La revolución imparable del señor ex ministro
Imaginen que un ex ministro del PP que se considera liberal se pasa un año en el FMI. Al regresar a casa, reniega de la libertad de mercado, diseña una batería de impuestos ecológicos y –la guinda– habla de la necesidad de una revolución global que implante un Gobierno Mundial Redistribuidor. Todo para evitar la extinción del Hombre y salvar el planeta de la aniquilación total.
No se equivocan: el hombre es Juan Costa.
La revolución imparable. Un planeta, una economía, un Gobierno es el título de un libro que, sin duda, servirá a la nueva religión ecologista para obtener nuevos adeptos que, a su vez, permitan a los poderes públicos expandir sus tentáculos a costa de la libertad de los individuos. La crisis económica –generada por los mismos que ahora se las dan de salvadores– es la perfecta excusa de que se sirve Costa para ligar un discurso apocalíptico que anuncia, en unas décadas, el fin de la Vida en la Tierra. Pero no se preocupen: Costa tiene la solución a todos nuestros males: lo que hay que hacer es tomar buena nota del rancio recetario socialista: menos mercado y más Estado.
Lo que más sorprenderá a muchos de los que se embarquen en esta lectura es su contraste con... ¡la trayectoria del propio Costa! Incluso aquellos que conocen bien los daños que el peso excesivo del sector público inflige a las familias y empresas tardarán unas páginas en darse cuenta de que este Costa es el mismo que fue secretario de Estado de Hacienda en el primer Gobierno Aznar y ministro de Ciencia y Tecnología en 2003. ¿Habrá sufrido una profunda metamorfosis, o ya era así y no nos habíamos enterado?
Si ha cambiado, lo ha hecho tanto, que ha dejado de lado cualquier referencia al mercado como la mejor forma de asignar los recursos y comprado a la izquierda verde un discurso peligroso que por necesidad desemboca en actitudes liberticidas. Costa hace buena una de las citas fundamentales de la Escuela Austriaca de Economía: "Totalitarismo es la nueva palabra que hemos adoptado para describir las inesperadas pero inseparables manifestaciones de lo que en teoría llamamos socialismo" (Hayek).
Entremos en materia. El estilo de Costa es muy cuidado; de hecho, la pulcritud es el principal punto fuerte del libro. Los capítulos están muy bien presentados, con multitud de ejemplos y explicaciones pertinentes: en muchas de ellas se nota que fue asesor jurídico de empresas hasta que, ya hace tanto, en 1993, dio el salto a la política. Es lo único que se salva del libro, junto con algunas ideas expuestas en el capítulo dedicado a la energía nuclear; pero no adelantemos acontecimientos.
La revolución imparable esconde, bajo su cuidada forma, un légamo de mitos ecologistas y aproximaciones reduccionistas a la realidad. Desde las primeras líneas, Costa deja muy clara su principal tesis, que, por otra parte, ya sabemos, nada tiene de original: el Hombre está destruyendo la Tierra y es necesario diseñar "un nuevo plan" (título del primer capítulo) para evitarlo. La "revolución" que anuncia es "imparable", y tiene como objetivo evitar la "quiebra" del "ecosistema global", la "explosión" de una "bomba social" y "convertir la lucha contra la pobreza y la defensa del planeta en el principal motor del progreso". Como les digo, nada nuevo bajo el sol. Pero eso no lo hace más peligroso, sobre todo cuando se aboga, como se hace en estas páginas, por un sistema impositivo global dirigido por un Gobierno igualmente mundial que pueda hacer y deshacer a su antojo.
Este Gobierno global se encargaría de penalizar el uso "irresponsable" de los bienes y servicios, perseguir el estilo de vida "sucio" y fijar un sistema de precios que cambie "nuestro modelo de desarrollo". Los impuestos son el factor transformador de la sociedad para llegar a la soñada por Costa; una sociedad que en algunos aspectos recuerda a la que postulan los movimientos New Age, que también reclaman una visión "más holística" del mundo.
No falta aquí la referencia a la hipótesis Gaia, formulada por James Lovelock con aportaciones del geólogo escocés James Hutton, que en 1785 manifestó que la Tierra era un organismo vivo. Lovelock clama hoy día por "suspender la democracia", cosa que, vaya por Dios, Costa no dice. Es de agradecer que, por lo menos, ¿y por ahora?, niegue que el planeta tenga "su propia conciencia".
Lo único que se salva de la quema, en lo que a ideas se refiere, es, como apuntaba antes, la defensa que se hace de la energía nuclear como principal fuente de energía para el futuro, por su coste relativamente bajo, su seguridad y su limpieza; y porque nos permitiría dejar de depender de tal manera del petróleo... y de los países que lo producen. ¿Defensa? Quizá no haya que ir tan lejos; y es que Costa es consciente del rechazo que esta posición genera en los adeptos de la religión ecologista, por eso habla de la nuclear como un "mal menor".
Mención aparte merece el hecho de que todos los datos supuestamente científicos en que Costa fundamenta sus tesis proceden del mismo sitio: la ONU. Así que, claro, es normal que dé por sentado que existe un "consenso" en lo relacionado con el carácter antropogénico del cambio climático, antes conocido como calentamiento global. Pues bien: lejos de existir esa unanimidad, cada vez son más los científicos honrados que denuncian el carácter fraudulento de la letanía oficial y demandan investigaciones independientes, sobre todo después del escándalo del Climategate.
A pesar de todos estos puntos negros, o precisamente por ellos, este libro debería ser de obligada lectura para todos los que quieran seguir luchando por la libertad. Es fundamental conocer los argumentos que esgrimen los políticos y los grandes oligopolios para instaurar una sociedad de siervos. Para poder enfrentarse al enemigo es vital conocerlo bien y plantarle cara en la batalla de las ideas.
Juan Costa, La revolución imparable, Espasa, Madrid, 2010, 256 páginas.
Número 44
Retrato
Reseñas
Varia
- El fascismo progresista. Reflexiones a propósito de la obra de Jonah GoldbergManuel Pastor
- Censura y guerra en los Estados UnidosJosé Carlos Rodríguez
- El nuevo antisemitismoJulián Schvindlerman
- La democracia del Siglo XXICarlos Sabino
- Cooperación para el desarrollo de la dictadura castristaGrace Piney
- Dos conceptos de competencia: los taxis contra MicrosoftJuan Ramón Rallo
- Curiosa investigación marroquí inspirada por Juan GoytisoloInger Enkvist
Los que mangonean en el New-PP, son como zombies con buen aspecto.
Andan, respiran, parecen normales, pero cuando les oyes hablar lo hacen como los muertos vivientes, y sólo repiten las incongruencias de la izquierda.
¿Por qué? :
¿Para ser centristas?, ¿para no ser tildados de fachas?. No estoy seguro, pero creo que es porque :
- Es más cómodo difuminarse con el paisaje.
- Y por miedo a la izquierda, a sus partidos y sobre todo a sus medios.
Como esta guerra está perdida, los ciudadanos tendremos que organizarnos en plataformas cívicas, como las que ya existen hoy, pero masivamente.
Y a ver quien gana.?