El cuerno de la abundancia
Matt Ridley es bien conocido en Inglaterra por ejercer de incansable martillo del movimiento ecologista. No les da tregua. Ya sea desde sus columnas en el Telegraph, desde la televisión o, directamente y sin intermediarios, en su bitácora de internet, el autor de Genoma es una de las mentes más brillantes de la divulgación científica en lengua inglesa. El problema de Ridley es que no comulga con ruedas de molino, y eso los verdes no lo perdonan, así que, de una década a esta parte, se ha convertido en blanco favorito de sus iras.
Donde nunca se había prodigado demasiado este prestigioso doctor –que lo es, y por la Universidad de Oxford nada menos– es en el campo de la economía. Y no precisamente porque no sepa del tema: de hecho, ha sido presidente de un banco (el Northern Rock) y editor de la sección científica de The Economist.
El optimista racional es su debut en las ciencias sociales, que es un campo de minas donde lo más normal es dar un traspiés y perder una pierna. Después de la incursión –bendecida por un clamoroso éxito editorial en varias lenguas–, Ridley conserva las dos extremidades inferiores, pero ha perdido la virginidad. No ha habido periódico progre de la llamada anglosfera que no le haya dado hasta en el carné de identidad –o, mejor dicho, en el pasaporte, que los británicos no gastan de lo primero–. Tanta furia homicida de los liberals de Nueva York, Londres, Sydney y Toronto se debe a la inmensa incorrección que representan estas páginas.
Lejos de dar por bueno el discurso apocalíptico que está tan en boga en estos tiempos de zozobra, Ridley da un buen puñado de razones para el optimismo. El mundo es un lugar mejor e infinitamente más vivible que hace cien o doscientos años. Y lo es gracias a la eclosión del capitalismo global, que ha sido capaz de generar una riqueza descomunal; más incorrecto aún: ese capitalismo feroz es responsable de que ésta se haya distribuido de una manera asombrosamente equitativa y rápida. Algo tan revolucionario no podía pasar inadvertido al establishment progre del otro lado del charco, que se reboza lloriqueando en la cantinela del fin de los recursos y el colapso de la civilización.
Ridley parte de los pilares de la prosperidad. De cómo el intercambio y la división del trabajo son la base misma de las interacciones humanas, un proceso natural que ha permitido a nuestra especie progresar sobre la base de lo que denomina "conocimiento colectivo". Todas las generaciones se han aupado sobre lo que inventaron las anteriores y han mejorado sus inventos. Esa suerte de big bang social es lo que explica el hecho de que vivamos mejor cuanto más somos. Es un hecho, sí, no una opinión. Hace sólo unos meses acabamos de dar la bienvenida al habitante 7.000 millones, un niño que vivirá más tiempo y en mejores condiciones que el habitante 6.000 millones, y no digamos ya que el habitante 1.000 millones, que nació allá por los inicios del siglo XIX.
En el mundo no hay sobreabundancia de población, sino de malas ideas que envenenan el desarrollo, poniendo trabas al libre intercambio de bienes, servicios e ideas entre los individuos. Probablemente como consecuencia de su formación científica, Ridley no es de los que afirma sin dar pruebas. El optimista racional es un auténtico arsenal de datos, capaces por sí solos de desarmar al pesimista más contumaz. El cuadro que pinta se puede condensar en una sola frase: "Cuanto más se prospere, más se puede prosperar. Cuanto más se invente, más invenciones se hacen posibles. Cuanto más conocimiento se genere, más se puede generar". Y así hasta el infinito. El cuerno de la abundancia existe, somos nosotros mismos. Lo que nos cuentan nuestros últimos 10.000 años en el planeta es eso mismo. En todo este tiempo, el ser humano ha podido ralentizar el progreso en ciertas épocas y lugares, pero nunca detenerlo ni, mucho menos, volver hacia atrás.
Leer El optimista racional es brindar con nosotros mismos por lo prodigioso de nuestra especie, que es la máquina más sofisticada que haya dado la naturaleza jamás. Y no sólo desde el punto de vista biológico, también desde el social. Los seres humanos somos las únicas criaturas de la Creación que dividimos el trabajo para intercambiar después los frutos del mismo, las únicas capaces de atisbar algo tan escurridizo como el concepto de progreso y ponerlo a nuestro favor. Por eso somos más, vivimos más años y hemos conseguido descifrar los secretos más recónditos de la naturaleza; y hasta encontrar nuestro lugar exacto en el Cosmos.
Es un libro de una brillantez excepcional, una de esas perlas que merecen ser leídas y consultadas. Normal que a los reaccionarios de siempre les haya sentado tan mal.
Matt Ridley, El optimista racional, Taurus, Madrid, 2011, 440 páginas.