El niño balsero
El caso del niño balsero Elián Rodríguez -al margen de su desenlace- es una prueba más, particularmente siniestra, del acomodo de los regímenes democráticos occidentales a la supervivencia de las dictaduras comunistas tras la desaparición de la URSS como amenaza militar. También muestra la escasa diferencia práctica que ha existido, existe y existirá siempre entre el acomodo realista y la complicidad criminal, porque ante el totalitarismo sólo caben dos posibilidades: combatirlo o compartirlo. El gobierno norteamericano ha dejado de combatir a Castro, si es que alguna vez lo ha hecho de verdad. También parece dispuesto a aceptar sus fechorías mientras los votantes cubanoamericanos lo permitan. Y como siempre, los exiliados anticastristas están siendo calumniados y combatidos por una Izquierda que adopta como propia cualquier causa que parezca molestar a los EEUU, por abyecta que sea. También por cierta Derecha que comparte esa patología.
La decisión de deportar a Cuba al niño superviviente de la balsa en la que su madre, su padrastro y otras personas encontraron la muerte tratando de escapar de la dictadura castrista, no es o no debería ser un mero acto burocrático. Devolver el huérfano a la isla no supone entregarlo a una supuesta patria potestad, ni obedece al Derecho Natural. Buscando un futuro mejor para Elián murieron la madre del niño balsero y su padrastro. ¿No debería ser ese un factor esencial, aunque no único, para decidirlo? En los EEUU, situaciones menos graves que la vivida por Elián -un simple divorcio, una herencia- hacen que los tribunales de Justicia decidan el futuro de un niño en función de su bienestar moral y material. Si un padre divorciado se mete en una secta, difícilmente tendrá la custodia de su hijo; tampoco si no puede alimentarlo o darle una buena educación: nunca si piensa obligarlo a vivir en un ambiente despótico y violento, que niegue la libertad individual. El INS pretende privar a Elián del derecho que asiste a todo niño en los EEUU para ser protegido por los tribunales.
Es normal que lo haga si el Gobierno de Clinton trata de complacer a Fidel Castro. Ningún funcionario del INS ni de la Casa Blanca enviaría a Cuba a estudiar a su hijo, porque la Isla-prisión resume todos los elementos negativos imaginables y algunos inimaginables para el desarrollo infantil. Esa es la razón de fondo por la que durante cuarentaiún años los cubanos han luchado contra el castrismo y han terminado multitudinariamente en el exilio: se niegan a que sus hijos vivan bajo el régimen castrista. Dos millones de personas se han visto moralmente obligados a tomar esa opción. Y es que en Cuba el Derecho de Familia, el Derecho de Gentes, el Derecho Natural, hasta el último de todos los derechos humanos, sencillamente no existen. Y fue precisamente esa falta de libertad, con su cortejo de miseria, lo que llevó a la madre de Elián a jugarse la vida y la de los suyos, incluyendo a su propio hijo. ¿No merece esa decisión siquiera un momento de reflexión?
Nadie que no quiera cegarse voluntariamente, nadie que no quiera hacerse deliberadamente el distraído o el tonto puede esgrimir la patria potestad, los derechos indudables pero no ilimitados del padre biológico -con el que no vivía Elián- como argumento para devolver el niño al lugar del que huyó con su familia. En primer lugar, insistimos, porque la voluntad de la madre fue sacarlo de Cuba. Pero en segundo lugar porque la patria potestad no existe en una dictadura comunista, porque en ella cualquier derecho personal o familiar está sometido al Estado, representado por el Partido Único y gestionado por el dictador de turno, generalmente vitalicio. En La Habana, la patria potestad, como cualquier otro derecho, es prerrogativa rigurosamente reservada a Fidel Castro, aunque por el testimonio de alguno de los hijos que han huido de él, como Alina Fernández, también como papá sea una calamidad.
La patria potestad que reclama el padre biológico de Elián sólo se ejerce en representación del tirano y la prueba es sencilla: si Fidel Castro no le hubiera permitido, más aún, si no le hubiera empujado a reclamar la custodia del niño, ¿se habría atrevido a hacerlo? Jamás. Desde que del dictador decidió manipular desvergonzadamente esta tragedia y convertir a Eliancito en un elemento de identificación irracional del país con su sistema político, el padre de Elián (que evidentemente no se siente viudo de la madre) ha colaborado con la dictadura. El montaje demuestra la perfidia moral de Castro, sin duda, pero también la de los que le sirven, incluido el vicepapá. Precisamente la miserable utilización de los escolares cubanos en esta farsa siniestra debería persuadir a cualquier persona sensible a la libertad y la dignidad humanas de que si hay un régimen en el que no merece educarse ningún niño, ése es el castrista. El destino del niño balsero si regresa a Cuba es el de servir como mascota publicitaria de la dictadura que lo ha dejado huérfano. Y aunque a las mascotas se les suele alimentar bien, si esa propaganda es del género igualitario, Elián está condenado a pasar hambre.
La penúltima atención del régimen para con la infancia ha sido la de suprimir el vaso de leche en las escuelas. Hay para camisetas de Elián; para leche, no hay. Conviene detenerse en esas grotescas exhibiciones infantiles, típicamente totalitarias, organizadas por el castrismo contra los EEUU, contra los exiliados cubanos y contra los que huyen de la Isla-Prisión, es decir, contra la propia madre de Elián. Es preciso hacerlo porque no han sido inventadas para la ocasión y sin duda ilustran el futuro del niño balsero en Cuba. En todos los regímenes comunistas, desde la URSS hasta la Camboya de los jemeres rojos, los niños son sistemáticamente utilizados como encarnación del "hombre nuevo" contra las generaciones anteriores presas de los vicios capitalistas del pasado, incluidos sus propios padres. En Cuba, los niños son habitualmente acarreados desde las escuelas para abuchear a los que buscan asilo en las embajadas -caso de la de Perú- o para insultar, escupir y golpear a los disidentes del castrismo azuzados por la policía política de Castro. En las escuelas reciben una instrucción manipulada, en la que no faltan lo policíaco y loo militar. Son educados en el odio a una parte de su país, a todo lo que son y representan los cubanos, especialmente los del exilio norteamericano, es decir, los parientes de Elián en Miami y lo que quiso ser su propia familia. Y si los escolares de la Isla son aleccionados en el odio a la libertad, en el caso de Elián esa instrucción será especialmente cuidadosa. Porque él debe ser un pionero, una cría de comisario político, un alevín de pistolero contra los enemigos de la dictadura castrista que, como su madre, arriesgan su vida contra ella. ¿Murieron para que Elián volviera a gritar en la escuela "Seremos como el Che" o "¡Comandante en jefe: ordene!"?
La utilización sistemática y creciente de los niños cubanos en los siniestros "actos de repudio" para aterrorizar a los disidentes o en estos montajes publicitarios para manipular sentimientos y conciencias recuerda las postrimerías del régimen nazi, cuando sólo las Juventudes Hitlerianas y las SS mantenían su ciega fidelidad al Führer.
Quizás también en La Habana sólo los policías y los niños resultan ya de fiar para el régimen de Castro. Pero esa misma inseguridad senil de un sistema político que se mantiene sólo por la represión, permite augurar que, si la dictadura se sale con la suya, Elián acabará convertido en el primer crítico de su madre. No sabemos si deberá participar también en esos actos de repudio en los que se insulta, se escupe y se golpea a los que, como su familia, tratan de escapar de la dictadura. Tampoco podrá elegir. Él y su padre harán lo que mande Castro.
Los que encuentran en la psicología un remedio para la ética lamentan públicamente, tal vez incluso sinceramente, que este caso se haya politizado. El primero ha sido el propio Clinton, que, como se sabe, es un sencillo ciudadano, un devoto padre de familia al que horrorizan los políticos y sus manejos. Le ha seguido la Fiscal General Janet Reno, que, como también se sabe, no debe su cargo a la política. Les han hecho coro otros representantes y altos funcionarios del Gobierno, alejados igualmente de cualquier tentación política, con excepción del cargo. Pero buena parte de la opinión pública occidental ha caído en esta trampa, demostrando una atroz indiferencia moral. Esa es, en el fondo, la parte más siniestra de este caso, la que revela hasta qué punto la caída del Muro ha servido como coartada para abandonar cualquier política anticomunista. Más aún: para condenar el anticomunismo como algo innecesario e incluso perjudicial. Esto es lo que merece reflexión.
Es cierto, tristemente cierto, que el caso de Elián, la vida del niño balsero, está irremediablemente politizada. Lo está la de todos los niños balseros, tanto los que han sobrevivido como los que sucumbieron a las olas, a los tiburones o a las órdenes directas del Tiburón Jefe, como los niños del transbordador "23 de Marzo", mandados asesinar directamente por Castro. Una niña cubana del mismo pueblo natal del niño balsero proclamaba en una tribuna ante las cámaras de la televisión internacional: "¡Eliancito, la Patria te reclama! ¡Para nosotros nada hay más importante que un niño!" ¿"Patria"? ¿Qué patria? ¿La que lleva a la cárcel a los que escriben "La Patria es de todos"? ¿"Nosotros"? ¿A quiénes designa ese "nosotros"? ¿A los niños balseros o más bien al que manda matar a los niños balseros en medio de la noche y a los verdugos que le obedecen, lo secundan y lo jalean?
Toda la marabunta castrista que, a falta de otro "logro revolucionario" pide que devuelvan al "niño secuestrado", ¿qué hace sino política? Esa pionera con trémolos de funcionaria, esa aspirante a policía que desentona como Raúl Castro por la mañana y que el Gran Hermano utiliza para su propaganda, ¿no está politizada? ¿No lo están, involuntariamente, todos los niños que exhiben en sus camisetas la efigie de Elián? ¿No lo está esa compañerita de clase que le recuerda que "su pupitre le aguarda" y le manda besitos por televisión? ¿No están irremediable, fatalmente politizados todos los cubanos que han debido abandonar su tierra para huir de un sistema político inhumano? ¿No lo están, sucia y rastreramente, todos los que sirven a ese sistema? ¿No lo están, aunque no lo quieran, los que han debido resignarse a que la política impregne toda su vida, desde la cuna a la sepultura, como sucede en todos los regímenes comunistas? ¿O es que el comunismo no tiene nada que ver con la política? ¿Acaso no resulta obligatoria la politización de quienes se oponen a los regímenes comunistas?
En el fondo, esa es la gran cuestión, la que ha marcado a cinco generaciones y sobrevive en este siglo XXI que no por casualidad ha empezado con un gran timo: el del "Efecto 2000". El siglo XX es el del sangriento Timo del Comunismo, del socialismo real que iba a traer la igualdad primero, la prosperidad de inmediato y la libertad por último; y trajo todo lo contrario y exactamente al revés. Pero esa ha sido la gran empresa ideológica y política por la que se define toda la Izquierda, amén de no pocas instituciones tradicionales de la Derecha -en Iberoamérica, buena parte de la Iglesia y del Ejército, la mayor parte de las universidades y la parte del león del mundo intelectual y periodístico. Ese tren de lavado de conciencias, ese famoso timo del Hombre Nuevo, siguen ahí, instalados en un mundo donde no cabe predicar un futuro ya pasado, pero cuyo presente se deja controlar.
Para esa izquierda que ya no puede creer en lo que decía pero que tiene que vivir de lo que dice, el comunismo residual es un elemento valiosamente contradictorio. En verdad, muestra a ráfagas, dependiendo del azar informativo, la basura que defendían, la realidad criminal de los regímenes socialistas; sólo que esa información se da por sabida, se supone que no interesa a nadie, sobre todo si lo desacredita. Pero la supervivencia protegida de China, a la que se entregan, con desprecio total de los derechos humanos de sus habitantes, Hong Kong y Macao; la respetuosa pasividad ante la agonía comunista en Cuba, Corea del Norte y Vietnam; esas imágenes de Jiang Zemin agasajado por Tony Blair y tocando la campana de Wall Street, muestran también las taras del capitalismo, la indiferencia del mundo democrático ante el sufrimiento de los mil quinientos millones de personas que no han tenido la suerte de nacer en un mundo de instituciones liberales, donde la división de Poderes, la libre empresa y las libertades ciudadanas constituyen la base de la organización política. Personas como Elián. Y, por supuesto, no es casualidad que esa indiferencia por la suerte de los que viven bajo el comunismo afecte a países del Tercer Mundo. El racismo es también, un componente oscuro pero esencial de la Izquierda irredenta que busca en Chiapas lo que le aburre en París o Berlín. ¿O es que imagina alguien que a un niño alemán cuya madre hubiese muerto atravesando el Muro se le habría podido devolver a Alemania del Este aunque papá y Honecker lo reclamasen?
Hay gente de buena voluntad, contraria a la dictadura castrista e incluso de ideología liberal que, en el caso del niño balsero, defiende el derecho del padre biológico a su custodia sobre cualquier otra consideración, incluida la de que la custodia sería carcelaria y no paternal. Entendemos y respetamos esas posiciones particulares, aunque no las compartamos. Juicio más severo es el que merecen las que se disfrazan como liberales. Y es que en ciertos ámbitos viene desarrollándose un liberalismo conservador, lindante con el autismo social, que admite la superioridad de instituciones como la familia, la religión o la nación sobre el individuo. Con hábitos antiguos o modernos, iusnaturalistas o multiculturalistas, lo que finalmente aparece ahí es la vieja oposición entre la libertad individual y la supuesta libertad colectiva. Y no existen las libertades colectivas. La libertad de todos es una variante del timo del socialismo o de la estafa nacionalista. No existe la libertad de un país, existe la libertad de cada ciudadano. Existe el derecho a la libertad y a la búsqueda de la felicidad de todos los balseros, de todos los huérfanos, de todos los náufragos del totalitarismo del siglo XX. Y del XXI.
Número 5
Editorial
- La conciencia fiscal de los españolesAmando de Miguel
- La Logse diez años despuésAlicia Delibes
- La globalización. Una perspectiva históricaLorenzo Bernaldo de Quirós
- La izquierda española y la libertad religiosaManuel Álvarez Tardío
- Stalin en EspañaCarlos Semprún Maura
- Nicolas II y LeninLuis Arranz Notario