'El País' de las conspiraciones: la 'superderecha' detrás de Adolfo Suárez
"Ningún gobierno de la etapa democrática pudo ignorar a El País". José María de Areilza[1].
Una de las tareas más apasionantes de los historiadores y los periodistas es descubrir si detrás de decisiones políticas, financieras, eclesiásticas o militares de carácter sorprendente, inexplicable, absurdo o capital hay motivos diferentes de los conocidos. Aunque vivimos en el imperio de la democracia, es decir, en el régimen que sostiene que los gobernantes responden ante sus electores y no existen los secretos, la gente es cada vez más propensa a aceptar la existencia de poderes ocultos o de conspiraciones. Y las conspiraciones existen; quien las niega no puede tener un conocimiento preciso de los hechos históricos y presentes, porque prescinde de uno de sus factores. ¿Qué fue el Pacto de San Sebastián de 1930, más que una conspiración contra la monarquía de Alfonso XIII? ¿Y la revolución de octubre de 1934? ¿Y los planes del general Emilio Mola en 1936 para sublevarse contra el Gobierno del Frente Popular? ¿Y el 23-F? El secreto no suele ser garantía. De la entrevista entre Adolf Hitler y Francisco Franco en 1940 se sabe todo lo que se dijeron los dos dictadores, gracias a los intérpretes y al ministro de Asuntos Exteriores español, y a testimonios posteriores, pero aun así se siguen discutiendo su contenido y sus consecuencias.
En ocasiones, las conspiraciones como causa de los males que se sufren son o una campaña de propaganda del poder para reforzar la adhesión del pueblo o una manera de ocultar errores propios. Los ejemplos también son numerosos, pero basta con recordar el más sangriento de todos: la caza de agentes trotskistas y espías que desencadenaba Stalin cuando las previsiones de los planes quinquenales fracasaban o cuando los ejércitos alemanes se desparramaron por la Unión Soviética. La culpa de lo malo que nos ocurre siempre es de otros, nunca de uno mismo. No hay mucha diferencia entre el mecanismo mental que conduce a un mal estudiante a culpar de su suspenso a la manía que le ha cogido el profesor y el del comisario político que atribuye el fracaso productivo de la fábrica a su cargo a un sabotaje de espías pagados a un tiempo por la Alemania nacionalsocialista y la Francia liberal.
En el presente trabajo vamos a analizar un ejemplo de esas conspiraciones útiles para evitar la crítica o el examen de conciencia. Se trata de la actitud de El País ante el nombramiento, en julio de 1976, por el rey Juan Carlos I, de Adolfo Suárez como presidente del Gobierno.
Areilza, el candidato de 'El País' para la reforma
Hace muchos años, El País era un periódico abierto y plural, que admitía distintas opiniones y promovía el centro-derecha político. Sorprendente, ¿verdad? El periódico había nacido gracias a un amplio grupo de personas ilustradas que puso su dinero y su esfuerzo[2]. En él escribían Julián Marías, Camilo José Cela, José María Gil-Robles, Ricardo de la Cierva, Antonio Tovar[3]... Era inimaginable que, andando el tiempo, esos espacios en los que se pedía la reconciliación y la concordia acabasen ocupados por impulsores del odio y la división como Eduardo Haro Tecglen, Maruja Torres, Almudena Grandes y Forges. La sociedad incluso recibió un préstamo del Banco de Crédito Industrial en las mejores condiciones posibles para la compra de la rotativa por una gestión personal de Jesús Polanco ante el presidente de la entidad, José Miguel Ortí Bordás, exjefe nacional del Sindicato Español Universitario (SEU) y consejero nacional del Movimiento[4]. Entre el millar de socios, que se distribuían los 300 millones de pesetas del capital, ninguno tenía más del 10%; "en el accionariado de PRISA ha habido fraguistas, suaristas, comunistas.... pero nunca nadie del PSOE que no fuera debido a los resultados imprevistos de la fusión del partido de Tierno Galván con el de Felipe González"[5]. En ambas etapas, el director, en cambio, fue el mismo: Juan Luis Cebrián.
El País salió a la calle el 4 de mayo de 1976, fruto de la progresiva apertura del régimen franquista y del empeño de sus promotores[6]. Las Cortes ya habían proclamado rey al sucesor del general Franco, el príncipe Juan Carlos de Borbón. Y era presidente del Gobierno Carlos Arias Navarro, que ocupaba ese cargo desde que ETA asesinara a su predecesor, el almirante Luis Carrero Blanco; según las Leyes Fundamentales, su mandato estaba fijado en cinco años, y concluía en enero de 1979. Sin embargo, el Rey impulsaba la reforma del franquismo, que tenía que concluir en un sistema democrático idéntico al del resto de Europa Occidental, con partidos políticos y elecciones pluripartidistas. En el Gobierno de Arias se sentaban dos de los políticos mejor vistos por los reformadores: Manuel Fraga Iribarne, vicepresidente segundo y ministro de Gobernación, y José María de Areilza, ministro de Asuntos Exteriores, cuya incorporación al Gobierno había pedido el propio Rey. Ambos tenían apoyos en la dirección y la propiedad de El País[7], pero sin duda el más renombrado era Areilza, no en vano la única foto que llevaba la portada de El País en su primer día era una cara suya. En esa elección, que era tanto como una declaración sin palabras, pesó sin duda uno de los padres de El País, Darío Valcárcel, subdirector del periódico, monárquico y admirador del político vasco. Areilza había pasado de desempeñar importantes cargos en el franquismo (alcalde de Bilbao desde junio de 1937 –nada más entrar en la ciudad las tropas nacionales–, embajador en Argentina, Estados Unidos y Francia, procurador en Cortes entre 1946 y 1958...) a integrarse en el círculo de los juanistas[8]. Fraga contaba –o así lo creía él– con el apoyo del director, Juan Luis Cebrián, cuyo padre, Vicente Cebrián, había sido director del periódico falangista Arriba y secretario general de la Prensa del Movimiento hasta 1970. Juan Luis, por su parte, entró a trabajar en Pueblo, el órgano de prensa de los Sindicatos Verticales, dirigido por Emilio Romero[9], a los 17 años, y a los 19 ya era redactor-jefe. En 1974, con 29, fue nombrado director de los servicios informativos de TVE, para hacer una especie de revolución desde dentro[10]. Este miembro de la "mejor aristocracia azul" tenía "el pedigrí perfecto para quienes desde el franquismo aspiraban a capitanear la transición"[11]. En el periodo 1974-75, ya incorporado al proyecto de El País, viajó varias veces a Londres, donde estaba Fraga destinado como embajador, para diseñar el nuevo periódico juntos; en una de esas reuniones, Cebrián se declaró fraguista.
Lunes, 27 [de enero de 1975], pasa por Londres Cebrián, el que iba a ser director de El País. Almorzamos juntos y luego tuvimos una larga conservación sobre lo que debía ser el periódico. Dos cosas quedaron claras, que no se cumplieron, tant s’en faut. La primera, que él se embarcaba "conmigo y por mí" en aquella empresa; la segunda, que el periódico sería liberal y avanzado, pero que en él "no entraría un solo marxista". Hablamos en detalle de todo; le di ideas hasta para la crítica de libros y de espectáculos. Nos despedimos llenos de acuerdo y de esperanzas[12].
Cuando apareció El País, la reforma no avanzaba, ya que el sector continuista del franquismo paralizaba la reforma en las instituciones: las Cortes, el Consejo del Reino y el Consejo Nacional del Movimiento. La situación política se estaba pudriendo, por el terrorismo, todavía muy limitado, la subversión que estaba haciendo la izquierda en la calle y la crisis económica. En el exterior, las principales potencias de Occidente presionaban a favor de la democratización, con promesas de ingreso en el Mercado Común y generosos préstamos. Se corría el riesgo de que la oposición de izquierdas, encabezada por el Partido Comunista, impusiese su proyecto de ruptura. España estaba atascada, y así lo constató El País en su primer editorial[13], llevado a portada:
Cuantos experimentos se han hecho desde el poder en los últimos dos años para tratar de asumir las profundas transformaciones operadas entre los españoles e integrarlas en el régimen vigente han fracasado. La iniciativa reformista que el Rey asumiera en los tempranos días de su llegada al Trono parece condenada a similar destino, dada la actitud del gabinete ministerial. La pérdida de credibilidad de la política gubernamental es, nos tememos, definitiva. Y ni el reciente discurso del presidente Arias ni las promesas, siempre incumplidas, de democratización consiguen ya prender en la esperanza de los españoles.
En este editorial se plantean ya temas y argumentos en los que luego abundará el periódico: conspiraciones, fingimientos y grupos poderosos que desde la sombra determinan la política:
El reformismo del poder ha naufragado porque no ha sido sincero. (...) La reforma que el Gobierno quiere vender hoy a la opinión viene sólo a defender privilegios e intereses de grupo que nos hablan de la continuidad de un pasado sin horizontes.
Desde su nacimiento, el nuevo periódico, cuya calidad en el diseño, las informaciones y los colaboradores era superior a la de ABC, Ya y La Vanguardia Española, se convirtió en un éxito. La tirada, superior a los 100.000 ejemplares, se agotaba y en unos pocos meses ya ganaba dinero. Inmediatamente, El País empezó una campaña de prestigio a favor de Areilza. El historiador Ricardo de la Cierva, que tenía una sección dominical titulada "Crónicas provisionales", calificó así a Areilza en el mismo mes de mayo:
Para este cronista el candidato mejor situado hoy ante el acceso a la Presidencia es el conde de Motrico. Los outsiders son, en primer término, el presidente de las Cortes, don Torcuato Fernández Miranda; y aunque algunos van a sorprenderse, el ministro secretario del Movimiento, don Adolfo Suárez. Si logra evadirse de la ratonera en que acaba de situarle una desdichada votación del Consejo Nacional, a la que jamás debería haber acudido. Areilza, Miranda –así le llamaba Franco– y Suárez han elevado su cotización política en las zonas asesoras del Poder durante las últimas semanas. (23-V-1976)[14].
No necesito explicar por qué José María de Areilza me sigue pareciendo el número uno entre los dos favoritos para la carrera hacia la Presidencia. Es algo evidente; en eso está su mérito. De un origen común, totalitario –en las fuerzas del franquismo y en las de la oposición–, él fue uno de los primerísimos promotores de un sincero viraje hacia la democracia. Areilza es la moderación interna, el sentido del puente y comparte casi sólo él con el Rey toda la credibilidad exterior de la reforma, de la que Fraga participa, a pesar de TVE, en mucho menor grado. (30-V-1976)[15].
Sin embargo, en junio nubes oscuras se arremolinaron en torno al sol ascendente. El día 13 el periódico publicó en portada un artículo firmado por su director y con un título más propio de la prensa de principios de siglo: "Lo que pasa"[16]. En él se describía una lucha por el poder dentro del Gobierno y de las demás instituciones del régimen que, en su opinión, estaba ganando el búnker, que era el apelativo que recibía el sector continuista. Cebrián ponía nombres a esos maniobreros:
Los lópeces –López Bravo, López Rodó, y hasta encubiertamente el propio López de Letona– han vuelto al ataque, esta vez a pecho descubierto y bien alineados con todo lo que huele a naftalina del antiguo Régimen. Acabarán vistiendo la camisa azul, ahora que ya no se lleva. Del grupo bunkeriano que ha intentado más o menos pedirle cuentas al Rey, los antiguos colaboradores del almirante Carrero vinculados al Opus Dei son los únicos que se creen con posibilidades de ofrecer un frente coherente, soluciones para el mal momento económico y argumentos nostálgicos del tiempo del desarrollo. El azar o la necesidad les hace volver a coincidir con los discípulos de Federico Silva, alguno de ellos encaramado en el poder, y con los hombres de confianza personal del almirante, como el ministro secretario general del Movimiento. Al final, ya ven ustedes, todos en el mismo bote y remando en la misma dirección, aunque un efecto óptico no lo deje ver así. Y todos ellos levantando, ensalzando, coartando, preguntando, limitando, sugiriendo y argumentando la figura del Rey en un fervor monárquico renovado, sin abandonar la espantosa manía nacional de decirle a don Juan Carlos lo que tiene que hacer.
Según Cebrián, Adolfo Suárez, ministro secretario del Movimiento y viejo conocido del Rey, era parte de esa conjura. Otro personaje de influencia en El País que no podía ver a los dos Lópeces, López Rodó y López Bravo, hasta el punto de haberse declarado "incompatible" con ellos, era Fraga[17].
El 15 de junio, el periódico repitió el aldabonazo[18]:
Una crisis de Gobierno promovida desde sectores del propio sistema podría estar gestándose en este momento, a la vista de los obstáculos con que tropieza la reforma del Gobierno Arias. Según las diferentes fuentes, próximas a grupos políticos e instituciones consultadas por El País, la iniciativa de ofrecerse como alternativa de poder provendría de lo que en algunos ambientes políticos se conoce como búnker económico, y que está integrado por una serie de sectores que conservan, desde la etapa tecnocrática, numerosos resortes de la economía española.
Parece que algunas de las personalidades más caracterizadas de estos sectores han entrado en conversaciones con políticos pertenecientes a la asociación Unión del Pueblo Español (UDPE), que se dice estaría dispuesta a ofrecer el respaldo organizativo necesario para la operación.
Algunas de las citadas fuentes aseguran que en este pacto figurarían como protagonistas varios ex ministros miembros del Opus Dei, encabezados por los tres López (los señores López Rodó, López Bravo y López de Letona). José María López de Letona pasa por tener gran prestigio en La Zarzuela. Junto con Alberto Monreal fue designado por el Rey procurador en Cortes en una de las primeras decisiones adoptadas por don Juan Carlos I. El señor López de Letona ha sido señalado ya en algunos ambientes como candidato eventual a la presidencia del Gobierno. Pero el verdadero cerebro de la operación podría ser el ex ministro de Asuntos Exteriores Gregorio López Bravo.
La Unión del Pueblo Español era una de las asociaciones políticas que se habían formado dentro del Movimiento y estaba presidida por Adolfo Suárez. La conspiración desvelada por Cebrián ya tenía todos los elementos: un objetivo –causar la caída del Gobierno–, unos impulsores sin rostro –el búnker económico, el Opus Dei–, deseosos de tomarse revancha, y unos pocos personajes conocidos y poderosos. López de Letona mandó un desmentido al periódico, que éste publicó el 23 de junio[19], pero ¿desde cuándo la negativa de un sospechoso de pertenecer a una conjura se acepta como prueba? La teoría de la conspiración tiene sus mecanismos de investigación, y en ellos nunca se admite a los acusados, porque se dedicarían a confundir a los creyentes.
La dimisión de Arias Navarro
El 1 de julio Arias Navarro presentó su dimisión a instancias del Rey, y entonces El País se lanzó en tromba a promocionar a su candidato. La verdad es que los indicios que señalaban a Areilza como sustituto del fracasado Arias eran abundantes. El propio político vasco anotó unas palabras enigmáticas que le dijo el Rey poco antes de recibir a Arias:
Esto no puede seguir, so pena de perderlo todo. El oficio de rey es a veces incómodo. Yo tenía que tomar una decisión difícil, pero la he tomado. La pondré en ejecución de golpe, sorprendiendo a todos. Ya estás advertido y te callas y esperas. Antes de lo que piensas. No hay más remedio[20].
En El País del 2 de julio, en el que se daba cuenta del cese, aparecía en portada una información titulada así: "Cinco nombres posibles para nuevo jefe de Gobierno: Areilza, Fernández-Miranda, Fraga, Gutiérrez Mellado y Vega Rodríguez"[21]. Su candidato aparecía el primero en la lista. ¿Por la importancia del ministerio que dirigía?, ¿por su futuro? La edición incluía dos editoriales, uno para aprobar el cese de Arias y otro proponiendo un candidato. El autor de este último escribió lo siguiente:
El señor Areilza ha sabido desplegar, en medio año, una imagen nueva y distinta de España hacia el exterior, pero no ha descuidado la actividad interior. Podría disponer hoy de puentes y contactos útiles para el llamado pacto social. Es, en el Gobierno actual, el político más distante del franquismo, con el que mantuvo diferencias de fondo en los últimos diez años[22].
Ésta era la opinión del editorialista sobre Suárez: "El ministro secretario general, vinculado a la asociación derechista UDPE, no parece haber robustecido su posición en los días anteriores a la crisis".
En el segundo editorial se elogiaba la decisión del Rey, así como su capacidad para imponer su voluntad al más poderoso político español:
Lo sucedido este jueves de julio pone de relieve la capacidad de decisión de don Juan Carlos, su seguridad adquirida al frente del Estado, su voluntad decidida de ser Rey de todos los españoles y su convencimiento de que un proceso como el que el país vive ha de jugar un papel de primera trascendencia en el arbitraje de las soluciones básicas que estamos necesitando. La Monarquía como institución y la figura personal del Rey se han visto así, una vez más, reforzadas con una medida política de primera magnitud tomada con decisión, con acierto y, como hacen los buenos estrategas, hasta con sorpresa[23].
En la crónica que trataba la dimisión, publicada el día 4 pero escrita antes de conocerse la terna, Ricardo de la Cierva también aplaudía al Rey:
Algún sector de las instituciones del antiguo régimen arrastraba al conjunto institucional hacia una vía muerta en medio de estertores delirantes. En un momento dado, sea por la advertencia de una acción o una omisión, la Corona ha podido creerse comprometida en esta dramática discordancia entre el país oficial sin timón y el país real desconcertado. Ha funcionado, sobre el frío automatismo de las leyes, la cálida intuición directa entre la Corona y el pueblo. El general asentimiento de la opinión pública y de la opinión política rubricó, desde el primer momento, el gesto de la Corona[24].
Además, el mismo día 2, en otra información sobre cómo se desarrolló la conversación entre el Rey y el presidente del Gobierno, El País barría para casa. Don Juan Carlos citó a Arias Navarro en el Palacio de Oriente, un lugar inusual, ya que las demás audiencias habían sido en La Zarzuela, donde acababa de recibir las cartas credenciales de varios embajadores. El periódico destacó la presencia de Areilza: "El ministro de Asuntos Exteriores estaba, como es de rigor, presente en la ceremonia"[25]. Si era de rigor su presencia, ¿por qué destacarla? La noticia habría sido su ausencia.
La desilusión: el nombramiento de Suárez
De acuerdo con el ordenamiento constitucional vigente, el Rey elegía al presidente del Gobierno de entre una terna que le presentaba el Consejo del Reino, el más alto organismo consultivo de la nación, instaurado en la Ley de Sucesión de 1947. Su presidente era el catedrático Torcuato Fernández-Miranda, que había sido ministro secretario del Movimiento, vicepresidente del Gobierno con Carrero Blanco y preceptor del príncipe, y que en ese momento ejercía de presidente de las Cortes. Don Juan Carlos y Fernández-Miranda compartían el deseo de hacer la reforma a partir de las Leyes Fundamentales. Dada su formación jurídica, Fernández-Miranda era el encargado de adaptar aquellas a los planes de los dos. El 3 de julio, cuando el Consejo empezó sus debates, que duraron seis horas y media, El País publicó la siguiente información:
De entre las personalidades más caracterizadas o mejor situadas políticamente para sustituir a Arias, durante el día de ayer fue consolidándose en diversos medios de la opinión pública la creencia de que José María de Areilza puede ser el elegido. (...) Fuentes próximas al propio señor Arias –a quien el Rey ha concedido el marquesado, con grandeza de España– estiman que el ex presidente del Gobierno considera como persona con más posibilidades para sustituirle al actual ministro de Asuntos Exteriores, José María de Areilza[26].
Areilza desvela en sus memorias que ese día almorzó en su casa de Aravaca (Madrid) con el exministro Pío Cabanillas, Marcelino Oreja, Antonio de Senillosa y Darío Valcárcel.
El resultado de las deliberaciones en el Consejo del Reino fue el contrario al esperado. Ni Areilza ni Fraga, el otro candidato según la mayoría de las quinielas elaboradas por los periodistas y los políticos para formar la terna, aparecieron en ésta. Después de seis horas y media de reunión y votaciones, el presidente Fernández-Miranda, que había contado con la ayuda de Miguel Primo de Rivera[27], salió feliz. "Estoy en condiciones de ofrecer al Rey lo que me ha pedido", declaró a los periodistas. Los tres seleccionados eran Federico Silva Muñoz, exministro de Obras Públicas, con 15 votos; Gregorio López Bravo, exministro de Industria y de Asuntos Exteriores, con 14, y Adolfo Suárez, ministro-secretario del Movimiento, con 12. Se repetían los nombres de López Bravo y Silva Muñoz, que habían aparecido en la terna que presentó el Consejo del Reino a Franco para sustituir a Carrero Blanco.
La sorpresa fue mayúscula para muchos. Como cuenta José Miguel Ortí Bordás en su autobiografía: "La resaca que el nombramiento de Suárez desencadenó fue muy grande. La clase política estaba atónita. Fueron muy pocos los que lograron sobreponerse con prontitud"[28]. Areilza había invitado a su casa a varios periodistas, y en cuanto se supo que estaba excluido de la terna los echó. A continuación, el Rey designó a Suárez, lo que elevó la sorpresa a incredulidad: ¡el jefe del partido único, nombrado presidente del Gobierno!; un hombre sin títulos ni méritos, ni contactos extranjeros ni publicaciones y con un comportamiento resbaladizo. En mayo había ganado una plaza de miembro vitalicio en el Consejo Nacional del Movimiento en competición con Cristóbal Martínez-Bordiú, yerno de Franco. Un proyecto de reforma constitucional, elaborado por Fraga a principios de año, había recibido sus ataques, pero en junio había convencido a las Cortes para que aprobaran la Ley de Asociaciones Políticas. Además, se temía que dependiese del Opus Dei, cantera de los ministros tecnócratas vinculados al almirante Carrero Blanco, y que se repitiese el resultado de la crisis de Gobierno de 1969, en que once ministros pertenecían al instituto religioso católico.
Suárez y su equipo de la Secretaría General del Movimiento elaboraron un documento muy crítico sobre la reforma delineada por Fraga. El informe, que se le remitió al vicepresidente [Torcuato Fernández-Miranda], tras advertir muy gravemente sobre lo inadmisible que resultaría toda tentación rupturista, discrepaba del esquema trazado por Fraga. Sostenía la conveniencia de mantener tanto las Cortes como el Consejo Nacional; propugnaba seguir con los tercios de representación orgánica y proponía, incluso, que los candidatos únicamente pudieran ser presentados por asociaciones políticas, y por asociaciones familiares en el tercio familiar; defendía también la pervivencia en el Consejo Nacional de "los 40 de Ayete". El documento en cuestión abogaba por un "Fuero de España", que compilara y refundara las Leyes Fundamentales y fuera "la Constitución de la Monarquía española".
Lo siguiente que hizo Suárez fue solicitar que los distintos proyectos de ley que componían la reforma se estudiaran previamente en una comisión mixta Gobierno-Consejo Nacional. Aunque tan sólo fuera para salvar las apariencias, deseaba que la reforma se sometiera a examen de la ortodoxia. Quería que el movimiento, del que él era ministro secretario general, le diera el visto bueno[29].
Francisco Umbral, columnista de El País, resumió así la estupefacción que muchos sentían: "Había que liquidar el postfranquismo, cambiar la cosa, a ver si me entiendes. Y entonces han puesto un falangista. (...) El sábado ha pegado España el gran salto adelante hacia atrás de su historia"[30]. Joaquín Garrigues Walker, hijo del exministro y embajador Antonio Garrigues Díaz-Cañabate, dijo: "Me ha sorprendido mucho y no sé cuál es el propósito de este nombramiento" (ABC, 4-7-1976). Cuando se formó el Gobierno, el socialista Gregorio Peces-Barba declaró: "En cuanto a la crisis, se ha desarrollado al viejo estilo del régimen franquista. El nombramiento del presidente fue un error y un paso atrás en el camino hacia la democracia" (El País, 8-7-1976). Un editorial de La Vanguardia Española (4-7-1976) también mostraba recelos:
Puestas de otra manera las cosas, la alternativa consistiría en saber si el Rey confía en colaborar más fácilmente con el nuevo jefe de Gobierno, por cuestiones de edad, afinidad temperamental, etc., para seguir aplicando la misma política que hasta ahora, manteniendo en el nuevo Gobierno a algunas figuras clave del anterior, o bien si puede significar una mayor intervención real y cierta modificación política, bien sea por esta sola razón o por complacer tales o cuales sectores de un establishment que tiene en el Consejo del Reino fuerza indiscutible[31].
Por el contrario, otra parte de la clase política estaba al tanto del nombramiento de Suárez. Silva Muñoz cuenta que Enrique de la Mata, secretario del Consejo del Reino, le dijo ese día que el elegido iba a ser Suárez, aunque Silva casi había obtenido la unanimidad[32]. Y a otros no les pareció un desatino. Por ejemplo, Juan Antonio Samaranch, miembro de la UDPE, declaró: "La base de su nombramiento es que el Rey ha querido escoger a alguien de su generación para poder llevar a buen puerto la reforma en que ya el anterior Gobierno se hallaba comprometido" (ABC, 4-7-1976). El periódico bilbaíno La Gaceta del Norte (4-7-1976) también intuyó las razones del nombramiento.
Adolfo Suárez encarrila un compromiso con el pasado, suficiente para evitar rupturas nada deseadas por la mayoría, la fidelidad al presente y al futuro para acometer con decisión y con la confianza absoluta del monarca el cambio que demande la España actual. Éste puede ser el resumen de su significado político, la explicación a la sorpresa que haya supuesto su nombramiento y el rumbo para poder orientarse sobre lo que vaya a ocurrir de inmediato.
Adolfo Suárez tenía otros factores a su favor, distintos y superiores a sus actos políticos y a su militancia:
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Conocía al Rey desde hacía varios años y éste le cuidaba. Cuando en la crisis de 1969 Alfredo Sánchez Bella pasó a desempeñarse como ministro de Información y Turismo, Carrero Blanco, a la sazón vicepresidente, le pidió que nombrase para la dirección general de RTVE a Suárez, hasta entonces gobernador civil de Segovia. Carrero le dijo que había sido "lo único" que le había pedido el príncipe Juan Carlos, designado sucesor de Franco en julio, cuando fue a informarle del nuevo Gobierno[33].
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Pertenecía a la misma generación que el Rey: Juan Carlos nació en 1938 y él en 1932. Hasta entonces, todos los que habían rodeado al príncipe habían participado en la guerra o la habían vivido: Franco, Carrero, Arias, Fernández-Miranda, López Rodó, Alfonso Armada, Eugenio Vegas Latapié, José María Pemán, Gonzalo Fernández de la Mora, Silva Muñoz, Areilza... Cebrián afirma que Juan Carlos le confesó en una audiencia concedida a finales de 1974 que cuando asumiera el trono "no contaría con gentes de la generación de sus mayores"[34].
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Era un hombre tremendamente ambicioso. El expresidente Felipe González ha declarado: "Suárez me contaba que él, en el bachillerato, tenía claro que se iba a dedicar a la política, iba a ser el presidente de la Tercera República"[35]. Armando Marchante, que formó parte del gabinete del ministro Sánchez Bella, le conoció allí. En junio de 1975 murió en accidente de tráfico su protector, Fernando Herrero Tejedor, ministro secretario del Movimiento, cuando Suárez ocupaba el cargo de vicesecretario. El nuevo ministro, José Solís, le destituyó. Un tiempo después, ante un intento de consolarle, Suárez le confesó a Marchante su plan de vida: "No te equivoques; yo no deseo nada de segundón. Yo quiero ser ministro; donde sea, con quien sea y para lo que sea. Todo lo demás no me importa"[36].
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Carecía de ideas y de formación. Como escribe el profesor Pedro Carlos González Cuevas, Suárez fue "asombrosamente miope ante los problemas suscitados por la política cultural y la hegemonía ideológica, que dejó en manos de la izquierda"[37]. A lo largo de su vida, Suárez se definió como falangista, demócrata-cristiano[38], socialdemócrata[39] y hasta liberal (el tercer partido que dirigió, el Centro Democrático y Social, se integró en enero de 1988 en la Internacional Liberal). Sus lecturas eran prácticamente nulas. Al entrar en La Moncloa, Leopoldo Calvo Sotelo, que sucedió a Suárez en febrero de 1981, declaró que había "muchos teléfonos y pocos libros"[40].
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Su militancia falangista y su beligerancia contra el aperturismo, que le permitirían acercarse a los procuradores y altos cargos franquistas para persuadirles de que aceptasen la nueva versión de la reforma[41].
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De entre los políticos en el candelero, era "el que menos enemigos tenía dada la inanidad de su carrera política y de su especial preocupación por no pisar el callo de nadie que no se lo hubiera pisado a él previamente"[42].
Como ha contado Gonzalo Fernández de la Mora, Fernández-Miranda estaba convencido de que Suárez haría lo que le ordenase.
Fernández Miranda me recibió en el despacho del banco estatal cuya presidencia había asumido al cesar en el Gobierno [enero de 1974]. Estaba exultante.
– Tengo la plena confianza de mi discípulo el rey.
– Acabo de comprobarlo en La Zarzuela, y supongo que serás el sustituto de Arias.
– De ningún modo. Hay que ver a más largo plazo. Ahora la fórmula ideal es que yo sea presidente de las Cortes y del Consejo del Reino.
– ¿Quién es tu candidato para presidir el Gobierno? – Alguien que haga lo que yo le diga.Ante mi perplejidad, añadió, sibilino:
– No te esfuerces, porque no lo adivinarás."[43]
Según los documentos de Torcuato Fernández Miranda recopilados por Pilar Fernández Miranda y Alfonso Fernández Miranda, aquél y el Rey habían elaborado en abril de 1976 una lista de sustitutos de Arias. Areilza aparecía en el primer lugar y Suárez en el sexto. Poco a poco, el perfil del presidente de Gobierno ideal que iban elaborando ambos se iba pareciendo más al de Suárez que al de Areilza o al de Fraga.
Tuviesen o no el Rey y Fernández Miranda en mente el nombre de Adolfo Suárez como tajamar de la reforma, ya en 1974 o ya en 1976, la conclusión es que ambos escogieron a Suárez sin ninguna imposición de poderes ocultos.
La dirección de El País, donde se estaba preparando un número especial para acompañar el nombramiento de Areilza[44], se tomó muy mal la postergación de su candidato y la elección en su lugar de un hombre cuya expulsión del Consejo de Ministros habían pedido varias veces ("Hay ministerios llamados a desaparecer, como la Secretaría General del Movimiento"). Su editorial del 4 de julio contenía estas frases:
Lo menos que puede decirse es que la impresión primera que hoy se ofrece no es de aceleración del cambio. No deben los españoles negar su ayuda al presidente del Gobierno, pero por honradez y por patriotismo es preciso decir a éste que va a necesitar mucha. Hay un amplio consenso de opinión respecto al hecho de que la tarea que le aguarda es mucho mayor que las ilusiones que suscita, sobre todo si se piensa que quien ahora accede a la máxima responsabilidad ejecutiva de la nación lo hace desde la Secretaría General del Movimiento. Dato anecdótico seguramente, pero que aumenta las dificultades a la hora de anunciar una política de reconciliación[45].
Varios de los ministros en funciones, encabezados por las dos estrellas del Gobierno, Areilza y Fraga, se negaron a continuar en sus puestos o ponerse a las órdenes de alguien a quien menospreciaban. Por una vez, en España no había empujones para apoderarse de una cartera de ministro, publicó El País, y el mismo Rey debió telefonear a Fraga y Areilza para calmarles[46]. En una página de información dedicada al nuevo Gobierno, La Vanguardia Española (7-7-1976) recogió estas declaraciones de López Bravo: "Mi decisión es terminante. No quiero nada"; en la misma página Pío Cabanillas y José María Gil-Robles también negaron que fueran a ser ministros. Cabanillas, ministro de Información en 1974, empezó a mover "los hilos de una operación sin cuartel contra Adolfo Suárez: «Es la hora de parar (...) y de esperar a que Suárez renuncie»"[47]. Suárez recurrió a Osorio para que éste persuadiese a sus amigos del grupo Tácito y de la Asociación Católica de Propagandistas para cubrir las vacantes. Más tarde, El País (8-7-1976) calificaría así al nuevo Gobierno: "Los propagandistas, al poder"[48].
La conspiración desvelada por 'El País'
El 5 de julio Suárez juró su cargo ante el Rey y, en declaraciones a la agencia Logos que difundió Televisión Española la noche de ese día, dijo, a propósito de su nombramiento: "No es verdad que sea un asalto al poder de la tecnocracia"[49]. El 6, antes de que se conociese la composición del Gobierno, es decir, mientras Suárez y sus acólitos recibían negativas de las personalidades políticas, El País publicó un reportaje de investigación que desvelaba una poderosa conjura: "Nombres para una crisis. Lo que hay detrás del relevo del Gobierno"[50]. (Nótese la coincidencia de la locución lo que con el artículo firmado por Cebrián el 13 de mayo y titulado "Lo que pasa"). La tesis del artículo era que el carrerismo había vuelto: una mezcla de Opus Dei, tecnócratas, banca, empresas eléctricas y continuistas del franquismo. A esta amalgama, el anónimo redactor la llamaba "la superderecha". Reproducimos algunos de sus párrafos para que el lector pueda seguir el hilo de la delirante conspiración.
Hace, no obstante, más de dos semanas que El País anunciaba por dos veces [13 y 15 de junio], en su primera página que una maniobra de alto bordo se estaba realizando para sustituir al presidente Arias. Los nombres de Gregorio López Bravo, Adolfo Suárez y de personas íntimamente ligadas al señor Silva eran citados entre quienes podrían estar realizando movimientos políticos en la carrera hacia el poder. López Bravo, Silva y Suárez han sido los integrantes, precisamente, de la terna elevada a Su Majestad por el Consejo del Reino. Pero la historia tiene más nombres y más apellidos. No en una caza de fantasmas inútil, sino en un intento clarificador sobre las personas que detentan hoy en España el poder económico y el político, El País ha realizado este pequeño informe. La base de la investigación podría ser ésta: de los tres propuestos al Rey para jefe de Gobierno, dos son consejeros del mayor Banco del país [Banesto]. Por lo demás, tres miembros de una misma familia –los Oriol–, ligada también a la misma institución bancaria, ocupan sendos sillones en el Consejo del Reino. Los periódicos tienen una misión cívica que cumplir. Máxime en momentos tan difíciles como los que atraviesa nuestro país. Denunciar estas cosas, por encima de un deber profesional, es una responsabilidad moral.
(...) Por otro lado, en el Consejo del Reino toman asiento Antonio María de Oriol, Íñigo de Oriol y Miguel Primo de Rivera, yerno éste del primero. Íñigo de Oriol es hijo de José María de Oriol, hermano a su vez de Antonio. José María e Íñigo de Oriol son cabezas que dirigen la primera sociedad energética del país, Hidroeléctrica Española. Las relaciones entre Hidroeléctrica y Banesto son estrechas: José María de Oriol preside la primera y se sienta en el Consejo del segundo.
Gregorio López Bravo es también miembro del Opus Dei, lo mismo que el director general de Banesto, Jorge Brossa, que pertenece a la Obra en su obediencia más estricta (votos de pobreza, castidad y obediencia).
En combinación con la crisis gubernamental quizá deba estudiarse igualmente el episodio producido por el cese en la Secretaría de La Zarzuela, en enero pasado, del diplomático José Joaquín Puig y su sustitución por otro diplomático, muy ligado al señor López Bravo, Santiago Martínez Caro[51].
(...) Torcuato Fernández-Miranda, personaje central en el desarrollo de la crisis, es un profesor separado de los centros de interés económico. Durante los años 69 al 73 fue ministro Secretario General del Movimiento y elaboró la doctrina pluriformista, pretendido recambio al pluralismo ideológico que ya apuntaba en la sociedad española. Las habilidades logomáquicas del presidente de las Cortes, inventor también de la trampa saducea, hacen preguntarse a la opinión qué quiso decir cuando declaró, al final de la última sesión del Consejo del Reino: "Estoy en condiciones de ofrecer al Rey lo que me ha pedido". El almirante Carrero le demostró su confianza haciéndole vicepresidente.
(...) La línea que va desde los equipos tecnocráticos a los centros de poder económico se aglutinó en el pasado en torno al almirante Carrero, con la benevolencia de Franco, más indiferente ante las pequeñas cosas a medida que cumplía años. La concatenación de lo que podría llamarse la superderecha se sigue bien a través de la conexión Carrero Blanco-tecnócratas (López Bravo, Lópéz Rodó, Letona), Banca (Garnica, Luis Valls Taberner, López Bravo, Fernández de la Mora, Federico Silva, Calviño de Sabucedo), Empresas eléctricas (Oriol, De la Mora), Asociaciones dentro del Movimiento (Oriol, Fernández de la Mora, Martínez Esteruelas), Monopolios estatales (Silva Muñoz, Carlos Pinilla, Valero Bermejo).
(...) Todo este entramado de fuerzas, intereses, influencias y posiciones de dominio forma un aparato de presión en el que el poder, de una forma u otra, viene apoyándose o limitándose desde mediados los años cincuenta. Sus posiciones se afirman en todos los sectores de influencia y la prensa, por supuesto, no podía estar a espaldas de la cuestión.
(...) Su asesinato [el de Carrero Blanco] por terroristas en 1973 desarticuló inicialmente el carrerismo, como aparato de poder y como solución de continuidad a los intereses creados en torno al franquismo. Pero los carreristas seguían existiendo. Adolfo Suárez, vicesecretario general del Movimiento con Fernando Herrero Tejedor (hombre del Opus Dei), era persona querida y de la confianza del almirante. López Bravo y Silva pertenecieron durante años a su equipo político –aunque más tarde cayeran en desgracia–. Silva no fue expulsado en la crisis de Matesa. Meses después dimitiría, alegando ante Franco motivos personales. Estos dos hombres que acompañaron en la terna al actual jefe de Gobierno no son personas aisladas ni tampoco líderes políticos. Forman parte de una máquina de poder, a veces inconsciente en sus acciones, pero siempre muy consciente en las posiciones que defienden. Una máquina que resulta ser el auténtico búnker inmovilista del país y que, en una maravillosa filigrana, abarca desde hombres en la vecindad de Girón hasta fundadores de la Junta Democrática[52]. Una máquina, en fin, que encarna las tradicionales formas del ser español en su leyenda más negra y atrabiliaria: el poder económico y el político aliados en una simbiosis perfecta con el integrismo eclesiástico. [Los énfasis son míos].
El texto contiene todos los tópicos de los folletines de sociedades secretas y conjuras escritos por Alejandro Dumas, Eugenio Sue, Sax Rohmer y Dan Brown, más un barniz de materialismo marxista. Falta una mujer joven y hermosa en peligro, pero si se mete al Opus las mujeres han de salir por la ventana. Se trata de descubrir a unos conspiradores ocultos para salvar a una sociedad ignorante; diversos círculos de poder (religiosos, políticos, financieros) tienen el objetivo común de dominar el país; los malos están en todas las instituciones, incluso (un clásico) junto a la cabecera del Rey, y disfrutan de una omnipotencia pasmosa. Hay también la sombra de un malvado que sigue influyendo después de muerto: el almirante Carrero. Por último, un nombre para definir todo ese conglomerado. Ya no vale "derecha dura", ni "caverna", ni "búnker", ni "fascismo"; no, tiene que ser algo más turbador, inquietante: la "superderecha", definida como "el poder económico y el político aliados en una simbiosis perfecta con el integrismo eclesiástico".
Alfonso Osorio, ascendido a vicepresidente segundo en el nuevo Gobierno, cuenta que él y Suárez en esos días repasaron juntos los análisis y los editoriales publicados en la prensa española y extranjera:
El martes 6 de julio nos volvimos a reunir Adolfo Suárez y yo en su despacho de Castellana, 3 [antigua sede de la presidencia del Gobierno]. Repasamos de entrada la situación y comentamos el durísimo artículo de Le Figaro, de Guilleme Boulen; el publicado, sobre interferencias bancarias en la resolución de la crisis presidencial, por El País, artículo este realmente fantástico en su concepción; y también cómo Pío Cabanillas estaba organizando una campaña con la consigna de "aislar a Suárez"[53].
El analista político principal de El País, Ricardo de la Cierva, que había sido director general de Cultura Popular en el ministerio que dirigió Cabanillas, se adhirió a la teoría de la conspiración en sus artículos. El del 8 de julio, uno de los más resonantes de la Transición, debido a su contenido y, sobre todo, a su título –"¡Qué error, qué inmenso error!"[54]–, escribió lo siguiente:
Este Gobierno querrá reformar y negociar. Pero será muy difícil que a la hora de la verdad se lo permitan las fuerzas reales que lo han forjado. Además, hoy, en la España de 1976, no puede funcionar un Gobierno sin tener dentro a las regiones, a las clases inferiores y a las mujeres de España. No es éste un Gobierno Opus. El frente político-conservador del Opus ha estado en la trama, pero ha sacado poca tajada en beneficio de su participación colateral en el búnker económico. Parece que ese frente político del Opus Dei se contenta con mantener posiciones en el nuevo equipo, aparte de conexiones presidenciales.
(...) En la presente ocasión, los dos primeros nombres de la terna presidencial (señores Silva y López Bravo) son consejeros del Banco Español de Crédito, con el que tienen, o han tenido, relación profunda los nuevos ministros señores Landelino Lavilla (que fue secretario general del afortunado Banco) y Carriles. No faltan, en algún ministro más, conexiones próximas y aun íntimas a la importante entidad bancaria, de la que son primerísimos accionistas diversos miembros del que podríamos llamar, en ortodoxia orgánica, tercio familiar del Consejo del Reino. Los señores Garnica y Argüelles –dinásticamente hablando– han sonado con insistencia al margen de la actual maniobra.
(...) Esto, amigos, ha sido un disparate, y sólo un milagro puede salvarlo. Con expresa reiteración de mis profundos deseos de equivocarme, se me agolpa la poca historia que sé, y el poco sentido político que me resta después del susto, para decirles a ustedes lo que creo que va a pasar. Durante unas semanas los problemas se esconderán dentro, por el calor; pero allí se incubarán de manera incontenible. Allá por el otoño estallarán, y caerá este Gobierno sin plantear siquiera una resistencia. Entonces la Corona, que a través de la Presidencia de las Cortes se ha visto seriamente comprometida en la maniobra que hoy nos embarga (cuando todo estaba ganado, por Dios, cuando todo el futuro parecía y estaba a mano), acudirá a la convocatoria de un Gobierno Nacional, el que ahora esperábamos, si no se ve obligada al recurso militar directo. [Los énfasis son míos].
En el artículo, el historiador trazaba paralelismos entre el futuro Gobierno de Suárez con el formado en 1930 por el general Dámaso Berenguer con banqueros y políticos palatinos, que se hundió en unos meses. También prometía revelaciones: "Sobre la actuación de don Alfonso Osorio en toda la operación volveré con rigor suficiente para provocar curiosidades en el mismísimo centro de Torrelavega [el citado nació en Santander]".
En una entrevista en La Vanguardia Española (9-7-1976), el historiador afirmaba: "La Corona, (...) a través de la Presidencia de las Cortes, se ha visto seriamente comprometida en la maniobra"[55], cuando era lo contrario: la Corona dirigía la maniobra. Una semana más tarde, De la Cierva servía otra ración de conspiración con "El almuerzo secreto en la calle del Prado"[56].
El domingo, 20 de junio de 1976, estas crónicas confirmaban las premoniciones de este periódico en su número del 15 de junio sobre la famosa "maniobra de altura" para sustituir al presidente Arias. "La operación –resumía el cronista– consistiría en un pacto entre el búnker económico, los tecnócratas desplazados y el Neomovimiento organización, llamado también Unión del Pueblo Español". Se apuntaba, como cerebro de la operación, al señor López Bravo. Insisto en que esta maniobra se anunciaba en el número de El País correspondiente al domingo, 20 de junio de 1976. Lo que viene después es una información independiente: que nadie le aplique el post hoc ergo propter hoc.
El 22 de junio de 1976, esto es, exactamente dos días después de la citada advertencia, don Gregorio López Bravo, cerebro de la operación y, más exactamente, presidente de Sniace, convocaba en la sede madrileña de dicha entidad, sita, como nadie sabe, en el número 24 de la calle del Prado, a una selección de políticos relevantes.
A continuación citaba a los asistentes: Eugenio Calderón y Montero Ríos – presidente de Ceasa–, Pablo de Garnica, Silva Muñoz, José Antonio Girón, Ortí Bordás, Jaime de Argüelles, Alejandro Rodríguez de Valcárcel, Cruz Martínez Esteruelas, Enrique Thomas de Carranza, el general Campano y José García Hernández. El historiador metido a periodista concluía con un reto:
Ustedes querrán conocer, naturalmente, lo que se trató en tan interesante reunión. Algo podré contarles del asunto; pero debemos ser prudentes y esperar a que alguno de los citados señores desmienta su presencia allí, lo cual sería improcedente; porque se trata, por los cuatro costados, de una reunión legal y honorable. Aunque como periodista que es uno estoy deseando que se publique algún desmentido para contar lo que dijo exactamente el reclamante.
Los desmentidos tardaron en aparecer, pero lo hicieron. Silva Muñoz aseguró en declaraciones que recogió El País (10-8-1976):
"En España hay muchas personas que tienen ideas de ciencia-ficción, y si disponen de un periódico para contarlas se convierten en realidad", ha dicho Federico Silva, líder de Unión Democrática Española (UDE) al comentar la influencia que pudo tener Banesto en la crisis de Gobierno que llevó a la presidencia a Adolfo Suárez. "Yo empeño mi palabra de honor –añadió– al afirmar que en mi presencia no se trató de la crisis ni de nada parecido, en la reunión de Sniace de la que tanto se ha hablado. En aquella ocasión, estando yo presente, se habló únicamente de la posible inclusión de un nuevo párrafo en el artículo 172 del Código Penal cuya reforma estaba en estudio en las Cortes"[57].
En sus memorias[58], Silva Muñoz explicó ese almuerzo como una reunión habitual y discreta, aunque no secreta, de políticos en la que se trató la reforma del Código Penal que se estaba debatiendo en las Cortes. Varios años más tarde, Ortí Bordás dio la misma versión de ese almuerzo:
Sinceramente, creo que no hubo más maniobra para sustituir al presidente Arias que la protagonizada por el propio Rey, como sus declaraciones a la revista Newsweek demuestran. También creo sinceramente que el almuerzo de referencia fue el que se celebró en el mismo marco y con aproximadamente las mismas personas no para derribar a Arias, sino para debatir si los presentes suscribíamos o no una propuesta para impedir la posible legalización en el futuro del Partido Comunista. Jamás se propugnó allí la candidatura de Suárez para nada. (...) En cualquier caso, la tesis de la conspiración se extendió y ganó adeptos[59].
Osorio, entonces en el centro de la tormenta, sostiene que De la Cierva escribió esos artículos "en base a la tendenciosa información que tal o cual interesado le había facilitado"[60].
Justo el día en que se conocía la designación de Suárez por el Rey salía a la venta la revista Cuadernos para el Diálogo, en cuya fundación había participado Cebrián. La portada de su nº 166 (del 3 al 9 de julio) estaba dedicada a "Los personajes de La Zarzuela. Quién es quién en el gabinete del rey". Se trataba de un trabajo de investigación, elaborado, lógicamente, antes del cese de Arias y la composición de la terna, en el que se exponían las creencias religiosas y las ideas políticas de algunos de los empleados de la Casa Real. El punto común entre los citados era su relación con el Opus Dei o su fortuna. De la calidad del reportaje da idea esta ficha que presenta de la secretaria personal de la reina Sofía, Laura Hurtado de Mendoza:
(...) extraordinariamente discreta, de quien resulta difícil obtener referencias personales. Se sabe únicamente que trabajó con anterioridad en la librería Neblí de Madrid, vinculada, al parecer, con el Opus Dei. [Énfasis añadido].
Del diplomático Santiago Martínez Caro, nombrado jefe de un recién formado gabinete de estudios en La Zarzuela, la revista dijo lo siguiente:
Es el segundo hombre que tiene contacto continuo con don Juan Carlos [el primero era el general Alfonso Armada]. Martínez Caro llegó para sustituir al poco tiempo de la proclamación al señor Puig de la Bellacasa, considerado como cercano a planteamientos liberales. Diplomático, como su predecesor, Martínez Caro, sevillano, ocupó un cargo de consejero en la Delegación española ante las Naciones Unidas. Su carrera política está íntimamente ligada a la de López Bravo, con quien fue jefe del Gabinete Técnico de Asuntos Exteriores, y a López Rodó, con quien conservó dicho puesto. No es raro, pues, que se le considere próximo al Opus Deis. Martínez Caro fue candidato fracasado a procurador en Cortes por Sevilla en 1971[61]. (...) rumoreándose en Sevilla que, dado que el candidato no tenía gran fortuna personal, su campaña estaba sufragada por la Obra. [Énfasis añadido].
¡Una muestra de respetabilidad del nuevo periodismo democrático: rumores sin pruebas para apuntalar una versión!
El País había integrado este reportaje en la conspiración que desveló el día 6. También lo citó De la Cierva:
Los elementos del sistema de cortocircuitos son los que pueden deducirse de dos fuentes; el magistral informe publicado por este periódico en su número –que será histórico– del 6 de julio con el título "Nombres para una crisis", complementado con el arriesgado intento de penetración de Cuadernos para el Diálogo (3 de julio) sobre las vinculaciones político-religiosas de algunos personajes que prestan sus servicios en el palacio de La Zarzuela.
En Cuadernos aplicaron el método más sencillo de la ciencia del agit-prop para aumentar el crédito de una noticia, un rumor, un bulo o una consigna: repicarlo sin parar. El número siguiente, el 167, salió el 10 de julio con una portada titulada "El apagón" y una minúscula foto, un sello, de Suárez. El director, Pedro Altares, dedicó tres páginas a glosar el reportaje de El País del día 6, más nuevos rumores y conclusiones, como ésta:
No caben paliativos: el nombramiento ha sido un error. No podía, sin embargo, ser de otro modo: las instituciones del franquismo han funcionado a la perfección para salvaguardar la tarea que tenían encomendada y que no era otra que retrasar o impedir la llegada de la democracia. Torcuato Fernández-Miranda, artífice de la crisis junto con otras fuerzas de clara filiación reaccionaria, no es un demócrata. Aspira, cuando más, al juego rotativo entre las diversas fuerzas del franquismo.
En la semana del 17 al 23 de julio, el nº 168 contuvo un reportaje de dos páginas, titulado "El capital al control directo del poder", que volvía a citar el reportaje-revelación de El País, porque había puesto "el dedo en la llaga". El búnker económico había situado "sus peones directamente en el poder, olvidando la política de validos". Banesto era el vencedor de la crisis.
Con el tiempo, parte de la redacción de la revista acabó en El País. Joaquín Estefanía, uno de los firmantes de "El capital al control directo del poder", fue el director que sucedió a Cebrián en 1988. Y Soledad Gallego-Díaz, una de las firmantes de "Los personajes de La Zarzuela", se incorporó a El País en 1977 y ha desempeñado diversas corresponsalías, una dirección adjunta al director y el cargo de defensora del lector[62].
Una consecuencia de los artículos publicados en El País es que el Rey, al que tanto había elogiado el periódico, quedaba como un pelele que se sometía a las presiones de los franquistas acérrimos y de los financieros. En unos pocos días, Juan Carlos I había pasado de ser un hombre de carácter, cuyos aciertos se elogiaban, a un monarca vacilante que por miedo se rendía a sus cortesanos.
Otra consecuencia de la revelación de la seudoconspiración es que a partir del día 5 de julio El País subió en ventas. Cuando Jesús Polanco, consejero delegado de Prisa, interpeló a Cebrián y a Valcárcel por la publicación de semejante acusación sin pruebas, eso fue lo que le respondieron:
La publicación de aquel scoop periodístico supuso un salto importante en la difusión de El País de varios miles de ejemplares. Valcárcel aducía ese argumento, entre otros, en una carta a Polanco en la que justificaba su publicación, que al consejero delegado le había parecido un error. Cebrián le había dado el visto bueno en la creencia, acertada, de que iba a ser un éxito para el jovencísimo periódico, necesitado de algunos golpes de efecto[63].
Una vez escogido bando, El País no admitió disidentes. Cebrián rechazó una tribuna del monárquico Antonio Fontán, otro accionista de Prisa, en defensa de la decisión del Rey. Sin embargo, se admitió un artículo del catedrático José Luis López-Aranguren, quizás por ser una especie de árbitro moral de la progresía, en el que éste ponía en solfa la investigación de El País.
¿Quién o quiénes proporcionan al equipo reportero la correspondiente información? Para mí no hay duda: la información tuvo que ser suministrada desde una posición de despecho, por quienes –aupados por otros no menos capitalistas intereses– se sintieron postergados en su expectativa de protagonizar la Reforma. Y entonces sigo preguntándome: ¿es que por ventura (valga el arcaísmo, en tanto que referido a arcaicos personajes) se ha creado, sin que lo sepamos, un rígido Escalafón de Reformistas (publicado tal vez en el Boletín Oficial), quebrantado con la "aceleración" (para decirlo con un universitario anglicismo) en el ascenso de Adolfo Suárez? A la mayor parte de los ciudadanos españoles –entre los que, por supuesto, me incluyo– nos tiene sin cuidado que en el ranking autoestablecido figuren en primer lugar Areilza y Fraga –o viceversa– y sólo muy atrás Adolfo Suárez. Nuestro lema es más bien: "Hágase el milagro...", sin que creamos en el diablo sino, a lo sumo, en los demonios familiares del sigiloso personaje Torcuato Fernández-Miranda, ni acabemos de creer tampoco en el milagro. Falangistas lo fueron todos. (...) Y, en fin, desde un punto de vista de predemocracia para el consumo televisivo, siempre obtendrán mayor éxito de masas, como ministros, los jóvenes "desconocidos", cuya promoción puede celebrarse con fiestas populares en Cebreros, que los condes ex falangistas o los fascistas viscerales detentadores, con el franquismo, de las más importantes Embajadas mundiales[64].
El País, en cuyo accionariado había varios exministros de Franco y estaba dirigido por un miembro de la aristocracia azul del periodismo, jugaba a ser un periódico antisistema. ¡Y sus lectores se lo creían! Mientras la extrema derecha seguía creyendo en la conspiración judeo-masónica, los progresistas se estremecían con la conjura opusdeísta-bancaria. El público, ansioso de emociones fuertes, devoraba los folletines de la prensa de calidad.
Por qué fue Suárez el escogido
La explicación del triunfo de la conjura de la superderecha era muy cómoda para los derrotados en la crisis política, "con sus irresistibles personalidades, sus múltiples intereses y sus vanidades ilimitadas"[65]. Ortí Bordás tuvo una muestra de esa obsesión cuando Areilza le pidió que se reuniese con él en una fecha que no determina en su libro. Tanto el político como un hijo y un yerno suyos le interrogaron sobre un punto:
Areilza y los suyos estaban absolutamente convencidos de que Suárez había sido nombrado en virtud de una auténtica conspiración y creían que yo sabía algo sobre ella. (...) Para ellos, la supuesta maniobra conspirativa era de origen reaccionario y obedecía a los intereses de los sectores más derechistas del país. En su opinión, su núcleo había estado integrado por tecnócratas. Su objetivo final era impedir la reforma o aguarla al máximo. Entendían que Suárez era un mero peón en el gran tablero de ajedrez que se había dispuesto. (...) Areilza y sus acompañantes volvieron a la tesis de la conspiración. De un grupo, de una familia política, de un sector del continuismo, que suponían rampante. No les resultaba fácil admitir intelectualmente que la conspiración había sido de un único hombre, si bien la conformidad había sido real[66].
La teoría de Areilza coincidía con la de El País, y, como ya hemos subrayado, tanto el periódico como el político mantenían una estrecha relación. No sabemos si fue Areilza quien influyó en el periódico o bien éste en el político.
ABC y La Vanguardia Española fueron más prudentes en sus análisis y resaltaron que el presidente de las Cortes y del Consejo del Reino parecía haber obrado a petición del Rey. Alfonso Osorio, ministro de la Presidencia en el Gobierno que acababa de cesar, tenía muy claro quién iba a ser el elegido:
Adolfo [Suárez] opina que sólo existen dos candidatos probables, él y yo, y uno posible, Carlos Pérez de Bricio. Descarta por las mismas razones que yo a Manuel Fraga y a José María de Areilza; a Fraga, porque el Rey pasaría a ser una figura decorativa; a Areilza, porque es imposible que el Consejo del Reino le vote a no ser que el Rey haga un gran esfuerzo que ni debe ni quiere hacer[67]. Como hace un mes, Adolfo, riéndose, me dice: "¿Alfonso for President?". Mi contestación ha sido clara: que todo apunta hacia él. Y explico las razones. Las Cortes, con una gran mayoría de hombres del Movimiento, son lo que son. El Rey, dentro de lo que le es cómodo y posible, tiene que llevar al hombre que mejor enlace con ellas; alguien que no levante excesivos recelos; alguien a quien las estructuras de mando de la Secretaría General del Movimiento puedan apadrinar sin dar excesivas explicaciones[68].
Prácticamente con los mismos datos a su disposición, ni el redactor de la pieza informativa de El País, ni el director del periódico, ni el subdirector, ni Ricardo de la Cierva, ni José María de Areilza ni Manuel Fraga intuyeron la verdad. Ésta era tan simple, tan sencilla, que no quisieron aceptarla. Respecto a Areilza, el rey Juan Carlos no le tenía la menor simpatía. En agosto de 1969 Robert C. Hill, que era embajador de Estados Unidos en España, se entrevistó con el príncipe Juan Carlos en La Zarzuela a petición de éste, y en su informe a Washington recogió los comentarios que escuchó sobre Areilza:
Es evidente que a Juan Carlos le desagradaba Motrico [sic]. El príncipe contó que Motrico dejó la embajada española en París hace cinco años explicando a todo el mundo que le habían prometido un alto cargo gubernamental (quizás el de presidente) en los años 60. Sólo que cuando el nombramiento no se produjo, Motrico, amargado con el régimen, contactó con don Juan ofreciéndose para trabajar para él[69].
El principal conspirador contra Areilza había sido su propia ambición. Con el tiempo, acabó reconsiderando algunos de sus juicios:
¡Qué sorprendente solución! Pero analizando bien la operación completa se empieza a adivinar en su compleja maraña. La salida de Arias estaba planeada por el Rey con la ayuda de Torcuato y su reconocida capacidad de maniobra. El puente dudoso era la reacción del Consejo del Reino[70].
Llegó el verano y los analistas se fueron de vacaciones. Al regreso, El País se encontraba más calmado, y las fantásticas revelaciones sobre el negro origen del Gobierno de Suárez se disiparon como las nubes después del aguacero. Suárez pasó a ser el presidente que estaba desmantelando el franquismo y preparando unas elecciones libres.
Así lo reconoció Ricardo de la Cierva en otra de sus crónicas:
Segundo hecho político: la iniciativa del Gobierno con su proyecto de reforma. El presidente Suárez ha trabajado a fondo durante el verano. Y ha trabajado bien. (...) La inauguración de la democracia, en España pasa, ante los ojos de los españoles y los observadores occidentales, por unas elecciones; y el presidente nos ha señalado un camino convincente hacia las elecciones. Ha persuadido, además, al país, de que quiere con sinceridad la democracia; y de que posee probablemente los medios para conducirnos a ella. Debe de haber dedicado montones de horas a desmochar, junto a los accesos del bunker, más de una autocrática rebaba. Regatearle este reconocimiento –y el apoyo que cada cual pueda prestarle desde su puesto en la sociedad y en la política– sería, además de rastrero, estúpido[71].
En los meses siguientes, el historiador comenzó una corta pero fulgurante carrera política a las órdenes de aquel al que había criticado como futuro presidente: en las elecciones de 1977 fue elegido senador por Murcia en las listas de UCD; en 1978 fue nombrado asesor del presidente del Gobierno para asuntos culturales; en las elecciones de 1979 fue elegido diputado al Congreso por la referida circunscripción, y en 1980 fue ministro de Cultura[72].
El director de El País, en cambio, no dio su brazo a torcer. En una tribuna publicada el 1 de septiembre[73] mantuvo la versión de las presiones ocultas a favor de Suárez y dudó de que éste consiguiera que las Cortes aprobaran una reforma constitucional.
Dos meses después de su toma de posesión, el equipo Suárez se repliega aparentemente a posiciones similares a las que ocupara el Gobierno Arias cuando fue destituido. La táctica seguida o la situación creada es paradójicamente casi la misma: la expectativa de las grandes promesas que no terminan de cumplirse. La credibilidad del Gobierno, muy baja de salida porque era un Gabinete de desconocidos que llegaban al poder un poco de carambola y en medio de una tormenta de presiones, subió enormemente con su declaración programática.
(...) Al final, pues, el Gobierno se encuentra casi en la misma tesitura que hace dos meses sus predecesores, pero cada vez con menos tiempo por delante y con la posibilidad agotada de una crisis ministerial que ayudara a solucionar la cuestión. Empeñarse en hacer pasar la reforma por las Cortes, bajo el pretexto de la legalidad, sigue siendo una manera de ocultar el miedo a las posiciones más reaccionarias de la derecha conservadora.
Al final, este Gobierno no ha hecho casi nada que no hiciese el otro: cambió el macro-indulto de noviembre por la mini-amnistía de julio y sacó a los comunistas de la cárcel, ya liberados anteriormente y vueltos a encarcelar por su mismo liberador. Pero no ha avanzado un ápice en la posibilidad de ofrecer a los españoles una solución de Estado a los problemas de su convivencia.
En unas semanas, todas las profecías y los miedos de Cebrián quedaron desbaratados. Suárez consiguió la aprobación de la Ley para la Reforma Política en las Cortes y su ratificación en referéndum. El 19 de noviembre Diario 16, que había salido a la calle el 18 de octubre anterior, daba la noticia de la aprobación por las Cortes franquistas de la Ley para la Reforma Política con este titular: "Adiós dictadura, adiós". En los años siguientes se sucederían "espectaculares transformaciones", tal como las calificó El País en otro de sus editoriales, publicado el 15 de abril de 1978:
La derogación de la ley Orgánica y de los Principios del Movimiento, la devolución a los españoles de los derechos políticos y las libertades cívicas, la legalización de los partidos, la amnistía, las elecciones generales a Cortes, el comienzo de negociación con Cataluña y Euskadi, la colaboración prestada por las fuerzas armadas a ese proceso y la ausencia de revanchismo a lo largo del mismo[74].
De acuerdo con la mezquindad que empezaba a caracterizar el comportamiento del periódico, todos esos méritos se atribuían en exclusiva al Rey. En Cebrián, o sea en los editoriales y en sus tribunas firmadas, el elogio al Rey iba a ser "una constante"[75], salvo cuando el monarca intime en demasía con algún sector o alguna persona que desagrade a los dueños de Prisa[76].
Suárez, por tanto, realizó el programa político que pretendía El País, aunque éste lo había recibido como testaferro de un monstruo que apodó la Superderecha.
Las malas costumbres
¿Supuso lo anterior que El País y sus firmas se olvidasen de inventarse conspiraciones y motes más o menos graciosos? Pues no. En los años siguientes, a medida que El País se convertía en algo más que un periódico, en lo que el propio Cebrián denominó con vocabulario marxista "el intelectual orgánico de la Transición"[77], la prepotencia de la publicación y de sus propietarios y redactores fue en aumento. Los vínculos entre el PSOE en el Gobierno (1982-1996) y El País se estrecharon, no sólo por motivos generacionales (Cebrián y José Luis Martín Prieto, que sustituyó en 1977 a Valcárcel como subdirector del periódico, nacieron en 1944; Felipe González, en 1942; Alfonso Guerra, en 1940; Miguel Boyer, en 1939), también por el reclutamiento por parte de los ministros y altos cargos socialistas de numerosos periodistas de El País como directores de comunicación de sus departamentos.
Desde entonces, a juzgar por sus escritos, Juan Luis Cebrián ha refinado su gusto por los calificativos extremos y las definiciones rotundas, teñidas de menosprecio a lo que él considera la derecha, sea súper o normal. Pasen y lean.
La derecha malvada y sanguinaria:
[Alianza Popular], al parecer, rentabiliza el sufragio del miedo en un pueblo con conciencia histórica de la sangre y el hambre, y también de cómo las gasta cierta derecha cuando pierde las votaciones[78].
Psiquiatría y literatura juntas en una misma frase:
Podría parodiar aquella frase de Borges, cuando decía que el ego era el argentino que todos llevamos dentro, aplicarla a España y decir que todos los españoles llevamos un franquito dentro[79].
Un peculiar resumen de la historia de España del siglo XX:
Uno de los personajes de mi novela, una mujer perteneciente a una buena familia de la sociedad madrileña, explica que la guerra civil fue una guerra entre ricos y pobres, y la ganaron los ricos. Ése me parece un resumen perfecto de la historia reciente de España[80].
Una ucronía histórica con un mal uso del diccionario:
Sin las Cruzadas y la Inquisición, sin la insidiosa [¡!] Reconquista ibérica, podríamos –¿quién sabe?– haber asistido al florecimiento de una civilización mediterránea, ecuménica y no sincretista [sic], en la que convivieran diversos legados de la cultura grecolatina, lo mismo que conviven hoy las dos Europas, la de la cerveza y el vino, la de la mantequilla y el aceite de oliva, en una sola idea de democracia[81].
Al juez Enrique de la Hoz Martínez, que dictó en 2007 un auto en el que desestimaba una demanda suya contra el también periodista Federico Jiménez Losantos, le adjudicó una catarata de chanzas hechas a partir de su apellido: "Señor De La Hoz Aunque No Del Martillo", "señor De La Hoz Que No Del Martillo", "el juzgador De La Hoz Aunque En Ningún Caso Del Martillo", "el señor juez De La Hoz Y De Ningún Modo Del Martillo", "el juez De La Hoz Sin Martillo", "señor juez De La Hoz Aislada Del Martillo"[82].
José Luis Martín Prieto se ha quejado de que, después de marcharse del periódico, Cebrián mandó encriptar electrónicamente sus artículos en el periódico,
ocultos así a cualquier consulta; remedo estalinista de cuando Trotsky era borrado hasta de las fotografías[83].
La conspiranoia, enfermedad de alto riesgo
Alfonso Osorio, al que tanto hemos citado aquí, escribió en sus memorias una frase que reproducimos para comprender el gusto de las personas por las explicaciones enrevesadas o incluso imposibles. Con motivo del viaje que hizo ese julio Suárez a Francia para ser recibido por el presidente Valery Giscard d’Estaing, Ricardo de la Cierva escribió en La Historia se confiesa que "todavía no ha sido explicado para la historia y la política". El viaje lo montaron el propio Osorio y el rey Juan Carlos, que tenía relación con el francés y le pidió el favor: a todos les interesaba añadir prestigio a Suárez como se dora al Niño Jesús para que brille en el belén. Concluye Osorio: "Las cosas muchas veces, en su propia sencillez, no necesitan demasiadas explicaciones"[84].
Otro ejemplo. El secuestro del presidente del Consejo de Estado, Antonio María de Oriol y Urquijo, perpetrado por los Grupos Revolucionarios Antifascistas Primero de Octubre (Grapo) el 11 de diciembre de 1976, puso en riesgo el proceso de reforma. Tal acto podía haberse evitado de una manera muy sencilla, tal como cuenta Ortí Bordás en sus también aquí muy citadas memorias. A principios de diciembre, Miguel Primo de Rivera, miembro del Consejo del Reino y consejero nacional, le pidió que aumentase con urgencia la protección policial a Oriol, que era su suegro. Horas después, Ortí Bordás, subsecretario del Ministerio de Gobernación, recibió en su despacho al director general de Seguridad, Emilio Rodríguez Román, y le ordenó que aumentase la escolta de Oriol. El subordinado le aseguró que lo haría de inmediato, pero...
Pocos días después, el 11 de diciembre para ser exactos, secuestraron a Oriol. Cuando pude hablar con el director general de Seguridad, le pregunté si había cumplido mis instrucciones (...). Me respondió que no. La idea de que este secuestro –tan importante y realizado en fechas tan claves– podía haberse evitado ya no me abandonaría[85].
Por supuesto, los ejemplos anteriores no suponen que neguemos la acción de conspiraciones, conjuras y, sobre todo, de la estupidez y la maldad humanas. El mismo Ortí Bordás cuenta unas páginas más adelante un suceso que permanece inexplicado: el general José Antonio Sáenz de Santa María, que había sido jefe de la escolta del Generalísimo, era a la sazón jefe del Estado Mayor de la Guardia Civil, y
dispuso por su cuenta y riesgo, y sin contar en absoluto con el permiso ni tan siquiera con el simple conocimiento del ministro, que la Guardia Civil registrase varios chalés de una de las principales urbanizaciones de Madrid en busca del secuestrado. Uno de ellos fue nada más y nada menos que el de Juan Luis Cebrián, el director del más importante e influyente diario de España. (...) Con toda seguridad, el general en cuestión, maniobrero y adulador, no tomó tan descabellada decisión sin una finalidad concreta. A ciencia cierta, sabía muy bien lo que hacía. Pero jamás reveló por qué. A nadie. En el Ministerio no nos lo explicábamos. La acción era objetivamente incomprensible. Y merecedora de un inmediato cese[86].
El País publicó un artículo (8-2-1977)[87] en el que describió el registro, realizado la víspera. Cebrián disponía de escolta policial y tenía controlados sus movimientos por seguridad desde hacía tiempo, por lo que no se sabe qué esperaban encontrar los guardias civiles. Estos últimos, además, se presentaron sin orden judicial de registro. La única explicación que conocemos es ésta:
(...) en una cena de desagravio que Sáenz de Santa María ofreció a Cebrián y Polanco, les explicaría que en una foto de Oriol enviada por los secuestradores, en la que aparecía leyendo El País (...) habían creído ver la posibilidad de un mensaje[88].
Sáenz de Santa María desempeñó puestos aún más altos por obra de los Gobiernos socialistas de Felipe González, como la dirección general de la Guardia Civil y, ya jubilado, una asesoría del Ministerio de Interior para asuntos de terrorismo entre 1986 y 1996. El País le empleó para defender a esos Gobiernos socialistas de las acusaciones de vinculación con los GAL[89].
La mención a los Grapo nos conduce a uno los bulos más repetidos en la Transición: la manipulación de este grupo terrorista de extrema izquierda, el brazo armado del PCE (reconstituido), por los servicios secretos o la extrema derecha. Tanto Osorio[90] como Ortí Bordás[91] recuerdan que el general Manuel Gutiérrez Mellado era uno de los difusores de la teoría de que los Grapo constituían un instrumento de la ultraderecha rampante, y que había convencido de ello a Suárez; éste, a su vez, lo repetía a algunos ministros, y éstos a periodistas. En su libro, Osorio recoge que, el 15 de enero de 1977, Diario 16 publicó que los Grapo, o bien eran de extrema derecha, o bien estaban movidos por ella, y atribuía la pista a un ministro. Tirando del hilo, se llegó al indiscreto. En un almuerzo con periodistas, el ministro Enrique de la Mata pronunció la siguiente frase: "Cuando se descubra lo que hay tras este grupo terrorista, tal vez nos encontremos con una sorpresa"[92]. A finales de ese mes, El País, con motivo de una serie de asesinatos y tumultos producidos en Madrid, que se sumaban al secuestro de Oriol y del teniente general Emilio Villaescusa, publicó un editorial en el que se abonaba a esta otra conspiración:
¿Y qué decir de la acción llevada a cabo por estos mismos GRAPO –de harto dudoso origen– secuestrando ni más ni menos que al presidente del Consejo Supremo de Justicia Militar, el teniente general Villaescusa? La secuencia de secuestros y provocaciones viene sospechosamente a coincidir con una serie de gravísimos asesinatos a sangre fría llevados a cabo en esta ciudad por la extrema derecha.
Asistimos a una conspiración contra el Estado. La transformación por vía pacífica de la dictadura en una democracia hubiera sido insólita y hubiera pasado a los anales de la ciencia política. Era necesario, para algunos, intentar dinamitarla, y esa operación es a la que estamos asistiendo. ¿Cómo? Dispersando armamento por Montejurra, la calle del Barquillo, la de Silva, Atocha... Sometiendo a secuestro a personalidades de significación tradicionalista para soliviantar a los defensores del orden establecido; haciendo otro tanto con jerarquías militares para provocar el descontento de los cuartos de banderas; más todo lo que nos quiera deparar esta perfecta y sincronizada operacion, sobre la que una duda adicional planea: ¿quién paga a estos mercenarios del terror?
(...) Ya no cabe duda de que tanto el secuestro de Oriol como el del general Villaescusa tienen una misma causa y un mismo fin: el intento desesperado de grupos detentadores de amplias parcelas de poder por mantener éstas, aun después de la muerte del general Franco. Algunos servicios de inteligencia, de la multitud de redes de espías que cubren este país, están metidos, sin duda, en ello.
(...) El secuestro del general Villaescusa es, no obstante, un evidente fallo de los servicios de seguridad del Estado. Es inconcebible que un grupo de delincuentes pueda tener secuestrado durante mes y medio al presidente del Consejo de Estado sin que la investigación aporte una luz mínima que permita resolver el caso.
(...) Caben fundadas sospechas de que esta conspiración, que es de origen interno, esté apoyada y avalada por fuerzas internacionales. La Internacional Fascista es una realidad, y la prensa ha denunciado públicamente la existencia de varios de sus dirigentes en nuestro país[93]. [Los énfasis son míos].
Unos días más tarde, El País repetía el runrún:
Lo que se debate en todo este tenebroso proceso no es sólo la comisión de una cadena de asesinatos, sino si ha habido, como se apuntó, una conspiración contra el Estado, y si los radicales de esta izquierda a la izquierda de todas las izquierdas pudieron ser manipulados por alguien de diverso signo[94]. [Énfasis añadido]
En un libro editado en 1980, el director de El País insistió con su firma en la teoría conspirativa para explicar el nacimiento de los Grapo:
(...) los españoles contemplamos la invención [sic] del fenómeno terrorista de los Grapo[95].
El convencimiento de que detrás de su creación y mantenimiento existe algún tipo de servicio de seguridad interior o exterior se halla más que extendido, no sólo entre la clase dirigente española, sino en sectores de la propia policía[96].
Los políticos y, sobre todo, los periodistas de izquierdas y progresistas de esos años se empeñaban en retirar al Grapo las credenciales de luchadores por la libertad que habían otorgado a ETA. No sólo El País, también, Diario 16, Cambio 16, Interviú y otras publicaciones: siempre que mencionaban a la banda terrorista, insinuaban oscuras vinculaciones, como si se hablase del pasado de un pariente mal visto. Gregorio Morán en 2009 todavía los apostilla así:
Dos días más tarde se presentaban en sociedad los Grapo –Grupos de Resistencia Antifascista Primero de Octubre, supuestamente [sic] de extrema izquierda– haciendo estallar varios artefactos[97].
Ortí Bordás encuentra una de las razones por las que los periodistas y políticos de izquierda creyeron ver en el Grapo un instrumento de la Policía en el nombramiento del comisario Roberto Conesa como encargado de la investigación de los secuestros. Conesa era "odiado o poco menos por la izquierda", ya que había trabajado en la Brigada Político-Social y se había infiltrado en grupos clandestinos. Conocía los ambientes de la izquierda y tenía confidentes en ellos, lo que "permitió que se expandiera la idea de que quienes de verdad estaban detrás de los terroristas eran Conesa y sus hombres", por supuesto autorizados por el Gobierno[98].
Pío Moa, miembro de la dirección de los Grapo que participó en los citados secuestros, ha explicado cómo se ejecutaron éstos y ha refutado que la banda estuviese infiltrada o manipulada por la Policía o los servicios secretos españoles[99]. En su opinión, los éxitos de los terroristas en esos años, como estos secuestros y el asesinato del presidente Carrero Blanco por ETA, contaron con un factor muy importante: la debilidad, incluso la ausencia, de medidas de seguridad y contraterrorismo. Esta situación de incompetencia y desorientación por parte de las autoridades no era sólo española. Al año siguiente, en marzo de 1978, el político italiano Aldo Moro, que había sido dos veces primer ministro de su país, fue secuestrado por terroristas de las Brigadas Rojas pese a contar con la protección de cinco escoltas. Moro y Carrero seguían la misma rutina: todos los días, al comenzar su jornada, iban a misa. Otro suceso similar a los anteriores fue el secuestro del industrial alemán Hans Martin Schleyer en Colonia por parte de la Fracción del Ejército Rojo, en octubre de 1977: sus escoltas fueron asesinados. Las sociedades occidentales no estaban preparadas para la ola de terrorismo que rompió sobre ellas a partir de Mayo de 1968, impulsada por el bloque socialista, tanto en Europa[100] como en América.
Casi veinte años después de rescatados los dos rehenes, Rodolfo Martín Villa, ministro de Gobernación entre julio de 1976 y abril de 1979, argumentó en contra de la tesis de la mano negra con estos datos: 1º) el comisario Roberto Conesa –al que algunos atribuían el control de los Grapo, como Cebrián en el libro citado– hacía años que había muerto; 2º) él había dejado de ser ministro; 3º) los Grapo seguían operativos[101]. Aparte de los hechos anteriores, podemos añadir que tampoco se han descubierto las tramas negras que supuestamente los manejaban. Por último, citamos otro testimonio autorizado más, el del exministro socialista de Interior José Barrionuevo (1982-1988):
La pereza mental de algunos resiste todas las evidencias. En algún momento algún listo dictaminó que el Grapo no era un grupo terrorista conveniente, que sus actuaciones eran sospechosas y que de alguna manera estaba influido por la Policía. Desde que se formularon por primera vez estas absurdas e infundadas teorías se había avanzado considerablemente, con información plenamente contrastada, sobre los orígenes, desarrollo, composición y fines de los Grapo (...) Sus documentos, sus testimonios en los procesos, sus acciones y sus declaraciones eran públicas y estaban a disposición de todo el que quisiera comprobarlas. Pero daba igual. Los listos habían emitido su dictamen y no lo modificaron[102].
Felipe González, que fue presidente del Gobierno de España entre 1982 y 1996 y que nombró a Barrionuevo ministro de Interior, hizo hace años una declaración sorprendente a instancias de Cebrián en el libro-diálogo El futuro no es lo que era: "Yo jamás he sabido con claridad lo que pasaba con este grupo"[103]. ¿Es admisible semejante negligencia en alguien que estaba al frente del Gobierno, del que dependían los servicios de información, los cuerpos policiales y la fiscalía? ¿De qué se hablaba en los Consejos de Ministros?
A la vista de lo anterior, llama la atención que Alfonso Guerra, exvicepresidente del Gobierno socialista, en sus memorias enlace en una misma frase el tópico sobre el origen de los Grapo con la supuesta vinculación de Pío Moa con el PP:
Fue un extraño secuestro [el de Oriol y Villaescusa] repleto de detalles aún sin explicar, aunque ya entonces se rumoreó que el raro desenlace se debió a un grapo llamado Pío Moa, que años después dedicaría su esfuerzo a ofrecer una versión dulcificada de Franco y su régimen con el apoyo político del entorno del Gobierno del Partido Popular[104].
¿Desconoce Guerra la verdad sobre los Grapo, o es que sólo pretende manchar el nombre de alguien que le desagrada porque quiebra su versión del régimen franquista? En el PSOE ha habido casos de personas que practicaron el terrorismo y se les condenó por ello, como Mario Onaindía, que fue presidente del partido socialista en Álava, y el expresidente de la formación Ramón Rubial, que participó, pistola en mano, en la Revolución de Octubre de 1934.
Es cierto que el ambiente en la Transición predisponía a creer en conspiraciones, montajes y campañas orquestadas. El dosier con supuestos datos escandalosos era un arma habitual de los círculos de poder para eliminar rivales. Después del asesinato de Carrero, el vicepresidente Torcuato Fernández-Miranda y el almirante Pedro Nieto Antúnez, "los dos candidatos con más probabilidades de convertirse en presidente del gobierno (...) fueron apeados del andén por la vía expeditiva del dossier"[105]. Los grandes periódicos tenían oficiales militares –en activo o no– como colaboradores para que explicasen a la redacción los movimientos en los escalafones, los sentimientos políticos predominantes en los Ejércitos y las reacciones a las medidas políticas, y hasta para que escribiesen editoriales[106]. En mayo de 1976 Areilza asistió a un Consejo de Ministros en el que el presidente Arias dio instrucciones para que las empresas públicas del Instituto Nacional de Industria y las empresas privadas a las que pudiese presionar el Gobierno retirasen la publicidad de una serie de semanarios[107]. Y a Federico Silva Muñoz, el gran rival de Suárez en la votación del Consejo de Reino, se le montó un escándalo para hundirle. Silva era presidente de la Campsa, un monopolio del Estado encargado de la distribución y venta de hidrocarburos, no de su compra en crudo ni del refino. Durante un viaje a Galicia, a principios de agosto de 1976, los periodistas le preguntaron si iba a subir la gasolina, y él contestó. Su respuesta se basaba en varios elementos: la subida de la recaudación fiscal a cuenta de los hidrocarburos por el Estado, el mantenimiento de los precios del crudo y la palabra del ministro de Hacienda, Eduardo Carriles, al respecto. La noche del 23 al 24 de agosto cenó con los ministros Osorio y Andrés Reguera, que no le dijeron nada. Al día siguiente, el Consejo de Ministros, el único que podía hacerlo, decretó la subida de los precios de la gasolina,
y se desencadenó una campaña de prensa. (...) En fin, todo lo que cabe imaginar para desprestigiar a una persona[108].
En esta campaña participó, de manera consciente o inconsciente, Cebrián. En un artículo contra la candidatura de Suárez en las elecciones de 1977 (24-3-1977), dio pábulo a la mentira de que Silva subía la gasolina e insinuó, encima, que lo hacía para desgastar al Gobierno:
Cada asesinato, cada huelga, y hasta cada subida de gasolina –aunque sea Silva el presidente de la Campsa– se dice que son votos a favor de los franquistas (reconstituidos)[109].
¡Como si los franquistas fuesen grapos!
Osorio cuenta un curioso incidente: pocos días después del secuestro de Oriol, un grupo de familiares y amigos de éste se reunió en el edificio donde había sido capturado, y en plena noche decidieron marchar en sus coches a buscarle a un lugar junto a la carretera de Valencia... o a dar un golpe de Estado.
Aquella noche determinadas fuentes de información transmitieron a Adolfo Suárez, que se encontraba reunido con Manuel Gutiérrez Mellado y conmigo, la peregrina idea de que aquella acción se había montado para asaltar la Presidencia de Gobierno. Andrés Casinello y sus hombres, pocos por cierto, empuñaron sus pistolas y cerraron las puertas del edificio. Pero nadie vino y todo quedó en una fantasía de opereta[110].
Posteriormente, esta "fantasía de opereta", por la que no se detuvo a nadie, se quiso convertir en un golpe de mano de los ultras para forzar a Suárez a dimitir y suspender el referéndum de la Ley para la Reforma Política[111]. Es decir, los ultras iban a realizar el plan de los Grapo, que querían impedir el referéndum. ¿No sería el búnker el que estaba manipulado por los Grapo?
¿Se trataba sólo de una información incorrecta o exagerada, o bien el rumor tenía otras intenciones, como influir en Suárez para que aceptase el traslado de la sede de la Presidencia del Gobierno a un edificio más fácil de vigilar, como así ocurrió a finales de diciembre de ese mismo año, al convertirse el Palacio de La Moncloa en sede oficial y domicilio del presidente?[112]
Volvemos a la preferencia de mucha gente por explicaciones complejas y rebuscadas en vez de por otras sencillas. Al enfrentarnos a esta actitud, debemos tener en cuenta que es más satisfactorio para la vanidad de los seres humanos creer que se es víctima de una conspiración que admitir que las desgracias que nos ocurren se deben a la envidia y la mezquindad ajenas o, peor aún, a la casualidad. De ahí que las conspiraciones sean tan populares.
[1] José María de Areilza (1985): Crónica de libertad: 1965-1975, Planeta, 1985, pág. 188.
[2] Darío Valcárcel (2010): "Carlos Mendo y el nacimiento de El País", ABC, 27-9-2010.
[3] En la profesión periodística corría el siguiente chiste: en El País de 1976 escribían las mismas firmas que en el diario falangista Arriba de 1945: Laín Entralgo, Tovar, Cela, Dionisio Ridruejo, Gonzalo Torrente Ballester...
[4] José Miguel Ortí Bordás (2009): La Transición desde dentro, Planeta, Barcelona, págs. 198-199.
[5] Juan Luis Cebrián (1991): "La vaca, los mugidos, el Gobierno y El País", El País, 29-5-1991.
[6] En una reunión celebrada a finales de 1975, el consejo de administración de la sociedad editora, Prisa, acordó agradecer a Manuel Fraga sus gestiones para conseguir del Gobierno el permiso para salir. V. María Cruz Seoane y Susana Sueiro (2004): Una historia de El País y del Grupo Prisa, Plaza y Janés, Barcelona, 2004, págs. 41-42.
[7] Jesús Cacho afirma que Areilza había invertido cinco millones de pesetas (30.000 euros) en Prisa. Para hacerse una idea de la equivalencia de esa cantidad de dinero en la actualidad, el primer ejemplar de El País costaba 0,06 euros (10 pesetas) y en 2010 cuesta 1,20 (200); es decir, el precio se ha multiplicado por veinte. Véase Jesús Cacho (1999): El negocio de la libertad, Akal, Madrid, pág. 101.
[8] En 1964, el pretendiente a la corona Juan de Borbón constituyó un secretariado permanente y puso a su frente a Areilza, y éste escribió una carta a Franco para asegurarle que en el organismo no habría "ni subversión, ni clandestinidad, ni conspiración". Jesús Palacios (2005): Las cartas de Franco, La Esfera de los Libros, Madrid, págs. 462-464. En agosto de 1949, Areilza había invitado al caudillo a visitar su casa solariega y la villa de Portugalete (Vizcaya): "Tanto mi mujer como yo, nos sentiríamos muy honrados con su visita a esta casa". Palacios (2005), pág. 263.
[9] El obituario que de su maestro escribió Cebrián, en El País (14-2-2003): http://www.elpais.com/articulo/agenda/Romero/_Emilio/periodista/importante/franquismo/elpepigen/20030214elpepiage_8/Tes
[10] http://www.elpais.com/articulo/opinion/Palabra/Rey/elpporopi/20051122elpepiopi_6/Tes.
[11] Seoane y Sueiro (2004), págs. 95 y 53.
[12] Manuel Fraga (1980): Memoria breve de una vida pública, Planeta, Barcelona, pág. 347.
[13] http://www.elpais.com/articulo/portada/ARIAS_NAVARRO/_CARLOS/ESPANA/EL_PAIS/PRESIDENCIA_DEL_GOBIERNO_1975-1977/INSTITUCIONES_FRANQUISTAS/FRANQUISMO/PODER_LEGISLATIVO/_CORTES_HASTA_1977/reforma/elpepipri/19760504elpepipor_1/Tes
[14] http://www.elpais.com/articulo/opinion/Carrera/sacos/Presidencia/elpepiopi/19760523elpepiopi_7/Tes
[15] http://www.elpais.com/articulo/opinion/ultimo/discipulo/Nelson/elpepiopi/19760530elpepiopi_2/Tes.
[16] http://www.elpais.com/articulo/portada/pasa/elpepipri/19760613elpepipor_7/Tes.
[17] Federico Silva Muñoz (1993): Memorias políticas, Planeta, Barcelona, pág. 304.
[18] http://www.elpais.com/articulo/portada/LOPEZ_RODO/_LAUREANO/LOPEZ_DE_LETONA/_JOSE_MARIA/LOPEZ_BRAVO/_GREGORIO/ESPANA/UNION_DEL_PUEBLO_ESPANOL/PRESIDENCIA_DEL_GOBIERNO_1975-1977/Maniobras/altura/sustituir/Arias/elpeputec/19760615elpepipor_1/Tes
[19] http://www.elpais.com/articulo/opinion/ARIAS_NAVARRO/_CARLOS/CIERVA/_RICARDO_DE_LA_/ESCRITOR/_EX_MINISTRO_DE_CU/Lopez/Letona/puntualiza/elpepiopi/19760623elpepiopi_3/Tes.
[20] José María de Areilza (1977): Diario de un ministro de la monarquía, Planeta, Barcelona, pág. 215.
[21] http://www.elpais.com/solotexto/articulo.html?xref=19760702elpepipor_3&type=Tes&ed=diario.
[22] http://www.elpais.com/articulo/opinion/FERNANDEZ_MIRANDA/_TORCUATO/ARIAS_NAVARRO/_CARLOS/AREILZA/_JOSE_MARIA_DE/VILLAR_MIR/_JUAN_MIGUEL_/INGENIERO_Y_EX_MINISTRO/OSORIO/_ALFONSO/FRAGA_IRIBARNE/elpepiopi/19760702elpepiopi_2/Tes.
[23] http://www.elpais.com/articulo/opinion/ARIAS_NAVARRO/_CARLOS/JUAN_CARLOS_I/_REY/ESPANA/PRESIDENCIA_DEL_GOBIERNO_1975-1977/TRANSICION_POLITICA_ESPANOLA/medida/acertada/elpepiopi/19760702elpepiopi_3/Tes
[24] http://www.elpais.com/articulo/opinion/ARIAS_NAVARRO/_CARLOS/PRESIDENCIA_DEL_GOBIERNO_1975-1977/claves/dimision/elpepiopi/19760704elpepiopi_4/Tes.
[25] http://www.elpais.com/articulo/espana/ARIAS_NAVARRO/_CARLOS/JUAN_CARLOS_I/_REY/PRESIDENCIA_DEL_GOBIERNO_1975-1977/cese/produjo/palacio/Oriente/elpepiesp/19760702elpepinac_1/Tes
[26] http://www.elpais.com/articulo/portada/ARIAS_NAVARRO/_CARLOS/AREILZA/_JOSE_MARIA_DE/GUTIERREZ_MELLADO/_MANUEL/FRAGA_IRIBARNE/_MANUEL/JUAN_CARLOS_I/_REY/ESPANA/CONSEJO_NACIONAL_DEL_MOVIMIENTO/elpepipri/19760703elpepipor_2/Tes.
[27] Así lo confesó éste en Memoria de la Transición (1996), págs. 157 y ss.
[28] Ortí Bordás (2009), pág. 247.
[29] Ortí Bordás (2009), págs. 218 y ss.
[30] http://www.elpais.com/articulo/sociedad/SUAREZ/_ADOLFO/ESPANA/TELEVISION_ESPANOLA_/RTVE/PRESIDENCIA_DEL_GOBIERNO_1975-1977/Canciones/despues/crisis/elpepisoc/19760706elpepisoc_9/Tes.
[31] http://hemeroteca.lavanguardia.es/preview/1976/07/04/pagina-5/33780544/pdf.html.
[32] Silva Muñoz (1993), pág. 333.
[33] Gonzalo Fernández de la Mora (1995): Río arriba, Planeta, Barcelona, pág. 260. Entre Sánchez Bella y Suárez hubo fuertes tensiones, mientras éste se encontraba bajo el ministro de Información. Véase Laureano López Rodó (1977): La larga marcha hacia la Monarquía, Noguer, Barcelona, pág. 436.
[34] http://www.elpais.es/articulo/elpporopi/20051122elpepiopi_6/Tes/Palabra/Rey.
[35] Entrevista a Felipe González en El País, 7-11-2010. http://www.elpais.com/articulo/reportajes/Tuve/decidir/volaba/cupula/ETA/Dije/hice/correcto/elpepusocdmg/20101107elpdmgrep_2/Tes.
[36] Armando Marchante Gil: "Mis recuerdos de Adolfo Suárez", revista Razón Española, nº 156, julio-agosto 2009, Madrid, pág. 20.
[37] http://www.nodulo.org/ec/2008/n076p16.htm.
[38] Alfonso Osorio (1980): Trayectoria política de un ministro de la Corona, Planeta, Barcelona; "(...) en el fondo, soy un democristiano", pág. 138. Y, según cuenta Silva Muñoz en sus memorias, parece que convenció de su fe democristiana a Osorio, pues éste la adujo para pedirle a Silva su colaboración.
[39] Osorio (1980), pág 328: "(...) porque nosotros, Alfonso, lo que somos de verdad es socialdemócratas".
[40] Luis Reyes (2006): "Todos contra él", revista Tiempo, 20-2-2006. http://www.tiempodehoy.com/default.asp?idpublicacio_PK=50&idioma=CAS&idnoticia_PK=31087&idseccion_PK=612&h=.
[41] Osorio (1980), pág. 127.
[42] Gregorio Morán (2009): Adolfo Suárez. Ambición y destino, Debate, Barcelona, pág. 102.
[43] Fernández de la Mora (1987), págs. 255-256.
[44] Silva Muñoz (1993), pág. 334.
[45] http://www.elpais.com/articulo/opinion/SUAREZ/_ADOLFO/ESPANA/PRESIDENCIA_DEL_GOBIERNO_1975-1977/FRANQUISMO/TRANSICION_POLITICA_ESPANOLA/presidente/elpepiopi/19760704elpepiopi_1/Tes.
[46] http://www.elpais.com/articulo/espana/JUAN_CARLOS_I/_REY/SUAREZ/_ADOLFO/PODER_EJECUTIVO/_GOBIERNO_PREDEMOCRATICO_/1975-1977/Renuncias/ser/ministro/precedente/historia/regimen/elpepiesp/19760706elpepinac_1/Tes.
[47] Osorio (1980), pág. 130. También Morán (2009, pág. 107) atribuye a Cabanillas el motor de la campaña, "a la que logró sumar a un noqueado José María de Areilza".
[48] http://www.elpais.com/articulo/portada/Nuevo/Gobierno/propagadistas/poder/elpeputec/19760708elpepipor_5/Tes.
[49] http://hemeroteca.abc.es/nav/Navigate.exe/hemeroteca/madrid/abc/1976/07/06/025.html.
[50] http://www.elpais.com/articulo/espana/CARRERO_BLANCO/_LUIS/FERNANDEZ_MIRANDA/_TORCUATO/ORIOL_Y_URQUIJO/_JOSE_MARIA/SAINZ_DE_VICUNA/_JOSE_MARIA_/BANCA/GARNICA/_PABLO/ORIOL_Y_URQUIJO/elpepiesp/19760706elpepinac_2/Tes.
[51] Alusión a un reportaje de Cuadernos para el Diálogo del que hablaremos luego.
[52] Alusión a Rafael Calvo Serer.
[53] Osorio (1980), pág. 133.
[54] http://www.elpais.com/solotexto/articulo.html?xref=19760708elpepinac_43&type=Tes&ed=diario
[55] http://hemeroteca.lavanguardia.es/preview/1976/07/09/pagina-7/33785507/pdf.html.
[56] http://www.elpais.com/solotexto/articulo.html?xref=19760715elpepinac_22&type=Tes&ed=diario.
[57] http://www.elpais.com/articulo/espana/SILVA_MUNOZ/_FEDERICO/ESPANA/UNION_DEMOCRATICA_ESPANOLA/PRESIDENCIA_DEL_GOBIERNO_1975-1977/Silva/explica/crisis/Gobierno/elpepiesp/19760810elpepinac_30/Tes.
[58] Silva Muñoz (1993), págs. 328-330.
[59] Ortí Bordás (2009), pág. 247.
[60] Osorio (1980), pág. 138. El intoxicador, aventuramos nosotros, ¿podría haber sido ser Pío Cabanillas? Sólo lo puede revelar Ricardo de la Cierva, ya que Cabanillas murió.
[61] En la página 27 del ABC de Sevilla de 6 de septiembre de 1971 se insertó un anuncio de su candidatura.
[62] Cuando Altares falleció, en diciembre de 2009, Gallego y Estefanía firmaron conjuntamente un obituario en su honor: http://www.elpais.com/articulo/Necrologicas/Redaccion/Cuadernos/Dialogo/elpepinec/20091207elpepinec_2/Tes.
[63] Seoane y Sueiro (2004), pág. 139.
[64] http://www.elpais.com/articulo/opinion/intelectual/vigilancia/vigilancia/elpepiopi/19760718elpepiopi_5/Tes.
[65] Morán (2009), pág. 150. El autor se refiere, precisamente, a Fraga, Cabanillas y Areilza.
[66] Ortí Bordás (2009), pág. 248.
[67] Para Areilza, su oportunismo fue letal, y no sólo en su paso del franquismo y del falangismo al juanismo, sino de éste al juancarlismo, antes de que el conde de Barcelona renunciase a sus supuestos derechos dinásticos el 14 de mayo de 1977. Cuando Areilza aceptó ser ministro de su hijo, don Juan le calificó así: "(...) que sea Areilza, en quien yo deposité mi confianza en momentos críticos, me parece muy mal. Le convierte en otro más de los que se colocan al sol que más calienta". Véase Víctor Salmador (1976): Don Juan. Grandeza y servidumbre del deber, Planeta, Barcelona, pág. 71.
[68] Osorio (1980), pág. 127.
[69] Martín Martín de Pozuelo (2007): Los secretos del franquismo, La Vanguardia Ediciones, Barcelona, pág 306.
[70] Areilza (1977), pág. 216.
[71] http://www.elpais.com/articulo/opinion/JUAN_CARLOS_I/_REY/SUAREZ/_ADOLFO/PRESIDENCIA_DEL_GOBIERNO_1975-1977/ano/verdad/elpepiopi/19760919elpepiopi_5/Tes
[72] Otros críticos acerbos de Suárez se incorporaron a sus Gobiernos fueron Francisco Fernández Ordóñez, que desempeñó los ministerios de Justicia y Hacienda (y luego de Asuntos Exteriores durante siete años, con Felipe González), y Josep Melià, que fue secretario de Estado de para la Información.
[73] http://www.elpais.com/articulo/opinion/PODER_EJECUTIVO/_GOBIERNO_PREDEMOCRATICO_/1975-1977/Gobierno/elpepiopi/19760901elpepiopi_1/Tes
[74] http://www.elpais.com/articulo/opinion/JUAN_CARLOS_I/_REY/ESPANA/SEGUNDA_REPUBLICA_ESPANOLA/TRANSICION_POLITICA_ESPANOLA/aniversario/Republica/elpepiopi/19780415elpepiopi_6/Tes.
[75] Seoane y Sueiro (2004), pág. 128.
[76] Ejemplo de lo anterior es el editorial "¿Qué hace el Rey?" (20-11-1992): http://www.elpais.com/articulo/opinion/JUAN_CARLOS_I/_REY/CASA_REAL/hace/Rey/elpepiopi/19921120elpepiopi_8/Tes.
[77] Título de una de sus aportaciones al libro colectivo Memoria de la Transición (1996), Taurus, Madrid.
[78] http://www.elpais.com/articulo/opinion/SUAREZ/_ADOLFO/ESPANA/ELECCIONES_LEGISLATIVAS_1977_/15-6-1977/Suarez/elpepiopi/19770324elpepiopi_5/Tes.
[79] Diario Página 12, 3-7-2003.
[80] Juan Luis Cebrián y Felipe González (2001), pág. 28.
[81] http://www.elpais.com/articulo/opinion/Barbarie/religion/progreso/elpporopi/20060917elpepiopi_4/Tes
[82] http://www.elpais.com/articulo/opinion/poca/verguenza/elpepuopi/20070803elpepiopi_5/Tes.
[83] José Luis Martín Prieto (2004): "Biografía autorizada de El País", El Mundo, 7-11-2004.
[84] Osorio (1980), pág. 146.
[85] Ortí Bordás (2009), págs. 283-284.
[86] Ortí Bordás (2009), pág. 292.
[87] http://www.elpais.com/articulo/portada/ORIOL_Y_URQUIJO/_ANTONIO_MARIA/CEBRIAN/_JUAN_LUIS/EL_PAIS/GRAPO/GUARDIA_CIVIL/EL_PAIS_/_DIRECCION/Registro/policial/domicilio/director/PAIS/elpepipri/19770208elpepipor_1/Tes.
[88] Seoane y Sueiro (2004), pág. 195.
[89] José Antonio Sáenz de Santa María (1995): "Contra ETA se han usado iguales métodos con el PSOE y la UCD", El País, 24-2-1995.
[90] Osorio (1980), págs. 248-249.
[91] Ortí Bordás (2009), págs. 290-291.
[92] Osorio (1980), pág. 264.
[93] http://www.elpais.com/articulo/portada/debilidades/Gobierno/fuerte/elpepipri/19770125elpepipor_4/Tes
http://www.elpais.com/articulo/opinion/debilidades/Gobierno/fuerte/elpepiopi/19770125elpepiopi_9/Tes
[94] http://www.elpais.com/articulo/opinion/ORIOL_Y_URQUIJO/_ANTONIO_MARIA/VILLAESCUSA_QUILIS/_EMILIO/GRAPO/PODER_EJECUTIVO/_GOBIERNO_PREDEMOCRATICO_/1975-1977/profundo/escepticismo/elpepiopi/19770216elpepiopi_12/Tes.
[95] Juan Luis Cebrián (1980): La España que bosteza, Taurus, Madrid, pág. 22.
[96] Ibidem, pág. 85.
[97] Morán (2009): pág. 111.
[98] Ortí Bordás (2009), pág. 294.
[99] Pío Moa (2002): De un tiempo y de un país. La izquierda violenta (1968-1978), Encuentro, Madrid.
[100] Véase "El Este fue un paraíso para los terroristas. El deshielo pone de relieve las relaciones entre países socialistas y bandas armadas", El País, 16-7-1990.
[101] AAVV (1996): "Entrevista a Rodolfo Martín Villa", Memoria de la Transición, Taurus, pág. 181.
[102] José Barrionuevo (1997): 2.001 días en Interior, Ediciones B, Barcelona, pág. 190.
[103] González y Cebrián (2001): pág. 161.
[104] Alfonso Guerra (2004): Cuando el tiempo nos alcanza, Espasa Calpe, Madrid, pág. 186. Pío Moa contestó a Guerra: http://www.libertaddigital.com/opinion/pio-moa/un-gran-hombre-18927.
[105] Luis Herrero (1995): El ocaso del régimen. Del asesinato de Carrero a la muerte de Franco, Temas de Hoy, Madrid, pág. 49.
[106] Francisco L. de Sepúlveda (1995): "Díez-Alegría y Gutiérrez Mellado", La Vanguardia, 19-12-1995. El autor afirma que en la Transición "escribía mucho, con firma y abundantes editoriales, pedidos por don Horacio [Sáenz Guerrero, el director] para dentro de «un par de horas». Había una feroz campaña contra la reforma militar, liderada por El Alcázar, y La Vanguardia destacaba con mucho por una correcta y documentada información".
[107] Areilza (1977), pág. 170.
[108] Silva Muñoz (1993), págs. 324-345.
[109] http://www.elpais.com/articulo/opinion/SUAREZ/_ADOLFO/ESPANA/ELECCIONES_LEGISLATIVAS_1977_/15-6-1977/Suarez/elpepiopi/19770324elpepiopi_5/Tes.
[110] Osorio, Alfonso (1980).
[111] José Díaz Herrera e Isabel Durán (1994): Los secretos del poder, Temas de Hoy, Madrid, págs. 80 y ss. Junto a este episodio increíble, los autores relatan montajes de atentados por la Policía atribuidos luego a la extrema derecha.
[112] La falta de seguridad no era ninguna exageración. En España, en poco más de un siglo (1870-1973) fueron asesinados cinco presidentes de Gobierno: Juan Prim, Antonio Cánovas del Castillo, Eduardo Dato, José Canalejas y Luis Carrero. Este último, cuando se dirigía a Castellana, 3. Además, cuando la presidencia de Gobierno estaba en la Puerta del Sol sufrió varios intentos de captura por golpistas, como trataron de hacer los socialistas en octubre de 1934.
Número 49
Once de septiembre
- Fechas para la HistoriaFlorentino Portero
- 11-S: la Quinta Columna intelectual contra OccidenteEduardo Goligorsky
- Mi adiós a todo eso: la Izquierda y el 11-SCristina Losada
- Las torres, hace diez añosHoracio Vázquez-Rial
- ¿Fue el 11-S un error estratégico de Al Qaeda?Emilio Campmany
- El peor día en la historia de EEUUAlberto Acereda
- Diez años que cambiaron el mundoManuel Pastor
- América, diez años despuésEliseo Neuman