Vázquez-Rial: por qué dejó de ser de izquierdas
Este texto es el capítulo dedicado a Horacio Vázquez-Rial en el libro Por qué dejé de ser de izquierdas, de Javier Somalo y Mario Noya, publicado por Ciudadela en el año 2008.
A Horacio Vázquez-Rial se le encendió la luz roja en un cine de barrio.
Cuando tenía 15 años, en un local de un sindicato vi una película de propaganda de la Revolución cubana. Sobre la campaña de alfabetización. En la película se veía a un viejo campesino cubano que aprendía a escribir su nombre; y su nombre, inolvidablemente, era Simón Rodríguez, como el del gran maestro ilustrado de Simón Bolívar. Ahí, Simón Rodríguez era un viejo campesino que ponía su nombre en la pizarra. Eso me produjo una gran emoción.
¿Qué entendía ese Horacio quinceañero por revolución? "Nunca creí en la revolución como secta histórica para el reparto de alimentos –confiesa tras rebuscar unos segundos en su memoria–, pero sí creí, cuando creí, en la posibilidad de que la revolución fuera una revolución cultural profunda". ¿Y qué entendía por revolución cultural profunda? Pues "todo lo contrario de lo que después defendieron las revoluciones culturales: no una ruptura, sino una gran difusión de lo que la cultura había sido y era y de lo que se estaba construyendo"[1].
A Horacio se le encendió la luz roja en un cine de barrio viendo a un viejo guajiro escribir su nombre en una pizarra. El barrio era el legendario Once bonaerense, tierra de aluvión, primer hogar de innumerables legiones de argentinos;
un barrio con sus historias que podría ser un estupendo núcleo, un estupendo punto de partida para narrar la historia de los últimos ciento cincuenta años en el mundo. (...) en el Once concluyeron millones de viajes. Ciento cincuenta años de historia de las migraciones, lo que supone una historia de las hambres, de las persecuciones, de la ambición, de las relaciones amorosas o de la política.[2]
En el Once que le tocó en suerte a aquel Horacio había muchísimos judíos de izquierda, y entre los factores varios que contribuyeron a que le naciera bien temprano la conciencia política se encontraba, en lugar destacado, "el halo de respeto que tenían los militantes comunistas en el barrio". "Esto significaba que, en un país donde la corrupción estaba absolutamente instalada, había unos tipos que no estaban en eso".
El país de que hablamos es la Argentina de mediados-finales de los sesenta. "Evidentemente, uno no podía estar con la derecha, porque la derecha eran los militares. No había allí una derecha liberal, civilizada, desde los años treinta: el golpe progermánico de Uriburu[3] y después el peronismo cortaron la tradición liberal-conservadora, que fue la responsable del desarrollo del país". Así que, "como no había mucho donde elegir", eligió a los comunistas, que habían reclutado ya a gente conocida del Once, "algún poeta, algún comerciante muy respetado", y venían con un reclamo insuperable, "el mito, vivo, de la revolución cubana".
De Cuba salió la mitad del sueño de los que tenían sueños, que no eran, por supuesto, los líderes de la revolución real, sino los de a puto pie[4].
Total, que el guajiro analfabeto, los milicos felones, la clase política cleptócrata y los barbudos de Sierra Maestra empujaron lo suyo para que se alistara bajo las banderas del Partido Comunista. Y, "sobre todo", su gran amigo Fernando Mendoza, ya muerto, también hijo de españoles, a quien rinde tributo en Revolución, novela-testimonio donde las haya. "No es que me hiciera entrar; es que nos conocimos, empezamos a hablar de libros. Fernando me pasó mucha bibliografía de izquierdas: a través de él leí por primera vez a Marx, a Lenin; y me pareció, junto con la cosa estética de la Revolución cubana, que eso era una revolución ilustrada que lo que quería era enseñar a leer y a escribir a la gente. En definitiva, que ése era el camino". Así pensaba también el célebre comandante Huber Matos, de profesión profesor en la Cuba de Batista. Y así acabó.[5]
Horacio enseguida ingresa en el Partido, y su familia entonces nodeó la cabeza, que diría su gran amigo Marcelo Birmajer, también escritor, también del Once[6], que también fue de izquierdas.[7]
La familia. En la familia Vázquez Rial había, en términos políticos, de todo. Salvo franquistas (salvo el padre[8]). No obstante, primaba el peculiar radicalismo socialista de un bisabuelo, Manuel Posse Pérez, que militaba en el Partido Radical[9] pero tenía colgados en el despacho de su reparto de tabacos los retratos de Alfredo Palacios[10] y el general Miaja[11]. "Mi madre[12] heredó esa tradición. Mi madre, si le preguntas hoy, a sus 83 años, todavía te dice que es socialista. En un entendido de grandes distancias, digamos, con lo que los partidos socialistas hicieron, pero ella se define así".
En el Partido
– ¿Había discusiones políticas en tu casa?
– Constantemente.– ¿Y cómo lo vivías?
– Apasionadamente, siempre. Siempre entendí que había buenos y malos.
A esta familia politizada, escorada a la izquierda y "de avanzada" no le hizo gracia alguna, decíamos, que Horacio militara en el PC. Quizá porque no se decantó por ninguno de los partidos de confianza, el Socialista y el Radical (a Horacio le parecían "una cosa muy blandita y muy de andar por casa"); desde luego, por miedo, "porque realmente el Partido Comunista era muy perseguido entonces". "Se corría, sobre todo, el riesgo de ir a la cárcel, todavía la gente no desaparecía. A un amigo mío lo torturaron, pero era la excepción. Podías ir preso, te creaba problemas en el trabajo... Era algo que no debía saberse, era un estigma, lo cual lo hacía muy tentador...".
El hecho de que me acercara al Partido Comunista fue un poco excesivo para todas las ramas de la familia. Del mismo modo que consideraron excesivo el que yo me fuera a España a los veintipocos años. Porque para la gran mayoría no había que venir a España mientras viviera Franco. Y yo me moría de curiosidad, qué coño, yo quería venir. Además, lo que aprendí en ese entonces, 1969-1970, cuando estuve por aquí, lo que aprendí fue, precisamente, que había que volver, que se le hacía un gran favor a este país volviendo.
Pero retomemos al Horacio de 16 años que se afilia al Partido Comunista. "Bueno, fue una militancia muy suave, muy soft, de venta de prensa, de reuniones, de convocatorias de actos, de celebraciones clandestinas en algún sindicato para pasar películas de propaganda" como la del guajiro que se llamaba como el maestro de Simón Bolívar... Vamos, que no andaban preparando la toma de la Casa Rosada[13]. Lo suyo era, digamos, una revolución de boquilla y perfil bajo. Aun así, la militancia le cambió la vida: "Por lo pronto, me acostumbré a que uno tenía en su vida cosas de las que no podía hablar, y esto ya condiciona mucho".
Pero llega el año 66 y, con él, el golpe de Onganía[14] contra el Gobierno de Arturo Umberto Illia. Y a Horacio se le llevan los demonios cuando ve a los suyos metidos de hoz y coz en el cambalache de la política menos revolucionaria que imaginarse quepa.
Tanto el peronismo como el Partido Comunista deciden una especie de compás de espera, a ver qué es lo que va a hacer Onganía. Y me vienen las dudas: estos tipos con los que estoy... ¡cómo esperar a determinar una línea frente a este fascista hijo de puta, que ha dado un golpe de estado! Que lo hiciera Perón[15] tenía su lógica, pero el Partido Comunista no podía entrar ahí. Así que mantuve una actitud, digamos, vigilante, durante un año y medio, dos años. Y fui leyendo otras cosas. Y fui entendiendo que los que más claramente estaban planteando las cuestiones en ese momento eran los cuatro locos que se definían como trotskistas.
Y mientras él daba en entender, y la futura gauche caviar en buscar la playa bajo los adoquines de la capital de Francia[16], la URSS decidió arrasar Checoslovaquia. Pasaron más cosas en aquel año, el 68; por ejemplo, y es crucial para el devenir ideológico de Horacio, el Cordobazo, el primer movimiento contra la dictadura de Onganía, "una huelga general cuyos dirigentes, la mayoría, fueron desaparecidos en el régimen de Videla[17] y que ya entonces fueron encarcelados".
De ahí surgió una cosa que se llamó Agrupación Primero de Mayo, que era, digamos, la vertiente obrera y no peronista del movimiento. Agrupación Primero de Mayo y el Partido Revolucionario de los Trabajadores, trotskista, al cual pasé en el 68, se suman bajo las siglas del PRT. Después, entre 1969 y 1971, el PRT se divide en PRT-El Combatiente y PRT-La Verdad (El Combatiente y La Verdad eran los nombres de sus respectivos periódicos): PRT-La Verdad fueron los trotskistas que se quedaron sentados en el café[18], y PRT-El Combatiente es lo que dio lugar al Ejército Revolucionario del Pueblo, el ERP.
Trotskismo. Terrorismo
Horacio dijo ahí os quedáis a los peceros y se fue con los troskos. No lo hizo a solas, sino en comandita con varios camaradas. Con acritud pero sin ser objeto de violencias ni amenazas: "No, no. No tenían poder para eso. Nos fuimos, simplemente". Como tantos por aquel entonces, cuando Checoslovaquia, cuando la publicación del testamento de Togliatti[19], cuando... "Yo creo que esas rupturas no se dieron sólo en la Argentina, sino en todas partes, y sobre todo en el partido que probablemente fuera el mayor referente para los argentinos, el de los comunistas italianos. Ahí es donde empiezan las grandes críticas, los grandes divorcios, incluso se empieza a hacer cine antiestalinista[20]. Y bueno, voy siguiendo eso y leyendo a Trotsky".
Pero leyéndolo à la horaciana, que Horacio es muy suyo cuando lee e interpreta lo que lee. No en vano fue trotskista y es del Once.
Yo digo siempre que el trotskismo es una escuela de pensamiento. Pienso que ahí el dominante es el pensamiento judío, la costumbre de someterlo todo a crítica. En un primer momento el trotskismo te sirve para hacerte trotskista, y en un segundo momento para liberarte de los trotskistas, porque con ese modelo de pensamiento no hay nada que te sirva de nada.
Horacio dice cosas como éstas sobre el trotskismo (con retranca propia de jesuitas, maliciarán unos, o, apostarán otros, de alumno aventajado y maleado de una venerable yeshivá[21]) en el curso de una conversación; y como éstas cuando habla por las manos, o sea cuando escribe:
La noción, sostenida por la mayoría de los trotskistas post y paratrotskianos, (...) de que el trotskismo nace de una disidencia del stalinismo es falsa. Trotskismo y stalinismo son esencialmente diferentes.
Stalin es la continuidad del zarismo por otros medios: tan características del siglo XX son las monarquías republicanas, de las que España es modelo, como las repúblicas formales de régimen monárquico, de las que Rusia es modelo, imitado en China, Cuba, Venezuela y otros países –en la China de después del Gran Timonel, monarquía colegiada–. Trotski había apuntado al cambio radical de régimen y había formado el Ejército Rojo como alternativa al viejo ejército del zar para defender una naciente república frente a la continuidad de la autocracia. De ahí su ruptura con los bolcheviques y su exilio. Y su doctrina de la revolución permanente como opción distinta del socialismo en un solo país, que extremaba la autocracia política en su necesaria deriva hacia la autarquía económica.
Los esfuerzos realizados por los servicios soviéticos para asesinar a Trotski, finalmente coronados por el éxito de mano de Ramón Mercader, revelan hasta qué punto Stalin le consideraba el enemigo principal de su proyecto.
Pero si nos limitáramos a esos hechos seguiríamos sin comprender el carácter singular del trotskismo. Para empezar a entenderlo hay que recordar que Trotski, Lev Davidovich Bronstein, era judío (...) Suponer que el pensamiento de Trotski era pensamiento marxista sería un error. El trotskismo tiene más de judío que de marxista, aunque asuma el marxismo como la instancia de progreso intelectual más señalada en su época.
Pero el marxismo de Trotski era como el de Gisors, el personaje de La condición humana de Malraux que dice: "El marxismo no es una doctrina, es una voluntad. (...) es, para el proletariado y los suyos, vosotros, la voluntad de conocerse, de sentirse como tales, de vencer como tales; no debéis ser marxistas para tener razón, sino para vencer sin traicionaros". Nada más. Ningún otro compromiso, ningún doctrinalismo vano.
La clave pedagógica del pensamiento judío es el pilpul, un ejercicio dialéctico, modelo de discusión talmúdica, en el que se confrontan declaraciones de autoridades en busca de contradicciones y de afinidades, para arribar a nuevos conceptos. También la casuística cristiana guarda relación histórica con ese método. Nadie puede negar que los judíos, los jesuitas y los trotskistas componen tres grupos humanos especialmente entrenados para el debate.
Trotski era, por don natural y por formación hebraica, un gran polemista. Y el hombre que discute, que pone en duda las afirmaciones, tanto las ajenas como las propias, que posee la honestidad necesaria para no creer ni siquiera, o sobre todo, en sí mismo, tarde o temprano es "asaltado por la realidad" como Irving Kristol[22] y se reconoce en el pensamiento liberal.
Apuntemos (...) que el liberalismo es, entre otras cosas, el territorio de la duda, y que tal vez sea por ello que las izquierdas, necesariamente utópicas y, por ende, totalitarias, lo perciben como "derecha", una noción vaga por demás, que sólo alcanzan a definir pobremente a través de lo que no experimentan como propio.
Esos dos elementos, la concepción del marxismo como instrumento limitado en lo histórico y el hábito de la duda, el reexamen permanente, están en los fundamentos de los numerosos tránsitos del trotskismo al liberalismo que tienen lugar en nuestros días, y no sólo en la élite del Partido Republicano de los Estados Unidos. Pero hay que añadir un tercer factor: la capacidad de dar una respuesta para cada pregunta.
La revolución permanente que Trotski preconizaba como proyecto dista mucho de ser una idea, y es, en cambio, parte sustancial de esa realidad que nos asalta. Sólo hay que mirar con atención y tener la modestia imprescindible para aceptar que la historia no la hacemos los hombres, ni en masa ni individualmente: apenas si, en el mejor de los casos, conseguimos administrarla.
La globalización es la forma real que la historia ha dado a la revolución permanente: de ahí que las izquierdas organizadas se declaren antiglobalizadoras; no se trata tanto de que se opongan a la realidad como de que confundan la realidad con una idea, algo muy corriente en el marxismo vulgar, sea comunista, sea socialdemócrata. "Programa, programa, programa", reclamaba Julio Anguita; "la izquierda tiene que ganar primero en las ideas", dice Zapatero.
Llaman programa o ideas a una serie de respuestas a las demandas de la realidad. Respuestas que siguen siendo las mismas por mucho que cambien esas demandas. Los que hemos hecho, o estamos aún recorriendo, el camino hacia el liberalismo sabemos que no hay respuestas constantes y que, de haber un orden teleológico en la historia, nacerá de la flexibilidad con que respondamos a las preguntas del mundo, incluidas, desde luego, las que seamos capaces de formular.[23]
Horacio no fue de los troskos que se quedaron en el café, sino de los que militaron en el ERP-Combatiente y en su sucesor, el ERP-22 de Agosto[24]. De los que tomaron las armas, vamos. "En realidad, era más un tópico que una realidad –explica cuando escucha eso de tomar las armas–. Los que tenían armas eran los Montoneros[25]. El ERP nunca tuvo armas de verdad, salvo las que proporcionó Cuba a la guerrilla rural en la provincia de Tucumán. En la lucha urbana teníamos poca cosa, realmente".
– ¿Asumías, aunque lo justificaras, que eso era terrorismo, o lo considerabas lucha armada?
– Todavía estábamos en un debate. Evidentemente, en el medio rural era lucha armada, punto, no había vuelta, y ahí se plantó cara, efectivamente. Era el modelo del Che. En la provincia de Tucumán, en la selva, era un enfrentamiento directo con el Ejército, de modo que ahí había muy poca discusión. Y lo que hubiera sido terrorismo, la guerrilla urbana, en realidad fue virtud de Montoneros. Lo que hizo el ERP fue asaltar cuarteles.
La declaración de guerra del ERP era una declaración de guerra al Ejército argentino, es decir, no a la burguesía o a..., no, al Ejército argentino. Y, efectivamente, la acción armada del ERP se limitó (o, por mejor decir, desgraciadamente llegó hasta allí) a unos enfrentamientos absurdos que fueron verdaderas carnicerías: cada vez que el ERP iba a asaltar un cuartel morían tres militares y doscientos militantes del ERP. ¡Era de locos, de tarados, hacer semejante cosa! Pero bueno, era lo que se planteó. Nunca se planteó el ERP lo que Montoneros: volar supermercados y ese tipo de cosas. Se entendía con bastante claridad que lo que se llamaba "atentados contra empresas", contra los "imperialistas", no tenía demasiado sentido.
Sí lo tenía, en cambio, perpetrar atracos y secuestros; para "financiar la revolución". Y si bien Horacio no llegó a mancharse las manos de sangre ("Yo era un hombre de prensa. Básicamente, traía y llevaba información"), sí tomó parte en un par de raptos.
Hubo dos secuestros en esa época, y yo supe de los dos. En uno de ellos me tocó guardar el dinero del rescate. Lo que cuento en la novela [está hablando de La libertad de Italia, donde recrea el incidente[26]] es lo siguiente: yo estaba con Miguel Arellano[27]; recibimos esa maleta en un piso, lo cual, si lo piensas, resulta absolutamente absurdo, pero bueno... Nunca supe si ahí había trescientos mil pesos, trescientos mil dólares, tres millones de dólares, no sé, era mucho dinero... Lo primero que había que hacer, naturalmente, era revisar la maleta, a ver si había algún transmisor, otra cosa ridícula, porque si hubiese un transmisor ya nos habrían caído encima. Entonces, lo que hicimos con Miguel fue abrir la maleta y echar el contenido encima de una cama. ¡Era una pila enorme de dinero! Y lo que nos pasó fue que nos dio un ataque de risa, porque ni él ni yo habíamos visto, ni íbamos a volver a ver en la vida, esa cantidad de dinero.
La libertad de Italia está escrita por la historia que no se completó. Y es que en un momento dado nos dijimos: "¿Y si agarramos esto y nos vamos, y a tomar por culo con todo lo demás?"; que es lo que hace el personaje de la novela. Lo que nosotros hicimos fue coger cinco mil pesos e irnos a cenar [en este punto ríe], coger un billete del montón e irnos a cenar.
La otra historia de secuestros era la del tipo que no pagó. Hubo que soltarlo. Se secuestró al viejo, un industrial de Villa Lynch[28], judío, y alguien fue a ver a los hijos. "Tenemos a su padre, y queremos tanto...". "¡Ah, no! Mátenlo", dijeron los hijos [vuelta a reír]. "Así nos sacan el problema de encima" [y vuelta]. Y hubo que soltarlo.
"No me preguntéis qué revolución –nos pide cuando le pedimos que nos diga más sobre su compromiso con ese ejército revolucionario del pueblo–, porque lo que ya estaba claro para mí era que no se trataba de la soviética; tampoco de la cubana –se le estaban pasando los efectos del docu-prop sobre el guajiro alfabetizado por Mefistofidel[29] y sus muchachos–; y no había tiempo para descubrirlo, porque los militares estaban ahí –ahora la sonrisa que esboza es muy triste–. De modo que todo hubiera sido un absurdo. ¡Es que todo era un absurdo!".
Aquella revolución imaginaria, me temo, era una revolución sin modelo. Se consiguió, al final, lo que se había querido: joder por joder, sin construir nada nuevo, y dando la oportunidad al enemigo de hacer lo mismo.[30]
Ya entonces, primeros setenta, antes de que llegaran las psicopáticas yuntas militares de Videla & Cia[31], la República Austral era el reino del espanto. Había terrorismo, desde dentro y fuera del Estado. Asesinatos. Caza al hombre. Desapariciones. Odio y pánico.
En 1974, Horacio se fue, movido y aturdido por el vértigo.[32]
La razón fue bastante curiosa. Estaba en el ERP. Evidentemente, ésa fue la razón, digamos. De mi grupo había caído, muerto, gente. De hecho, una de las primeras víctimas notables de López Rega[33] fue mi amigo Julio Fumarola[34], un gran fotógrafo de prensa que había hecho un trabajo militar para el ERP, de fotografía aérea. Mataron a Julio y se produjo una desbandada. La policía apareció en las casas de algunos de nosotros, probablemente apareció alguna agenda, alguna cosa así.
La muerte de Julio salió en los diarios. Después desapareció otra persona más. Yo empecé a vivir en una situación... no diría que de clandestinidad, porque en definitiva entraba y salía de la misma casa, pero nadie tenía mis señas, mi padre era la única persona que sabía dónde paraba. Iba a mi trabajo en El Economista, en la editorial Abril, cada día; pero muy acojonado, realmente, y la mayor parte de las veces armado. ¿Por qué armado? Por una razón básica: porque ya sabíamos entonces que más valía pegar un par de tiros y que te mataran a todo lo que podía venir después.
En el mes de octubre del 74 un gran amigo mío, mi compadre (soy padrino de su hijo), hijo de un general peronista, me llamó por teléfono, me citó en un bar y me dijo: "Tenés que irte ahora". Obviamente, le hice caso. Me planté aquí el día 1 de noviembre de 1974. Una semana después fueron a buscarme, a un domicilio en el que yo ya no vivía. Gente que se identificó como de los Cuerpos de Seguridad, pero que podía ser cualquiera.
Pero no, no podía ser cualquiera.
Años después, casi treinta, Horacio hará escribir a su sosias Pablo Estévez, a quien ya hemos dado voz en numerosas ocasiones, estas líneas que dictó la conmoción y la suscitan:
He empezado a sospechar que lo que llamamos educación, tenga los complementos que tenga, libros, juegos, maestros, represiones, castigos, premios, aprendizajes varios de cosas varias, encantamientos, violencias y violaciones, goce cuando no se sabe qué sea el goce, placer cuando no se sabe qué sea el placer, todo eso, lo que llamamos educación, decía, no es más que un proceso de habituación al dolor.
(...)
Pues bien: nuestra educación estuvo incompleta hasta que nos encontramos con la muerte, la tortura o el exilio (...) Llegamos a los veinte o veinticinco años, algunos a los treinta, a una edad en la que la mayor parte de quienes nos habían precedido en el planeta ya estaba hecha al dolor, adaptada, socializada, llegamos, decía, a esa edad, con una asombrosa indefensión.
(...)
Los revolucionarios, los guerreros voluntarios, los que pretendíamos encarnar al hombre nuevo, estábamos indefensos, completamente indefensos. No habían terminado de educarnos. Por piedad, por mal amor, tal vez, no habían terminado de habituarnos al dolor. Hasta que vino la tortura y la muerte. Y, para los que nos salvamos (...), vino el exilio. A mí me educó el exilio.[35]
En la otra orilla
Horacio, ya vimos, ya había cruzado el Charco allá por los años 69-70, para consternación de los suyos, que hicieron consigna del no pisar la Madre Patria mientras siguiera en ella, campando por sus respetos, el padrastro Francisco Franco. Aquél fue un viaje de ida y vuelta. En 1974, en cambio, vino para quedarse.
Os voy a decir una cosa, sobre la que no he reflexionado hasta hace poco. Cuando me tuve que ir de la Argentina, en la época de López Rega, en el 74, y me establecí definitivamente en Barcelona, ¡vivía Franco! El exilio argentino era un hecho, estaba en la prensa: yo guardo, de finales del 74 o principios del 75, dibujos del Perich sobre esto. Es decir, ¡nos exiliamos de la dictadura militar en el franquismo! Esto habrá que recordarlo a la hora de hacer la historia del franquismo, que algún día habrá que hacerla.
Enseguida retomó los contactos con la izquierda española. Durante su primera estancia en su otro país, y de la mano de unos primos que andaban metidos en política obrera, había hecho amigos en el PSUC. "De hecho, las primeras personas que conocí en Barcelona, y las primeras con las que trabajé, fueron Manolo Vázquez Montalbán y Juan Marsé"[36]. Aquí se encontró con unos comunistas menos prosoviéticos y con una izquierda "más minoritaria, más selecta y más crítica".
Tenía aquella izquierda, recuerda, "una capa intelectual con disidencias internas bastante importante, a pesar de que hoy nos dé la impresión de que no, de que eso era una cosa muy cerrada".
De ninguna manera el franquismo del año 70 era la dictadura del año 40.[37] Era opresivo por cosas de la vida cotidiana, como cuento en una novela que se llama El lugar del deseo.[38] En esa dictadura estable y bastante light, la única oposición real, visible, al régimen eran los comunistas, y yo entendía que había que apuntarse ahí, no había otra vuelta. Eso no me impedía leer, por supuesto, en La Vanguardia, que, aunque parezca increíble, era un diario progresista, a Joan Fuster todos los jueves. Esperabas a que llegaran los jueves para leer a Fuster, esperabas a leer, en El Noticiero o en el Diario de Barcelona, no recuerdo, a Jiménez de Parga, porque eran los tipos más refrescantes de la época, los que más escribían entre líneas. Y bueno, yo me metí muy fácilmente. En principio, porque solía saber bastante más historia[39], historia española, que los españoles que encontraba en el PSUC.
¿Pero seguía considerándose trotskista, siquiera en su vertiente horaciana? "Sí –duda–, yo diría que, hasta casi el año 80, sí". "Sí, sí –deja de dudar–. Estoy recordando discusiones que tuve con alguna gente". Y añade: "En todo caso, seguía definiéndome como un tipo de izquierdas durante los primeros años ochenta, después del triunfo del PSOE, al cual no voté: en el 82, yo voté al PCE".
Votó al PCE aquel famoso 28-O, pero ya en 1979 a punto estuvo de mentarle la madre a un taxista que echaba pestes de Adolfo Suárez. Bueno... lo cierto es que acabó mentándosela:
"Este sinvergüenza tiene la cara de presentarse", me dijo. "¡Pero usted es un hijo de puta!", le dije. "Hay elecciones porque él decidió que las hubiera, ¿por qué no se va a presentar?". Me agarró un ataque de indignación en defensa de Suárez. Fue una figura iluminadora para mí, un reflejo de lo que era el pragmatismo político sin romper con determinadas normas éticas básicas.
Defendió a Suárez en el 79 pero votó comunista en el 82. A ver, que se explique: "Fijaos: no me atreví a votar una cosa que se parecía tanto al peronismo". Y claro, no habla de esa casa de tócame Roque que lucía en la fachada las siglas UCD, sino de la, ¿se acuerdan?, Casa Común de la Izquierda; del PSOE, o sea. "Además, cada vez lo veo más parecido", frunce el ceño y agrega, tantísimos años después.
No le tenía ley al partido de los, ¡se acuerdan!, Cien Años de Honradez. Para empezar, vio rondar la "miserabilidad" por los debates que se mantuvieron en el seno de esa formación a cuenta del abandono del marxismo, pero a la vez entendió "perfectamente" que "sin eso no podían ir a un proceso electoral serio". "Y después, con el referéndum de la OTAN –siete años después de que el PSOE se desvinculara formalmente de la prole de Karl Marx–, yo ya estaba del otro lado. En ese proceso yo ya había aprendido lo suficiente, e hice campaña por el sí".
Cerca, lejos
Alguien con más talento que quienes esto escriben haría maravillas con esta paradoja: a medida que reparaba en la gran "disfunción democrática" de la izquierda, que se veía y colocaba "del otro lado", que aprendía "lo suficiente" y a marchas forzadas, Horacio se acercaba más y más al partido al que confundía con el peronismo que había dejado atrás, al partido de González[40] ("Felipe, capullo, queremos un hijo tuyo") y Alfonso Guerra[41], patrón de los descamisados de este lado del océano. Una mina tendría aquí ese alguien, de verdad.
Y cuanto más se acercaba, sin querer, al PSOE, más se distanciaba, a su pesar, de la izquierda. El primer encontronazo fuerte vino por cuenta del referéndum de la OTAN, en marzo del 86:
Si a algo me oponía no era a la entrada en la OTAN, sino a la entrada parcial: si vas a entrar, entra con todo, con mando, no para obedecer.
De ahí en más fueron agarradas continuas, consigo mismo y con los por entonces suyos. "Empecé a pelearme mucho con la gente". Con todos casi; salvo con son semblable, son frère Jaime Naifleisch[42]: "Hicimos el camino juntos". Pero sin pisarse las huellas: "Sí, sí –sonríe Horacio–. Porque él no se da por vencido con la noción de la izquierda, no hay caso –prolonga y extiende la sonrisa–. Entendió todo lo demás, pero todavía cree que hay una posibilidad...", y con los puntos suspensivos transforma la sonrisa en una carcajada inocua y sana.
Se fajaba y leía (por ejemplo a Malraux, mucho, "siempre Malraux[43]", y a Juan José Sebreli[44]), y veía cine americano[45]; y viajaba a Cuba, la Isla del Doctor Castro[46]:
En el 82, con motivo de un aniversario de Prensa Latina[47], fui invitado a la Isla. Y empecé a ver La Habana oprobiosa de la mano de unos amigos que todavía hoy son del régimen: Abel Prieto, que actualmente es ministro de Cultura, y Pablo Armando[48]. Cuando digo "mis amigos" digo "mis amigos": Pablo Armando es el padrino de mi hija pequeña. Hablo, pues, de amigos muy amigos.
Ya esa Cuba me pareció horrorosa. En el año 94 volví, y paré en casa de Pablo. Era la época de la crisis de los balseros, y acababa de establecerse el Período Especial[49]. Había un hambre que no se podía creer. Recuerdo una noche a oscuras, con Nati Revuelta[50] en el porche de Pablo, toda La Habana sin luz... Y claro, ahí ya me pareció ofensivo, realmente.
Un día fui a pasear y a llevar dinero a la madre de un amigo que vivía en la Habana Vieja. Era una Habana demolida, donde uno, en medio de una miseria atroz, se paseaba como un muchachito de película americana porque era blanco. A un pobre tipo que me vendió un purito, que acababa de armar allí mismo, vino un policía y le expropió los dos dólares que yo acababa de darle. Y entonces me dije: no, no vuelvo más.
Las relaciones con los amigos se fueron enfriando, enfriando, enfriando.[51] César[52] siguió viniendo a mi casa hasta hace siete u ocho años. Ahora ya no. Pablo, cuando viene, viene a casa de mi ex mujer... Para mí es muy duro, es gente a la que quiero mucho. Pero se han cortado las cosas. Llega un momento en que dices: "Oye, Pablo, que estás hablando conmigo. No me tienes que convencer de nada, de lo bueno que es Fidel. Por Dios, no sostengas delante de mí el discurso, porque resulta grotesco".
Horacio ha escrito de Cuba largo, tendido y rotundo; por ejemplo y cómo no, en su ensayo más famoso (¿también el más leído?), La izquierda reaccionaria, del cual proceden estas líneas:
Durante treinta años, la Unión Soviética proporcionó a Cuba una ayuda de 5.000 millones de dólares anuales, es decir, 500 dólares por habitante. Una suma envidiable para cualquier otro país del área, cuya renta per cápita en moneda equivalente no alcanzaba ese nivel. Y, al cabo de esas tres décadas, se descubrió que todo ese dinero había pasado por allí sin dejar la menor huella: no se había abandonado el monocultivo, lo cual, suceda lo que suceda en el futuro, dificultará la instalación de Cuba en el mercado mundial; no se había diversificado la producción agrícola (...) ni se había fomentado la cría de ganado y de animales de granja (...); tampoco se había instalado una sola fábrica de conservas ni se había organizado un sistema de transportes para evitar que los alimentos proporcionados por la naturaleza se pudrieran al pie del árbol; y tampoco se había desarrollado la pesca, porque es imposible abrir la isla al mar sin correr el riesgo de las deserciones masivas (...)
En cambio, Cuba ha invertido bienes y hombres en guerras que sólo un sentido stalinista del humor permite llamar "de liberación" (...), y ha influido en la política de América Latina y de África, trabando oscuras alianzas con personajes que poco o nada tenían ni tienen que ver con ningún espejismo socialista, desde Mengistu[53] hasta Noriega[54], pasando por Videla, "general patriótico y antiimperialista", según aleccionaba a diario Radio La Habana.
(...)
Cuanto más tarde caiga Fidel Castro, menores serán las posibilidades de Cuba de ser la nación que fue, y mayores las de retrogradar hasta convertirse en un infierno como Haití. Cuanto más se resista Fidel Castro a abandonar el poder, más violento será el final del régimen, aunque él muera en la cama. No hay nada que defender en la Cuba actual: los avances en el terreno de la educación y de la sanidad con que suele justificarse la totalidad de la acción política de la revolución, pese a ser menores que los alcanzados en varios países capitalistas, no se sostienen si no hay comida. Y no hay comida en Cuba. No hay medicinas en Cuba. No hay libros en Cuba. No hay ropa en Cuba. No hay transporte en Cuba. No hay libre circulación en Cuba. No hay sinceridad en Cuba, porque hay miedo en Cuba. Y cada vez hay menos cubanidad en Cuba, el país de América con un mayor número de exiliados en proporción a su población que haya existido, y con un mayor número de rehenes, y con el grueso de la cultura viva en la diáspora (...) Y las gentes de izquierdas, las que hace cuarenta y cuatro años depositamos nuestras esperanzas de transformación en la revolución cubana, debiéramos ser las más críticas, las más interesadas en que esa pesadilla no se prolongue.[55]
Si sobre Cuba ha escrito largo y tendido, sobre Israel ha escrito lo que no está escrito y lo que no se escribe en este país carcomido por el antisionismo y la judeofobia. "Todo hombre lúcido y activo es o será fascista si no tiene una lealtad que se lo impida", afirma, parafraseando a Malraux; y completa: "Para él, esa lealtad fue la República española; para mí es Israel".
Ha escrito y hecho escribir. No en vano fue uno de los artífices de En defensa de Israel[56], ese libro coral firmado por gentes de la talla de Gabriel Albiac, Valentí Puig, José Jiménez Lozano, Carlos Semprún Maura, Marcos Aguinis o Enrique Krauze pero que hubo de ser publicado por la librería zaragozana Certeza, dado que ninguno de los grandes sellos de los mastodónticos grupos editoriales españoles quiso hacerse cargo. En defensa de Israel: ¡hasta ahí podíamos llegar, en la cuna de la Alianza de Civilizaciones y de la convivencia de las tres, qué tres, trescientas mil culturas! Todo sea por preservar nuestra tradicional amistad con el pueblo árabe, que diría el otro, vista a la derecha, ¡ar!, Francisco Franco Bahamonde.
Para ese libro apestado, Horacio escribió líneas vehementes, un alegato punzante como un chute de adrenalina pensado para sacudir de una maldita vez las conciencias más pachorras e infundir coraje a los que saben pero temen:
Probablemente haya sido la cuestión israelí uno de los determinantes de mi alejamiento del comunismo, debido en lo esencial al hecho de que la oposición al Estado judío –a su existencia misma– violaba todas las leyes de la racionalidad. Pero, sobre todo, porque violaba todas las normas de la tradición ético-estética de la que yo me sentía heredero, y que daba al progreso un lugar preponderante.
(...)
(...) el antiamericanismo reinante en la Europa de hoy, con hegemonía alemana y simpatías proárabes, es una de las formas que adquiere el antisemitismo de siempre. (...) sionistas somos todos los que creemos que Israel tiene derecho a existir, y proimperialistas todos los que consideramos que, hasta la fecha, Occidente, con todas sus lacras y sus miserias, representa el nivel de convivencia más alto alcanzado por grupo humano alguno a lo largo de la historia.
(...) visto que hasta los Estados Unidos, potencia paradigmática de un way of life, lo han puesto en peligro en más de una ocasión con apuestas equívocas en su política exterior, visto que Europa e Hispanoamérica han generado una amplia variedad de sistemas de poder enemigos de la convivencia democrática, sólo el resto de Occidente, es decir, Israel, ha venido realizando sin fisuras desde su nacimiento (...), y pese a estar en pie de guerra durante todo ese tiempo, los ideales democráticos occidentales de convivencia y de gobierno (...)
En estos días difíciles de la historia de Occidente, (...) la solidaridad con Israel es, quizá más que nunca antes, el único compromiso válido con la modernidad, con el pensamiento libre y con la estabilidad democrática.
(...)
Hace unos años, yo pensaba que, si caía Israel, el resultado inmediato sería un pogromo planetario (...) hasta acabar con el último judío. Ahora sé que no será así, que no cesará con el último judío, sino con el último lector, el último escritor, el último músico, el último científico, el último hablante. Si Israel cae, la sharia se impondrá al estilo Pol Pot[57], con la colaboración de los mismos que miraron con simpatía a los jemeres rojos, víctimas del imperialismo y otras majaderías. Si Israel cae, habrá un Reich de mil años, un terrible retorno a las edades oscuras.[58]
Estados Unidos representó otro punto de fricción entre Horacio y ¿la Izquierda, la izquierda, las izquierdas? Porque resulta que él "jamás" fue antiamericano, ni siquiera cuando se envolvió en la bandera de la hoz y el martillo. "Ni en esa época, ni en esa época", repite, resalta. Ni siquiera cuando anduvo bajo los efectos demoledores de la castritis; entre otras cosas, porque sus amigos cubanos tampoco lo eran. "¡Cómo iban a serlo, si estudiaron todos en los Estados Unidos, coño! Y además, todos bilingües, todos hablaban el inglés americano, un inglés americano muy bueno, y escribían en inglés". "¡Es que era absurdo que se plantearan el ser antiamericano!", exclama y cierra, más estupefacto que indignado.
No sólo es que no fuera antiamericano; es que dio en sacar la cara por el Tío Sam cuando aún se tenía por más rojo que una granada reventona:
Cuando empecé a defender abiertamente a los Estados Unidos fue con Carter y con el embargo a Videla. Y es que era muy difícil decir que no a eso. Carter tuvo la decencia de hacer eso: fue lo único bueno que hizo en el Gobierno, me parece. En ese año 76, yo sabía que estaba muriendo mucha gente en la Argentina; y cuando Carter ganó las elecciones... yo lloré mucho de emoción aquel 4 de noviembre, porque sabía cuáles iban a ser las consecuencias. Y si hubiera creído en Dios, que creía menos que ahora, seguramente le hubiera agradecido eso, porque sabía que iba a ser bueno para América Latina.
Para cuando se vino abajo el Muro de Berlín, tras la intensa labor de pico y pala de líderes –pocos– como Reagan o Juan Pablo II y, por supuesto, de los humillados y ofendidos Ossis[59], Horacio ya tenía encima más conchas que un galápago. "No creo que la caída del Muro haya sido importante. Yo no lo viví como el momento: acepté que era el momento simbólico como uno acepta la Toma de la Bastilla; por eso Los últimos tiempos acaba el 9 de octubre de 1989 y en el último capítulo el protagonista, Vero Reyles, retira los retratos de los grandes hombres, Marx, Lenin y compañía. Yo creo que eso estaba planteado desde antes, el desmoronamiento soviético era claro: si vuelvo a mis artículos, creo que lo fui anunciando bastante bien a partir del 82-83, que eso se venía abajo".
– De todas formas, y por lo que venimos hablando, no eras de los que tenían por referente lo que estaba del otro lado del Telón de Acero.
– Ah, no, no. Eso, ya desde el 68, ya no. No. Lo soviético no significó nada para mí, si es que antes había significado algo. A mí nunca me interesaron demasiado los modelos remotos
Soltando amarras
Llegan los noventa, y la Expo de Sevilla y los Juegos Olímpicos de Barcelona, que le pillan a Horacio terminando de redactar una de sus obras más leídas y celebradas: Frontera Sur[60], y dándole vueltas y más vueltas a sus ideas, que ahora, entonces, no sabe por dónde coger. "Y entonces me encontré con Gustavo Durán[61], diría que por azar si no creyera que el destino existe y que El soldado de porcelana[62], del que él sería protagonista, es un libro de destino, que me estaba esperando para que yo lo escribiera". Y entonces ya sí lo empiezan a mirar oblicuo, a esquinar y a colgarle, bien de frente o por la espalda, el sambenito de revisionista:
Di con Durán en una revista del año 82 que no sé por qué razón guardaba mi madre en Buenos Aires. Había allí un artículo de Rogelio García Lupo sobre el personaje, en el que se decía que había sido general republicano y asesor del embajador americano en Argentina, Spruille Braden, quien se había opuesto al ascenso de Perón. Eso sólo ya era una novela. Pero cuando regresé a Barcelona llamé a mi desparecido amigo Roberto Otero, que había sido yerno de Rafael Alberti, marido de Aitana. Le pregunté si sabía algo de Durán y me contó que lo había conocido personalmente en casa de Rafael, en Roma, en los años cincuenta. También me recomendó ponerme en contacto con las hijas de Paco García Lorca, Gloria e Isabel, que habían sido amigas de las hijas de Durán en los tiempos del exilio en Estados Unidos.
Ahí empecé a tirar de un larguísimo hilo que me llevó a París, Londres, Nueva York, Washington, La Habana, Santo Domingo, Atenas y Buenos Aires, los hitos de la vida del hombre. Dediqué a ello cinco años. Y la mayor parte de ese tiempo la ocupó la documentación sobre la acción de Durán en la Guerra Civil. De modo tal que yo, que, como hijo intelectual del exilio español, creía saberlo todo sobre el tema, comprendí que no sabía nada. Que todo mi supuesto saber era, en el mejor de los casos, una colección de mitos. Entonces escribí La guerra civil española, una historia diferente[63], y Manolo Vázquez Montalbán y Gregorio Morán, a quienes pedí que lo prologaran y presentaran, me dijeron que no, que yo planteaba cosas que sostenían De la Cierva y Pío Moa. Yo pensaba haber descubierto un línea de reparación y autocrítica para la izquierda, y venía a encontrarme con que mis amigos de izquierda no querían hacer nada parecido.
A la presentación de El soldado de porcelana acudió Fernando Rodríguez Lafuente, por entonces al frente de la Dirección General del Libro y hoy responsable del suplemento cultural del diario ABC. "Fue el primer alto cargo del Gobierno de Aznar que conocí", nos informa Horacio, y al punto revela que su nuevo amigo contribuyó, "tal vez involuntariamente", a que mirara con mejores ojos al Partido Popular.
Los años que siguieron, hasta el 2000, en que le voté, fueron los del descubrimiento de Aznar, más que del PP. Era un líder que yo no había visto venir y al que reconocí cuando ya estaba allí.
Muchas cosas suyas me fascinaron: su pasión por los Estados Unidos, que siempre había sido uno de mis puntos de roce con la izquierda, porque yo jamás pude entender el antiamericanismo; su valor a la hora de tomar decisiones, como en Perejil, primero, y en Irak[64], después; su capacidad para integrar por el consenso, como demostró al aceptar el Pacto Antiterrorista que le propuso Zapatero y que después éste traicionó. Por si esto fuera poco, demostró ser un hombre valiente y en permanente superación: su segunda legislatura, contra lo que suele decirse, fue mucho mejor, más intensa e ideológica que la primera.
En 2000 Horacio ya había virado resueltamente a estribor, pero lo que terminó de convencerle de que había llegado la hora de deshacerse de todo lastre izquierdista fue la campaña de agit-prop lanzada ese mismo año contra Aznar y la reacción que suscitaron en la izquierda el 11-S y su ensayo más controvertido, el concienzudamente silenciado La izquierda reaccionaria.
Como diría un amigo de Rodríguez Lafuente que gusta de citar en falso a Jack el Destripador, vayamos por partes.
En un primer momento Horacio pensó que la campaña antiaznarista atañía a la táctica política. Pero pasaba el tiempo y las infamias seguían allí, copando los programas de radio y televisión y las primeras planas de los periódicos. "Pensé que iba a cesar después del triunfo de Zapatero, pero, por el contrario, continuó, con más fuerza todavía, si eso fuera posible". Entonces cayó en la cuenta de que no atañía a la táctica, sino a la estrategia política. Y dio en publicar, en septiembre de 2004, un artículo en ABC que llevaba por título "La maquinaria del descrédito" y que, en sus líneas finales, decía:
No nos engañemos: al PSOE no le interesa la alternancia en el poder, no le preocupa que el régimen real sea bipartidista o pluripartidista, y preferiría representar durante las próximas décadas el papel del PRI en México, con los nacionalistas de cómplices, si es que los pactos actuales con ellos no acaban con España. Por lo tanto, lo que cabe esperar es que hagan todo lo posible por borrar al PP del mapa. Y el descrédito de Aznar es el primer paso en ese camino, porque su prestigio es también el prestigio del PP. Ese PP cuyo congreso nacional se inicia en unos días, y en el que nadie está haciendo una defensa consecuente de sus ocho años de gobierno: es de esperar que la designación de Aznar como presidente del partido no sea un premio de consuelo ni un anuncio de jubilación ideológica, porque en ello se juega el futuro del liberalismo conservador español.[65]
Por lo que hace a las reacciones al atentado contra las Torres Gemelas y el Pentágono (¿y la Casa Blanca?), lo mejor será que recurramos a lo que dejó escrito en La izquierda reaccionaria:
Lo que siguió al 11 de setiembre fue un estallido. Una confesión pública de identificación con la barbarie, de repudio a la civilización y al pensamiento como tal, de repugnancia ante lo político, de tolerancia ante el terrorismo, y de cólera frente a la legalidad y la legitimidad de los Estados como marco de garantía de los derechos humanos. Nada de eso era nuevo. Hoy por hoy, me asombra constatar cuánto hemos aceptado, yo el primero, a regañadientes o no, de las enormes zonas oscuras de la historia de la izquierda. Constatar hasta qué punto barrimos bajo la alfombra crímenes –¿quién podría hacer la historia de las revoluciones sin mencionar a Lavrentii Beria[66]?–, desvíos y pruebas de represión a lo largo de un siglo entero, el XX (...)
(...)
El 11 de setiembre de 2001, pues, vino a subrayar la podredumbre previa, los rasgos esenciales que definen a la izquierda realmente existente o, para abreviar y evitar confusiones (...), la izquierda real.[67]
Last but not least, a la hora de hablar del silencio revenido con que acogieron La izquierda reaccionaria los adalides, eso dicen, de la racionalidad y el progreso, Horacio vuelve sobre sus pasos y repite lo que nos dijo hace un rato, a cuenta de la aparición de La guerra civil española, una historia diferente: "Nuevamente pensé que había descubierto un línea de reparación y autocrítica para la izquierda, y nuevamente vine a encontrarme con que mis amigos de izquierda no querían hacer nada parecido".
Aquélla fue la última vez que Horacio exhortó a la izquierda desde la izquierda para que dejara de ser siniestra:
Si las izquierdas se proponen sobrevivir al shock de la realidad sin convertirse en otra cosa, tienen que revisar tanto su pasado como su presente. No se puede avanzar hacia el porvenir con Stalin, Pol Pot, Mitterrand y Craxi, por citar sólo algunos nombres, a la espalda. Y no se puede dar a las cuestiones de hoy respuestas tan profundamente reaccionarias[68] como las que se dan.[69]
Al poco, enseguida, Horacio se pasó con armas y bagajes a las filas liberal-conservadoras; y, ¿no se tenía por creyente en el destino?, recaló en Libertad Digital, esa guarida de ex rojillos, rojelios y rojazos de toda laya: "Es un medio unificador para los ex izquierdistas que caminamos hacia el liberalismo. Lo digo porque hay ex izquierdistas que están en la nada más completa y hay ex izquierdistas que se fascistizaron sin más; pero no hacia la derecha, sino hacia la izquierda".
– Federico Jiménez Losantos dice que si no se ha sido comunista, si no se ha conocido por dentro a la bestia, no se puede ser liberal.
– Casi estoy de acuerdo con eso, sí.
Y ríe.
– En todo este proceso que arrancó en aquel cine del Once, ¿qué valores has mantenido y cuáles has desechado?
– Uno no sale de la izquierda porque haya cambiado de valores, sino porque entró con alguno que no tenía lugar en ella. Con valores o con jerarquías de valores. Por ejemplo, yo sé que para mí siempre fue más importante la libertad que la igualdad, siempre lo he tenido claro. Y cuando asumí la Revolución cubana fue porque me pareció un aporte para la libertad, pues iba a enseñar a leer y a escribir a todo el mundo; es decir, no la asumí por el valor igualitario, sino por el libertario. Creo que esa jerarquía sí la he mantenido a lo largo de toda la vida.Del mismo modo, hay valores implícitos o no expresados pero que llevas de un sitio a otro. La caridad, por ejemplo, es decir, la preocupación progresista por el bienestar general, no es algo independiente del ideal cristiano. ¡No jodamos, esto es Occidente: así nos forman antes de que aprendamos a hablar siquiera! ¡Ya sabíamos que eso estaba bien!
A los postres de nuestra larga y sustanciosa entrevista, Horacio dio en reflexionar sobre el liberalismo[70] y, de nuevo pero de un tirón y con la vista puesta en los adentros, sobre su proceso de separación –nunca mejor dicho– de la izquierda.[71] Y en aventurar que él, a un semejante, a alguien que se reconociera en su peripecia vital e ideológica pero aún no se hubiera decidido a soltar amarras, no le recomendaría andar por las esquinas pidiendo perdón[72] por sus pecados, sino atender al epitafio de Jorge Luis Borges, que dice, en antiguo anglosajón:
... y no deberías temer.
1 "Queríamos, los ilustrados, los muy pelotudos, civilización y no barbarie –rememora Pablo Estévez, que tanto tiene de Horacio, en las páginas de Revolución–. No era el futuro lo que nos preocupaba, sino el pasado. Yo sé que mi revolución, mi deseo, era un pasado mejor, un pasado más sabio, un pasado de civilización". Horacio Vázquez-Rial, Revolución, Ediciones B, Barcelona, 2002, pp. 134-135.
2 Estévez de nuevo. Horacio Vázquez-Rial, op. cit., pp. 72-73.
3 José Félix Uriburu (1868-1932). Militar y político argentino, encabezó el golpe de estado que desalojó de la Presidencia a Hipólito Irigoyen (diciembre de 1930).
4 Seguimos recurriendo a Estévez para complementar nuestra entrevista. Horacio Vázquez-Rial, op. cit., p. 47.
5 Matos fue condenado, ya en 1959, a veinte años de cárcel por traición y sedición. Sus sobrecogedoras memorias: Cómo llegó la noche (Tusquets, Barcelona, 2002), galardonadas con el XIV Premio Comillas (2001), circulan clandestina y profusamente por la Isla.
6 Del que ha escrito un librito memorable: El Once. Un recorrido personal (Aguilar, Buenos Aires, 2006). "Mi barrio nunca tuvo nombre –dice Birmajer en la 'Nota previa'–, y las explicaciones para su apodo, Once, son más de diez. La mía es que allí se nos entregará alguna vez el Once Mandamiento: no una nueva prohibición, sino el modo de uso de los otros diez, para que finalmente los pongamos en práctica".
7 Ahora tira con bala en sus ficciones contra sus ex cofrades... y contra el izquierdista que fue: "Maite había sido de izquierda, Mirna había sido de izquierda, mi esposa había sido de izquierda, yo había sido de izquierda. De todos los allí presentes, yo era el que con más desprecio por mí mismo recordaba el tiempo perdido. No podía soportar haber dedicado tardes y tardes al moroso hecho de arruinar mi vida metódicamente. Escuchando a gente con muchos más problemas que el mundo proponiéndose para arreglarlo, escuchando a gordos que todo lo que querían era adelgazar reclamar su odio contra la clase 'pudiente', escuchando a mujeres hermosas con problemas sexuales esperando ser maltratadas por los dirigentes de la nada, escuchando a mediocres capaces de matar antes que de vivir". (De "Un señor vietnamita", en Marcelo Birmajer, Nuevas historias de hombres casados, Alfaguara, Buenos Aires, 2001).
8 "Mi padre, Antonio Vázquez García, hacía una vaga justificación del franquismo. No se atrevía a definirse realmente en ese sentido, pero entendía que las cosas hubieran ido a peor con la República". Así pues, quizá ni siquiera el padre lo fuera. Con todo, sobran el salvo del texto principal y el reciente ni siquiera: también entre los parientes de Horacio hubo franquistas: dos hermanos de don Antonio. Que no vivían en Argentina, sino en España; en Barcelona. Uno era policía y el otro, conductor de autobuses.
9 "El Partido Radical –acota Horacio– era tan populista como el peronismo, pero tenía algunas vertientes krausistas e ilustradas que lo salvaban del espanto del peronismo".
10 Nacido en 1878 y muerto en 1965, fue una de las más destacadas personalidades del Partido Socialista argentino.
11 José Miaja Menant (1878-1958). Estuvo al frente de la Junta de Defensa de Madrid y dirigió las filas republicanas en las batallas de Guadalajara y Brunete.
12 La radióloga Nélida Rial Posse. Así la describe Horacio: "Fue una mujer de avanzada en un montón de órdenes. De las primeras que trabajaron en la Argentina, que tuvieron un título universitario y que se divorciaron".
13 Sede de la Presidencia argentina.
14 Juan Carlos Onganía (1914-1955). Militar argentino, detentó la Presidencia de la República Austral entre el 28 de junio 1966 y el 22 de marzo de 1970, en que fue sustituido por el también militar Roberto Marcelo Levingston.
15 Al que Horacio ha retratado por lo menudo en Perón, tal vez la historia (Alianza, Madrid, 2005), "una de las más completas biografías, apasionada en la inteligencia y desapasionada en la ponderación política, que se hayan escrito sobre este inefable sujeto", en palabras de Marcelo Birmajer. "El valor agregado de Vázquez-Rial, además de un rigor puntilloso propio de un microscopio histórico, es la reconstrucción de la historia política argentina, el señalamiento preciso de los yerros de una clase dirigente y el diagnóstico desnudo de los mitos de la izquierda en relación al peronismo y al proletariado" (Marcelo Birmajer, "Vázquez-Rial y Perón", Libertad Digital, 8-XII-2005).
16 Recurramos de nuevo al testimonio del doctor Estévez: "Yo me fui enterando por la prensa italiana de lo que pasaba [en París en el 68]. Y me pareció entonces lo que me parece ahora: una estupenda parodia de revolución, tan bien montada que hasta De Gaulle la creyó auténtica (...) Tan bien montada, que hasta el prefecto de París la creyó auténtica, y por creerla auténtica, él, que era un hombre inteligente aunque entendiera poco de teatro, se indignó al reconocer los rostros de los actores y los increpó con aquella frase sublime a la que, en parte, debo la vida: '¡Idiotas! ¡Si dentro de veinte años todos seréis notarios!'" (Horacio Vázquez-Rial, op. cit., pp. 34-35).
17 Jorge Rafael Videla (1925). Militar argentino, detentó la Presidencia de la República Austral entre el 24 de marzo de 1976 y el 29 de marzo de 1981.
18 Pero cuidado con los cafés, advierte Estévez: "Buenos Aires es una ciudad de cafés. Y un café, me ha dicho, o ha pretendido recordarme alguien, un café es, según Van Gogh, un lugar en el que cabe enloquecer, arruinarse o delinquir. Definición justa, a mi entender. Todos (...) hicimos, en un momento u otro, las tres cosas. Y si bien no las hicimos todas en el café, empezamos a hacerlas en él. Enloquecer, sí, enloquecimos allí. Y planificamos nuestros delitos allí. Y, en consecuencia, allí estuvo el comienzo de nuestra ruina. Y de la de otros" (Horacio Vázquez-Rial, op. cit., pp. 47-48).
19 Palmiro Togliatti (1893-1964). Cofundador del Partido Comunista Italiano y secretario general del mismo desde 1926 hasta 1964. Fue uno de los precursores del eurocomunismo.
20 "La primera gran película antiestalinista, que yo recuerde, fue Le stagioni del nostro amore, de Florestano Vancini, del 66 o del 67. Tengo en la memoria una secuencia en la que el protagonista, Enrico Maria Salerno, que es un hombre que regresa a los lugares de su juventud, se reencuentra con un amor adolescente, su prima, si no recuerdo mal, y entra en su dormitorio, todavía en una vieja casa de gente del PC. Se supone que van a hacer el amor, y todo se desarrolla en ese sentido hasta el momento en que él ve el retrato de Stalin colgado sobre la cama de ella. Il Baffi, el Bigotes, liquida toda posible pasión en un instante. A eso, él no quiere volver. El PCI estaba en plena tormenta en aquel entonces, con Togliatti muerto y todo lo demás. Después vino el cine disidente de los países satélites de la URSS: checos, polacos, húngaros. El más notable de esos cineastas fue, sin duda, Andrzej Wajda, un clásico del cine comunista, con su célebre Cenizas y diamantes, que coló como tal por la ignorancia de los censores y que a finales de los setenta, tal vez en los primeros ochenta, se lanzó con dos obras tremendamente críticas: El hombre de mármol y El hombre de hierro. 'El hombre de hierro' es un obrero estajanovista modélico, además de ser la traducción del nombre o la palabra Stalin; Wajda rodó esta película al hilo de la creación del sindicato Solidaridad".
21 Institución donde se estudia la Torá y el Talmud.
22 Padre del movimiento neoconservador norteamericano.
23 Horacio Vázquez-Rial, "El hábito de la duda: una respuesta para cada pregunta", Libertad Digital, 10-V-2005.
24 Tomó este nombre en memoria de los 16 terroristas (del ERP y de las Fuerzas Armadas Revolucionarias) asesinados en la Base Almirante Zar el 22 de agosto de 1972. El episodio se conoce como la Matanza de Trelew.
25 Grupo terrorista peronista que pretendía instaurar en la Argentina el "socialismo nacional", sistema que consideraba la evolución histórica natural del peronismo. Se dio a conocer en junio de 1970, con el secuestro y asesinato del general Aramburu (líder de la Revolución Libertadora que derrocó a Perón en 1955), y fue prácticamente aniquilado por la dictadura militar que depuso, en 1976, a María Estela Martínez (Isabelita Perón).
26 También lo hace en Revolución (p. 151 y ss.)
27 Uno de sus grandes amigos. De él dice lo que sigue en el prólogo que escribió en 2000 para La guerra secreta, volumen que agrupa cinco de sus novelas (Historia del Triste, El lugar del deseo, La libertad de Italia, Territorios vigilados y Crónica de Ana): "[Miguel Arellano es el] nombre real de un hombre real, que se puede encontrar en las listas oficiales de los detenidos-desaparecidos en la Argentina. Arellano fue mi amigo y mi compañero de militancia en épocas lejanas, y en la novela [La libertad de Italia] se teje una fantasía a propósito de la posible pero irrealizable ruptura con los absurdos lazos impuestos por la historia a un individuo que se ha entregado por completo a su construcción" (Horacio Vázquez-Rial, La guerra secreta, Ediciones B, Barcelona, 2001, p. 8).
28 Barrio de Buenos Aires.
29 Así llamaba el llorado Guillermo Cabrera Infante a Fidel Castro en su impagable Mea Cuba (Alfaguara, Madrid, 1999).
30 Palabra de Estévez. Horacio Vázquez-Rial, Revolución, op. cit., pp. 47-48.
31 Atiendan, atiendan los que se han visto tentados de hacer asociaciones con cierta central de Inteligencia con sede en Langfield lo que nos cuenta Vázquez-Rial de los milicos que desencuadernaron la Argentina en la segunda mitad de esa década: "Castro era un gran valedor de Videla. Decía 'el general nacionalista Videla', lo mismo que decía Radio Moscú: 'el dictador Pinochet' y 'el general nacionalista Videla'". Por cierto, los del Partido Comunista no se exiliaron, afirma Horacio. Y añade, acusador: "Se quedaron en la dictadura y vivieron muy cómodos. Era casi una garantía ser miembro del Partido Comunista durante la dictadura de Videla, una especie de seguro de vida. Se había negociado perfectamente todo eso".
32 "Cuando uno emigra, huye de la lentitud. Cuando se exilia, huye de la velocidad", sostiene uno de los personajes de El camino del norte (Belacqua, Barcelona, 2006), novela que le valió a nuestro entrevistado el premio La Otra Orilla 2006.
33 José López Rega (Buenos Aires, 1916-1989). Secretario privado de Perón, y ministro de Bienestar y secretario de la Presidencia cuando éste volvió al poder (1973), manejó los resortes del Estado cuando el Gobierno cayó en manos de la viuda del general, María Estela (Isabelita) Martínez de Perón, en 1974. Se le considera uno de los fundadores de la organización terrorista Alianza Anticomunista Argentina, la Triple A.
34 Asesinado en febrero de 1974 por la Triple A, desde el año 2007 una plaza bonaerense lleva su nombre.
35 Horacio Vázquez-Rial, Revolución, op. cit., pp. 21-30.
36 "Yo me presenté en busca de trabajo en la revista Bocaccio, así llamada por el local de Oriol Regàs que fue sitio de reunión de la célebre gauche divine. La revista era propiedad de José Ilario Font, un personaje extraordinario que, entre otras cosas, inventó Interviú. Hablo del año 70, cuando el destape se limitaba a algún bikini, de modo que Bocaccio resultaba una especie de parodia de Playboy, pero había que tener pelotas para hacerla. Y la hacían Vázquez Montalbán y Marsé. Nadie más. Para esa revista escribí un sesudo artículo sobre la situación de la Iglesia en Holanda. Me lo pidió Manolo, un hombre que fue cambiando mucho con el correr del tiempo y que en aquella época parecía hosco a fuerza de ser tímido: se fue abriendo y llegó a ser un disertante brillante, pero en el 70 no era así. Con Marsé, la relación inicial fue más fácil. Yo había leído Últimas tardes con Teresa en Buenos Aires, y me había fascinado, de modo que cuando oí su apellido le pregunté si tenía algo que ver con el novelista. Yo era muy joven y todavía creía que a los novelistas no se los podía conocer en una modesta redacción. Pero así fue. Durante un par de años, nos escribimos. Y cuando llegué a Barcelona, ya en situación de exilio, Juan Marsé me acogió y me salvó la vida, dicho esto en términos materiales: no sé cuánto tiempo pasé comiendo cada día en su casa. Los dos, él y Manolo, fueron extraordinariamente generosos conmigo".
37 Pero a ver quién se lo decía a los que se quedaron allá: "En la Argentina, el ochenta por ciento de la gente era franquista o antifranquista... de 1936; es decir, todos preferían obviar la realidad: en los cuarenta, obviamente, la realidad de la opresión y la depresión; en los cincuenta, la realidad del hambre, y en los sesenta, la realidad del desarrollo, que era mucho más dolorosa, sobre todo para los republicanos: eso de ver que el país realmente despegaba".
38 V. La guerra secreta, op. cit.
39 "Yo estudié historia por una cuestión de fe –hace decir Horacio en su durísima Los últimos tiempos a Joan Romeu–. Creía en la memoria de los seres humanos, en la utilidad de la experiencia y en la necesidad de transmitirla" (Horacio Vázquez-Rial, Los últimos tiempos, Plaza & Janés, Barcelona, 1991, p. 32).
40 "Una de las cosas que me molestaban profundamente de Felipe González era su progermanismo. González fue un hombre creado por Alemania, que se ha mostrado favorable a Alemania a lo largo de los años y que ha demostrado una fidelidad perruna a Alemania. A Alemania como tal, además, ni siquiera a la socialdemocracia alemana. No le importó que quien mandara allá fuera Helmuth Kohl: Alemania, era un hombre de Alemania". Por su parte, su sosias Estévez sostiene en Revolución que González dio en apostar "invariablemente por los peores" y "dar de lado a los mejores", para "acabar en el llano mostrando sin embozo su fobia antisemita y haciendo el elogio de Hassan II y de su prole" (op. cit., p. 45).
41 Guerra es caso aparte. A Guerra lo apreció. Con Guerra fue amigo. Fue: "Ahí –léase hoy– ya no lo creo. Me ha decepcionado mucho Alfonso con el estatuto catalán. Esperaba más de él, realmente; no por socialista, sino por persona decente".
42 A este escritor argentino radicado en Barcelona le ha dedicado muchas de sus obras, empezando por La izquierda reaccionaria (Ediciones B, Barcelona, 2003).
43 "A mí, La condición humana es un libro que me siguió y me sirvió siempre". Al habla ahora Vero Reyles, protagonista de Los últimos tiempos: "Lo que otorga vigencia al pensamiento de Malraux es el hecho de que no se trata de cambiar la vida (...) ni de cambiar la historia (...), sino de cambiar el destino de los individuos. Es eso lo que para mí, y para muchos otros, determinó el propósito revolucionario, lo que me sumó, nos sumó, a esa guerra: un mayor interés en que todos leyeran que en que todos comieran. Si Cuba no hubiese empezado por la campaña de alfabetización, no hubiese llamado tanto nuestra atención" (Horacio Vázquez-Rial, Los últimos tiempos, op. cit., p. 105).
44 "Con El asedio a la modernidad [Ariel, Barcelona, 2002], Sebreli me permite desmontar toda la parafernalia feminista, gay, antirracista..., todo ese envoltorio de la izquierda. Cuando quitas todo ese envoltorio y lo analizas... momento-momento. Es lo que hago en La izquierda reaccionaria. Sebreli fue un tipo importantísimo para mí; tengo que reconocer que ha sido, sin duda, la persona que más me ha aclarado cosas. El asedio a la modernidad es un libro imprescindible. Yo lo que lamento es que Sebreli haya nacido en Buenos Aires: si llega a nacer en París, lo estaría leyendo todo el mundo".
45 "Me sirvió, por supuesto, siempre, el cine americano. Y cuando digo siempre digo siempre. Umberto Eco dice que el italiano fue el más suave de los partidos comunistas de Occidente gracias al cine americano. Es decir, que los italianos tuvieron la cabeza más abierta que los demás porque iban a ver cine americano. Y es verdad, yo creo que es verdad, absolutamente. Uno no puede ignorar que Estados Unidos hizo, junto al cine de la Guerra Fría, propagandístico, anticomunista, un cine social que Europa no había hecho nunca. Cuando te dicen los grandes críticos: fíjese usted, este movimiento, el neorrealismo italiano, en el año 50... ¡Pero mire usted, Las uvas de la ira es del año 36! Y, por cierto, la literatura italiana cambia, se quiebra y recomienza a partir de la traducción que Pavese hace de Moby Dick. Es decir, no es un libro italiano, sino americano, lo que cambia la tradición literaria italiana".
46 Así se titula, precisamente, un muy interesante libro de dos periodistas franceses: Dennis Rousseau y Corinne Cumerlato, publicado en España por Planeta en el año 2001. Rousseau dirigió la oficina de la agencia France Press en La Habana desde 1996 hasta 1999, en que fue acusado de "agente" norteamericano y declarado por las autoridades castristas persona non grata.
47 La agencia oficial cubana.
48 Pablo Armando Fernández (1930). Subdirector de Lunes de Revolución entre 1959 y 1961 y secretario de Redacción de Casa de las Américas en el período 1961-62, en 1996 el Ministerio cubano de Cultura le concedió el Premio Nacional de Literatura en reconocimiento a toda su obra, compuesta de poemarios, novelas, relatos y ensayos.
49 Nombre con que se conoce el conjunto de medidas que la dictadura castrista impuso sobre la economía de la Isla a raíz del desmoronamiento de su metrópoli, la Unión Soviética. Los cubanos recuerdan con especial amargura la primera mitad de los años noventa del siglo pasado, marcados por una pavorosa escasez de todo, excepción hecha de la represión.
50 Amante de Fidel Castro y madre de la hija rebelde de éste, Alina Fernández.
51 Pero Horacio no hizo lo que el doctor Kramer, no: "Darse cuenta de las cosas está bien al principio, mientras no les das cuenta a los demás. Porque justo en ese momento empezás a quedarte solo. Perdés amigos. Y si sólo perdieras amigos, casi no sería nada. Es que empiezan a tratarte como si fueras un enemigo. Y al final, te sentís un enemigo. Entonces te callás, no decís que te diste cuenta, no decís que te enteraste, no decís nada. ¿Y sabés qué pasa? Que cuando no decís nada, acabás por no pensar" (El camino del norte, op. cit., p. 46).
52 César López, poeta de la generación del 50 y editor de Lezama Lima.
53 Horacio nos perdonará, pero Mengistu sí tuvo que ver: "En marzo de 1975 abolió la propiedad de la tierra y obligó a los campesinos a integrarse en comunidades diseñadas siguiendo el modelo de las de Mao. En 1976 (...) lanzó su propia campaña de terror rojo: sus principales víctimas, que se contaron por miles, fueron los estudiantes marxistas. Las matanzas se llevaron a cabo con la ayuda de unos 10.000 agentes de seguridad proporcionados por la URSS y la RDA (...) Cuando, en 1977, Somalia invadió Etiopía (...), el bloque comunista proporcionó una masiva ayuda a Mengistu, que incluía una fuerza de hasta 15.000 mercenarios cubanos" (Richard Pipes, Historia del comunismo, Mondadori, Barcelona, 2002, pp. 181-182).
54 Manuel Antonio Noriega (1934). Detentó el poder en Panamá entre 1983 y 1989, en que fue derrocado por EEUU tras desconocer la victoria de Guillermo Endara en las elecciones celebradas ese mismo año. Acto seguido fue puesto a disposición de la Justicia norteamericana, que le impuso una condena de 40 años por narcotráfico y blanqueo de dinero.
55 Horacio Vázquez-Rial, La izquierda reaccionaria, op. cit., pp. 39-42.
56 Certeza, Zaragoza, 2004.
57 Saloth Sar, alias Pol Pot (1925-1998), fue el principal dirigente de la organización comunista Jemeres Rojos. Entre 1975 y 1979, las políticas genocidas de Pol Pot y sus secuaces se cobraron la vida de entre 1,5 y 2 millones de personas en un país, Camboya, que en el primero de los años citados tenía 7,3 millones de habitantes.
58 Horacio Vázquez-Rial, En defensa de Israel, op. cit., pp. 324-331.
59 Así se llamaba a los habitantes de la felizmente desaparecida Alemania Oriental. Pese a que pocos lo sepan en España, se trataba de un término peyorativo o despectivo.
60 Pero no se publicó (en Alfaguara) hasta 1994.
61 "Una trampa le arrebató a su madre –leemos en la contracubierta de la segunda edición–. Fue compositor de piano mientras pudo creer en su propio talento. Lorca, Hemingway y Gil de Biedma lo amaron. Alcanzó el grado de general del Ejército Republicano en la guerra civil española. Nunca se pudo probar que fuera espía soviético, mientras que sí parece obvia su relación con los Roosevelt y los Rockefeller, para quienes se convirtió en algo más que informador, primero en La Habana y luego en Buenos Aires. Franco y McCarthy lo persiguieron (...) Murió en Atenas, lejos de la España que había decidido ignorar su memoria".
62 Ediciones B, Barcelona, 1997.
63 Plaza & Janés, Barcelona, 1996.
64 Por cierto, Horacio fue uno de los pocos que en un primer momento apoyaron sin reservas la guerra de Irak; y de los poquísimos que siguieron apoyándola después, cuando el enemigo ya no era el Baaz de Sadam Husein, sino los terroristas sunníes de Al Zarqaui y compañía, los chiíes de Muqtada al Sader y los hombres de Teherán en Bagdad.
65 Horacio Vázquez-Rial, "La maquinaria del descrédito", ABC, 27-IX-2004.
66 Lavrenti Beria (1899-1953) fue el máximo responsable del NKVD (antecedente del KGB) desde 1938 hasta 1953. Tras la muerte de Stalin, fue depuesto, juzgado por varios de sus innumerables crímenes y fusilado.
67 Horacio Vázquez-Rial, La izquierda reaccionaria, op. cit., pp.16 y 21.
68 Alude, por ejemplo, al multiculturalismo, que barrena el principio de igualdad; a esa infame, vana y formidable entente cordiale que llevó a Zapatero a postular, no bien se instaló en La Moncloa, la deleznable, en todos los sentidos de la palabra, Alianza de Civilizaciones; a las políticas de rendición buenista y preventiva ante el terrorismo y al altermundialismo ecologeta, que anda empeñado en devolver a las cavernas a los cuatro desgraciados que sobrevivan a su programa.
69 Horacio Vázquez-Rial, La izquierda reaccionaria, op. cit., p. 289.
70 "El liberalismo es el futuro y siempre lo será. ¿Por qué? Porque forma parte de la noción de revolución permanente, pensamiento judío de nuevo. Cada tantos años hay que renovar al Mesías, más o menos cada doscientos años hay que renovar la idea del Mesías: si no, no se le puede seguir esperando. Tú no puedes tomar mañana el poder en Chile y decir: aquí hago una república liberal; y no puedes hacerlo porque en la ONU, de 192 países miembros, todos ellos y uno más son mercantilistas o son feudales. Por otro lado, hay que analizar muy seriamente, en distintas etapas, cuáles son las alianzas del liberalismo. Hay un orden en que el liberalismo tiene exactamente el mismo problema que el anarquismo, y es que necesita una sociedad con valores muy asentados: si ésta es una sociedad de chorizos, yo no puedo hacer liberalismo, me lo tengo que llevar a otra parte [risas]. De ahí la alianza con los conservadores. Y como además tenemos otro problema delante, el del islam, ese conservadurismo tiene que ser de raíz judeocristiana: hay que aliarse con los luteranos en Alemania, con los católicos en Roma y con los judíos en Jerusalén; ésa es la línea de valores".
71 "Yo no voy a pedir perdón por mi pasado. Pienso que es tan absurdo como pedir perdón por haberme casado con mi primera mujer: lo hice, pensé en ese momento que era lo correcto, creía que la amaba incluso; ahora sé que no es cierto, tardé muchos años en saber que no era cierto, tuve que enamorarme de verdad para saberlo. Y cuando me enamoré de verdad, tenía 38 años, fijaos, entonces comprendí que todo lo que había vivido antes no había sido amor. Os voy a decir una cosa que es importante para lo que estamos hablando: haber aprendido a enamorarme tiene que ver con mi liberación crítica. Aprendí a repasar mi pasado de tal manera que me permitió una gran libertad en lo ideológico, y me di cuenta incluso, por primera vez, de esas dependencias sentimentales que tienen que ver con la militancia. Tú has entrado en un grupo, y tu grupo es un grupo de amigos; porque uno no entra en política desde fuera, nadie entra en las oficinas del PP y dice: "Buenas, vengo a afiliarme"; alguien lo hará, pero no es lo habitual: tú llegas a una organización política a través de unos amigos determinados, y te mantienes en relación con ellos, y todo el sostén ideológico está en ese grupo, y en la medida en que necesitas alejarte en lo ideológico también necesitas hacerlo en lo sentimental; y eso es muy jodido, es una garantía de soledad. Entonces, cuando uno aprende lo que es enamorarse de verdad, y a hacer la crítica de sus propias pasiones, aprende también a hacer la crítica en lo ideológico, se siente mucho más libre para hacer la crítica en lo ideológico. Y yo digo: si el gran descubrimiento sentimental le llega a uno a los 38 años, ¿por qué no va a llegar también tarde el gran descubrimiento intelectual?".
72 "Tengo para mí que la costumbre de pedir perdón desvirtúa tanto la culpa como el perdón mismo, que no es cosa de los hombres: para caer en la idea de que una sociedad o un individuo está en condiciones de perdonar, la secularización de una sociedad debe ser absoluta. Y lo curioso es que, al parecer, todo el mundo está dispuesto a pedir perdón, no a Dios, desde luego, sino a cualquier grupo político, o religioso, si es islámico. Dispuesto a pedir perdón no por arrepentimiento, que es un sentimiento superior, sino por simple cobardía o conveniencia. Es decir, por miedo o por un pago". Horacio Vázquez-Rial, "El (mal) hábito de pedir perdón", Libertad Digital, 21-II-2006.
Número 53
Homenaje a Horacio Vázquez-Rial
Varia
- La revancha de la barbarieEduardo Goligorsky
- Casement, Orwell, Koestler y 'El sueño del celta' de Vargas LlosaInger Enkvist
- Los presos de ETA y el 'juego del gallina'Mikel Buesa
- La trampa de las palabras: Darwin y el supremacismoLuis del Pino
- El euro: problema y solucionesJuan Ramón Rallo
- La subvención es culpableEmilio Campmany