Treinta y dos reflexiones para liberar las drogas
Estas líneas constituyen el resumen de un trabajo que presenté en la Academia Nacional de Ciencias Económicas de Argentina y que, ampliado y desarrollado, se convirtió en un libro[1] sobre este tema tan espinoso y delicado.
1. La tesis o columna vertebral en torno a la cual gira este texto estriba en que moralmente no corresponde criminalizar lo que no constituye un crimen. En este sentido, no debe confundirse un vicio, con el que una persona se daña a sí misma o a su propiedad, con un atropello a los derechos de un tercero, es decir, con el daño infligido a otras personas o a sus propiedades.
2. La drogadicción es una tragedia. Habitualmente produce lesiones cerebrales irreversibles, una verdadera masacre en la psique, una severa distorsión de los sentidos y de la capacidad de percepción. La abstinencia suele estar acompañada de dolores musculares intensos, calambres, vómitos, escalofríos; quien la padece experimenta una notoria disminución de la actividad cerebral, un debilitamiento extremo, tremenda zozobra.
3. La tragedia se pone de manifiesto cuando observamos a seres que decimos humanos sólo por algunos de sus rasgos externos: están tirados en las calles, desaliñados al extremo de la roña, con piernas y brazos que semejan palos de escoba, llenos de venas saltonas y agujereadas por todas partes, los rostros desencajados, los ojos sin expresión inyectados en sangre, las bocas babeantes de labios púrpura resecos y rajados, las pieles de un amarillo mortecino, los tabiques nasales perforados y la vestimenta fúnebre. Son la imagen viva de la tragedia.
Pero debe puntualizarse claramente que una cosa es el uso y otra el abuso. Si tomamos el ejemplo del alcohol, es evidente que no todos sus consumidores acaban siendo presa del delirium tremens. El poeta que se cree más inspirado y el operador de Wall Street que se creen más eficientes si consumen drogas no están necesariamente incluidos en el cuadro que acabamos de dibujar.
4. Por las razones que a continuación expondremos, la prohibición de las drogas alucinógenas para usos no medicinales intensifica en grado exponencial la drogadicción y extiende de modo horripilante la tragedia a los que deciden no intoxicarse. Ya sucedió en Estados Unidos a raíz de la implantación de la Ley Seca, que finalmente hubo que abrogar debido a la criminalidad y la corrupción que generó y las muertes que se cobró, para no hablar de que no hizo sino incrementar colosalmente los niveles de alcoholismo y de que consumió ingentes recursos.
5. La prima por el riesgo de operar en el mercado de la droga hace que el precio de la misma se eleve sustancialmente y genere abultados márgenes de beneficio.
6. Ese alto precio permite que irrumpan en el mercado las drogas sintéticas, de efectos mucho más devastadores que los de las naturales.
7. Los altos precios permiten igualmente que aparezca la figura del pusher, que obtiene miles de dólares semanales y se ubica generalmente en lugares como las entradas de los colegios para atraer clientela, especialmente gente joven.
8. El costo de la escalada, solamente en los Estados Unidos, se ha elevado en un 50.000% desde que empezó la llamada guerra contra las drogas, en la década de los setenta. Costo que debe ser sufragado por todos, consumidores y no consumidores de drogas.
9. Cuando se entra en el mercado negro, si eres víctima de una venta fraudulenta no puedes acudir a reclamar a los tribunales (ni a los médicos).
10. El mercado negro obliga a los consumidores a entrar en el circuito del crimen, con todos los riesgos que de ello se derivan. Además, esta situación en ocasiones dificulta el empleo de drogas para fines terapéuticos.
11. El mercado negro tiñe las actividades legítimas a través del lavado de dinero, lo cual oscurece las contabilidades y los registros de los negocios legales e ilegales.
12. Los datos atestiguan la monumental corrupción existente en los ámbitos (judicial, político, policial, militar, administrativo) encargados del control del tráfico de drogas.
13. Cuanto mayor es la persecución, más denso se hace el mundo del narcotráfico. Por razones de seguridad, se organiza en forma de red, una red en la que con frecuencia intervienen menores de edad, por ser legalmente inimputables.
14. Cuanto mayor es la persecución en una zona, mayores son los estímulos e incentivos para la extensión del mercado a otras áreas.
15. Cuanto mayores son las dificultades para introducir droga en una zona, más intensiva en términos de capital se convierte la actividad del narcotráfico. Este estado de cosas tiene mucho que ver con la proliferación de laboratorios locales.
16. Cuanto mayor es la persecución, mayor es el número de gente violenta que concurre a las actividades relacionadas con las drogas.
17. Cuanto mayor es la persecución, mayor es el número de gente inocente que, por una u otra circunstancia, acaba siendo perjudicada, o incluso perdiendo la vida.
18. En forma creciente, se observa la impunidad con que actúan los encargados de controlar el mercado de drogas que se reparten los activos de los barones de las drogas... y de muchos otros que nada tienen que ver con la droga.
19. Debido a que se trata relaciones contractuales voluntarias, en el mercado de la droga no hay víctimas ni victimarios; por tanto, debe recurrirse a la figura del soplón, que necesariamente implica el atropello de derechos y la lesión de libertades, a través del entrometimiento en el secreto bancario, las escuchas telefónicas, las invasiones domiciliarias y las detenciones sin juicio previo.
20. Existe una conexión entre los abultados márgenes del negocio de la droga y el terrorismo, que precisa de financiación para sacar adelante sus actividades criminales.
21. Ojo a las estadísticas relativas al nexo entre drogas y crimen. No es relevante tomar el universo de crímenes y constatar que existe una alta proporción de drogadictos implicados en ellos. Lo relevante es tomar el universo de drogadictos y constatar que hay una proporción mínima de gente que comete crímenes. Más aún: en innumerables casos el nexo causal se invierte: el criminal se droga debido a que, habitualmente, el actuar bajo los efectos de las drogas constituye un atenuante en lugar de un agravante.
22. Paradójicamente, se suele considerar al drogadicto un enfermo... pero se le imponen penas de cárcel. Se dice que hay que protegerle contra sus propias necedades y, sin embargo, se le castiga. Existe el error de atribuir a una enfermedad toda conducta incivilizada, como si el incivismo fuera lo mismo que la difteria o el cáncer. Al drogadicto se le suele considerar un enfermo mental sin que se tenga en cuenta que la enfermedad se define como una lesión orgánica; por tanto, resulta un ejercicio peligroso extrapolar la noción de enfermedad a cuestiones relacionadas con la psique, el alma o la mente, donde no hay problemas de tipo químico. No somos sólo kilos de protoplasma: los estados mentales nos permiten rechazar el determinismo físico y fijar propósitos deliberados, que a su vez hacen posible la distinción entre proposiciones verdaderas y falsas y, consecuentemente, la argumentación y las ideas autogeneradas, que, a su turno, abren la posibilidad de revisar los propios juicios. Se dice, sin embargo, que el drogadicto no es un sujeto libre, como si no hubiera decidido libre y voluntariamente afectar su estructura intelecto-volitiva. Esto último nos recuerda a la persona que asesinó a sus padres y luego, en el juicio, pedía misericordia porque era huérfano.
23. Son muy bienvenidas todas las campañas y acciones financiadas con dinero privado tendentes a la rehabilitación de drogadictos que optan por dejar el vicio, pero no debería utilizarse coactivamente el fruto del trabajo ajeno, a través de esa contradicción en los términos denominada "Estado benefactor" (y es que la caridad, la beneficencia y la solidaridad no pueden practicarse a la fuerza), para atender a quienes deliberadamente se han puesto en esa situación.
24. En nuestra propuesta, la cuestión de los menores se trataría igual que se trata en lo relacionado con la pornografía, la licencia de conducir o el alcohol. Así, no habría lugar para la publicidad de las drogas, y en los lugares públicos se castigaría a quienes pusieran de manifiesto su imposibilidad de controlarse.
25. Cualquiera podría actuar como subrogante y defender el derecho de una criatura por nacer si la madre ingiriese drogas que provocasen en aquélla malformaciones de las conocidas como crack babies. Descuento que en esta calificada audiencia se conoce que la microbiología moderna enseña que hay una persona en acto desde el momento de la fecundación del óvulo, con toda la carga genética completa, y que si bien hay distintos comportamientos posibles de la madre en el período de gestación, hay un juicio prudencial y de decencia que no autoriza a mutilar, malformar y mucho menos aniquilar a la persona por nacer.
26. Nuestro análisis está dirigido a las relaciones entre adultos. Hay infinidad de actividades que son riesgosas, como el boxeo y el aladeltismo, e infinidad de actividades que producen muchas más muertes que la drogadicción, como el consumo abusivo de alcohol o de tabaco y la práctica de dietas perversas. En nuestro caso, se trata de subrayar que la contracara de la libertad es la responsabilidad individual. No resulta procedente jugar a ser Dios o, mejor dicho, tener la arrogancia y la soberbia de ser más que Dios, ya que incluso en todas las grandes religiones se acepta que Dios, a través del libre albedrío, permite que el hombre se condene o se salve según sea su conducta. Por otra parte, como se ha dicho, si damos más importancia al alma que al cuerpo, habrá que prohibir cosas tales como la lectura de libros dañinos.
27. Las causas de la drogadicción radican siempre en un problema de carácter. Se suele comenzar con la idea de vencer la timidez para hablar o cantar en público, de facilitar la socialización; por rebeldía, curiosidad o afán de emular a los demás. En cualquier caso, la drogadicción es siempre consecuencia de decisiones personales y de una mala administración del propio carácter. Lo que no es admisible es endosar la responsabilidad a factores como la pobreza, puesto que, dado que todos provenimos de las cavernas, sería una falta de respeto a nuestros ancestros sostener semejante tesis; eso, por no hablar de que en no pocos círculos de la alta sociedad la drogadicción es generalizada, con la diferencia de que, muchas veces, a estos drogadictos se les libra del castigo por sus contactos con el poder de turno, contactos de los que no disponen quienes tienen menos recursos.
28. Si se pone fin a la guerra contra las drogas, la desaparición del crucial factor fruto prohibido y de los pushers y la ausencia de publicidad provocarían un desplazamiento hacia la izquierda de lo que en la economía convencional se denomina "la función de la demanda". Pero debemos repetir que estas medidas de liberación del mercado de las drogas no las propugnamos por razones primordialmente utilitarias, sino de orden moral: se trata de no criminalizar lo que no constituye un crimen. Podemos incluso suponer que con la liberación cambian las estructuras axiológicas de la gente y hay más personas que deciden drogarse hasta perder el conocimiento. Cada uno debe asumir la responsabilidad por lo que hace; en una sociedad abierta, el aparato de fuerza que denominamos Gobierno debe utilizar la violencia sólo a título defensivo, nunca ofensivo. Aunque no es lo que ocurre, admitimos también que la prohibición puede cambiar los valores de las personas y provocar una disminución del consumo, del mismo modo que es posible que hubiera más cristianos conversos durante la Inquisición, o que se leyera menos sobre la libertad después de la quema nazi de libros, pero insistimos en que se trata de un asunto eminentemente ético.
29. Las drogas naturales a que aludimos vienen consumiéndose desde tiempo inmemorial, por lo menos desde 2000 a. C. Los problemas comenzaron con la prohibición, que, dicho sea al pasar, fue el resultado de unos estudios de mercado realizados por la mafia después de que se le fuera al garete el negocio de la venta ilegal de alcohol. Los casos de los ocho estados de USA que han liberado la marihuana, así como el de Holanda (liberación parcial) no resultan concluyentes, dadas las contradicciones en ellos detectadas (v. gr., establecimiento de cuotas), por no hablar de ciertas medidas abiertamente contraproducentes (en Holanda hay espacios públicos reservados a los drogadictos, a los que se ofrece jeringas sin cargo). Por otra parte, es común criticar la liberación con el argumento de que notable reducción de los incentivos en los lugares donde se proceda a la misma hará que los traficantes se trasladen a otras zonas, lo cual es absolutamente cierto; pero esto hará que se reconsideren las políticas en esas otras zonas, del mismo modo que ocurre cuando en unos sitios se combate la delincuencia peor que en otros.
30. Sin duda, los intereses creados para que todo siga igual son muchos y muy fuertes. Pensemos en las gentes y empresas vinculadas horizontal o verticalmente al negocio de la droga: en los camellos, los topos, los organismos de control, los policías, los jueces, los militares, los fabricantes de plaguicidas...
31. Los intereses creados se imponen a la realidad de los nefastos resultados de la represión: aumento de la drogadicción, atropello de los derechos de las personas, onerosísimo coste de la guerra contra las drogas, niveles escandalosos de corrupción... Como dice Thomas Sowell, "las políticas se valoran en función de sus resultados, pero las cruzadas son juzgadas por lo bien que hacen sentir a los cruzados".
32. Debe subrayarse que, cuando sugerimos no criminalizar lo que no es un crimen y, consecuentemente, liberar el mercado de drogas, no nos referimos sólo al consumo, como se ha hecho en algunos lugares, que han adoptado unas políticas que parecen ideadas por los comerciantes de narcóticos, pues colocan a éstos en el mejor de los mundos: al restringirse la producción, se les aseguran suculentos márgenes de ganancia.
El premio Nobel de Economía Milton Friedman, precursor contemporáneo de la liberación de las drogas, dejó escrito lo que sigue: "Las drogas son una tragedia para los adictos. Pero criminalizar su uso convierte la tragedia en un desastre para la sociedad, tanto para los que las usan como para los que no". Yo, por mi parte, quisiera concluir con esta otra cita, de Thomas Jefferson:
No podemos renunciar y jamás renunciaremos al derecho a nuestra conciencia. Sólo respondemos de ella ante Dios. Los poderes legítimos del gobierno se aplican sólo cuando se lesiona a otros.
[1] A. Benegas Lynch (h), La tragedia de la drogadicción. Una propuesta, Lumiere, Buenos Aires, Argentina, 2004.
Número 43
Varia
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