Rafael María de Labra
"Yo, hombre de ideas radicalmente liberales, profundamente democráticas, no he sido nunca popular; mas aún, no he tenido reparo alguno en arrostrar la impopularidad sobre el seguro de su conciencia". (R. M. de Labra, Congreso de los Diputados, 25 de febrero de 1880).
Labra (La Habana, 7.IX.1840 - Madrid, 16.IV.1918) fue un liberal republicano que luchó por la abolición de la esclavitud, la reforma colonial, la mejora de la enseñanza y la democratización de España. No se sometió a ninguna organización política, sino a sus propias ideas y sentimientos. Sus dos grandes obsesiones fueron la abolición de la esclavitud en las Antillas españolas –de hecho, inspiró o redactó las leyes abolicionistas de 1873, 1880 y 1886– y la autonomía de Cuba y Puerto Rico para la formación de una Commonwealth hispana que evitase el Desastre del 98.
Otro liberal asturiano
Rafael María nació en el seno de una familia liberal asturiana. Su padre había luchado contra los franceses en 1808 y 1823, significándose como enemigo de Fernando VII, por lo que tuvo que exiliarse. El restablecimiento del Estado constitucional en 1834 permitió el regreso de muchos liberales. El gobierno envió a Labra padre a La Habana en 1836 como coronel del regimiento Galicia; luego fue encargado del gobierno civil y militar de Cienfuegos. Rafael María nació en La Habana el 7 de septiembre de 1840, en el Castillo del Príncipe.
Labra regresó a la Península con 7 años. Se instalaron en Madrid y su padre se movió en los círculos progresistas. "Soy hijo de un doceañista fervoroso y me he educado en la Península, entre doceañistas", escribió muchos años después1. Estudió en el Colegio Masarnau, y luego en la Universidad Central, donde se licenció en Derecho Administrativo en 1859, y tres años después en Derecho Civil y Canónico. Unos años antes, en 1857, había ingresado en el Ateneo, donde Alcalá Galiano le impartió clases de oratoria. De esta manera, a los diez y nueve años recibió de manos de Salustiano de Olózaga el premio a la elocuencia concedido por la Academia de Jurisprudencia y Legislación.
Por esos años estuvo interesado en ingresar en la universidad como profesor. Realizó una primera oposición en 1860 para la cátedra de Legislación Comparada, pero al saber que Gumersindo de Azcárate se presentaba decidió retirarse.
Al quedarse fuera de la universidad, estuvo dos años haciendo prácticas en el bufete de Rivero Cidraque, y luego abrió uno propio, donde prestó sus servicios a casas comerciales inglesas y francesas, así como a comerciantes y hacendados españoles en Cuba y Puerto Rico. Sin embargo, sus ideas reformistas para las Antillas y su relación con los círculos abolicionistas hicieron que muchos de sus clientes le abandonaran y tacharan de separatista.
El abolicionista
Los primeros artículos de Labra defendiendo el reformismo antillano aparecieron entre 1858 y 1860 en el periódico demócrata La Discusión, que entonces dirigía Nicolás María Rivero. Al año siguiente, el diario madrileño La América se convirtió en el órgano de expresión del reformismo en Cuba y Puerto Rico. Esa opinión la recogió portorriqueño Julio Vizcarrondo, que impulsó la creación de la Sociedad Abolicionista Española (SAE, en adelante) el 2 de abril de 1865, con un grupo de peninsulares y antillanos2. La primera reunión fue en diciembre de aquel año, presidida por el conservador Antonio María Segovia, y contó con los discursos de Emilio Castelar y el progresista Joaquín Sanromá. Olózaga fue el primer presidente de la SAE, a quien sucedieron José María Orense, Fernando de Castro y Sanromá, hasta que la responsabilidad recayó en Labra. La SAE fundó el periódico El Abolicionista, cuyo primer número apareció el 10 de diciembre de 1865 y que pocos meses después pasaría a dirigir Labra3.
La SAE se expandió por España abriendo sedes en Barcelona, Sevilla, Zaragoza o León. Los abolicionistas trataban de ganarse la opinión pública no sólo a través de la prensa, también con numerosos mítines. Uno de los más importantes fue el que se celebró el 10 de junio de 1866 en el madrileño Teatro de la Zarzuela, en el que intervinieron Concepción Arenal y el propio Labra. A la dirección de El Abolicionista unió su colaboración en El Correo de Ultramar y La Revista Hispano-Americana, fundada por el cubano Antonio Angulo en Madrid en 1864, que duró hasta 1867, y de la que Labra fue redactor jefe. Desde las páginas de dicha revista defendió un sistema autonómico para las colonias españolas, que creara para España un sistema al estilo de lo que era la Commonwealth para Gran Bretaña4. Labra se convirtió entonces en uno de los principales activistas de la causa del abolicionismo, de manera que los sectores más reaccionarios le identificaban con el separatismo cubano. La violación del régimen constitucional que llevó a cabo el gobierno Narváez desde diciembre de 1866 condujo a la prohibición de la SAE y al cierre de El Abolicionista.
El éxito inicial de la revolución de septiembre de 1868 generó un ambiente político y social favorable a las reformas. La SAE se volvió a reunir, y encomendó a Labra la redacción de una resolución a favor de la libertad para los esclavos nacidos después del 17 de septiembre de 1868 –el día que se inició la Revolución–; era la llamada "libertad de vientre". La Junta revolucionaria de Madrid aceptó la propuesta, aunque todavía el gobierno tardaría dos años en llevarla a la práctica. También propuso la necesidad de que las Cortes constituyentes que habían de convocarse aceptasen diputados antillanos5.
El radical
El 23 de octubre de ese año se discutió la nueva posición de la SAE. En esa reunión se percibió el cambio en la orientación del grupo: la mayoría estaba compuesta por demócratas y republicanos como Segismundo Moret, Gumersindo de Azcárate, Estanislao Figueras o Nicolás Salmerón. Olózaga, que presidía la Sociedad, defendió la abolición gradual, lo que aseguraba la esclavitud durante 30 o 40 años más. Esta idea no prosperó, y sustituyeron a Olózaga por el republicano Orense, que formó una Junta Directiva con Castelar, Gabriel Rodríguez, Sanromá y Rafael María de Labra. No obstante, fue Labra el que marcó esta etapa de la SAE, la más beligerante, actuando como un grupo de presión sobre el gobierno.
La actividad propagandística de la SAE aumentó aquellos años, especialmente la desarrollada por Labra. No sólo escribía con su nombre, sino que utilizaba seudónimos como Regino Albear, El Negrito Albear Fulano o Juan Pérez6. Entre 1869 y 1873 Labra emprende una actividad frenética. Pronuncia discursos y escribe casi sin parar. Según Miguel Moya, uno de sus biógrafos, dicta "mientras se viste un artículo; mientras le sirven el almuerzo, una carta política; mientras se enfría la sopa, un folleto; mientras se acuesta, un alegato"7.
Su inclinación por el estudio del sistema colonial se tradujo en los cursos que organizó en el Ateneo de Madrid en 1870, titulados "Política y sistemas coloniales", en los que defendió la necesidad de la reforma ultramarina sobre la base de la abolición de la esclavitud, la unidad política y civil de los españoles y antillanos y la autonomía colonial. Al año siguiente se presentó a la cátedra de Instituciones Coloniales, también llamada Historia de la Civilización de las Colonias Inglesas y Holandesas en el Asia y Oceanía, recientemente creada. Labra sacó el primer puesto en la oposición, sin embargo no llegó a tomar posesión del cargo de catedrático debido a que la toma se pospuso más allá de lo reglamentario al objeto de que llegara antes su nombramiento de diputado, que era incompatible entonces con el de catedrático. Labra siempre dijo que aquello fue una maniobra del Ministerio de Ultramar, entonces en manos de López de Ayala, y contrario a las ideas abolicionistas y reformistas de Labra. La cátedra recayó en el conservador Joaquín Maldonado Macanaz8.
Labra estaba fuera de las Cortes, donde la voz del abolicionismo la tomó Castelar, cuyos discursos tenían gran repercusión pero no conmovían la opinión del gobierno, y menos la de los hacendados y los esclavistas. El estallido de la guerra independentista en Cuba, en octubre de 1868, tampoco ayudó, aunque se ordenó la formación de una junta que impulsara las reformas en Puerto Rico. El fruto fue la Ley Moret, o ley de vientres libres, por la cual se concedía la libertad a los esclavos nacidos con posterioridad al 17 de septiembre de 1868, así como a los mayores de sesenta años y a los que colaboraran con el Ejército español en la guerra cubana. La Ley Moret defraudó a la SAE porque mantenía la esclavitud, así que ésta renovó sus fuerzas sustituyendo a José María Orense por Fernando de Castro, reputado catedrático krausista, y tomó al diario La Propaganda como órgano de expresión.
Desde sus años universitarios, Labra se identificó con las propuestas de los partidos Progresista y Demócrata; especialmente desde 1865, cuando ambas formaciones comenzaron a marchar juntas. Una vez que la revolución de 1868 se produjo, Labra se sumó a los progresistas demócratas Ruiz Zorrilla. La elección de Labra como diputado por el distrito de Infiesto (Asturias) en marzo de 1871 dio una mayor proyección al abolicionismo. Labra entendió que la clave no estaba ya tanto en la extensión de la opinión pública como en la presión directa sobre el Gobierno. Labra pronunció un discurso sobre las libertades de Ultramar en mayo de 1871 que le convirtió en el portavoz del reformismo en las Cortes y en el referente del movimiento en España9.
El impacto de este discurso fue grande, y se sumaba al que produjeron algunos de sus trabajos, como La pérdida de las Américas (1869), La cuestión colonial. Artículos publicados en el periódico 'Las Cortes' (1869), La cuestión de Puerto Rico (1870), La abolición de la esclavitud en las Antillas españolas (1869) y La cuestión social en las Antillas españolas (1872). Labra organizó, además, un ciclo de conferencias antiesclavistas en el Teatro Lope de Rueda, en Madrid, en el que participaron Fernando de Castro, Joaquín María Sanromá y Gabriel Rodríguez, entre otros.
La consecuencia fue que un grupo de puertorriqueños interesados en las reformas le propusiera la representación del distrito de Sabana Grande para las siguientes elecciones. El prestigio adquirido hizo que comenzara a reunir un grupo parlamentario, y que se iniciara su relación con círculos cubanos y puertorriqueños de ideas liberales. Esto le generó gran número de enemigos entre los esclavistas, que, como señaló el radical Miguel Moya en Oradores políticos (1890), llegaron a abrir una suscripción para premiar a quien lo matara: "Por sacarle los ojos, 100 pesos; por partirle el corazón de una puñalada, 500".
Por último, un republicano
La SAE, ya bajo el liderazgo de Labra, dio el Manifiesto a la Nación y a las Cortes españolas, en el que exigía la definitiva e inmediata abolición de la esclavitud en las Antillas. El 5 de junio de 1872 Labra presentó una proposición de ley para la abolición inmediata, pero no llegó a discutirse por la suspensión de Cortes por el nuevo gobierno radical. Los abolicionistas de Labra quisieron aprovechar la ocasión y enviaron una carta abierta al presidente del Gobierno, Manuel Ruiz Zorrilla, pidiéndole el cumplimiento de la Ley Moret. Las buenas relaciones con el nuevo gobierno propiciaron que, de una entrevista de Labra con el ministro de Ultramar, Gasset y Artime, se publicaran el 5 de agosto los reglamentos de desarrollo de dicha ley. Este protagonismo tuvo como consecuencia que Labra fuera nombrado presidente de la comisión ejecutiva de la SAE en 1869, y en 1876 presidente, cargo que desempeñó hasta la disolución de dicha sociedad en 1887, tras la abolición de la esclavitud el año anterior.
El reformismo que representaba Labra hizo que Ruiz Zorrilla le ofreciera la cartera de Ultramar en diciembre de 1872, pero la rechazó, sin que se sepa exactamente el motivo. Es probable que no quisiera embarcarse en un régimen que a todas luces estaba en sus últimos momentos, y que creyera que la República que se avecinaba abriera oportunidades más reales. De esta manera, Labra votó por la República en la jornada del 11 de febrero de 1873, pero se mantuvo en un segundo plano. En las Cortes constituyentes de la República representó al distrito de Sábana Grande (Puerto Rico), donde salió elegido en las elecciones de mayo de 1873 de una forma un tanto curiosa: con todos los partidos retraídos de las urnas menos el republicano, y siempre atentos a las indicaciones del gobierno civil, de los 1.964 votantes obtuvo 1.960 votos. En aquel Parlamento Labra formó junto a los republicanos de Salmerón, combatiendo el cantonalismo.
El abolicionismo se convirtió en una de las señas de identidad de la izquierda liberal, según confesó años después el propio Labra. De esta manera, una vez proclamada la República, la Asamblea Nacional aprobó el 22 de marzo de 1873 la ley para la abolición de la esclavitud en Puerto Rico. Sin embargo, Labra quedó decepcionado nuevamente porque la legislación no establecía una libertad plena para el esclavo, sino que lo ataba al antiguo amo durante tres años mediante un contrato de trabajo. Además, se establecían medidas económicas compensatorias para los antiguos propietarios. A finales del año 1873, el 60% de los libertos seguía trabajando para sus antiguos amos. Labra combatió la esclavitud en sus discursos y escritos tanto como en los cursos que impartió en varias instituciones. Ese año de 1873 denunció en tres obras –La emancipación de los esclavos en los Estados Unidos, La libertad de los negros de Puerto Rico y La abolición de la esclavitud en el orden económico– la diferencia entre la situación antillana y la norteamericana, incidiendo en que no se trataba de un perjuicio económico, sino todo lo contrario.
La República de 1873 le defraudó, como a muchos otros. El Partido Radical al que pertenecía se deshizo en marzo, y el Republicano estaba muy dividido. Trabajó junto a los conservadores de Salmerón, pero no aceptó la política conciliadora de Castelar, quien deseaba la colaboración de los otros partidos liberales para sostener el régimen, frente a la idea salmeroniana de hacer una República sólo con republicanos. Tras el golpe del 3 de enero de 1874 continuó trabajando por la unificación del partido republicano, algo imposible tras la experiencia de las Cortes constituyentes del año anterior y el cantonalismo. Participó en la fundación de la Unión Republicana para las elecciones de 1876, y en la Unión Democrática, cuyas reuniones se celebraron en su casa de Madrid. El propósito, tal y como contaban en su manifiesto del 19 de abril de 1879, era la unión de los republicanos sobre la base de la Constitución de 1869 sin los artículos monárquicos, y una vez proclamada la República, decía, "deslindar" los campos republicanos en partidos. No obstante, y dado el enfrentamiento entre los líderes del republicanismo, Labra decidió no integrarse en ningún partido y seguir trabajando por la unión junto a Carvajal y Pedregal, disidentes del castelarismo, y Villalba Hervás, González Serrano y Portuondo, antiguos salmeronianos, como Labra.
Labra no terminó de encajar con las organizaciones republicanas. Rechazaba el método revolucionario y el pronunciamiento, lo que le alejaba de los republicanos progresistas de Ruiz Zorrilla, ni creía en el federalismo pactista y socialista de Pi y Margall. Tampoco estuvo de acuerdo con el posibilismo de Castelar, al que veía como "colaboracionista" con la Monarquía, y menos con el giro catalanista de Salmerón. Además, los grupos republicanos rechazaban el autonomismo para las Antillas, al considerarlo incompatible con la unidad del Estado. Esto no acabó con su "fe republicana", sino que consideró, como dijo en el Senado en 1903, que gracias al republicanismo se había instaurado en la Restauración el sufragio universal masculino, la tolerancia religiosa, la libertad de asociación o la legislación laboral y social para la regulación del trabajo de mujeres y niños. Labra estuvo en los intentos de unificar el republicanismo, configurándolo como una opción de gobierno, reformista y liberal. Así se definía en el Senado en 1910: "Primero fui un liberal radical, después un demócrata y por último un republicano". Estuvo en el Partido Centralista en 1904, y luego en el Partido Republicano Reformista de Melquiades Álvarez, en 1912.
La solución es la Autonomía
Defendió la separación de la Iglesia y el Estado para la plena libertad de ambos. Sostuvo que el republicanismo no era anticlerical, sino liberal, y que, por tanto, debía haber libertad de cultos. Pero su obsesión fue la reforma del régimen en las Antillas españolas. A partir de 1879 se dedicó básicamente a la defender la autonomía colonial. Lo hizo en el Congreso de los Diputados y en el Senado, donde realizó grandes discursos en nombre de la minoría parlamentaria autonomista. Fue su obsesión: reformar la administración antillana para llevar allí la libertad, los derechos ciudadanos, y de esta manera evitar una ruptura traumática entre las colonias y su metrópoli. Este empeño estuvo presente en todas las actividades que llevó a cabo durante la Restauración; especialmente en las instituciones donde podía encontrar eco suficiente como para influir en la opinión pública.
En 1879 obtuvo escaño por el distrito cubano de La Habana, lo que repitió en las elecciones de 1884 (Santa Clara) y 1893 (Guanabacoa), y por distintos puertorriqueños en 1881 y 1886 (Sábana Grande) y 1891 (Ponce). Entre 1879 y 1886 llevó a cabo una campaña concienzuda para la abolición de la esclavitud, cuestión que consideraba previa para las reformas antillanas, ya que éstas debían fundarse en la igualdad civil y política de peninsulares e insulares. La ley de 1880 no funcionaba, y así lo denunció en el Congreso. Lo mismo hizo desde las páginas de La Tribuna, órgano fundado y dirigido por el propio Labra, que salió entre 1882 y 1884. Durante el tiempo que estuvo en circulación hizo que otros periódicos debatieran el problema colonial. Labra estaba orgulloso de las polémicas que mantuvo con La Época, el mejor periódico conservador del momento.
La campaña tuvo éxito: los 25.000 patrocinados que quedaban en Cuba fueron liberados al aceptar todos los representantes antillanos, incluidos los conservadores, que la institución carecía de sentido. Labra propuso la fórmula legal para la abolición práctica: su eliminación del presupuesto para Cuba. Así, la abolición de la esclavitud llegó definitivamente en 1886, mediante la supresión del patronato –una "forma hipócrita con que quiso mantenerse la servidumbre", según Labra–, pero la promulgación del régimen autonómico llegó en noviembre de 1897, un poco tarde10.
A pesar de la división del republicanismo, Labra consiguió conjugar su filiación autonomista con la de republicano independiente11. Esto último le permitió no someterse a las directrices de ningún partido y mantener sus ideas. Labra ligó la autonomía colonial a un sistema republicano porque entendía que no sería posible si no había una reforma administrativa profunda, una política ibérica (el acercamiento a Portugal era la base de lo que él llamaba "Intimidad Iberoamericana"), una enseñanza renovada y laica y un cambio en la fiscalidad para que no gravase a las clases populares. Sin embargo, esta postura chocó con la de los líderes cubanos y puertorriqueños que, preocupados solo por la consecución de la autonomía, restaban importancia a que el régimen fuera monárquico o republicano. De esta manera, la tensión entre el Partido Liberal Autonomista y Labra fue constante12.
Labra no se oponía al colonialismo, una tendencia que veía como una "propaganda de la civilización", por la existencia de "razas atrasadas e incultas" que necesitaban la "dirección de las más avanzadas". Sin embargo, esto debía hacerse respetando una organización política autónoma, pero no propiciando los procesos independentistas13. Labra asumió la dirección de las propuestas autonomistas en el Congreso de los Diputados, sosteniendo la igualdad política y civil de los españoles de ambos hemisferios, la autonomía colonial, el tratado de comercio con Estados Unidos y la creación de la Universidad de La Habana, pero los autonomistas se diferenciaban públicamente de él14. Desde 1886 estuvo obligado a mandar a La Habana un acta de sus actividades y proyectos, y al año siguiente esa situación minoritaria se reprodujo en el Partido Autonomista Puertorriqueño, donde sus tesis moderadas fueron barridas por las radicales de Baldorioty de Castro y Muñoz Rivera. La sensación de aislamiento era clara:
Ante el ineludible compromiso de mi honor y de mi conciencia valían muy poco los disgustos, los quebrantos y aun los peligros que me asediaron en mi larga campaña de más de treinta años, durante los cuales puedo asegurar que ni sentí desfallecimientos, ni abandoné la tarea un solo día, ni lograron siquiera preocuparme, unas veces el aislamiento, en medio del cual frecuentemente me moví15.
Labra, el solitario
Los conservadores de la metrópoli le tenían por separatista. Liberales y republicanos rechazaban su autonomismo. Los antillanos le veían demasiado tibio, y los españolistas cubanos y puertorriqueños le despreciaban. Perdió muchos clientes en su despacho de abogado, y algunos periódicos publicaban sueltos insultantes. El Rayo, diario habanero, publicó uno cotizando "una mano de Labra en mil pesos; las dos, en dos mil; la lengua, en diez mil, y la cabeza, en veinte mil". Labra tuvo que denunciar a dos periódicos de Madrid por difamación.
La soledad de los primeros años de la Restauración trató de combatirla con una campaña de propaganda y su presencia institucional. Aceptó la presidencia de Fomento de las Artes, una institución similar al Ateneo de Madrid, en noviembre de 1883, y duró en el desempeño del cargo hasta junio de 1886. La presidencia de Labra fue importante porque aumentaron las subvenciones que obtenía de la Diputación Provincial y del Ayuntamiento de Madrid. Además, consiguió que se le concediera el derecho a nombrar un representante en el Senado, al modo que ya lo hacían las academias, las sociedades y las universidades. Reorganizó la educación que daba el centro, ocupándose él de las lecciones sobre las Cortes de Cádiz y la Constitución de 1812. Fomento de las Artes estaba más volcado a la educación de las clases populares; de hecho, esta cuestión fue una en las que más trabajó Labra, hasta el punto de que llegó a formar parte del Consejo de Instrucción Pública. Labra creía que la base de la educación era la formación y la retribución de los maestros y profesores de universidad.
El interés por la educación le llevó a colaborar con la Institución Libre de Enseñanza, fundada por Giner de los Ríos en 1876. Fue, además de accionista, profesor de Derecho e Historia Contemporánea, y rector durante más de treinta años. Labra consideraba que parte de la regeneración del país pasaba por mejorar la instrucción pública y, siguiendo la tendencia común del liberalismo, pensaba que la solución era alcanzar la enseñanza gratuita, obligatoria y laica. De esta manera, Labra se convierte junto a Azcárate y Vicenti en cabeza de la reforma pedagógica de influencia institucionista.
Esa preocupación por la enseñanza la llevó Labra al Ateneo, donde ingresó en 1857, como quedo dicho; desempeñó diversos cargos en la institución y dictó varios cursos desde 1870, casi todos relacionados con cuestiones internacionales o coloniales. Para Labra, aquella institución era uno de los "elementos más poderosos de nuestra cultura" y causa, entre otros, "de la libertad y el progreso político" del país16. En 1905, siendo presidente de la Sección de Ciencias Históricas del Ateneo, inauguró un ciclo de conferencias titulado "Historia política contemporánea española" que duró hasta 191217. Ese año, en que se conmemoraba la independencia de las repúblicas hispanoamericanas, impulsó la colaboración con centros culturales de Barcelona, Oviedo, Huelva y Cádiz para la celebración. Perteneció así a la Junta Nacional de la Conmemoración de 1812. Los buenos contactos de Labra con notables de las antiguas colonias fue clave en ese momento para la dimensión de la conmemoración. De esta manera, logró que la celebración fuera en el Oratorio de San Felipe de Cádiz, lugar en el que residieron las Cortes, y propuso la construcción del Panteón de doceañistas españoles y americanos.
No pasó inadvertida para Labra la importancia de la Constitución gaditana, no sólo para el arranque de la contemporaneidad española ligada a la libertad y a la nación política, sino para el proceso de construcción de los estados nacionales hispanoamericanos. Por esta razón se dedicó a divulgar el significado liberal de la Constitución de 1812, tomándoselo como un "empeño educativo de mi país, muy por cima de todo interés de partido y toda intransigencia de escuela"18. El sistema divulgativo, y rentable, que utilizaba consistía en pronunciar conferencias que luego publicaba. Dictó unas conferencias en la sociedad Fomento de las Artes, en el curso 1883-1884, que luego vieron la luz como libro con el título Las Cortes de Cádiz; y en el Ateneo, en el ciclo de conferencias de 1885 y 1886, abordó la biografía de Muñoz Torrero, sacerdote liberal que habló de soberanía nacional en las Cortes de Cádiz.
El resultado fue un abanico de publicaciones, presentadas primero como discursos, que dio a la imprenta entre 1907 y 1914. Prolijo escritor, y buen negociador con los editores, no descansaba. Publicó así La Constitución de 1812: declaraciones, instituciones, garantías, desenvolvimientos (1907), fundada en unas conferencias que pronunció en el Fomento de las Artes de Madrid. El vínculo con América lo dejó plasmado en Los diputados americanos en las Cortes de Cádiz (1911), otro discurso, en el que señalaba que fue en aquella ciudad donde por primera vez se citaron en un Parlamento español representantes americanos. Reunió los trabajos sueltos dándoles una entidad propia en América y la Constitución española de 1812: las Cortes de Cádiz de 1810-1813 (1914).
No se perdió América por la libertad
La reanudación de la guerra de independencia cubana en 1895 dejó a Labra visiblemente preocupado19. El 30 de mayo pronunció un discurso en el Congreso de los Diputados abordando la gravedad del conflicto para España en el orden internacional y ratificando el españolismo de su partido. El motivo era el mismo que había esgrimido en las guerras anteriores:
No solo España tenía el derecho a conservar Cuba como parte integrante de la Nación, como lo son las playas de Andalucía, los llanos de Castilla y las playas de Cataluña. Además creía y creo que España tiene el deber de dominar pronto y bien la insurrección separatista, por la ley del honor en beneficio de la complicada sociedad antillana, por el interés del derecho internacional contemporáneo y en cumplimiento de los trascendentales y prestigiosos compromisos de los grandes pueblos colonizadores20.
Labra estaba convencido de que la concesión de libertades al mismo nivel que en la metrópoli hubiera evitado la guerra, pero al estallar en octubre de 1868 y prolongarse de forma interrumpida hasta 1895 se hizo imposible, a su entender, la aplicación de reformas. Los españolistas querían el sometimiento de la Isla para evitar el desarrollo del separatismo, pero la represión y la discriminación respecto a los peninsulares lo aumentaron. Labra consideraba que las reformas implantadas en las Antillas en 1775 y 1812 habían impedido el independentismo que sacudió al resto de la América española. "No fue, no, la libertad, quien nos hizo perder a América", escribió. La libertad no había sido la causante de la pérdida, sino, como declaró en el congreso hispano-americano de 1900,
el centralismo, la dictadura más o menos intermitente, la mistificación sistemática de las libertades públicas, el clericalismo, el proteccionismo mercantil y la supeditación de las atenciones de la enseñanza pública y del presupuesto de paz a las exigencias de la burocracia y el militarismo.
La pérdida de las Antillas en 1898 fue casi una derrota personal: "Ningún español perdió entonces individualmente más que yo, que perdí mi bufete, mi posición parlamentaria y mi tranquilidad". No se cansaba de repetir que él había presentado ya la fórmula para el entendimiento desde los primeros compases de la revolución de 1868, con sus discursos, clases y folletos.
El papel desempeñado por EEUU en el conflicto fue una decepción para Labra, como para muchos republicanos. No en vano, Labra había dictado unas clases en la Institución Libre de Enseñanza resaltando la importancia del despertar del liberalismo y el republicanismo en el XVIII americano, que en 1881 se convirtieron en libro. La "ilegal" intervención de EEUU en la guerra hispano-cubana le llevó a pensar en el papel de España en el concierto internacional, como resultado de una crisis interna profunda. Labra formó así parte del regeneracionismo desde las filas republicanas.
Entre 1901 y 1918 fue senador representando a la Sociedad Económica de Amigos del País de León, y fue el jefe del grupo republicano en la Alta Cámara, donde pronunció discursos sobre lo que todavía América podía significar –"España no se entiende sin América", decía– y acerca de la necesaria reforma del sistema educativo. Labra se convirtió en una especie de embajador especial de los españoles en América y de los americanos que habían sido españoles. Representó al Casino Español y al Centro Asturiano de La Habana, a la Federación de Centros Españoles de la Isla de Cuba, al Centro Español de Panamá, al Centro Español de Tampa, a la Sociedad Patriótica Española de Buenos Aires y al Centro Español de Santiago de Chile, entre otros. El vínculo con Cuba se estrechó. Le rindieron homenajes y le dedicaron una calle. Los intelectuales cubanos le invitaron a que residiera en la Isla y a que formara parte de su República, a lo que contestó, según cuenta Romanones:
Por español fui autonomista; quise evitar a mi patria un gran dolor; todos mis esfuerzos fueron inútiles, se estrellaron ante el cumplimiento inexorable de una ley histórica; hoy más que nunca me siento unido a España, porque llegó para ella el instante de mayor sufrimiento. A esa nueva nación la deseo todo género de dichas y venturas, y más que nada que sepa ser libre y ser justa. Yo nací español y español moriré.
Murió el 16 de abril de 1918. Los panegíricos brotaron en muchos periódicos. Se había ido un hombre comprometido con la libertad y la democracia a riesgo de su patrimonio y de su vida, un idealista. Clarín señaló poco antes "la manera heroica con que había luchado", y Azorín confesó que le admiraba por su "intelecto generoso y progresivo, por su constancia en la defensa de nobles ideales, por su integridad, por la amabilidad nunca desmentida de su trato, de su palabra y de su gesto".
Dejó una ingente producción escrita, casi toda procedente de discursos, conferencias y clases. Algún americanista afirma que aún no se ha inventariado toda su obra escrita. Otros se lamentan de que durante la Guerra Civil se quemara gran parte de su archivo personal, sito en su casa asturiana, y que por eso nunca se podrá reconstruir del todo su bibliografía. Un acercamiento a su obra debería empezar por la compilación España y América (1912), donde recoge algunos de sus mejores trabajos sobre las Cortes de Cádiz, la Constitución de 1812 y su relación con los españoles americanos, los motivos de la pérdida de las colonias y las relaciones de España con las repúblicas hispanoamericanas en los siglos XIX y el XX. Respecto al autonomismo, debería verse La autonomía colonial en España (1892) y La reforma política de Ultramar (1901), sendas compilaciones que abarcan los trabajos reformistas desde la década de 1880 hasta el Tratado de París, que puso fin a la guerra hispano-norteamericana. Y en cuanto al abolicionismo, quizá sea La abolición de la esclavitud en el orden económico (1874) su texto más realista.
[1] R. M. de Labra, América y la Constitución de 1812, Madrid, Tipografía Sindicato de Publicidad, 1914, p. 9.
[2] P. Arroyo Jiménez, "La Sociedad Abolicionista Española, 1864-1886", Cuadernos de Historia Moderna y Contemporánea, nº 3, 1982, pp. 127-149.
[3] R. M. de Labra, "La República y las libertades de Ultramar", en La reforma política de Ultramar. Discursos y folletos, 1868-1900, Madrid, 1901, p. 59. L. López Ocón, Biografía de La América. Una crónica hispanoamericana del liberalismo democrático español (1857-1886), Madrid, CSIC, 1987, pág. 121.
[4] C. Davies & S. Sánchez, "Rafael María de Labra and La Revista Hispano-Americana 1864-1867: revolutionary liberalism and colonial reform", Bulletin of Spanish Studies, vol. LXXXVII, number 7, 2010, pp. 915-938.
[5] R. M. de Labra, La política colonial y la revolución española de 1868, Madrid, 1915, pág. 10. Labra, en "La República y las libertades de Ultramar", o.c., p. 62.
[6] E. Hernández Sandoica, "Rafael María de Labra y Cadrana (1841-1919). Una biografía política", Revista de Indias, 1994, vol. LIV, núm. 20, pp. 107-136.
[7] M. Moya, Oradores políticos. Perfiles, Madrid, Sáenz Jubea Hnos, 1890, pp. 195-196.
[8] R. M. de Labra, "El Ateneo de Madrid", Revista Contemporánea, año IV, núm. 61, tomo XV, vol. III, 15 de junio de 1878, pp. 335-353. Conde de Romanones, Rafael María de Labra y la política española en América y Portugal, Madrid, 1922, pp. 8-9.
[9] F. Laguna Ochoa, Las ideas hispanoamericanistas de Rafael María de Labra (Ultramar y sus problemas durante el siglo XIX), Madrid, UCM, 1990.
[10] J. Vilches, "La esclavitud en Cuba. Un problema político y económico del XIX", Revista Hispano Cubana, nº 10, 2001, pp. 117-132.
[11] L. M. García Mora, "Rafael María de Labra (1840-1918): la abolición de la esclavitud y la autonomía colonial", en R. Serrano García (coord.), Figuras de La Gloriosa. Aproximación biográfica al Sexenio Democrático, Valladolid, 2006, pp. 125-137.
[12] L. M. García Mora, "Labra, el Partido Autonomista Cubano y la reforma colonial, 1879-1886", Tebeto. Anuario del Archivo Histórico Insular de Fuerteventura, núm. 5, 1, 1992, págs. 397-416.
[13] R. M. de Labra, Introducción a un curso de historia política contemporánea, Madrid, 1879, pp. 49-57.
[14] M. Bizcarrondo y A. Elorza, Cuba/España. El dilema autonomista, 1878-1898, Madrid, Colibrí, 2001, pp. 230 y ss. L. M. García Mora, "Labra, el Partido Autonomista Cubano y la reforma colonial, 1879-1886", Tebeto, núm. 5, 1992, pp. 399-415.
[15] R. M. de Labra, La reforma política de Ultramar, p. 331.
[16] R. M. de Labra, "El Ateneo de Madrid", en Algo de todo, 1886, pág. 191.
[17] R. M. de Labra, América y la Constitución de 1812, p. 6.
[18] R. M. de Labra, América y la Constitución de 1812, p. 10.
[19] M. D. Domingo Acebrón, "Rafael María de Labra ante la cuestión de Cuba, 1898", Anuario de Estudios Americanos, 55:1 (1998: enero/junio), pp. 153-164.
[20] R. M. de Labra, La Autonomía colonial en España, Madrid, 1892, p. 133.
Número 56-57
América
Margaret Thatcher 1925-2013
- La Dama de Acero Inoxidable o cuando la política tenía que ser éticaFederico Jiménez Losantos
- Los viejos 'tories' contra la descarada ThatcherPedro Fernández Barbadillo
- No sólo de hierroEmilio Campmany
- La mujer que recuperó el futuroAsís Tímermans
- Hierro envuelto en sedaRafael L. Bardají
- Thatcher o el principio de realidad con faldasCristina Losada
- Thatcher demostró que no hay imponderablesJosé Carlos Rodríguez
- Las aristas de Thatcher son alargadasDavid Jiménez Torres
Retrato
Varia
- Breve historia de Israel y PalestinaMarcos Aguinis
- La arrogancia y el errorCarlos Alberto Montaner
- Arendt vuelve a JerusalénSantiago Navajas
- El voto exóticoEmilio Campmany
- Historia de dos vecinos: el sistema público de pensiones y los ‘pobres’Domingo Soriano
- La Economía del Empobrecimiento ComúnJuan Ramón Rallo
- El legado de Antonio MauraJosé María Marco