La trampa de las palabras: Darwin y el supremacismo
Historia de una frase desafortunada
Si preguntamos por la calle a una serie de personas qué es la Teoría de la Evolución, lo más probable es que la mayoría no sepa definirla; y si alguna se atreve a hacerlo, hay una gran probabilidad de que nos responda algo parecido a: "La supervivencia del más fuerte". Si tenemos mucha suerte, podemos incluso toparnos con alguien un poco más informado que nos defina la Teoría de la Evolución como "la supervivencia del mejor adaptado".
La primera de esas formulaciones ("la supervivencia del más fuerte") constituye una burda simplificación y una radical falsedad, que Darwin jamás se habría atrevido a utilizar. No es verdad que sean (solo) los más fuertes los que sobreviven en la Naturaleza: difícilmente nadie calificaría de fuerte, por ejemplo, a una hormiga, a pesar de lo cual esos insectos sociales se las han apañado para sobrevivir durante 120 millones de años. Tampoco nadie calificaría de fuerte a una gacela Thomson, pese a lo cual se siguen reproduciendo y siguen sirviendo de alimento a sus depredadores, generación tras generación. De hecho, lo que garantiza a las gacelas Thomson la supervivencia es su velocidad, no su fortaleza.
La segunda formulación ("la supervivencia del mejor adaptado") tampoco se debe a Darwin. En su obra El origen de las especies, publicada en 1859, Darwin utiliza otro concepto equivalente, pero ligeramente distinto: el de selección natural. Fue Herbert Spencer, tras leer a Darwin, quien acuña la frase sobra "la supervivencia del mejor adaptado", en su obra Principios de Biología, publicada en 1864. A Darwin le gustó esa formulación y la emplearía posteriormente, declarando que era equivalente a su concepto de selección natural.
Pero Darwin nunca pretendió entender esa frase en un sentido literal. Basta con leer sus obras para comprobar que Darwin entiende el fenómeno de la selección natural en términos de probabilidad, como es lógico: no es verdad que los individuos mejor adaptados sobrevivan siempre; lo que Darwin decía es que tienen mayores probabilidades de sobrevivir y de reproducirse. Para entenderlo, basta con pensar en un ejemplo hipotético: supongamos que naciera un león mucho mejor adaptado al entorno que sus congéneres; pues bien: nadie puede garantizar que ese león o sus genes sobrevivan, porque podría darse el caso de que un rayo matara a ese león antes de poder llegar a la edad reproductiva.
En consecuencia, la frase de Spencer, aceptada por Darwin, hay que entenderla de la forma siguiente: "La Teoría de la Evolución es el principio que afirma que los individuos mejor adaptados al entorno tienen mayores probabilidades de sobrevivir lo suficiente como para llegar a transmitir sus genes a la siguiente generación; por tanto, las mutaciones aleatorias irán modificando las características de las especies y haciendo a éstas evolucionar".
Eso ya parece una formulación más seria. Y, sin embargo, los avances en biología nos permiten afirmar hoy que esa formulación también constituye una burda (y peligrosa) simplificación.
Las trampas del lenguaje
Tomemos esa frase: "Los individuos mejor adaptados tienen mayores probabilidades de sobrevivir y de transmitir sus genes a la siguiente generación". La frase contiene una terrible trampa semántica (¿sabría usted detectar cuál es, antes de seguir leyendo?). En concreto, la trampa radica en el uso de la palabra adaptado. La frase parece sugerir que existen individuos mejor adaptados que otros, y que, como consecuencia, esos individuos mejor adaptados tendrán más probabilidades de transmitir sus genes a las nuevas generaciones. Pero eso es radicalmente falso.
Para entender por qué, supongamos un ecosistema con diversas especies animales y vegetales y diversos individuos de cada especie. ¿Existe alguna manera de predecir qué especies e individuos tendrán más probabilidades de sobrevivir? ¿Existe alguna de determinar a priori cuál de esas especies está mejor adaptada que las demás y cuál de los individuos de cada especie está más adaptado que sus congéneres?
La respuesta es no: no existe ninguna bruja Lola de la Biología que pueda determinar de antemano si una especie o un individuo tienen más probabilidades de sobrevivir que los demás. Tan solo podemos hacer predicciones en casos muy extremos: por ejemplo, si un cachorro de gacela nace con una deformidad en una de sus patas, hay bastantes posibilidades de que lo devoren antes de llegar a la edad adulta. Pero salvo esos casos extremos no podemos saber a priori si quién está mejor adaptado a su entorno. No podemos saber a priori qué características le hacen a uno estar "mejor adaptado".
Un ejemplo
Vamos a ilustrar esa trampa semántica con un ejemplo que situaremos en el mundo de la comunicación. Suponga que se inicia una nueva temporada de televisión y que las cadenas nacionales están planificando sus programas estrella de debate para el prime time de la noche. ¿Existe alguna manera de determinar a priori quién ganará en esa competición? ¿Existe alguna manera de determinar cuál de esos debates ofertados por las distintas cadenas estará mejor adaptado a los gustos del espectador? Evidentemente, no.
Podemos intuir algunas de las reglas del juego: la cadena con más presupuesto podrá contratar presentadores supuestamente mejores y contar con colaboradores que parecieran tener más tirón entre el público; la cadena con una mejor cobertura podrá llegar a más gente; la cadena con mejores técnicos podrá dotar al programa de un aspecto visual más atractivo... Pero todo eso son sólo principios generales, que al final pueden no significar nada de nada. Iniciada la temporada, es perfectamente posible que quien termine como líder de audiencia sea el programa con menor presupuesto, con peores medios técnicos y con una cobertura más limitada. Porque, en último término, el éxito o el fracaso de un programa no depende de ningún factor aislado, sino de la combinación de todos. Y depende también de los programas que compitan con él. Y de cómo evolucione el entorno socio-político. Y también de cosas perfectamente aleatorias, como que cierto programa se ponga de moda… simplemente porque sí.
Los mejor adaptados solo existen… a posteriori
Volviendo al campo de la biología, lo que sucede en un ecosistema es exactamente lo mismo: el éxito o fracaso de un individuo o especie en la lucha por la vida no depende de ningún factor aislado; no depende de la inteligencia, ni de la fuerza, ni de la velocidad... sino del conjunto de características de ese individuo o especie. Y de cómo ese conjunto interaccione con otros individuos o especies. Y de la interacción con el entorno. Y de factores aleatorios como el clima.
En suma: que no existe manera de saber de antemano si un individuo o una especie están mejor adaptados que otros. Lo que sucede es exactamente lo contrario: una vez vistos los resultados de la competencia, una vez visto quién ha ganado en la lucha por la vida, señalamos a los individuos y especies supervivientes y decimos: "Estos estaban mejor adaptados", y podemos tratar de identificar qué características son las que les hicieron triunfar. Pero ese análisis es siempre a posteriori.
En consecuencia, y como ya han señalado diversos autores, la frase "La supervivencia del mejor adaptado" es una tautología: sobreviven los mejor adaptados por la sencilla razón de que la expresión los mejor adaptados significa, en realidad, "los que han logrado sobrevivir". Es decir, "Sobreviven los que sobreviven".
En otras palabras: la frase de Spencer y Darwin no hay que entenderla como una ley predictiva ("Estos individuos están mejor adaptados, luego tendrán mayores probabilidades de sobrevivir"), sino como una mera descripción ("Estos individuos han sobrevivido, luego estaban mejor adaptados").
Sistemas caóticos
Si no es posible predecir quiénes serán los triunfadores es porque los ecosistemas son sistemas caóticos. Como también lo son los mercados, o las economías de los distintos países.
Los sistemas caóticos, que comenzaron a identificarse y estudiarse a finales del siglo XIX, son sistemas deterministas, pero la complejidad de las interacciones entre sus componentes es tal, que resulta imposible realizar predicciones con carácter general.
Observe que sistema caótico no es lo mismo que sistema complejo. Si tomamos un gas, lo encerramos en una olla exprés y lo calentamos, la cantidad de moléculas es tan enorme que resulta imposible predecir dónde se encontrará cada molécula dentro de una hora. Pero como los componentes son simples y como las interacciones entre ellos son simples, podemos recurrir a la estadística y efectuar predicciones (por ejemplo, relacionando la presión con la temperatura). Eso es un sistema complejo, pero no caótico.
En un sistema caótico ni siquiera resulta posible, en muchas ocasiones, hacer predicciones estadísticas. Un ejemplo sería la información meteorológica: la única manera de tratar de hacer predicciones pasa por recurrir a potentes simuladores. Esos simuladores nos permiten predecir el tiempo que hará en una determinada zona en las próximas horas o días, pero ir más allá resulta imposible, por la sencilla razón de que el clima es un sistema caótico y no pueden establecerse leyes que lo regulen. Podemos hacer algunas inferencias estadísticas ("En invierno hará más frío que en verano"), pero ni siquiera esas inferencias limitadas tendrán validez universal.
En un sistema caótico, por tanto, podemos tratar de predecir su comportamiento a corto plazo recurriendo a la simulación. Y también podemos, en muchos de ellos, hacer predicciones localizadas o en casos extremos. Pero, en general, resulta imposible determinar cómo evolucionará un sistema caótico a largo plazo.
Lo que la Teoría de la Evolución establece (tal como la entendemos modernamente) es que, como consecuencia de las interacciones en un ecosistema, habrá individuos y especies que sobrevivan y otros que no. Eso es lo que llamamos selección natural. Y esa selección natural (que depende fuertemente de factores aleatorios), combinada con las mutaciones aleatorias de los genes, hará que las características de las especies vayan evolucionando a lo largo del tiempo. Y eso es todo: ni podemos determinar a priori quiénes sobrevivirán, ni podemos predecir cómo evolucionarán las especies.
Podemos, sí, hacer predicciones parciales, pero a sabiendas de que podrían no llegar a cumplirse: por ejemplo, si la temperatura de una región se reduce mucho, podemos intuir que los mamíferos de esa región terminarán por desarrollar más pelo. Pero podría también pasar que la temperatura de esa región volviera a subir pasados unos siglos, o que los mamíferos simplemente se extinguieran en esa región.
Manual de gestión empresarial
Apliquemos estos conceptos al mundo de la gestión empresarial. ¿Quién no ha leído un manual de cómo hacer a las empresas más competitivas, más innovadoras, más eficientes, más exitosas? Existen decenas de miles de textos dedicados a explicar a las empresas cómo imponerse a la competencia.
Y, sin embargo, al escribir o leer esos manuales solemos caer en la misma trampa en que incurre la formulación de Herbert Spencer y Darwin: atribuir un carácter predictivo a lo que no es sino descriptivo. No existe fórmula alguna para determinar qué empresas tendrán más éxito, ni cuáles son las características más deseables para una empresa. No podemos saber de antemano qué empresas triunfarán, ni qué estrategias empresariales serán más adecuadas.
A posteriori, visto el comportamiento de las empresas, podemos mirar a las triunfadoras y decir: "Esta empresa triunfó porque tenía una logística eficiente", o "Esta fue la ganadora porque un presidente carismático impuso una cultura empresarial motivadora". Pero esos análisis siempre serán a toro pasado. Esas empresas ganaron, sí, pero podían perfectamente no haberlo hecho: podía haber sucedido que ese líder carismático no tuviera a un buen gestor a su lado para moderar sus delirios, o que la excelente logística de esa otra empresa se hubiera demostrado inútil ante la aparición de un competidor con un producto mucho más innovador. Es una acumulación de factores, muchos de ellos aleatorios, lo que determina el resultado final de la partida. Y no existen recetas infalibles para la supervivencia de las empresas, como no existen tampoco para la supervivencia de los individuos y las especies. De hecho, en el mundo empresarial es muy común que de repente triunfe una empresa innovadora precisamente por saltarse lo que todo el mundo considera recetas infalibles.
El supremacismo y el juego de las palabras
Estas discusiones semánticas no son un asunto baladí. Al contrario: esa maldita trampa del lenguaje encerrada en la frase de Herbert Spencer ("La supervivencia del mejor adaptado") ha ayudado en el siglo XX al triunfo de ideologías totalitarias e inhumanas.
Si se puede determinar a priori qué individuos, razas o especies están mejor adaptados que otros, quiere decir que habrá, por definición, individuos superiores e inferiores, razas superiores e inferiores, especies superiores e inferiores. Esa es, exactamente, la conclusión que el propio Spencer extrajo. Él aplicaba su concepto de la supervivencia del mejor adaptado tanto a sus estudios de biología como a los de economía. Y sus palabras no dejan lugar a dudas en cuanto a su visión del asunto: "Esta supervivencia del mejor adaptado, que he tratado aquí de expresar en términos mecánicos, es lo que el Sr. Darwin ha denominado selección natural, o la preservación de las razas favorecidas en la lucha por la vida".
"Las razas favorecidas". Una formulación con connotaciones enormemente siniestras, ¿verdad? A uno le entran escalofríos al leerla, y no es de extrañar. Esa engañosa, esa tramposa formulación realizada por Spencer y luego aceptada por Darwin proporciona una coartada ideológica perfecta para cualquier teoría supremacista: si los negros están atrasados es porque son inferiores, si los Estados Unidos (o Francia, o Inglaterra) dominan el mundo es porque son un pueblo más inteligente, si la raza aria debe dirigir los destinos de la Humanidad es porque no ha decaído genéticamente. Etcétera. Y, por supuesto, el siguiente paso de razonamiento se hace evidente por sí mismo: si hay individuos, razas o pueblos inferiores, oprimirlos o eliminarlos no tiene connotaciones morales negativas, porque es la Naturaleza misma la que dicta que son unos perdedores.
Pocos conceptos han hecho tanto daño en la historia de la Humanidad como el recogido en esa frase de Spencer. Pero, como he tratado de poner de manifiesto en el artículo, toda esa construcción mental se asienta sobre una falacia, sobre una trampa del lenguaje: no existen los individuos superiores, ni los pueblos superiores, ni las razas superiores, ni las especies superiores, por la sencilla razón de que no existen características que sean necesariamente mejores o peores que otras. Lo único que hay es una perpetua lucha por la existencia en la que unos ganan y otros pierden, pero sin que sea posible identificar de antemano las características que permitirán triunfar, y sin que sea posible, por tanto, predecir con carácter general quiénes serán los triunfadores.
Venciendo a la selección natural
De hecho, una de las características de los ecosistemas (y de los mercados, y de las economías nacionales) es que los participantes en el juego pueden cambiar, con sus acciones, el entorno, modificando así las reglas vigentes en cada momento. No solo los hombres lo hacen: los castores, por ejemplo, al crear sus presas, son capaces de modificar profundamente el ecosistema que les rodea. Pero es el Hombre, indudablemente, quien mejor ilustra la posibilidad de conformación del entorno.
La historia de la Humanidad es un ejemplo constante de esfuerzo por superar las reglas que la lucha por la supervivencia impone. Hemos conseguido, por ejemplo, que muchas discapacidades ya no sean un impedimento vital: ninguno de ellos habría podido sobrevivir hace cien mil años, pero ¿alguien se atrevería a decir hoy en día que Stephen Hawkin, Christopher Reeve u Oscar Pistorius son ejemplares de ser humano peor adaptados que los demás? ¿Está peor adaptado un ciego, un cojo o una persona que padezca síndrome de Down? No, desde el momento en que la sociedad decide que ninguna de esas características debe impedir que un ser humano desarrolle todo su potencial.
Porque esa lucha por la supervivencia no es solo de los individuos, sino de las especies en su conjunto. La Naturaleza está llena de ejemplos en los que los individuos cooperan y se ayudan mutuamente, con lo que maximizan la probabilidad de que los genes que definen a la especie sobrevivan.
De hecho, la Humanidad ha entrado, con el advenimiento de la ingeniería genética, en una etapa post-darwinista.
Más allá de Darwin
Si la selección natural opera es gracias a las mutaciones aleatorias que los genes sufren. Sin esas mutaciones aleatorias, las especies no hubieran evolucionado jamás. Pero ahora, con la ingeniería genética, se abre la puerta a la posibilidad de controlar esa evolución: controlar la evolución de las especies animales y vegetales que nos son útiles, pero también la nuestra propia.
La ingeniería genética permitirá corregir enfermedades de transmisión hereditaria. Pero también permitirá, dentro de no mucho tiempo, elegir cómo queremos que sean nuestros descendientes. Al Árbol de la Ciencia del Bien y del Mal le ha salido otra rama, y los dilemas morales que planteará son enormes. Porque las consecuencias de esa posibilidad de elegir son de largo alcance.
Piénselo: si tuviera en su mano la capacidad de influir, mediante la ingeniería genética, en cómo va a ser su futuro hijo, ¿haría uso de esa capacidad? No hablo de evitar enfermedades hereditarias, sino de ir más allá: de decidir si su hijo va a ser rubio o moreno, más inteligente o menos, con cuerpo de atleta o de bailarina de ballet. ¿Se atrevería usted a diseñar un hijo a medida? Porque la capacidad técnica para hacerlo está cada vez más cerca.
Y las posibilidades que se abren son alentadoras, pero también estremecedoras. ¿Se imagina usted, por ejemplo, a un gobierno totalitario controlando las características de los nuevos ciudadanos? ¿Se imagina a una sociedad democrática votando qué características genéticas se autorizan o no? Si unos padres quieren dar a su hijo unas características genéticas que la sociedad considera inadecuadas, ¿debería tener la sociedad derecho a prohibírselo? ¿En qué casos sí y en qué casos no? Son cuestiones terriblemente complicadas.
Y lo más preocupante es pensar que la Humanidad podría caer otra vez en la trampa de las palabras, y olvidarse de que (salvo en casos muy extremos) no existen características que sean, a priori, mejores que otras. La felicidad y el éxito de los individuos dependen siempre de la interacción entre todos los aspectos que lo definen. Y de muchos otros factores aleatorios más.
Cuando llegue el momento de legislar sobre las aplicaciones de la ingeniería genética, deberíamos tener siempre presente que la diversidad es un tesoro. Y que hay que tentarse mucho la ropa antes de decidir que tal o cual característica de un ser humano es mejor o peor que su contraria. Evitemos cometer de nuevo el error que cometieron Spencer y Darwin.
Número 53
Homenaje a Horacio Vázquez-Rial
Varia
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