Un libro eminentemente conservador
¿Qué tiene que ver el sexo con la política? Mucho: no habría ideologías si fuésemos más sexuales. Los demonios no tienen cuerpo, y Dios decidió encarnarse, no precisamente para condenar el cuerpo, sino porque la carne tiene una dignidad especial. La ideología, nuestro gran problema político, opera con cualidades inmateriales que permiten las mayores licencias, igual que el papel del BOE, que lo soporta todo, pero la carne es pura objetividad y, por ende, total elocuencia. Una erección, los pelos en las partes púdicas, una bella mujer o un embarazo son hechos incuestionables que apelan a la razón desde un radical realismo.
El problema político en nuestros días, estamos cansados de escucharlo en determinados ambientes, es moral, y la solución, económica (¡?!). ¿Nos hemos vuelto locos o, simplemente, como en tiempos romanos, estúpidos? No, diría Aristóteles, nos hemos quedado sin amigos o, dicho de otro modo, hemos roto las relaciones de alteridad para caer en el extremo individualismo. Hemos olvidado nuestra condición política, hemos dejado las virtudes públicas de lado y el egoísmo nos corroe las entrañas, dejándonos indefensos ante el totalitarismo.
Los ángeles no tienen cuerpo, el diablo tampoco, a diferencia del hombre, que es espíritu encarnado. "En relación a los demás espíritus, nos distingue más el coitus que el cogito". El hombre sella sus pactos con la carne, estrecha la mano con la otra parte, y si el acuerdo es para siempre lo sella con el sexo y la sangre de sus hijos. El contractualismo es propio de los ángeles, pero el hombre se une al mundo a través de la carne con una alianza previa a todo contrato. "Lo púbico de nuestros días –afirma el autor– ya no tiene lazo alguno con lo público". Lo púbico es ya sólo placer, lo público es asexuado. No hay alternativa, pues, o contrato social o revolución, pero nada de política. Sólo la unión de los sexos puede cimentar una ciudad y superar el individualismo subyacente tanto en las teorías libertarias como en las colectivistas.
El matrimonio es un contrato, y mucho más que un contrato. "Al tener como fin algo que excede a las posibilidades de un contrato, esto es, la comunión de las personas y el nacimiento de los hijos, presenta la propiedad extraña de no poder ser roto sin una violencia íntima, aun cuando las dos partes quisieran separarse amistosamente. Si yo sólo hubiera dicho: 'Quiero tu culo', o 'Quiero tu éxito', habría podido desdecirme en el momento en que mi cónyuge fracasara o su trasero se deformara, pero dije 'Te quiero a ti'". Y de esta unión, por otro lado, nace un fruto natural que hace que el matrimonio sea "una naturalización de la libertad por la culminación de esa elección en el hijo". El matrimonio no niega la historia, sino que la asume en un consentimiento apasionado. Pero roto este orden, cuando la polis quiso fundarse con independencia del oikos, fue devorada por una economía política ajena al orden natural de la familia. "Los individuos se pusieron a exigir al Estado lo que debía darles la familia: la felicidad privada, en lugar de una libertad pública; el confort de su living, en lugar de una palabra en el agora; la asistencia social para el sexo, en lugar de una lucha por el bien común".
La ideología es un intento desesperado de desencarnación. Hablando de libertad hemos caído en un liberalismo individualista. "Mi sexo ya no es esa masculinidad que me arranca de mí mismo hacia una mujer para el éxtasis completo de nuestras simientes, sino ese órgano excitable, ese joystick, cuya ansiedad hay que aplacar bruscamente". Turistas de nuestra propia carne, la sexualidad ya no ese camino seguro hacia la radical alteridad, sino un impulso intravertido que debe cerrarse sobre nosotros mismos. El sexo ya no es político, porque lo político hoy es pura ideología, intelectual o moral. La ideología "no quiere a ese tío que surge de una historia oscura, en la que se mezclan Dios, el pene y el útero, sino que quiere un individuo dúctil y productivo, que rubrica la planificación". No sólo hay que combatir la libertad, sino su origen, que es el hecho de nacer. El nacimiento de un hombre no sólo garantiza la perpetuación de la especie, es un acontecimiento radical, mucho más profundo que cualquier ideología. Por eso "la empresa totalitaria organizó siempre a la vez el natalismo como recurso y la juerga como válvula de escape. El ocio y el burdel se recuperan en el totalitarismo, igual que el trabajo, la familia y la patria".
La resistencia definitiva al sometimiento se encuentra en la atracción sexual, de ahí que en las utopías totalitarias el encuentro carnal sea temido por encima de cualquier otra cosa. Por el enraizamiento sexual, explica el autor, se entra en una cuádruple resistencia: resistencia de la carne a la ideología, resistencia del deseo del otro a la voluntad de dominio absoluto, resistencia de una comunidad natural a los artificios sociales y resistencia del drama a la utopía del mundo perfecto. "El sexo es el lugar en el que la violencia misma se convierte en inocencia. Asume el ruido y el furor de la Historia en el silencio de una ternura tan natural como imprevisible". El resultado de un acto sexual pervertido entre el peor de los hombres y la mujer más abyecta puede dar lugar a la más angelical de las criaturas. La teología, según Hadjadj, descubre el erotismo supremo, "casi se podría hablar de pornografía divina –asegura–. Por la Encarnación, el Verbo entra dentro de nosotros. Consuma sus esponsales con todos los hombres, penetra en ellos como el hombre penetra en la mujer virgen y, si esto fuera posible, como el santo en la prostituta". Todo el misterio de Israel reside en que la espiritualidad más perfecta se dé a través de la carne, y la unión de los sexos es el signo principal de ello.
Frente a la organización, el control y la planificación, que siempre caen en manos del Estado, está la sorpresa de la entrega sexual y la apertura infinita del que se da libremente a los demás. La fecundidad de lo oculto, la importancia de lo privado y la verdad que se encuentra en la naturaleza (sexual) son la verdadera esperanza frente a una política que se ha vuelto fálica, violadora de los cuerpos y de las almas.
© Fundación Burke
Fabrice Hadjadj, La profundidad de los sexos, Nuevo Inicio, Granada, 2011, 302 páginas.
Número 48
Liberales y conservadores
- ¿Por qué soy liberal-conservador?Florentino Portero
- ¿Por qué ser conservador cuando se es liberal?Horacio Vázquez-Rial
- Liberal a fuer de conservadorPablo Molina
- Una polémica necesariaElio A. Gallego
- Libertad, comunidad, tradición, EstadoJosé Carlos Rodríguez
- A pesar del conservadurismoJorge Vilches
- Los liberales son de Heráclito. Los conservadores, de ParménidesSantiago Navajas
- De gatos escaldadosCarlos Rodríguez Braun
- Valoración desapasionada de los libertariosRussell Kirk
- Por qué no soy conservadorFriedrich A. Hayek
Reseñas
Varia
- Bachillerato, excelencia y sociedad meritocráticaÁlvaro Vermoet Hidalgo
- Apuntes sobre Corea del NorteEduardo Fort
- ¿Populismo punitivo o reclamación razonable? La cadena perpetua: 'principios utilitarios' y 'análisis económico'Luis M. Linde
- Historia genital de la revolución cubana (y 'La mujer del coronel')Carlos Alberto Montaner