R. J. Neuhaus: cristianismo y libertad
En 1993 a Richard John Neuhaus, entonces párroco católico de San Juan Evangelista, una parroquia mayoritariamente negra e hispana de Brooklyn, le descubrieron un tumor. Tras dos operaciones duras y una larga estancia en cuidados intensivos, Neuhaus empezó a salir adelante. Contó luego que una noche, estando ya en una habitación del hospital, vio lo que llama dos "presencias" que le dijeron, aunque de un modo no sensible: "Ahora todo está listo". Neuhaus no ha sacado ninguna conclusión doctrinal ni sentimental de esta visión, que muchos atribuirán al estado de postración del enfermo. Tenía contacto con la muerte desde joven, cuando se encargaba de los auxilios espirituales para enfermos terminales del departamento de un gran hospital al que llegaban personas en situación grave y sin medios.
El tumor extirpado entonces se reprodujo luego, y el 9 de enero de 2009 Richard John Neuhaus falleció, a los 72 años de edad, en un hospital de Nueva York, la ciudad que consideraba suya, y en la que vivió muchos años. En su última columna publicada en First Things, la revista que fundó y dirigió desde 1990, escribió: "Tengan la seguridad de que ni temo a la muerte ni rechazo la vida. Si ha llegado la hora de morir, todo lo que ha sido es una leve insinuación de lo que está por venir. Si toca vivir, hay mucho por hacer –así lo espero– mientras tanto".
La reflexión sobre la muerte, capital en la vida de Neuhaus, se plasmó en dos libros importantes: Death on a Friday Afternoon: Meditations on the Last Words of Jesus Christ from the Cross (Morir una tarde de viernes: meditaciones sobre las últimas palabras de Cristo en la Cruz, 2001) y As I Lay Dying: Meditations Upon Returning (Mientras me estoy muriendo: meditaciones sobre el revivir, 2002). Son dos obras que renuevan la tradición cristiana de reflexión ascética y devocional. La primera permite asomarse a lo que debían de ser los sermones de Neuhaus en su parroquia de San Juan Evangelista, que él llamaba "St. John the Mundane" (San Juan el Mundano), por oposición a St. John the Divine, la catedral episcopaliana de Nueva York. La segunda constituye una meditación aún más personal, evidentemente inspirada en la experiencia durante algún tiempo cotidiana de la muerte de los demás, y luego de la propia enfermedad y de una agonía superada de milagro. (Por desgracia, sólo disponemos de la traducción al español de un libro de Neuhaus: Cita en Roma, Grijalbo, 1999).
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El padre Richard John Neuhaus nació en 1936 en Pembroke, una localidad de Ontario, Canadá. Hijo de un pastor luterano, él mismo lo fue durante treinta años, entre 1960 y 1990. En ese tiempo se encargó como editor de Una Sancta, una revista ecuménica de teología, y más tarde de Forum Letter, una publicación luterana independiente. En 1990 culminó una larga evolución, y al año siguiente fue ordenado sacerdote católico en la capilla de San Juan Evangelista por el cardenal John O'Connor. La decisión ha sido explicada por el propio Neuhaus, entre otras partes, en un texto titulado, con voluntad de provocación característica: "Cómo me convertí en el católico que ya era" ("How I Became the Catholic I was", First Things, abril de 2002).
El católico que era antes de convertirse al catolicismo era lo que él mismo llama un "católico eclesial o de Iglesia", aplicándose en el sentido más estricto la sentencia Extra ecclesiam nulla Salus: fuera de la Iglesia no hay salvación. Esa Iglesia acabaría siendo, para Neuhaus, la católica. En parte fue una reacción contra el hipersubjetivismo que, según él mismo, estaba anegando las iglesias o confesiones luteranas. Se le acusó, como era previsible, de autoritarismo o, mejor dicho, de querer adherirse a una autoridad exterior que simplificara las opciones teológicas y sobre todo, en lo que aquí nos concierne, morales. No era una acusación muy afortunada para alguien con el temperamento de Neuhaus, que contestó con una provocadora reflexión acerca de la naturaleza de la autoridad. Provocadora para las confesiones protestantes, con las que siguió manteniendo un diálogo abierto todo el resto de su vida, y sobre todo para la Iglesia Católica, al replantear, un poco como hizo el cardenal Newman con ocasión de su conversión al catolicismo, la naturaleza de su responsabilidad como institución. Neuhaus, impecablemente católico, no abandonó nunca su gusto por la independencia y la reflexión personal.
En los años sesenta había participado en los movimientos a favor de los derechos civiles y, cómo no, en contra de la guerra de Vietnam. Fundó una muy influyente organización religiosa para movilizar a la opinión pública contra la intervención bélica norteamericana (Clergy Concerned About Vietnam, luego llamada Clergy and Laity Concerned About Vietnam), predicó contra la guerra e incluso fue detenido en la calle, durante una manifestación ocurrida en la desquiciada Convención Nacional Demócrata de 1968. Tras la debacle republicana de 1976, apoyó a Jimmy Carter.
Apenas cuatro años después, Neuhaus respaldó a Reagan, y fue una de las voces intelectuales y morales más autorizadas que respaldaron el llamamiento del republicano a los católicos y a los evangélicos. Su evolución recuerda a la de los neoconservadores que, habiendo participado en los proyectos megalómanos de la Gran Sociedad propiciados por Johnson, comprobaron en los años setenta la crisis económica, social y moral que aquella expansión del Gobierno provocó en Estados Unidos. A diferencia de estos, Neuhaus no era un académico, ni un ensayista, ni un funcionario. Su bagaje y su experiencia de párroco en un barrio popular le condujeron a una reflexión crítica sobre el papel de las elites progresistas y su voluntad de descristianización de la sociedad norteamericana que acabará siendo el origen de lo que ha sido su principal aportación a la reflexión contemporánea.
Aun así, Neuhaus se parece a los neoconservadores en la medida en que, como ellos, ve en algunas de las consecuencias de las políticas de los sesenta y los setenta una traición a los ideales del movimiento inicial de los derechos civiles. Siempre estuvo orgulloso de su proximidad a Martin Luther King Jr., y afirmó –siendo este uno de los puntos clave de su evolución, más moral que ideológica– que los movimientos pro vida eran los herederos naturales de los que defendieron en su día los derechos civiles. Cuando el movimiento a favor de los derechos civiles se convirtió en la bandera emancipatoria de las elites progresistas, los primeros perjudicados fueron aquellos que por su situación social y por su precariedad económica no tenían estabilidad suficiente para poder sobrevivir con soltura a la liberación que se les proponía, y que las elites se tomaron como un juego... hasta que dejó de serlo.
Neuhaus también percibió la descomposición de las instituciones de la sociedad civil, lo que le llevó a investigar, junto con el sociólogo Peter Berger –y como recordó en la necrológica de Neuhaus publicada en Newsweek por su amigo George Weigel–, las "estructuras de mediación", o asociaciones voluntarias, una reflexión que acabaría siendo la base intelectual de las fallidas faith based initiatives de George W. Bush.
En economía, Neuhaus participó en el grupo de Michael Novak y Richard Benne que argumentó la superioridad moral de la economía de mercado y aportó su apoyo doctrinal a la redacción de la encíclica Centesimus annus (1991), de Juan Pablo II. Hay quien considera que esta posición resulta poco consistente con su conversión al catolicismo, y que Neuhaus, tan brillante, tan lleno siempre de energía, podría haber contribuido con su genio a desarrollar el pensamiento social de la Iglesia. Neuhaus, de cuya adscripción a la economía de mercado no queda la menor duda, se proclamaba un "pragmático" en economía, y afirmaba que sus posiciones, más que en un estudio teórico de la ciencia económica, estaban basadas en el contraste diario con una realidad a veces muy dura. Eso fue lo que le llevó al pragmatismo y a la adhesión a la libertad de mercado.
Pragmático en economía, ortodoxo en religión, conservador en lo cultural y progresista en política, así es como se definió en una entrevista concedida a la revista del Acton Institute. Esto último es importante. Para Neuhaus, como dijo en esa misma entrevista, el conservadurismo norteamericano de los años ochenta y noventa era, de hecho, la forma actual del liberalismo político norteamericano, que es, según un célebre análisis del historiador Louis Hartz, la única tradición política conocida en Estados Unidos. La misma en la que quiso basar Neuhaus su adhesión a la política exterior de Reagan y su esfuerzo por argumentar la intervención en Irak como una guerra justa.
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Su evolución ideológica, que él mismo habría calificado de intento de fidelidad a los principios, le llevó en 1984, en plena era Reagan, a publicar uno de los libros más influyentes de los últimos veinte años, The Naked Public Square: Religion and Democracy in America. Neuhaus fue pionero en la denuncia de la exclusión de la religión del espacio público y en la reivindicación de la presencia de la misma más allá de la esfera estrictamente privada. Se conoce la repercusión que este primer aviso sobre la desaparición de la religión en la sociedad occidental ha tenido en nuestra cultura. Consecuencias políticas, en primera instancia, ya que Neuhaus contribuyó –aunque sus relaciones con los evangélicos no siempre fueron fáciles, a pesar del extraordinario manifiesto que firmó en 1994, titulado "Evangelicals & Catholics Together" (Evangélicos y católicos juntos)– a la formación de la Mayoría Moral, que, de una u otra forma a lo largo de casi treinta años, fue uno de los cimientos de la hegemonía liberal-conservadora y republicana en Estados Unidos. Y consecuencias culturales tal vez incluso más profundas, en cuanto llevó a lo que a veces se ha calificado de un nuevo Gran Despertar en Estados Unidos, y, en el resto del mundo, en particular en Europa, a replantear con intensidad el papel de la religión en la esfera pública.
Neuhaus, canadiense nacionalizado norteamericano, considera que el experimento norteamericano no es, como ha mantenido una determinada tradición liberal, un simple acuerdo entre individuos, sino un pacto (en inglés, covenant) hecho al amparo de Dios (under God, como reza desde los años cincuenta la promesa de lealtad a la bandera que los escolares norteamericanos recitan todas las mañanas). Ese pacto es lo que las elites progresistas han venido ignorando desde los años setenta. En cambio, el pueblo norteamericano, religioso en un 90 por ciento, ha sabido preservarlo. Neuhaus llega así a acusar de falta de democracia a una actitud que finge desconocer la adscripción religiosa aplastantemente mayoritaria de la opinión pública, por no decir del pueblo, norteamericana. El intento de vaciar el espacio público de cualquier presencia religiosa vendría a ser una imposición sobre la opinión mayoritaria, hecha, además, mediante artificios jurídicos y no mediante el debate democrático, como lo prueba que su principal instrumento fueran sentencias judiciales y no decisiones respaldadas por los votantes.
Los bárbaros estaban dentro y no eran, como en la literatura griega, las masas ignorantes y supuestamente incultas, sino las elites más sofisticadas y cosmopolitas. El pastor Neuhaus hace así suya una tradición populista propiamente norteamericana que ensalza una sociedad que ha sabido conservar la fidelidad a sí misma y preconiza la vuelta al primer plano de la decisión política de ese mismo pueblo excluido por las elites. En este sentido, la ofensiva laicista protagonizada por las elites en los años sesenta y setenta suponía una puesta en cuestión de la esencia misma del experimento norteamericano, consistente en lo que Neuhaus llamaba la "libertad en orden" (ordered liberty).
La libertad, para Neuhaus como para Lord Acton, no consiste en la posibilidad de hacer lo que se quiera, sino en la garantía de que se pueda hacer lo que se deba. Esa garantía, que Estados Unidos ha venido proporcionado hasta ahora, puede acabar desapareciendo si se sustrae a la mayoría de la población las bases (muy mayoritariamente religiosas) que fundamentan sus elecciones morales y se le impide manifestarlas, aunque lo hagan "a veces", como dice Weigel, de una forma "torpe", estéticamente poco aceptable por esas mismas elites.
El análisis y la propuesta de Neuhaus resultaron pioneros de un debate que después, hasta hoy mismo, ha seguido copando el centro de la discusión pública. Ya he recordado su importancia en la articulación de la hegemonía liberal-conservadora y en la formación de la coalición social que sostuvo el éxito del republicanismo entre 1980 y 2006, cuando las elecciones de medio mandato alertaron, sin provecho alguno, del evidente avance de los demócratas. Se podría argumentar incluso que el avance del Partido Demócrata en estos últimos dos años se basa, al menos en parte, en la aceptación por parte de los propios demócratas del hecho y del discurso religioso, algo que la retórica demócrata había tendido a rechazar desde finales de los sesenta, con la excepción de la presidencia de Jimmy Carter. Al cabo de los años, Neuhaus y sus amigos habrán forzado al Partido Demócrata a hacer suyos los postulados populistas que ellos mismos preconizaron, o, en otras palabras, a escuchar a la opinión pública norteamericana cuando se niega a que le extraigan la raíz religiosa de sus elecciones morales y su comportamiento en sociedad.
En otro campo, el libro de Neuhaus sirvió para dar un nuevo impulso al diálogo interreligioso y ecuménico, formas de diálogo que cobran una dimensión nueva a partir de lo que Weigel llama el cristianismo radical de Neuhaus. Y es que para Neuhaus el cristianismo no es cosa únicamente de cristianos. La verdad cristiana es una verdad que afecta a todo el mundo, porque para un cristiano es la propia verdad del mundo. Así se creó un grupo que permitió la relación con evangélicos, rabinos, altos representantes de la Iglesia Católica y laicos. En un texto muy hermoso sobre la salvación, Neuhaus habló como esperanza, no como doctrina, del proyecto divino de salvarnos a todos, incluidos los no creyentes ("Will All Be Saved?", First Things, agosto y septiembre 2001).
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Ni que decir tiene que la propuesta de Neuhaus sobre la religión en el espacio público debía crear polémica. El propio Neuhaus, apasionado y brillante como era –así lo demostró durante su visita a Madrid en el año 2005, a la que dedicó una reveladora entrada el 23 de noviembre de ese mismo en su blog o diario de First Things, titulado The Public Square–, llevó el argumento mucho más lejos de lo que en un principio parecía haberse propuesto. Algunos años después llegó a poner en duda la vigencia de la democracia liberal en ausencia de un consenso público acerca de la presencia de la religión en el espacio público. La acusación disparó todas las alarmas en el propio círculo de Neuhaus y provocó la salida del consejo editorial de First Things de Gertrude Himmelfarb, la historiadora especializada en la época victoriana y uno de los puntales intelectuales del grupo neoconservador. También abandonó First Things Peter Berger, el antiguo colaborador de Neuhaus en su reelaboración intelectual del concepto –muy tocquevilliano, entre otros posibles adjetivos– de las asociaciones voluntarias como urdimbre de la sociedad norteamericana.
Luego nació, como una variante sobre el término neocon, otro menos famoso pero utilizado con frecuencia en la literatura polémica: el de teocon. Los teocons se distinguirían de los neocons en que basan el origen del experimento norteamericano en un designio teológico, hacen de Estados Unidos una religión y retoman la famosa definición de Lincoln de Norteamérica como "un pueblo casi elegido"... suprimiendo el "casi". Las propias consecuencias de la argumentación de Neuhaus se prestan inevitablemente a ataques de esta índole, que le dan la vuelta al argumento de los bárbaros y llegan a hablar del asedio de la Norteamérica secular por parte de las hordas religiosas que postulan que el cristianismo es, más allá de una religión, la fundadora de una civilización. De ese modo, esta misma civilización quedaría impregnada de religiosidad, y se haría de la religión una realidad que iría mucho más allá de lo estrictamente religioso.
El argumento religioso se reintroduce así en el debate de las opciones políticas de una forma tal vez impensada en un primer momento, al mismo tiempo que encierra a quienes recurren a él en un gueto en el que sólo quienes comparten la fe pueden compartir igualmente el razonamiento que se deduce de ella. Se entiende así la acusación de que Neuhaus y sus seguidores están revisando la tradición secular de la cultura norteamericana y occidental, así como las propias conquistas del liberalismo a lo largo de una historia conflictiva, de la que las confesiones cristianas, en particular la Iglesia Católica, no siempre han salido bien paradas. La crítica cobra aún otra dimensión cuando se ha hecho presente en las sociedades occidentales la cuestión del Islam, una religión que reivindica abiertamente su carácter de civilización, con mucha más razón que el cristianismo. Si el cristianismo puede llegar a caer en la tentación de invocar su carácter de civilización, el espejo que le tiende el islam debería llevar a una reflexión sincera acerca de la relación entre la religión, la civilización y la naturaleza de los argumentos aceptables en el debate público.
Neuhaus, obviamente, nunca llegó tan lejos. Lo suyo, lo que le interesaba en lo intelectual y lo que le atraía por carácter, fue más bien mantener siempre la tensión conceptual, y emocional, sin miedo a la provocación, a veces un poco unamuniana, entre dos condiciones de la libertad: por un lado la garantía de que cualquier religión –siempre que sea respetuosa con los derechos humanos– tenga asegurada su presencia más allá de lo estrictamente privado y, por otro, la garantía de la libertad religiosa y de un espacio en el que la religión no constituya el fundamento mismo de la convivencia en libertad. Algo así como complementar el argumento estrictamente jurídico, o liberal, con la necesaria presencia de la religión en la sociedad, que no se puede limitar a un estatuto (en España llamado laicista) que algunos seguidores de Neuhaus, dando la vuelta a la acusación de fundamentalismo, han equiparado al de la dhimmitud, la situación de privacidad tolerada bajo coacción en la que se encontraban, en los países musulmanes, los creyentes (dhimmis) de religiones distintas de la oficial.
En los años noventa, cuando la polémica causada por The Naked Public Square, Neuhaus se esforzó por demostrar que la democratización, como en general la modernización de una sociedad, no tiene por qué ir acompañada de la secularización, como demostraba el ejemplo norteamericano. Una cosa es la libertad religiosa promulgada en la Primera Enmienda de la Constitución norteamericana, con la consiguiente neutralidad del Estado en cuanto a las confesiones religiosas, y otra muy distinta una empresa que consiste en extirpar de la propia sociedad los fundamentos religiosos de la moral de las personas. Más aún, no es sólo que sin una vida religiosa intensa las sociedades democráticas pueden verse en peligro de dejar de serlo, es que sin ella, sin la presencia de la trascendencia religiosa, esas mismas sociedades corren el riesgo de dar a luz formas políticas que acabarán, tarde o temprano, por negar la democracia liberal. ¿En qué se convierte el patriotismo sin el límite de la religión? En nacionalismo intrínsecamente totalitario. ¿Y en qué se puede convertir un proyecto de secularización absoluta de la sociedad a cargo de un Estado convertido en una religión civil? En un experimento de ingeniería social abocado al totalitarismo.
Wilfred M. McClay sostiene que de la obra de Neuhaus se deduce la imposibilidad de aceptar dos premisas: la de la completa privatización de la religión y la de la completa integración de la Iglesia y el Estado. El cristianismo, dejó explícitamente dicho Neuhaus, no es una ideología, y en su pragmatismo económico se adivina que pensaba que tampoco la Iglesia puede inspirar, y mucho menos convertirse en, un partido político. Así que en la obra de Richard John Neuhaus, tan rica, tan sugestiva, tan intensamente comprometida, debemos buscar, tanto como respuestas, formas de enfrentarnos sin prejuicios a asuntos esenciales, que nos afectan a todos por su repercusión y su alcance. No hay que olvidar tampoco que Neuhaus, además de un ensayista y un teólogo de primera categoría, era sobre todo un sacerdote, un predicador que supo conservar en su adhesión incondicional a la doctrina de Iglesia Católica la libertad del pastor protestante, y se enfrentó con ella a una crisis que además de política era, antes que nada, espiritual. Otra vez vuelve el ejemplo de Miguel de Unamuno.