persona podía llegar a lo más alto en la economía o en la política, como demostraría nuestro hombre. Se dedicó a la abogacía y se especializó en la defensa de la pujante industria del ferrocarril. Hoy le llamaríamos "lobista", una profesión perfectamente legítima que consiste en abogar por los intereses de un determinado colectivo. Fue el mejor y el más destacado de los de su época; y se hizo rico, debido en parte a su elevado caché (llegó a rechazar un sueldo inicial de 10.000 dólares) y en parte a enjuagues poco honrados, como cuando compró terrenos en Council Bluffs (Iowa) –lejos de su zona de actuación: el estado de Illinois– poco antes de que el Gobierno subsidiara la puesta en marcha de un ferrocarril transcontinental con parada en... Council Bluffs.
Lincoln, un hombre del ferrocarril, defendía que el Gobierno derramara fondos públicos en abundancia sobre esa industria y otras aledañas, como la de los canales. Ambas formaban parte de lo que se conocía como internal improvements, o "mejoras internas", es decir, el fomento de ciertos sectores con dinero público. Con mucho dinero público. Los estados servían a ese propósito, pero Hamilton, Clay y Lincoln sabían que las mejoras internas necesitaban de un Gobierno federal con recursos ingentes, y que la mejor manera de dotarle de ellos era tirar de los impuestos y la inflación.
El de aduanas era el principal de los tributos: aportaba al Gobierno federal el 90 por ciento de sus ingresos . Ahora bien, lo que pretendían los republicanos y el propio Lincoln iba más allá de obtener grandes ingresos con unas tasas aduaneras altas: su objetivo era abrigar la potente industria estadounidense, en su mayoría radicada en el Norte, con una aduana que, más que de recaudadora, hiciera de muro proteccionista. De lo que se trataba era de alejar a la competencia europea y hacer del Sur un cliente cautivo.
Evidentemente, el Sur era el que más padecía con esta política, que le forzaba a pagar más caros los productos finales y los bienes de capital, que tanto necesitaba para hacer competitiva su propia producción. El aumento de los costes no podía repercutirlo en sus clientes internacionales, pues en un mercado de competencia internacional los precios están dados y los márgenes son muy limitados. Además, dado que las exportaciones de los sureños eran cuatro o cinco veces superiores a sus ventas en el interior, la salud económica de sus clientes era muy importante, y el hecho de que británicos, franceses y demás perdieran parte de su negocio por el proteccionismo estadounidense les perjudicó.
El de la creación de un banco central parta financiar las mejoras internas es un asunto un poco más complejo. Thomas Jefferson, Andrew Jackson y, en general, los antifederalistas eran partidarios de un dinero sano: ésta fue la filosofía del Partido Demócrata desde su nacimiento. Por el contrario, los partidarios de un poder central fuerte defendían el inflacionismo, el dinero fiduciario (es decir, no respaldado por el oro o la plata) y el establecimiento de un banco central que les permitiera llevar a efecto sus políticas mercantilistas y clientelistas.
Si dejamos de lado los dos primeros bancos centrales con que contó EEUU, poco relevantes, hasta la llegada de Lincoln al poder la regulación de la banca recaía en los estados, no en el Gobierno federal. De 1836 a 1860 la mayoría de los estados aprobaron leyes de banca libre que permitían a los individuos poner en marcha bancos que aceptaran depósitos y emitiesen billetes sin necesidad de obtener un permiso especial por parte del Congreso estatal. "Los estados con banca libre imponían menos restricciones, requerimientos y costes –informan Mark Thorton y Robert Ekelund–. Y a pesar de la falta de regulación y de la inestabilidad inherente a la banca de reserva fraccionaria, los billetes emitidos por la banca libre eran por lo general seguros, y pocos depositantes perdían su dinero" . No era la base monetaria puramente metálica que querían los jeffersonianos, pero era lo que más se le parecía. No es casualidad que esos años coincidieran con "las dos décadas de expansión económica más significadas de la historia de los Estados Unidos, si no del mundo" .
Rumbo a la secesión
La idea del acuerdo entre estados y el derecho de éstos a anular las leyes federales y, en última instancia, a la secesión tenía más tradición en el Norte que en el Sur, pero éste también creía firmemente en ella, y a ella recurrió cuando vio que se violentaban sus intereses y derechos.
El Sur era eminentemente agrícola, y sus excedentes (grosso modo, cuatro quintos de su producción) los exportaba al resto del país y al exterior. Ello le permitía importar los bienes manufactureros que necesitaba pero que no podía producir competitivamente. Cosas de la división del trabajo, que hace a las sociedades más complejas, interrelacionadas y prósperas.
Los tres ejes de la política de Lincoln tenían efectos perversos en el Sur, y los americanos de esas tierras lo sabían muy bien. Lo que más polémica generó fue el debate sobre los aranceles, no en vano fue el principal problema del país desde 1824 hasta la Guerra entre los Estados.
El arancel de 1816 fue una reacción nacionalista a la guerra de 1812... y un primer logro de Henry Clay. En virtud de sus esfuerzos, el Congreso aprobó otro en 1824, claramente proteccionista, que doblaba el anterior y despertó muchas protestas en el Sur. Todas las alarmas saltaron en 1828, cuando el arancel rozó el 50 por ciento del valor de muchos bienes manufacturados. Era el "arancel abominable", que hizo que la ira se extendiera por el Sur como un reguero de pólvora. Los políticos del lugar veían en ello un "sistema de robo y saqueo" que hacía a una parte del país tributaria de la otra .
El más destacado de sus detractores fue John C. Calhoun , vicepresidente con Andrew Jackson y autor de la "Exposición y protesta de Carolina del Sur", donde defendía el derecho de su estado natal a anular una ley federal y esgrimía los precedentes de Kentucky y Virgina. Pero iba más allá, pues abogaba por el derecho de Carolina del Sur a la secesión. Jackson, un defensor de los derechos de los estados, no estaba sin embargo dispuesto a permitir la secesión y paró en seco tal movimiento.
La última victoria de Clay en este asunto fue el arancel de 1832. Las tornas empezaron a cambiar en 1844, cuando accedió a la Casa Blanca el demócrata James Polk, que impuso una gradual reducción de las tasas a la importación. Las políticas librecambistas tuvieron su oportunidad hasta la llegada de Lincoln a la Presidencia.
Todo el mundo sabía cuáles eran los objetivos políticos de Lincoln, y los efectos que tendrían en el Sur. De hecho, no recibió un solo voto en diez de los 36 estados. Fue el primer presidente elegido sólo por una región del país. Poco después de su victoria, el 19 de febrero de 1861, dio una conferencia en Pittsburgh, Pennsylvania, en la que dejó claro que ningún aspecto de su programa era tan importante y urgente como la imposición de un arancel alto. Sus palabras no tardarían en convertirse en realidad. El 2 de marzo, dos días antes de su discurso de inauguración, se aprobó el arancel Morrill , el más alto de la historia de los Estados Unidos.
La esclavitud, en segundo plano
Social, económica, geográfica y políticamente los estados estaban divididos en libres y esclavos, en función de la presencia o no de la "peculiar institución", como llamaba entonces a la esclavitud, en sus territorios. Estaban igualados en número y, por tanto, en representación en el Senado. A medida que el país se iba expandiendo hacia el oeste, la creación de nuevos estados provocaba enfrentamientos políticos. La esclavitud es lo que más se cita como causa de la Guerra entre los Estados, pero veremos que no fue ni con mucho la principal razón de la misma.
Cuando Abraham Lincoln pronunció su discurso de investidura habían declarado su independencia siete estados, encabezados por Carolina del Sur. El día de su proclamación, Lincoln declaró: "No tengo intención de intervenir, de forma directa o indirecta, en la institución de la esclavitud en los estados en que ésta existe. Creo que no tengo ningún derecho, y tampoco tengo inclinación a ello" . Uno podría desconfiar de su palabra, pero lo cierto es que hay pruebas de que sus prioridades eran bien otras. Su partido, el republicano, el mismo que había impulsado el arancel Morrill, había aprobado una resolución que reconocía "la inviolabilidad de los derechos de los Estados, y en particular el derecho de cada Estado a ordenar y controlar sus propias instituciones domésticas de acuerdo exclusivamente con su propio juicio" . Por si fuera poco, dos días antes de su discurso inaugural el Senado había aprobado una enmienda que proclamaba: "No se hará ninguna enmienda a la Constitución que autorice o dé al Congreso el poder de abolir o interferir en ningún estado con las instituciones domésticas, incluyendo las referidas a la tenencia de personas para el trabajo o los servicios, según las leyes de cada estado".
No era la esclavitud lo que le interesaba a Lincoln, sino la Unión. La Constitución confederada creó en el Sur un área de libre comercio que daba al traste con la política republicana, ya que los aranceles, en su mayoría, los pagaba el Sur. Si éste se desenganchaba, todo el esquema se venía abajo. Por eso Lincoln estaba dispuesto a transigir con la esclavitud. Horace Greeley le recomendó que dijese que el propósito de la guerra era abolirla, pero Lincoln le dejó las cosas claras: "Mi objetivo fundamental en esta lucha es salvar la Unión, no salvar o destruir la esclavitud. Si pudiese salvar la Unión sin liberar a uno solo de los esclavos, lo haría. Y si pudiera salvarla liberando a algunos y dejando de lado a otros, también lo haría. Lo que hago en relación con la esclavitud y la raza de color lo hago porque ayuda a salvar la Unión" .
Estas palabras están firmadas el 22 de agosto de 1862. Ya entonces el "deshonesto Abe" debía de estar pergeñando su acto político más genial; el que le permitió ganar la Guerra entre los Estados: la Proclama de Emancipación. Por medio de dicho documento declaraba libres a los esclavos de los territorios rebeldes, pero respetó la institución en aquellos estados que se mantuvieron fieles a la Unión, es decir en Kentucky, Missouri, Maryland y Delaware, así como en ciertos condados sureños que optaron por no sumarse a la secesión.
A Lincoln, sí, le repugnaba la esclavitud. Quería acabar con ella... separando felizmente a las dos razas mediante el envío a África –a una colonia creada ex profeso– de los negros –otra idea que heredó de Henry Clay–. Pero no le parecía un asunto tan importante como el proteccionismo. De hecho, en su discurso inaugural dejó claro que en esta cuestión no iba a permitir un solo paso atrás.
Lincoln primero lanzó su "mentira espectacular", como se ha llamado sin asomo de exageración a su afirmación de que la Unión era "más antigua que la Constitución", y demás argumentos falsos contra la secesión . Luego dijo que la Constitución le otorgaba el poder y el mandato de preservar la Unión, para acto seguido amenazar al Sur con recurrir a la fuerza si impedía el cobro normal de los aranceles: "(...) no habrá necesidad de un derramamiento de sangre o de recurrir a la violencia. Y no la habrá, a no ser que se fuerce a ello a la autoridad nacional. El poder que me ha sido confiado será usado para mantener, ocupar y poseer la propiedad y los lugares que pertenecen al Gobierno y para cobrar los derechos e impuestos" . Pronto sabría el Sur del verdadero alcance de tales palabras.
El mandatario republicano seguía una política de apaciguamiento y compromiso en el asunto de la esclavitud, pero al fin y al cabo no fue el Norte quien optó por la secesión. ¿No sería el mantenimiento de la esclavitud al menos una de las razones del Sur para separarse? Sólo Tejas y Alabama la mencionaban en sus declaraciones de independencia. Jefferson Davis no hizo una sola referencia, directa o indirecta, a la misma. Pero sí incidió en que los estados confederados rompían el acuerdo que dio nacimiento a los Estados Unidos "ansiosos de cultivar la paz y el comercio con todas las naciones", lo cual suponía un rechazo expreso de la política anticomercial impuesta por el Norte.
¿Quién empezó la guerra? El primer disparo fue confederado, y tuvo por objetivo el fuerte Sumter. "El fuerte Sumter estaba a la entrada del puerto de Charleston, ocupado por tropas federales que apoyaban a los funcionarios de aduanas de los Estados Unidos –escribe Charles Adams–. No fue demasiado difícil para los de Carolina del Sur hacer el primer disparo" . Si Carolina del Sur mantuviera el control sobre el puerto de su capital, todo el plan de Lincoln se vendría abajo, pues el Sur podría comerciar sin pagar los aranceles impuestos desde Washington. Lincoln no lo iba a permitir.
Seamos claros: el Sur tenía todo el derecho a "cultivar la paz y el comercio con todas las naciones", y el Norte, ninguno a impedírselo. Volvamos a Charles Adams: "La guerra comenzó no por el elevado arancel Morrill, sino exactamente por lo opuesto: fue por los bajos aranceles del Sur, que crearon un área de libre comercio. Esos aranceles y sus consecuencias económicas para el Norte –consecuencias desastrosas– fueron lo que provocó la indignación de los comerciantes del Norte, y convirtieron la apatía de éstos hacia los estados secesionistas del Sur en un odio militante" . Ese área de libre comercio nació con la misma Constitución confederada, mucho más liberal que la de los Estados Unidos .
Lincoln, ¿dictador?
Hay que decir que ninguno de los quince "muy distinguidos ciudadanos" que le precedieron en el cargo, a los cuales se refirió en su discurso inaugural, se vio en una situación tan extrema como la que hubo de afrontar Lincoln. Pero lo cierto es que la culpa era suya, de su política, que partía de la explotación de una parte del país. Y es igualmente cierto que podía haber seguido otro curso. Cuando la crisis de 1807 amenazó con romper la Unión, el presidente Jefferson hizo votos por que ésta no se produjese pero igualmente expresó sus mejores deseos para los estados que finalmente decidieran marcharse, así como su esperanza de que más adelante volviesen a la Unión como hermanos y amigos.
Abraham Lincoln no actuó de ese modo. Sustituyó una unión voluntaria, basada en cuestiones prácticas como la defensa común y la prosperidad en un marco de libertades, por una de nuevo cuño, sostenida en abstracciones e impuesta desde el Gobierno federal. Los ideales abstractos tienen el problema de que no hay consideración práctica, como los inconvenientes, injusticias y pérdidas de una guerra, que se les pueda oponer.
Lincoln, desde luego, no se detuvo ante nada ni ante nadie. Así, declaró formalmente la guerra a los Estados Confederados arrogándose una prerrogativa que la Constitución confiaba exclusivamente al Congreso. Igualmente, se atribuyó unos "poderes de guerra" no contemplados en la Constitución y que le colocaron por encima de cualquier ley. De hecho, desde la caída del fuerte Sumter, en abril de 1861, hasta la sesión especial del Congreso de julio de ese mismo año actuó con un poder absoluto, encarnando los poderes legislativo, judicial y, por supuesto, ejecutivo.
Con un desprecio total por las instituciones que le permitieron llegar a la primera magistratura del Estado, Abraham Lincoln se saltó la Constitución y las leyes una y otra vez. El 3 de mayo llamó a 40.000 voluntarios y ordenó que se ampliaran el Ejército y la Armada, con lo que de nuevo usurpó poderes al Congreso. Y una semana más tarde permitió que el Ejército suspendiera el habeas corpus, con lo que volvió a ningunear al Legislativo.
El presidente del Tribunal Supremo, Roger Taney, emitió una opinión, en el caso Ex Parte Merryman, en el sentido de que Lincoln no tenía autoridad para suspender el habeas corpus. Pero éste no sólo no se echó atrás, sino que dio la orden de que se detuviese al juez y se le encerrase en una cárcel militar .
La suspensión del habeas corpus permitió al Gobierno detener sin cargos a miles de ciudadanos... del Norte. ¿Su crimen? Por ejemplo, cuestionar la conveniencia de la guerra, criticar la política de Lincoln u oponerse al reclutamiento forzoso: a juicio del Ejército, se trataba de posturas "desleales". El secretario de Estado, William Seward, llegó a crear una policía secreta para cazar a los desafectos y enviarlos a prisión . Thomas DiLorenzo informa de que hay acuerdo entre los historiadores de que "más de 13.000 presos políticos fueron encarcelados en las prisiones militares de Lincoln" . La situación fue tal, que cualquier juez que persiguiese a las autoridades federales por saltarse la ley se convertía en un criminal. El espíritu totalitario de la nueva política llegó a límites orwellianos, como cuando Lincoln declaró sin ambages: "No se puede malinterpretar al hombre que permanece callado cuando se debate sobre los peligros de su Gobierno. Si no se le detiene, estad seguros de que ayudará al enemigo. Especialmente si es ambiguo, si habla de su país con peros y condicionales y no obstantes" . Es decir, que colocaba en las filas de los sospechosos a quienes no le bailaban el agua. La Administración republicana cerró no menos de 300 periódicos y censuró las comunicaciones telegráficas. Detuvo a gran parte de los miembros electos del Congreso de Maryland sin siquiera presentar cargos contra ellos. Apresó al alcalde de Baltimore. Confiscó propiedades y haciendas. Violó sistemáticamente la Segunda Enmienda. Etcétera.
Un caso señero de la política dictatorial de Lincoln fue el del congresista por Ohio Clement Vallandigham, quien respondió al discurso sobre el Estado de la Unión de aquél denunciando todos los abusos de su Administración. Fue arrestado sin orden judicial y enviado a una prisión militar, y luego se le entregó a las autoridades confederadas: el objetivo era presentarlo como un agente del enemigo en vez de como lo que era, un leal miembro de la Cámara de Representantes.
¿Fue Lincoln un dictador? No cabe duda de que lo fue durante los tres meses en que usurpó todos los poderes y gobernó sin estar sujeto a ninguno. El único de la historia de Estados Unidos. Pero colocarle tal etiqueta es menos importante que tener claro que para él lo importante era su objetivo político y que estaba dispuesto a todo con tal de conseguirlo: mentir sobre la historia del propio país, arrogarse todos los poderes, perseguir y encarcelar a los disidentes, cerrar centenares de periódicos, actuar contra los jueces independientes y, en última instancia, librar una guerra innecesaria e injusta.
El legado de Abraham Lincoln
Para un amante de la libertad y de los Estados Unidos de América, Abraham Lincoln no puede ser el héroe que se nos vende. La Proclama de Emancipación no sólo desactivó los esfuerzos de los confederados por conseguir el reconocimiento de Francia y Gran Bretaña, para lo cual estaban dispuestos a acabar con la esclavitud; es que fue un mero instrumento de guerra. Sin embargo, es una de las claves del favor indeleble con que tratan los historiadores al líder republicano. También cuentan, en este sentido, el que fuera el presidente que mantuvo la Unión y el que más hizo en el siglo XIX por centralizar el poder y fortalecer el Gobierno federal.
El 16º presidente de los Estados Unidos no acabó con la esclavitud. Lo habría hecho la historia. El capitalismo hizo retroceder esa institución milenaria porque el trabajo esclavo no puede ser rival del libre en una sociedad capitalista , ni tiene en ella hueco. Por lo demás, numerosos países la abolieron sin necesidad de revoluciones o guerras civiles . No es legítimo considerar a Lincoln "el gran emancipador"; ese título ha de ser adjudicado al capitalismo.
Tampoco es justo decir que Lincoln mantuvo la Unión. Primero, porque la desunión se originó en su política sectaria, de la que se beneficiaban ciertas clases del Norte en abierto y abrumador perjuicio del Sur. Y segundo, porque no era tan importante mantener la Unión como los principios sobre los que se fundó. Como dice Richard Gamble en Rethinking Lincoln, "en el curso de salvar la unión, él destruyó dos confederaciones: la de 1861 y la de 1789" .
Además, inició la centralización de la regulación bancaria, que acabó con el sistema de banca libre; extendió las mejoras internas hasta niveles antes desconocidos; introdujo el execrable impuesto sobre la renta; fue el primero en recurrir a la conscripción; se arrogó poderes de guerra ilimitados; y su política económica fue la primera en recibir la denominación de new deal. Sentó, pues, numerosos malos precedentes, que fueron aprovechados por varios de sus sucesores.
Lincoln fue un revolucionario, que transformó por completo el carácter de la Unión: pasó de ser voluntaria a impuesta.
La secesión es un instrumento ideal para el mantenimiento de las libertades, como demuestra la Guerra entre los Estados. De haber triunfado la Confederación, el proteccionismo de los republicanos se habría venido abajo. La unión es útil si es voluntaria, y deja de serlo si no se respetan las libertades. Los estados norteamericanos eran legítimos intérpretes de la constitucionalidad de las leyes federales. Si se hubiese mantenido ese estado de cosas, el Gobierno federal sería hoy más parecido a lo que deseaban los redactores de la Constitución . Su lugar lo ha ocupado el Tribunal Supremo, que en lugar de frenar la expansión del poder federal más allá de los límites impuestos por la Constitución la ha sancionado .
He aquí el verdadero legado de Lincoln: acabó con un país que fue "concebido en libertad" y alumbró otro que sólo se relaciona melancólicamente con los ideales de los Padres Fundadores.