Los 'testimonios' colombianos y las FARC
En el mundo académico existe toda una industria que se dedica al testimonio, presentado como un subgénero especial latinoamericano, de denuncia de la opresión. Resume y simboliza este género Me llamo Rigoberta Menchú, de 1983, cuyo impacto fue tal que su autora fue galardonada con el Premio Nobel de la Paz en 1992, como representante de la población indígena latinoamericana. En asignaturas como Literatura Latinoamericana, Estudios Latinoamericanos, Sociología, Etnografía, Estudios de la Mujer, se utiliza el testimonio para concienciar a los estudiantes, sobre todo en los Estados Unidos.
El libro de Rigoberta fue criticado por el etnógrafo David Stoll (1999), que había realizado una investigación en la zona de la que proviene Rigoberta. Descubrió una serie de diferencias entre lo afirmado por ésta en aquella obra y lo que decían las fuentes que él había consultado; entre otras cosas, descubrió que Rigoberta defendía los puntos de vista de la guerrilla guatemalteca, a la cual pertenecía, circunstancia que dejó de mencionar en su aclamada biografía.
Recientemente se ha publicado una serie de testimonios de ex rehenes de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC); entre ellos se cuentan los de Íngrid Betancourt, que estuvo secuestrada por espacio de seis años (entre 2002 y 2008). El suyo es un caso sorprendentemente paralelo al de Rigoberta Menchú, a pesar de que sus circunstancias vitales son harto diferentes: Rigoberta es una india maya guatemalteca e Íngrid, la hija de un ministro colombiano y una reina de la belleza. Las dos han escrito panfletos políticos en forma autobiográfica, las dos han sido presentadas como santas laicas y las dos han sido candidatas a la presidencia de sus respectivos países. Sin embargo, brilla por su ausencia el interés del mundo académico por incluir testimonios colombianos como el de Íngrid en el referido subgénero.
Para abrirse camino en la política colombiana, en su primera campaña electoral Íngrid Betancourt publicó –en Francia– La rabia en el corazón (2002), en el que se presentaba como una joven idealista que quería luchar contra la corrupción. Objeto de una promoción excepcional, llegó a venderse en veinte países.
Betancourt ya había sido diputada y, después, senadora antes de crear su propio partido, Oxígeno Verde, y presentarse a las elecciones presidenciales de 2002, en las que sólo cosechó el 0,4 por ciento de los votos. Muy poco antes del día de la votación, fue secuestrada. Desde entonces se la vio, al menos en Francia, como una suerte de Juana de Arco. Puede que algunos observadores desconocedores de la realidad colombiana crean que hubo un vínculo entre la denuncia de Íngrid de la corrupción y su secuestro por parte de las FARC; quizá es que no sepan que las FARC secuestran gente de todos los grupos sociales, y que lo que les importa no son las ideas que puedan tener sus víctimas, sino su valor en términos económicos (rescate) o a la hora de proceder a un canje de prisioneros.
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Estas palabras introductorias sobre Rigoberta Menchú e Íngrid Betancourt tienen el propósito de subrayar que los testimonios que se van a presentar en este trabajo suponen una doble bomba: muestran la verdadera naturaleza de las FARC, a las que algunos intelectuales miran desde una perspectiva romántica, y representan o deberían representar un problema de conciencia para los profesores que siguen centrándose en obras como la de Rigoberta Menchú con la justificación de que se trata de testimonios.
Me centraré en los textos de la abogada Clara Rojas, el ingeniero y ex senador Luis Eladio Pérez, los técnicos norteamericanos Marc Gonsalves, Keith Stansell y Tom Howes, el teniente Raimundo Malagón, la ex guerrillera Zenaida Rueda y el campesino José Crisanto Gómez –acusado de colaborar con la guerrilla–, así como en los de la propia Íngrid Betancourt. Son varias las razones por las que es interesante estudiar estos textos de manera conjunta:
– Si personas tan distintas dicen lo mismo, es probable que lo que dicen sea cierto.
– La pluralidad de testimonios facilita que las posibles falsedades sean advertidas rápidamente.
– Los autores se pronuncian desde dentro sobre uno de los grandes temas políticos del siglo XX, todavía no resuelto en el siglo XXI: la guerrilla latinoamericana.
– Sus afirmaciones contradicen la imagen romántica de la guerrilla y de los indígenas difundida por obras como la de Rigoberta Menchú.
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En 2002 Clara Rojas (2009) trabajaba para el partido Oxígeno Verde, y acompañó a Íngrid Betancourt en el fatídico viaje que acabó en el secuestro de ambas para no dejarla sola. Ahora dice que fue una estupidez (pp. 19-20). Durante su cautiverio dio a luz a un niño, Emmanuel, cuyo padre, al parecer, es uno de los guerrilleros que la mantenían cautiva. Liberada por las FARC, recuperó la libertad en 2008, antes que Íngrid.
En este libro, Rojas se centra en sí misma y en sus emociones, habla de su dramático parto en la selva pero no dice mucho de los otros secuestrados. Sobre los guerrilleros, que tratan a los secuestrados como si fueran animales (p. 84), escribe (p. 58):
(...) el contacto que teníamos con ellos era mínimo, reducido a los mandos medios y a los guardias, que eran meros guerrilleros de a pie, gente humilde, de origen campesino o indígena, muchos de ellos procedentes de municipios del sur del país. Se limitaban a vigilarnos, a darnos de comer y atendernos en las necesidades más básicas. Rara vez nos hablaban. En la mayoría de los casos de trataba de gente iletrada, joven, con una edad promedio entre dieciocho y treinta y cinco años, dinámica, con un nivel importante de adiestramiento y disciplina militar, pero con escasa información general y nulo conocimiento del país, del mundo y, en suma, de la civilización.
El ex senador Luis Eladio Pérez (2008), secuestrado entre 2001 y 2008, describe con bastante detalle la organización de la guerrilla y su infraestructura. Además, habla de la situación general de los secuestrados y de sus preocupaciones por los padecimientos psicológicos y económicos que pudieran estar sufriendo sus familiares: casi todos se arrepienten de no haber dedicado más tiempo a la familia, y sienten angustia al pensar que sus cónyuges podrían cansarse de esperarlos.
Pérez habla con admiración de Betancourt, pero también le hace alguna crítica. Abre su libro diciendo que nunca creyó que las FARC lo fueran a secuestrar, porque pensaba que tenía buenas relaciones con la guerrilla. Declara con contundencia que el secuestro es un acto de barbarie que atenta contra lo más fundamental de la condición humana, la libertad. No acepta las leyes de canje porque confieren un aura de legalidad al secuestro, que es pura extorsión. Los secuestros tienen por objetivo intimidar a todo el mundo (pp. 22-23).
Los guerrilleros intentan humillar a los secuestrados, por ejemplo, filmándolos en secreto cuando hacen sus necesidades o se bañan. Otro propósito de estas grabaciones es mostrar la mala situación de los secuestrados, para que sus familiares y la opinión pública presionen al Gobierno. Esto es perverso, dice Pérez, ya que la guerrilla es el problema y no una parte en un proceso de negociación. El secuestro es pura extorsión y un negocio magnífico (p. 58). El autor no concede ni sombra de justificación política a semejante práctica.
Los guerrilleros de a pie no pueden tomar decisión alguna, solo obedecen órdenes. Es estremecedora la descripción que hace de ellos el ex senador (pp. 176-179):
El rostro de los guerrilleros en general es triste y melancólico. Tienen una mirada apesadumbrada, que cuando refleja odio y resentimiento impacta aún más. En general, su expresión es de desaliento, de desánimo, no proyectan la ilusión de una persona que está haciendo una actividad o un trabajo con gusto; todo lo contrario, se ven resignados. Esto es entendible, pues para la mayoría de ellos [la guerrilla] ha sido la única opción de vida y no una convicción: una única opción de vida que se refleja en tener las tres comidas diarias y una muda asegurada, en un contexto de alto riesgo, de peligro constante, y, por supuesto, con la monotonía y rutina tediosa y malsana de la selva. (...) Todos los guerrilleros están bien adiestrados en el uso de las armas, en el manejo del terreno, hacen ejercicio físico a diario y se mantienen en relativa forma. Claro que en el último campamento en que estuve la mayoría eran lisiados de guerra, con algunas limitantes. Hacen calistenia diaria y son muy activos. Trabajan día y noche. Los mantienen ocupados para que no piensen. Entonces, desde las cuatro y media de la mañana hasta las ocho de la noche tienen que cumplir con distintas obligaciones, y después de las ocho de la noche empiezan los turnos de guardia. Entonces, los muchachos no pueden darse el lujo de dormir de las ocho de la noche hasta las cuatro de la mañana, que serían ocho horas de sueño, pues de ahí hay que descontar las dos horas obligatorias de guardia, de manera que duermen máximo seis o seis horas y media al día. Para un muchacho joven con un sobreesfuerzo físico de esa naturaleza, eso es insuficiente. Todo esto se transmite en ese rostro de pesadumbre, casi somnoliento, de mirada triste.
Entre los guerrilleros, nadie es amigo de nadie, constata Pérez. Todo el mundo sospecha de todo el mundo y ve infiltrados por todas partes. Nota con asombro que los guerrilleros parezcan haberse olvidado de sus propios padres, hermanos y amigos: en una palabra, de la sociedad en la que vivían antes. Nadie existe para ellos, absolutamente nadie. Tampoco tienen nada. Nota también la extraña falta de sentimiento entre las parejas. Esta distancia para con sus propias familias puede venir del lavado de cerebro a que han sido sometidos, pero también de que bastantes han vivido situaciones de extrema violencia familiar y albergan odio contra sus parientes. Como han sufrido de verdad, lo que hace la guerrilla es canalizar ese odio contra un enemigo político abstracto. Sin embargo, afirma el ex senador, fundamentalmente están en la guerrilla porque es la única opción que tienen para asegurarse tres comidas al día. El Estado ha dejado un vacío en muchas regiones, y la gente se va a la guerrilla por intimidación y por necesidad (pp. 196-197). Muchos de los guerrilleros son indígenas (p. 213).
La mayoría llega a la guerrilla sin tener el menor conocimiento del mundo y sin saber leer y escribir. Los guerrilleros son también "secuestrados", porque la deserción casi siempre equivale a una condena a muerte.
La mayoría de los guerrilleros son muy jóvenes: de 14, 16, 18 años. Lo que pasa es que aparentan más edad, son muchachos con caras de viejo y con cuerpos de viejo, porque no descansan un día. Los 365 días del año hacen trabajos pesados. Las mujeres, además de trabajos físicos, hacen trabajos sexuales, entonces las niñas de 13, 14, 15 años tienen caras de viejas (p. 190).
Los campos en que se encierra a los rehenes son unos campos de concentración de estilo nazi donde se humilla y degrada a los secuestrados (p. 219). "Cuando iba solo me llevaban como perro, como cuando la gente saca el perro al parque a orinar. A Íngrid también la llevaban así. Nos llevaban como perros con cadena, creo que si no lo hubiera vivido pensaría que esto sólo puede pasar en una novela de terror y no en la vida real" (p. 215). Pérez habla de crimen de lesa humanidad. "El secuestrado es un ser humillado en lo más íntimo de su dignidad, su cuerpo se convierte en mercancía de canje, no tiene ningún derecho, ninguno, ni siquiera a ir al baño" (p. 253). Además, ha de hacer frente a la desnutrición y a los peligros y enfermedades propios de la jungla: las enormes serpientes venenosas, los zancudos, la leishmaniasis ("la lepra de la selva") y los problemas de visión derivados de la falta de luz natural. Los guerrilleros no le muestran compasión ni le ayudan. Por todo esto, Pérez dice que el Síndrome de Estocolmo no puede darse en víctimas de las FARC (pp. 181-184).
Los técnicos norteamericanos Marc Gonsalves, Keith Stansell y Tom Howes (2009) trabajaban para una compañía que recogía datos con la lucha contra el narcotráfico cuando fueron capturados, en 2003, al tener que aterrizar su avión en la selva. Dos de sus compañeros fueron asesinados inmediatamente por la guerrilla. Trabajaban para una compañía que recogía datos relacionados con la lucha contra el narcotráfico. En su libro hablan de sus familias y de que les preocupaba no recibir mensajes de casa, y critican el egoísmo de Íngrid.
Su formación técnica se nota en sus observaciones sistemáticas. Denuncian que las FARC se financian a través de los secuestros, la extorsión y el tráfico de droga (p. 3). Destacan la extrema juventud de los guerrilleros, que les parecen unos niños que juegan a ser guerrilleros: muchos tienen entre 15 y 20 años. Los tres tienen hijos de esas edades. Ven a sus carceleros como un grupo de adolescentes incontrolados y armados con metralletas que se enorgullecen de haber matado. Observan que, como han crecido sin nada, a los guerrilleros les entretiene jugar con un yoyó. Es imposible hablar con ellos, porque están muy adoctrinados y mienten constantemente. A todas las preguntas contestan con un "¿Quién sabe?".
Los guerrilleros de a pie son ignorantes, y los mandos los tratan como si fueran animales. Los norteamericanos piensan en sus propias hijas cuando observan cómo explotan a las guerrilleras jóvenes, esclavas sexuales de sus compañeros varones (pp. 65 y 71). Hasta las más jóvenes tienen caras de viejas. En ningún momento caen los norteamericanos en el Síndrome de Estocolmo (p. 303).
Comparan los campos de las FARC con los campos de concentración nazis. Los guardias encierran a los secuestrados en jaulas. Éstos, en las noches y durante las marchas, son encadenados. Hay períodos en que se les prohíbe hablar entre sí. Es constante la humillación, y no les cabe duda de que el propósito es destruir la personalidad del secuestrado. Les parece una broma cuando la guerrilla o ciertos políticos hablan de un canje "humanitario": usar el dolor de los secuestrados y de sus familias como herramienta de presión y hablar de humanitarismo es puro cinismo (p. 377).
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Cuando, en 2010, apareció el más reciente libro de Íngrid, No hay silencio que no termine, la curiosidad fue grande. Como Luis Eladio Pérez, la autora confiesa que se creía a salvo de los secuestros (p. 77):
Yo le había dado la mano a Marulanda, al Mono Jojoy, a Raúl Reyes y a Joaquín Gómez –la última vez, solo dos semanas antes–, y eso me hizo creer que había un clima de diálogo entre nosotros y que yo estaba de alguna manera cubierta contra sus acciones terroristas. Habíamos hablado de política durante muchas horas, habíamos compartido la comida en torno a una mesa. No lograba concebir que, de la noche a la mañana, esas personas afables hubieran tomado la determinación de secuestrarnos.
Con el trasfondo de sus experiencias en la selva, suena incomprensible que hable de su partido como un puente de "diálogo" entre la guerrilla y el gobierno; parece ingenua y casi infantil, impresión que queda reforzada por la constantes menciones a su madre (pp. 52-53).
En una obra tan larga (710 páginas), es llamativo que se dé tan poca información. Como en el libro de Clara Rojas, el centro de la narración es la propia autora: no habla apenas de ideas políticas ni de proyectos para Colombia, sino de sí misma. El texto es curiosamente abstracto y vacuo. Lo notable es que una candidata a la presidencia no hable más de la guerrilla como problema político. Sin embargo, las informaciones que da sobre los guerrilleros son similares a las recogidas en otros testimonios, y afirma, por ejemplo, que la guerrilla funciona como una mafia de narcotraficantes.
En los guerrilleros percibe odio a la felicidad ajena e indiferencia cuando hablan de los muertos, también de los suyos (pp. 105 y 185). Los guerrilleros tienen que participar en sesiones de autocrítica y delación; nadie escapa. Para los miembros de las FARC, mentir es una táctica de guerra que todos aprenden y practican. Matar, mentir y traicionar forma parte de lo que se espera de ellos (p. 457).
También Betancourt ve similitudes entre los campamentos de las FARC y los campos de concentración nazis, por las humillaciones, la promiscuidad, los soplones y el terror (pp. 294-299). Las FARC tratan a los secuestrados como si fueran criminales. Una de sus peores experiencias fue ver llegar a su campo una hilera de prisioneros en harapos y encadenados (p. 304). Y llevaba tremendamente mal que les convirtieran en meros números (pp. 318-319):
¡Teníamos que numerarnos! Eso me parecía monstruoso. Estábamos perdiendo nuestra identidad; los guerrilleros se negaban a llamarnos por nuestros nombres. No éramos más que una carga, nos trataban como si fuéramos ganado. (...) Buscaban deshumanizarnos. Es más fácil dispararle a un paquete que a un ser humano. Eso les permitía vivir sin culpabilidad el horror que nos hacían padecer. Ya era bastante difícil ver que la guerrilla empleara esos términos para referirse a nosotros. Pero que cayéramos en la trampa de utilizarlos nosotros mismos me parecía espantoso. Yo veía en eso el comienzo de un proceso de degradación que a ellos les convenía.
Esta autora nota una tendencia entre los secuestrados a comportarse como "siervos ante grandes señores" (p. 413). Como otros, describe el sadismo de los guardias (p. 638). En una ocasión intenta hacer cambiar de conducta a sus guardias, gritándoles que su comportamiento es un crimen de lesa humanidad; recibirá una respuesta contundente (p. 512):
La noción de crimen de lesa humanidad es una noción burguesa –replicó Gira, volviéndome la espalda.
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El teniente del ejército colombiano Raimundo Malagón (2009), secuestrado entre 1998 y 2008, subraya también que la guerrilla se comporta de manera inhumana incluso con sus propios miembros: no deja que los guerrilleros se pongan en contacto con sus familias, y a los muertos los entierran sin más en el lugar en que caen. Las FARC han lavado el cerebro a los guerrilleros, y convertido asp. resarraran escaparr incluso los propios compañeros de armasn jefeo El amanecer de la libertad, sobre los procesos de independí a éstos en instrumentos dóciles.
Malagón denuncia que no es de humanos encadenar a seres humanos a árboles para obtener una ventaja política. La humillación gratuita es una característica del trato de la guerrilla a los secuestrados (p. 68).
En el prólogo al libro de la ex guerrillera Zenaida Rueda (2009), Juan Fernando Samudio, ex rehén, incide en que a los guerrilleros se les recluta de manera forzosa o mediante engaños, para que sirvan a la organización como esclavos. Se convierten en sujetos sin derechos y condenados a realizar trabajos forzados. Se les roba la vida. La mayoría de los guerrilleros son tan jóvenes, que no tienen ni idea de por qué están luchando (p. 11).
Zenaida Rueda, guerrillera desde los 18 hasta los 36 años de edad, cuenta que proviene de una familia campesina. La guerrilla mandó un mensaje a su familia en el que decía que uno de los hijos debía sumarse a la organización, y que pasaría a buscarlo. Enseguida Zenaida se dará cuenta de que en la guerrilla no se tiene derecho a nada, ni a la comida, ni a disfrutar de tiempo libre, ni a comprar lo que sea, ni a expresar opiniones propias. La vida de los guerrilleros pertenece a la organización, que hace lo que quiere con ellos. Por eso los rehenes tienen una ventaja sobre los guerrilleros: valen algo, se pueden canjear. Además, pueden soñar con ser liberados y tener otra vez una vida normal. Un guerrillero sabe que no puede salir de la guerrilla, y que la mayoría muere joven.
Rueda habla de los peligros de la vida diaria en la guerrilla, del capricho de los jefes, del hambre; del no tener novio, y de lo difícil que resulta para una guerrillera negarse a acostarse con un jefe. No se acepta que un guerrillero se case o tena hijos. Si las guerrilleras se quedan embarazadas, se les obliga a abortar. Para reforzar la coacción están las sesiones de autocrítica y los tribunales, que pueden ordenar la ejecución de un guerrillero si un jefe así lo decide. En los tribunales, los acusados están condenados de antemano. Si alguien protesta por una injusticia, se convierte en la próxima víctima. Los guerrilleros aprenden a disparar a los compañeros como si nada.
Para un guerrillero, todo el mundo es enemigo, incluso los propios compañeros de armas. Si un guerrillero fracasa en una misión, se le acusan de no haber obedecido las órdenes y corre el riesgo de ser asesinado en el acto. Si alguien muere en combate, nunca se dice que murió cumpliendo su deber, sino por indisciplina (p. 152). La guerrilla recluta a niños de 13 años (p. 154). Las FARC mienten a los guerrilleros sobre lo que les pasaría si lograran escapar. Se miente constantemente y desde el principio: el cambio de nombre al ingresar en la organización es un símbolo de esto (p. 135).
El campesino José Crisanto Gómez, que durante un tiempo cuidó al hijito de Clara Rojas, habla del miedo a la guerrilla tanto entre los campesinos como entre las autoridades locales, y de cómo la rivalidad entre los distintos grupos guerrilleros pone en peligro a los campesinos. Es decir, como otros, lamenta la ausencia del Estado en ciertas regiones del país.
Hay también extranjeros que se han interesado por las FARC. El periodista francés Jacques Thomet (2006, 2010) denuncia la manipulación imperante en Francia en lo relacionado con las FARC e Íngrid Betancourt. A su juicio, el Hexágono ha mostrado una vergonzosa ignorancia sobre Colombia y se ha dejado engañar. A propósito de Íngrid, Thomet subraya que, antes de ser secuestrada, se había pronunciado sin demasiada seriedad sobre los secuestros, y que la palabra secuestrado no figura en ninguna de las 249 páginas de su primer libro. Durante su propio cautiverio, su familia solo utilizó la palabra secuestrado en singular. Thomet sostiene que, con toda probabilidad, la actuación de la familia Betancourt y del Gobierno francés prolongó el secuestro de Íngrid, porque el interés de los medios de comunicación hizo subir su valor para las FARC. (Según el investigador francés Jean-Jacques Kourliandsky –2008–, en Colombia se produjeron 23.400 secuestros entre 1996 y 2001. Queda más claro así que el secuestro es una industria).
Conclusión
¿Se necesitan más testimonios como los que acabamos de ver? La conclusión es obvia: si alguien está en contra de la esclavitud, debería clamar contra las FARC. Si alguien quiere proteger a la mujer o al indígena, debería clamar contra las FARC. Si alguien abomina de los campos de concentración nazis, debería clamar contra las FARC. Si alguien quiere promover en Latinoamérica el Estado de Derecho, debería clamar contra las FARC, una organización que se financia por medio del secuestro, la extorsión y el narcotráfico. Si, con todo lo dicho, hay quien no quiere denunciar a las FARC... entonces nos viene a la mente el viejo dicho de que no hay peor ciego que el que no quiere ver.
Bibliografía
– Betancourt, Íngrid. Con la rabia en el corazón, Grijalbo, Bogotá, 2002. No hay silencio que no termine, Aguilar, Bogotá, 2010.
– Gómez, José Crisanto. El hijo de la selva. La verdadera historia de Emmanuel, el hijo de Clara Rojas, Planeta, Bogotá, 2010.
– Gonsalves, Marc et alii, Out of capitivity. Surviving 1967 days in the Colombian jungle, Morrow, Nueva York, 2009.
– Kourliandsky, Jean-Jacques. Íngrid Betancourt. Par delà des apparences, Toute Latitude, París, 2008.
– Malagón, Raimundo. Las cadenas de la infamia. Diez años secuestrado por las FARC, Norma, Bogotá, 2009.
– Menchú, Rigoberta. Me llamo Rigoberta Menchú y así me nació la conciencia, Siglo XXI, México, 1985 [1983]. También publicado como Elizabeth Burgos, Me llamo Rigoberta Menchú y así me nació la conciencia, Siglo XXI, México, 2005 (19ª ed.).
– Pérez, Luis Eladio. Infierno verde. Siete años secuestrado por las FARC, Aguilar, Madrid, 2008.
– Rojas, Clara. Cautiva. Mosaico, Barcelona, 2009.
– Rueda, Zenaida. Confesiones de una guerrillera. Los secretos de Tirofijo, Jojoy y las FARC, revelados por primera vez, Planeta, Bogotá, 2009.
– Stoll, David. Rigoberta Menchú y la historia de todos los guatemaltecos pobres, Unión Editorial, Madrid, 2008. En inglés: Rigoberta Menchú and the Story of All Poor Guatemalans, Westview, Boulder, 1999.
– Thomet, Jacques. Íngrid Betancourt. ¿Historias del corazón o razón de Estado?, Planeta, Bogotá, 2006. La liberación de Íngrid. Pasos en falso, Planeta, Bogotá, 2010.
Número 47
Clásicos
Varia
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