Menú

La Ilustración Liberal

Obama, Hannity y la recuperación de la derecha americana

Barack Hussein Obama es el presidente más radical y extremista que jamás haya estado al mando de la más poderosa nación de la tierra; un socialista que amenaza con destruir los fundamentos que hicieron grandes a los Estados Unidos. Para combatirle, a él y a su programa radical, Sean Hannity ha escrito Conservative victory. Defeating Obama's radical agenda, que, en primer lugar, llama la atención por su pequeño tamaño y su papel barato, el precio asequible y su prosa accesible al gran público. Y es que lo que pretende Hannity no es formar un discurso de elevada ciencia política sino mostrarnos al monstruo y ofrecer las armas para asegurar su derrota. Cuantos más americanos sean conscientes de la magnitud del problema, mayores serán las probabilidades de que no se dejen embaucar de nuevo por el personaje.

Las primeras medidas adoptadas por Obama pasaban por imponer una redistribución de la riqueza mediante la intervención del Estado, limitar el juego del libre mercado y hacer que los Estados Unidos sean amados por aquéllos que hasta ahora les han venido acusando de arrogantes y prepotentes. La determinación de Obama es total y nada parece detener su intención de sacar adelante sus leyes más radicales: incluso ha recurrido al soborno descarado mediante el envío de dinero e inversiones públicas a los territorios de los congresistas y senadores que han plegado a sus designios. Esta forma de actuar no nos resulta extraña en una España cuajada de partidos regionalistas y de separatistas de toda laya. Su estrategia parece ser la siguiente: sacar primero adelante la parte más suave del programa y dejar los aspectos más radicales para más adelante, cuando la reelección esté garantizada o sea una realidad.

Obama pensó que la gente no se iba a enterar, que los medios de izquierda le iban a ayudar a disimular; el movimiento de los tea parties le ha demostrado lo contrario. Como reacción ante las protestas populares contra a su política, Obama ha radicalizado sus acciones, ha pisado el acelerador y se ha lanzado a gobernar desde la extrema izquierda.

El autor previene contra dos equivocaciones que pueden hacer baldíos los esfuerzos por echar a Obama. La primera, caer en la tentación de crear un tercer partido: el republicano, pese a sus errores, puede y debe recoger el mejor pensamiento conservador americano como clave para la victoria. La segunda, creer que la recuperación del votante independiente pasa por aceptar la agenda progre –para éstos, nunca se cedería lo bastante–, en vez de por recuperar la esencia del conservadurismo y los principios que hicieron grande a esa nación.

Los orígenes del radicalismo de Obama

Aunque ahora, como en la campaña para las presidenciales, disimule, los orígenes, la formación y las afinidades juveniles de Obama demuestran su extremismo. Reparemos por ejemplo en su pertenencia a la Trinity Unity Church of Christ, que proclama que los mayores sufrimientos padecidos por la raza negra la hacen más apta para comprender las Sagradas Escrituras. Esta Iglesia predica una suerte de teología de la liberación según la cual Jesús no vino a liberar al hombre del pecado, sino a los oprimidos de sus opresores. Como ustedes pueden imaginar, los oprimidos son los negros. Este mensaje absolutamente racista sería declarado ilegal en numerosísimos lugares si, simplemente, cambiáramos "negros" por "blancos". La Trinity Unity Church of Christ difunde un conjunto de creencias más políticas, sociales y económicas que espirituales. Para ella, Jesús sólo es aceptable como instrumento de la lucha de clases y por los derechos de la raza negra. Llama la atención el contenido de algunos sermones del reverendo Wright, atendidos con devoción por el joven Barack. Como aquel en el que, pocos días después del 11-S, afirmó que los ataques fueron consecuencia del racismo de América. Muchas de las prédicas de Wright sirvieron de base al libro La audacia de la esperanza, del que el inquilino de la Casa Blanca tanto se precia. Obama comparte con Wright sus prejuicios sociales y su desdén por América. Según ambos, ésta debe pedir disculpas por sus actividades pasadas, abusivas, arrogantes y nacidas de una superioridad que le ha permitido acumular poder a costa de otros pueblos y naciones. Aunque ahora trate de distanciarse de él, sabemos que el enlace entre Barack y Michelle Obama fue oficiado por el propio Wright.

En sus comienzos políticos, puede que la persona que más influencia ejerciera sobre él fuera William Ayers, un extremista de izquierdas, un comunista que ejerció de terrorista en los años 60 y que amparó a la terrorista no arrepentida Bernardine Dohrn. Una vez le preguntaron si se lamentaba o arrepentía de algo, y Ayers respondió que, tal vez, de "no haber puesto suficientes bombas".

A la hora de hablar de influjos, por supuesto no podemos dejar de mencionar a, cherchez la femme, su esposa, una mujer que ha manifestado repetidamente su desdén por su país y que dijo haberse enorgullecido de él por primera vez el día en que su marido fue elegido.

Lo de las amistades peligrosas del inquilino de la Casa Blanca no es cosa del pasado. Sus zares forman una cuerda de anticapitalistas contrarios al libre mercado, partidarios de la regulación estatal, de las subidas de impuestos y de los medios de comunicación de propiedad pública. Justificadores de Chávez y creadores de un lenguaje orwelliano, promotores del sexo libre y homosexual, defensores de las más peregrinas teorías sobre el cambio climático y el llamado mundo sostenible (sin excluir agresivas políticas de control de natalidad y de esterilización), también los hay de confesión católica pero que defienden con entusiasmo el aborto (¿a que les suena?).

Obama el socialista

Pero ¿quién es el actual Obama? ¿Sigue, a pesar de todo, siendo aquel radical o ha templado sus posiciones?

Observamos que la perspectiva clasista y socialista influye en su aproximación a la cuestión de los impuestos: pese al éxito económico sostenido y al incremento de recaudación que procuraron las rebajas impositivas de Reagan y Bush, Obama insiste en su mantra: "Que paguen más los más ricos". (¿A que les suena?). Su programa económico prevé una expansión del Estado como nunca antes se había producido en USA lo que hará que los niveles de déficit suban de manera igualmente inaudita. Aunque Obama argumenta que Bush (al que se refiere como "mi predecesor", como para evitar siquiera nombrarle) dejó un déficit elevado, lo cierto es que se multiplicará por tres o por cuatro incluso cuando se complete la retirada de Irak. Obama acusa a "los ricos", y pretende transferir parte de su riqueza a los pobres. Es curioso pero, a la hora de las advertencias, incluso cita literalmente pasajes del mismísimo Lenin: "No es momento para beneficios".

La iniciativa para el apoyo a las familias que no pueden afrontar el pago de sus hipotecas y el plan de estímulo (el Plan E obamita) fueron dos de sus primeros proyectos, saldados con sendos fracasos; el segundo arrojó una creación de puestos de trabajo que no llegó a la centésima parte de los previstos, siendo todos ellos, además, eventuales y en el sector público. Se trata siempre de medidas de un solo uso (one shot), que se agotan con rapidez y sólo sirven para dejar enormes agujeros presupuestarios.

Cuando Obama deviene consciente de que sus medidas han sido un fracaso, enseguida convoca cumbres. Un fracaso siempre se resuelve con un encuentro de altos vuelos en el que sedicentes expertos y supuestos intelectuales (casi siempre de su cuerda) se reúnen para hacerse fotos y respaldar las medidas fallidas, u otras que lo serán en breve. Recordemos la cumbre sobre responsabilidad fiscal, la cumbre sobre asistencia médica, la cumbre sobre la gripe porcina, la cumbre sobre conducción negligente, y, claro, aquella cumbre de la cerveza cuyo objeto fue hacerse un par de fotos con un profesor negro y con el policía blanco que, al decir del señor presidente, le había agredido.

El delirante plan de reducción de los gases de combustión, que va a suponer enormes costes para las familias –sobre todo para las más pobres–, pretende justificarlo obviando los estudios que discuten las teorías que lo inspiran y reprimiendo a los científicos disidentes.

En cuanto al sistema sanitario, de nuevo Obama se embarcó en una reforma ineficiente que supondrá una expansión adicional del Estado y... más ineficiencias. Se ha presentado ese nuevo sistema como una forma de protección de de los más desfavorecidos y de aquellos desvalidos que no pueden asegurarse, cuando éstos, en parte, son gentes que no quieren asegurarse o que podrían acogerse a los sistemas de protección social actualmente vigentes. Los defensores del programa dicen que la salud será más barata y eficiente cuando la administre el sector público, pero lo más probable es que se elimine inversión en I+D y que los recursos se despilfarren.

Para aprobar el programa de asistencia médica y sanitaria Obama se ha mostrado dispuesto a recurrir a lo que sea: a derramar ríos de dinero público, a comprar el voto de senadores mediante la entrega de dinero contante y sonante en sus territorios... Todo ello, en fin, para obligar a la gente a pagar un servicio que no desea y a contratar contra su voluntad coberturas públicas. Es previsible un encarecimiento de las primas y una insuficiencia de los precios, lo que dará lugar al racionamiento y a una reducción de las prestaciones; es decir, a una redistribución de la miseria.

Así las cosas, no es de extrañar que Hannity se pregunte en su libro si tanta negligencia y delirio obedece a mero desvarío ideológico o a un deseo, consciente y premeditado, de destruir la economía americana.

Obama el apaciguador

El inquilino de la Casa Blanca pertenece sin duda alguna a la corriente izquierdista de pensamiento que popularmente se conoce como Blame America first (lo primero, culpa a América). Esta gente cree que el mundo odia a USA, que USA tiene que hacerse perdonar por quienes la denigran y que un baño de multiculturalismo, multilateralismo y apertura al diálogo, sin condiciones previas y con todo tipo de personajes contribuirá sin a que las cosas cambien y el odio se torne amor.

Obama critica a Bush con las cantinelas habituales sobre Irak (incluso acusando a su propio ejército de masacrar civiles), Guantánamo y Abu Graib. Dice que aplicará la Convención de Ginebra a los terroristas, aunque no explica cómo hará para aplicar dicho tratado en casos en que anden implicados combatientes no uniformados que perpetan sus ataques mezclándose con y camuflándose entre la población civil. Como apaciguador que es, ha asumido como primera de sus obligaciones la de pedir disculpas en nombre de su país, por su comportamiento y por el lugar que ocupa en el mundo. En esta línea, se ha ofrecido a dialogar con los peores enemigos de su país (Irán, Cuba, Venezuela y Corea del Norte), y todos ellos le han respondido con desprecios e insultos.

Como era previsible, esta política de apaciguamiento está permitiendo el rearme de terroristas y el refuerzo de dictadores que ven en el mandatario americano un tipo inocente y débil.

Aprender de la historia

La fórmula para derrotar a Obama no es difícil de elaborar. Para Hannity, basta con mirar al pasado reciente; a los principios y a la obra de uno de los mejores presidentes de Estados Unidos: Ronald Reagan. Y, con esos elementos, conformar lo que él denomina "la silla de las tres patas". Las tres patas son éstas:

  1. Defensa firme de los principios morales. Para ello, hay que reivindicar el valor sagrado de la vida de los no nacidos y preservar la institución del matrimonio tradicional.
  2. Defensa radical de la libertad económica, con reducción de la intervención estatal y de los impuestos. Reagan demostró, una vez más, que la riqueza general y los ingresos estatales aumentan cuando se reducen los tipos impositivos marginales.
  3. Garantía de la seguridad nacional sobre la base de una sólida y firme política de defensa.

Otros conservadores apuestan por relajar los principios para ampliar la base de votantes y "ganar el centro" (ya vemos que arriolas hay en todos lados). Hannity opone que virar al centro no facilitará la victoria conservadora, sino la demócrata.

Hay además otro grupo de arribistas que, aun llamándose conservadores, sostiene que hay que aclimatarse a los nuevos tiempos y aceptar el papel predominante del Estado. Ya que el Estado fuerte es inevitable, hay que hacerse a la idea y redefinir el mensaje conservador. Este conservadurismo pragmático acepta que la izquierda defina las reglas del juego y, al cabo, pierde su autoridad moral para enfrentarse a ella. Hannity sostiene que, de actuar así, vencerán los demócratas y los conservadores carecerán de principios, porque habrán aceptado los del adversario. Cuestiones como el aborto, que esos posibilistas aceptan con la boca pequeña, ponen de manifiesto su peligrosidad. Son el enemigo interior.

El modelo de unidad de acción: el Contrato con América

Muchos, Hannity entre ellos, están volviendo la vista hacia aquel magno y efectivo esfuerzo por unificar a los republicanos y definir su papel, sus objetivos y sus principios básicos: el Contrato con América de Newt Gingrich.

Frente al aumento del tamaño del Estado con Roosevelt y el desarrollo del Estado Social bajo Lyndon B. Johnson, los republicanos propusieron, con Reagan y hasta mediados de los 90, un modelo basado en la responsabilidad y la libertad individuales. Los nuevos principios se pusieron a prueba en asuntos como la defensa nacional, el aborto, las subvenciones, el derecho a portar armas, los impuestos, los gastos sanitarios, la educación y la lucha contra el terrorismo. La consecuencia fue que América disfrutó de una de sus etapas más prósperas y fructíferas.

Pero lo cierto es que los republicanos de mediados de los 90 no tardaron en extraviarse. Perdieron el rumbo. Cedieron ante el izquierdismo imperante en los medios, que magnificaban los errores ajenos al tiempo que presentaban como victorias las derrotas propias. Además, los republicanos parecieron aceptar las ideas de sus adversarios cuando asumieron la expansión del Estado y el aumento del gasto, lo que provocó que sus votantes los abandonasen y que los ciudadanos, puestos a elegir entre dos tribus de derrochadores, prefirieran a la que tenía más pedigrí: la de los demócratas.

Por el futuro

Ante las dudas que siguen generando los republicanos, la primera cuestión que surge es la posibilidad de crear un tercer partido que agrupe a los descontentos. Hannity no ve esta opción con buenos ojos, ya que a) siempre se trata de movimientos muy personalistas, b) suelen degenerar en formaciones con planteamientos poco claros, a veces anárquicos y muchas veces contradictorios, y c) dividen los esfuerzos y las posibilidades de alcanzar el éxito: evitar la implantación del socialismo propugnado por Obama.

Lo que Hannity propone es reedificar la opción conservadora sin complejos, sin pedir disculpas. Para ello, puede ser de gran ayuda el movimiento espontáneo y patriótico generado en los tea parties. Hay que evitar que esa fuerza se agote en un simple ensayo, en un disparo único. Frente al arriolismo acomplejado de los republicanos de club de campo, cuya obsesión es ampliar la base de votantes mediante la asunción de verdades ajenas, Hannity apuesta por lucir "colores llamativos" y arrinconar los "colores pastel pálido".

No hay recetas nuevas. Se trata de aprovechar aquellas que tan jugosos resultados produjeron cuando las preparó Ronald Reagan:

  • En economía: apuesta por el libre mercado, los impuestos bajos y la reducción del gasto, el déficit y la deuda.
  • En seguridad nacional: defensa de la firmeza y renuncia al apaciguamiento. Hay que identificar al enemigo, llamarle claramente por su nombre ("terroristas", no "radicales islámicos", como dice Obama) y estar decidido a combatirlo, aplicando las leyes de la guerra y teniendo bien presente que la disuasión típica de la Guerra Fría no le amedrenta. En cuanto a los tiranos y dictadores, con ellos hay que partir de la base de que hay regímenes buenos y malos y sistemas políticos superiores a otros. No todos deben estar en pie de igualdad en el concierto internacional.
  • En política social y principios morales: defensa radical del no nacido y de la familia tradicional como mejor vivero para la protección y maduración del ciudadano responsable.

Hannity y los que como él piensan, que son legión, demandan además la recuperación del espíritu de la Constitución, la base sobre la que la Nación se hizo grande. Su defensa radical no puede ser considerada extremismo sino claridad.

¿Será posible el cambio? Y en España, ¿tomaríamos nota?

Sean Hannity, Conservative victory, Harper Collins, Nueva York, 2010, 256 páginas.

Número 45-46

Varia

Manuel Ayau, in memoriam

Retrato

Mario Vargas Llosa, Nobel

Reseñas

Libro Pésimo

El rincón de los serviles