La 'nueva' política exterior española
En las naciones serias los cambios de Gobierno no suelen acarrear giros bruscos en política exterior. La ausencia de vuelcos no se debe a que, por sentido de la responsabilidad, los Ejecutivos apuesten por la continuidad, sino a que los intereses nacionales no cambian aunque cambien los Gobiernos. Si los intereses son los mismos, es lógico que la política encaminada a protegerlos sea también la misma. Cuando esa continuidad no se da, normalmente se debe a que el país en cuestión no tiene claro cuáles son sus intereses, de manera que un Ejecutivo cree que los que hay que proteger son diferentes de los que protegía otro. Para la defensa de diferentes intereses son necesarias políticas exteriores diferentes. ¿Es esto lo que pasa en España, donde cada cambio de Gobierno conlleva agitados cambios de política exterior?
El problema de España es más grave. No es que la izquierda y la derecha identifiquen diferentes intereses nacionales por proteger. La izquierda cree que la conducta internacional de España no debe estar encaminada a proteger interés alguno, sino que ha de atenerse a dogmas éticos. Y a la derecha le da vergüenza hablar de intereses, con lo que, aun siendo consciente de que son los intereses lo que hay que defender, tiende a protegerlos sólo cuando puede presentar su conducta como moralmente correcta. Así evita que la izquierda pueda acusarle de inmoral. En el origen de todo esto está el hecho de que la opinión pública y el electorado españoles desconocen cuáles son nuestros intereses, y no les preocupa en absoluto su defensa. Lo único que quieren es que el Gobierno resuelva sus problemas sin violar norma ética alguna.
Obsérvese que en los debates de política exterior nunca se hace referencia a los intereses de España. Si mandamos nuestras tropas a una misión en el exterior, nunca se discute si nos conviene o no, sino sólo si se debe, en términos éticos. Si, por ejemplo, alguien defendiera una intervención militar, por otra parte necesaria para proteger los derechos humanos de una determinada población, alegando que tendría la ventaja añadida de que sería útil para asegurar el suministro de petróleo, sería inmediatamente desdeñado por inmoral. Lo cual no obsta para que nuestra ciudadanía crea que es obligación inexcusable del Gobierno asegurar en todo caso el suministro de hidrocarburos.
Los Gobiernos anteriores
Aznar trató de definir una política exterior basada primordialmente en nuestros intereses. La concibió como la política exterior de un país de Europa Occidental con vocación atlántica y mediterránea. Trató de acercarse a las potencias con las que menos intereses contrapuestos teníamos, Estados Unidos y Gran Bretaña, especialmente una vez que hubo acercado posiciones con ésta en el asunto de Gibraltar, luego de que Tony Blair se mostrase dispuesto a discutir una solución de cosoberanía para el Peñón. Se alejó de las potencias europeas con las que teníamos más intereses contrapuestos, especialmente Francia. E identificó a Marruecos como nuestro potencial enemigo, dadas sus ambiciones sobre territorios españoles. Ayudó a los Estados Unidos cuando nos necesitaron y ellos hicieron lo propio cuando nosotros les necesitamos, especialmente en la lucha contra ETA. Esta política nos obligó a estar (que no a luchar) en Irak: todo el electorado socialista y buena parte del conservador se volvió en su contra porque los españoles no supimos valorar las ventajas de nuestra relación de amistad con los Estados Unidos, que nos obligaba, si queríamos conservarla, a ir hasta allí con nuestros soldados.
Zapatero, con el viento a favor de la opinión pública, cambió toda esta política. Abandonó a los Estados Unidos en Irak. Aceptó que los llanitos tuvieran voz y voto en el asunto de Gibraltar, con lo que resolvió a los británicos el problema de la irritación que su disposición a favor de la cosoberanía había provocado en la población del Peñón. Convirtió a Francia en su mejor aliado en Europa y estrechó lazos con Marruecos partiendo de la ficción de que se trata de un país amigo.
¿Se debió este giro a que Zapatero tenía una percepción de los intereses españoles diferente de la que tenía Aznar? En absoluto. El parón y marcha atrás de Zapatero, aplaudido por la mayoría de los españoles, se debió a razones ideológicas y morales, no hubo ahí consideración alguna a nuestros intereses.
El antiamericanismo es común a la izquierda y a la derecha españolas. Desde que perdimos Cuba, en 1898, parece que no se puede ser español sin aborrecer a los Estados Unidos de América, aunque no tengamos ahora conflicto alguno con ellos que lo justifique. En lo de Gibraltar, a la izquierda le repugna la política de firmeza porque fue la que llevó a cabo Franco; como si por el hecho de ser la del dictador tuviera que ser necesariamente incorrecta. En Marruecos, como en Gibraltar, creyó que portarse bien sería la mejor manera de lograr que también lo hacieran los otros. Los socialistas están convencidos de que cuantas más concesiones se hagan, menos reclamaciones territoriales harán los otros.
La política exterior de Rajoy
Agobiado como está por la situación económica, Rajoy apenas se ha ocupado de la política exterior. Sin embargo, no debería dejar pasar demasiado tiempo. Él sabe muy bien que uno de los problemas de la economía española es el de la falta de confianza. Desde luego, esa confianza se recompondrá principalmente cuando se lleven a cabo las reformas económicas que el país necesita. Pero ayudaría a acelerar el proceso el armar una política exterior coherente con nuestros intereses. Un país que obra de acuerdo con sus intereses es un país fiable, porque su política, además de no alterarse por los cambios de Gobierno, será previsible y comprensible. Esto sería un vuelco respecto a la política exterior de Zapatero. Pero un vuelco necesario.
Algo de eso se ha intentado con Gibraltar, donde se ha rechazado de plano dar continuidad al foro tripartito montado por Moratinos, en el que los gibraltareños tenían voz sobre asuntos de soberanía, en los que, según el Tratado de Utrecht y las resoluciones de la ONU, no tienen nada que decir. Lo más probable es que Rajoy no consiga el menor avance, pero al menos no asistiremos al lamentable espectáculo de ver a un ministro de Asuntos Exteriores del Reino de España entrevistándose con el ministro principal de Gibraltar de turno.
No tiene sentido volver gratuitamente a la situación de enfrentamiento con Rabat a la que se llegó en tiempos de Aznar, consecuencia de la invasión militar, por parte marroquí, de un islote de soberanía española, invasión que no tenía otra misión que probar los arrestos del nuevo presidente español ante una situación de hechos consumados. Pero hay que tener bien presente la naturaleza abiertamente contrapuesta de los intereses de ambos países, y lo fácil que es, por eso, que choquen. Aquí también se ha empezado por el buen camino, con la autorización dada a Repsol para que prospecte un yacimiento petrolífero descubierto en aguas canarias y cuya propiedad los marroquíes reclaman.
En Europa, es obvio que Francia y Alemania impondrán lo que quieran siempre que se pongan de acuerdo para ello. El fortalecimiento de tal binomio se debe en parte a la deserción de España del núcleo de países periféricos que trataba de contrarrestarlo, entre los que se contaban Polonia, Italia y Gran Bretaña. En la actual situación económica, con la crisis del euro, una Italia con claros intereses contrapuestos a los nuestros y Gran Bretaña y Polonia fuera de la Eurozona, no va a ser fácil encontrar aliados que quieran ayudarnos a hacer frente a las imposiciones franco-alemanas que creamos no nos interese aceptar. Los únicos que podrían ayudarnos serían los ingleses, si creyeran que, a cambio, podrían ver fortalecida la City londinenese como centro financiero rival de París y Frankfurt. No hay mucho que nosotros podamos ofrecerles, pero quizá en el Palacio de Santa Cruz se les ocurra algo. En cualquier caso, la opción tiene el inconveniente de que, si se agria lo de Gibraltar, será difícil entenderse con Londres, y entonces no habría más remedio que pasar por lo que exijan Merkel y Hollande.
La relación con los Estados Unidos
Con todo, la misión más importante que tiene Rajoy es la de recomponer las relaciones con Estados Unidos. Las ventajas que para nuestros intereses tiene la amistad con esa nación son muchas. Es verdad que los países con los que mantenemos fuertes contenciosos, Gran Bretaña y Marruecos, son también aliados de Estados Unidos. Y es verdad también que, en cualquier conflicto que tengamos con los ingleses, los norteamericanos siempre se pondrán de lado de ellos. En el caso de Marruecos, con ocasión de Perejil demostraron que valoraban más nuestra amistad que la suya, con lo que sería deseable volver a disfrutar de ese privilegio. Por otro lado, la presencia de nuestras multinacionales en Latinoamérica, que llegó a hacer de nosotros el segundo país inversor en la zona, sólo detrás de los Estados Unidos (ahora somos el cuarto, detrás de EEUU, China y Holanda), nos convierte en un aliado interesante, porque, gracias al idioma común y a que los prejuicios contra nosotros no son tan profundos allí como los que padecen los estadounidenses, podemos llegar a lugares donde éstos no pueden. Eso nos permite acceder a relaciones e informaciones que, aunque para nosotros tengan sólo valor económico, en Washington pueden tenerlo estratégico. En ese sentido, podemos ser unos aliados interesantes si estamos dispuestos a querer serlo y beneficiarnos de ello.
Desgraciadamente, el daño que hizo Zapatero a las relaciones con los Estados Unidos retirando inopinadamente nuestras tropas de Irak fue tal, que aunque aquél ya no esté en el Gobierno será muy difícil restablecer la confianza. Sirva como muestra la incautación de YPF por parte del Gobierno argentino y a costa de la española Repsol. La respuesta norteamericana fue tibia, y en última instancia nadie nos ayudó, ni en Europa ni en América. En el momento en que escribo, lo más probable es que el socio capitalista de Cristina Fernández, el tapado que se ha ofrecido a explotar Vaca Muerta en colaboración con la nacionalizado YPF, sea estadounidense y no chino, como en principio se imaginó.
Además, las preocupaciones estratégicas de los Estados Unidos cada vez discurren más por Oriente Medio y el Pacífico. Europa y sus problemas parecen preocupar a Washington cada vez menos. Diríase pues que los Estados Unidos no sólo no quieren ser amigos nuestros, porque nosotros no quisimos serlo de ellos, sino que tienen menos interés en nosotros porque cada vez tenemos menos que ofrecer. Por si esto fuera poco, los recortes presupuestarios nos van a impedir participar en misiones militares internacionales, que es algo que a Estados Unidos interesa mucho para aparentar que sus intervenciones no son consecuencia de decisiones unilaterales. En tales condiciones, va a ser muy difícil recomponer nuestras relaciones con EEUU.
Aunque Rajoy desease esforzarse para conseguirlo, tendría que enfrentarse además a una fuerte oposición interior, no sólo desde la izquierda, también desde la derecha, pues el antiamericanismo goza en España de mucho predicamento entre los electores de todos los partidos. Ideológica y moralmente, puede que tenga cierta razón de ser esta inquina, pero desde el punto de vista de nuestros intereses es absurda. Rajoy debería por tanto esforzarse en hacer pedagogía y ver el modo en que los españoles superemos los prejuicios que tenemos contra Washington y convencer a los norteamericanos de que queremos volver a ser sus amigos. Sería deseable que lo hiciera para lograr una política exterior que, por estar basada en nuestros intereses y no en ideologías, tuviera continuidad en el futuro. Si los españoles, mayoritariamente, nos convencemos de su idoneidad, los socialistas, cuando vuelvan al Gobierno, no se atreverán a cambiarla.
Si lo consiguiera, sería un gran logro de Rajoy. Ahora hace falta que quiera alcanzarlo.