El movimiento progresista en los Estados Unidos (1890-1914)
Tenemos el ánimo para reconstruir la sociedad económica (…) y la sociedad política en sí misma puede sufrir una modificación radical en el proceso. Ninguna era ha sido nunca tan consciente de su tarea, ni ha habido más unanimidad en los deseos de cambios amplios y radicales en la práctica económica y política.
(Woodrow Wilson, The New Freedom, 1913).
El gozne de los siglos XIX y XX coincidió, en los Estados Unidos, con numerosos cambios sociales de gran calado. La sociedad eminentemente agraria que había sido siempre se volvió urbana e industrial. Los agricultores dejaron de ser esos productores de la primera ola, que desbrozaban la tierra para especular con ella, o los de la segunda oleada, que la hicieron feraz. Eran cultivadores que adquirían máquinas y producían a una escala creciente. También crecían las empresas hasta tamaños desconocidos. Las compañías ferroviarias, los productores de petróleo, de acero, los fabricantes de coches, las empresas farmacéuticas y químicas... formaron grandes corporaciones orquestadas por los bancos, que llevaban tiempo en su propio proceso de nacionalización y concentración. Estas compañías y una miríada de empresas nuevas atrajeron a las ciudades a los hijos de los agricultores, y a una población nueva. El crecimiento natural no satisfizo la escasez de mano de obra. Llegaban, en nuevas oleadas, trabajadores procedentes de medio mundo; de zonas distintas a las de las primeras migraciones. Venían con nuevas ideas, extrañas a la tradición política de los Estados Unidos. Y suscitaron nuevos problemas. Surgió además una nueva clase social, la de los profesionales, que ocupaban puestos de responsabilidad en las empresas, o instituciones. Su importancia creció más rápido que la propia economía.
Las ideas
Los problemas se entendieron desde las tradiciones de pensamiento propias del país; principalmente por la tradición republicana y liberal, en la línea de Thomas Jefferson, o en la nacionalista y whig que representaba el Partido Republicano. Pero también se buscaron otras respuestas en ideas a la vez nuevas y extranjeras, que los intelectuales estadounidenses importaron de Europa. Se asocia al Darwin mal digerido por las ciencias sociales con la defensa del libre mercado, el llamado darwinismo social, pero la lectura que se hizo en los EEUU de forma mayoritaria fue otra, la del darwinismo reformista. El hombre es la única especie consciente de su propia evolución. De modo que puede manipularla para lograr objetivos sociales. Si el entorno determina el éxito o el fracaso de los individuos, lo que hay que hacer es modificar esas circunstancias para que los individuos puedan progresar.
Otra de las ideologías que triunfaron en aquellos años del XIX al XX fue el pragmatismo. En una época de grandes cambios, en la que las respuestas que parecieron una guía segura dejaron de serlo y en la que se suscitaban cuestiones nuevas, las verdades dejaron de ser eternas y los filósofos de tal corriente justificaron esta perplejidad vaciando la misma idea de verdad. Le sustituyó una veneración a la prueba y el error en aras de los resultados. Toda nueva idea parecía posible; plausible incluso. Dewey interpretó la libertad también en términos pragmatistas. No formaba parte de un conjunto de derechos naturales, inherentes a la persona, ya que "los derechos naturales y las libertades naturales sólo existen en el reino de la zoología social mitológica". No. La libertad es algo que los individuos adquieren de la mano del progreso de la historia. La libertad es una construcción social que se manifiesta en la capacidad para hacer cosas, para lograr objetivos sociales1.
La armonía de intereses sociales se sustituyó por la constatación de los conflictos sociales: el campo, depósito e incluso fuente moral de la nación, frente a la ciudad sumida en pobreza, corrupción y extremos. Los naturales del país frente a los nuevos inmigrantes. Los trabajadores y pequeños propietarios frente a las grandes corporaciones (trusts) y los grandes bancos. En una sociedad polarizada, el laissez faire que había permitido todo ello no se veía como una respuesta adecuada, y su lugar lo ocupó un colectivismo venido de Europa, de Alemania principalmente2. La reserva tradicional frente al poder político se trasladó a los grandes grupos tradicionales. Es más, el poder político, el poder central ocupado por el Gobierno federal, pasó de ser un estorbo, cuando no algo peor, a ser un aliado.
Los 'trusts'
El asunto que más ilustra este cambio en la mentalidad de los estadounidenses es el que se refiere a la emergencia de los trusts. Se aprobó la primera ley antitrust en 18903, pero su relevancia fue escasa, pues su alcance fue recortado por las resoluciones del Tribunal Supremo. Las concentraciones siguieron produciéndose. Por un lado los progresistas lo interpretaron como una amenaza al libre mercado y la competencia, que entendían como el poder de los ciudadanos de prosperar con sus propias empresas; un ideal que veían amenazado por grandes empresas contra las que nada podían hacer. Además, prevalecía la idea calvinista4 de que el éxito personal era símbolo de las virtudes morales, una pretensión que chocaba brutalmente con el contraste entre algunas de las grandes fortunas y los comportamientos que se veían como depredadores de las grandes corporaciones. Temían, además, que su poder económico les llevase a acaparar también un indebido poder político.
Estas ideas son las que dan contenido a las palabras de Woodrow Wilson en la campaña electoral de 1912: la suya sería "una segunda guerra de emancipación" frente a los trusts. Y advertía: "Si América no va a tener libre empresa (es decir, una competencia de pequeñas y medianas compañías), entonces no podrá tener ningún tipo de libertad", en referencia al poder de los trusts sobre la política.
Lo que buscaban los progresistas era oponer al poder de los trusts otro aún mayor: el del Estado. Es la idea que expresaba uno de los santones del progresismo, Herbert Croly, en su libro The Promise of American Life (1909), al decir que había que buscar "fines jeffersonianos" como la autodeterminación y la libertad individual por medio de "medios hamiltonianos", es decir, una economía dirigida por el Gobierno5. Esta idea se escenificó en política por el lector más entusiasta de Croly, Theodore Roosevelt ("El estudio más profundo e iluminador sobre la condición de nuestra nación que haya aparecido en los últimos años"6). Fue en el caso de Northern Securities, resultado de la combinación de los ferrocarriles del Pacífico y del noroeste, detrás de la cual estaban el inevitable J. P. Morgan, E. H. Harriman y James J. Hill. Roosevelt dictó al Departamento de Justicia que llevase ante los tribunales el acuerdo por violar las leyes antitrust. Esta acción le valió una inmerecida fama de "caza trusts"7.
Buena voluntad y estiércol en el suelo
Esta nueva confianza en el poder del Estado necesitaba un poderoso andamiaje intelectual. Una crítica inmediata a las pretensiones del progresismo es que, si se otorgaba más poder al Gobierno federal, las posibilidades de que políticos y empresarios se confabulasen para favorecer sus intereses a espaldas del público, y generalmente en contra de él, eran mucho mayores. Esta dificultad se solventó con la pretensión de que, de algún modo, quienes tomasen estas decisiones serían hombres buenos. Frente a los grandes nombres de todos conocidos, los capitanes de la industria, que eran también los barones ladrones, estaba la figura del hombre de buenas intenciones.
No es una idea surgida de la nada, procede de la idea republicana de que cualquier ciudadano tiene el derecho y la capacidad de desempeñar cualquier papel relevante en la sociedad, en el ámbito público como en el privado. Ahora ese ciudadano se veía amenazado por las grandes empresas, por la inmigración, por la proletarización. Y sería él, precisamente, el agente que tomaría las decisiones en pro de la sociedad. De nuevo Hofstadter presta su pluma para darle vida a este hombre de buena voluntad:
Dado que estaba disociado de cualquier interés creado o inclinación, y dado que no tenía nada más que el bien común en su corazón, podría gobernar bien. Podría actuar y pensar como un individuo de espíritu público.
Nada le impide ser incluso el representante de grupos como "la Liga de la Reforma Civil, la Asociación para un Alimento Puro, el Comité del Trabajo Infantil, la Liga de los Consumidores, la Federación Cívica Nacional, los masones"8...
Si la imagen del hombre común representante de organizaciones sociales, desinteresado y catalizador de los intereses generales surgió entonces y sigue teniendo eficacia política9, hay otra figura que contribuyó al éxito de las ideas progresistas y que sigue teniendo plena actualidad. Es la de los muckrakers. Se trata de una escuela de periodismo del arranque del siglo XX que centró su atención en la realidad menos amable de la vida ciudadana. En 1870 había 574 diarios en el país. En 1899 eran 1.610. Diez años más tarde eran 2.600. En esta década la difusión de los diarios pasó de 2.800.000 ejemplares a 24.200.000. Desde 1870 hasta 1890, el sueldo de los periodistas se dobló. La industria empezó a interesar a escritores de mayor fuste intelectual. En la era dorada del muckraker, Ida Tarbell ganaba 4.000 dólares por artículo. Lincoln Steffens, 2.000.
¿Qué periodismo era ese? Señalaba las realidades más duras en un tono de denuncia, con una literatura efectista, en un relato de víctimas y culpables, y con una base real. El periodismo pasó de las ideas y la literatura a la realidad y los datos, aunque con un fondo ideológico. Contaban la intrahistoria de las grandes decisiones, las relaciones entre los capos de la industria y los de la política. La palabra realidad se vistió de sordidez y fealdad, señalaba las miserias morales de los grandes hombres, y las económicas de los pequeños.
Una denuncia con dos grandes beneficiarios. El dedo acusador, tanto en términos morales como económicos, y el político reformista, que llegaba para acabar con estos males gracias a la aprobación de nuevas leyes. El poder que estaba perdiendo el ciudadano, víctima de fuerzas que no controlaba y de las confabulaciones denunciadas por los muckrakers, debía entregárselo por medio del voto a una nueva raza de políticos audaces y desinteresados.
Ida Tarbell detalló todos los métodos despiadados utilizados por Rockefeller para erigir su imperio del petróleo. Unos métodos, por cierto, que acabaron con el negocio independiente de su padre y que, en consecuencia, conocía bien. Sus artículos, publicados en el McClure's Magazine, tuvieron un éxito enorme. Ahora bien, como reconoce en su autobiografía en referencia a sus lectores, "pronto me dí cuenta de que la mayoría querían ataques. Estaban poco interesados en los hallazgos objetivos". Y sigue diciendo que, como resultado de su trabajo,
el público llegó a pensar que el resultado inevitable de la gestión empresarial industrial era la explotación, el desprecio, el acoso, el ataque a los trabajadores; y que la única esperanza era destruir el sistema10.
Lincoln Stiffers describió en The Shame of the Cities los juegos corruptos entre las maquinarias políticas, las empresas y los votantes. Upton Sinclair visitó la industria carniceera y escandalizó a los lectores de The Jungle con la poca higiene con la que se trataba su alimentación. Su libro llevó al Congreso a aprobar la Ley de Apropiación de la Agricultura, que preveía un control por el Gobierno federal de esta industria11.
Reforma política y social
El sistema político era eficaz, aunque estaba aquejado de una corrupción endémica; no paralizaba la acción del Estado en sus distintos niveles, pero sí ofrecía un pobre espectáculo. La política local y estatal (que tenía mucha mayor importancia que la federal) estaba en manos de las maquinarias políticas, que traficaban con votos y favores. La inmigración les surtió de un nuevo alimento, ya que tradicionalmente el voto apenas cambiaba, y estaba determinado por la tradición familiar o del lugar. Los inmigrantes buscaban otros bienes:
La maquinaria ofrece una rápida naturalización, empleo, servicios sociales, acceso personal a las autoridades, protección frente a los tribunales, y deferencia al orgullo étnico. A cambio se granjeaba votos12.
El progresismo es un movimiento yankee, y en gran medida reaccionario. Buscaba retener los beneficios de una sociedad sometida a grandes cambios. Entre ellos estaba la llegada de nuevos inmigrantes, que amenazaban la antigua armonía, ahora idealizada. Súmese el prestigio que tenían las ideas racistas, reforzadas por una apelación a la ciencia, y se comprenderá que parte del programa progresista pasó por limitar la inmigración y favorecer la eugenesia. Fueron años, los del cambio de siglo, de degradación de la situación de los negros en los Estados Unidos. El Partido Republicano empezó a mirar hacia otro lado y los demócratas del Sur, en cuanto recobraron el control político de aquellos Estados, aprobaron leyes lesivas para la vida en comunidad de los negros y para su participación en la política.
El sistema político tenía que mejorar. De este modo, el votante nativo, el "hombre de buenas intenciones", tendría un control más efectivo sobre el proceso político, y podría elegir a representantes más comprometidos con las necesarias reformas sociales. Por eso el progresismo introdujo cambios como la iniciativa, que permitía a un colectivo de votantes hacer propuestas legislativas, el referéndum, la recusación, las primarias, o el voto directo de los senadores. En la Constitución de los Estados Unidos, tal como se redactó, las legislaturas de cada estado eligen a dos senadores. En los Estados Unidos posteriores a la Guerra de Secesión aquello resultó en la compra de escaños en la Cámara Alta por parte de personas adineradas. El movimiento progresista logró que se aprobase la 17ª Enmienda, que cambió el sistema de elección por el de voto directo, que hoy prevalece. También promovieron reformas económicas y sociales, como la prohibición del trabajo infantil o la Ley Seca, la 18ª Enmienda, que fue revocada 13 años después de aprobarse. Uno de los últimos éxitos del progresismo fue el voto de la mujer.
En definitiva, el movimiento progresista en los Estados Unidos cambió la cultura política de aquel país, y sentó las bases ideológicas para el crecimiento del Estado en los Estados Unidos13 y para la ingeniería social. Y, dada la influencia cultural de EEUU, también sobre el resto del mundo. El movimiento progresista no es exclusivo de los Estados Unidos. El movimiento fabiano, en Gran Bretaña, fue incluso más exitoso en su país, y también influyó en otras sociedades. Pero estos años del arranque del siglo XX en los Estados Unidos tienen para nosotros una crucial importancia.
1 Eric Foner (The Story of American Freedom, W. W. Norton & Company, Nueva York, 1998) recoge las palabras de Dewey: hay que deshechar "el concepto altamente formal y limitado de libertad" en favor del de libertad como "el poder efectivo de hacer cosas específicas". La libertad “es siempre una cuestión social”, porque se refiere a “la distribución de los poderes que existe en cada momento”. La libertad, en suma, depende de cómo se articule el poder para “hacer cosas” (p .153). Woodrow Wilson predicó “una nueva libertad”: “La libertad, hoy, es algo más que que nos dejen en paz. El programa de un gobierno de libertad debe, en estos días, ser positivo, no meramente negativo” (ibid).
2 Arthur A. Ekirch, Jr, The Decline of American Liberalism. The Independent Institute, Oakland (Ca), 2009 (1967), pp 180-182. V. también The Mind and Heart of Progressive Legal Thought, por Herbert Hovenkamp: http://sdrc.lib.uiowa.edu/preslectures/hovenkamp95/
3 La Sherman Act. V. Antitrust and Monopoly. Anatomy of a Policy Failure. Dominick T. Armentano. The Independent Institute, Oakland, 1990. p 281.
4 Hofstadter, The Age of Reform. From Bryan to F.D.R. Vintage Books, Nueva York, 1955, p 204: "La mente progresista (…) era eminentemente una mente protestante; e incluso aunque mucha de su fuerza estaba en las ciudades, heredó las tradiciones morales del protestantismo evangélico rural". Una de las fuentes de movimiento progresista fue el llamado evangelio social (social gospel).
5 Eric Foner, op cit, p 153. Ver también Ekirch, op cit, pp 185-191. En esta época es cuando se cambia el sentido de la palabra liberal, de defensa de la libertad individual a la defensa del poder del Estado para lograr determinados objetivos sociales.
6 Ekirch, p 190.
7 Richard Hofstadter lo expresa así: "La acción judicial del Gobierno hizo que todo el mundo sintiese que el presidente de los Estados Unidos era en realidad más grande y más poderoso que Morgan y los intereses de Morgan; que el país estaba gobernado desde Washington, y no desde Wall Street". Op cit, p 237. Sobre el caso, Lewis L. Gould. America in the Progressive Era. 1890-1914. p 33. La decisión fue contraria a la empresa, que fue disuelta. Gould recoge las palabras del presidente Roosevelt, quien dijo que las grandes empresas son "criaturas del Estado", y que éste "no sólo tiene el derecho de controlarlas, sino que es su deber hacerlo cuando aparezca la necesidad de hacerlo". Sobre el caso, ver también Armentano, op cit, pp 51-55.
8 Richard Hofstadter, op cit, pp 261 y 260. El Padre John A. Ryan dijo que el Estado es "un agente moral". Foner, op cit, p. 152.
9 El actual presidente de los Estados Unidos, Barack H. Obama, comenzó su carrera como organizador de asociaciones comunitarias. También encaja (su personaje) en el ideal de Louis D. Brandeis del ideal de lo que es un abogado: que "tiene una posición de independencia entre el rico y la gente, dispuesto a refrenar los excesos de ambos". Hofstadter, p. 161.
10 Richard Hofstadter, op cit, p 194. Acabó escribiendo sobre los logros de la industria y el progreso que traía a la sociedad. La expresión muckraker, "rastrillo de estiércol", la acuñó Theodore Roosevelt en un tono crítico cuando era presidente y sus denuncias empezaron a incomodarle. Se lamentaba de que los periodistas mirasen los desperdicios a ras de suelo.
11 Gould, pp. 28-29 y 45-46.
12 Richard Hofstadter, op. cit., p. 177.
13 Esta es la tesis de Robert Higgs en Crisis and Leviathan. Critical Episodes in the Growth of American Goverment. Oxford University Press, Nueva York, 1987. Capítulo VI.