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La Ilustración Liberal

Immanuel Kant, el hombre que teorizó a Liberty Valance

En enero de 1785 fue publicado un pequeño ensayo de Immanuel Kant titulado ¿Qué es la Ilustración? El hombre al que disparaba Kant con su opúsculo era Johann Friedrich Zöllner, un clérigo que había desafiado a la comunidad filosófica con la pregunta "¿Qué es la ilustración? Esta pregunta tal vez sea tan importante como la pregunta '¿Qué es la verdad?', tiene que ser respondida antes que se comience a ilustrar y hasta el momento no he encontrado respuesta en ninguna parte", que a su vez era una respuesta al ensayo que en abril de 1783 había publicado Johann Erich Biester en el que ponía en cuestión la necesidad de un fundamento trascendente y religioso para las convenciones sociales: ¿Es conveniente que la alianza matrimonial se legitime adicionalmente por la religión?

Kant contaba entonces 61 años y se encontraba preparando la segunda edición, intensamente corregida, de su gran obra Crítica de la razón pura que había sido publicada en 1781 y con la que había dado un giro a su filosofía, hasta ese momento estrictamente racionalista, para dotarla de un componente empirista del que emergió un híbrido entre Descartes y Hume que marcaría el desarrollo filosófico y científico en Occidente. Sin embargo, este giro copernicano había pasado prácticamente desapercibido para sus coétaneos debido al carácter críptico y a la densidad de la obra. Pero Kant, que había llegado a ser un autor conocido en su anterior época, volvió al hit parade filosófico con este escrito polémico en el fondo pero cortés en la forma, complejo conceptualmente pero de fácil comprensión.

'Sapere aude'

La respuesta por parte de Kant a la pregunta que había formulado el sacerdote no fue una definición sino una llamada a la acción. Kant recogió el leitmotiv de su tesis del poeta latino Horacio, que en su Epístola II escribió: Dimidium facti, qui coepit, habet: sapere aude,/ incipe (Quien ha comenzado, ya ha hecho la mitad: atrévete a saber, empieza). Lo que Kant transformó en una llamada a la acción subversiva del propio yo, del sí mismo, de todos y cada uno de sus lectores.

La ilustración es la salida del hombre de su minoría de edad... Él mismo es culpable de ella. La minoría de edad estriba en la incapacidad de servirse del propio entendimiento sin la dirección de otro. Uno mismo es culpable de esta minoría de edad cuando la causa de ella no yace en un defecto del entendimiento, sino en la falta de decisión y ánimo para servirse con independencia de él, sin la conducción de otro. Sapere aude! ¡Ten valor de servirte de tu propio entendimiento! He aquí la divisa de la ilustración.

En un contexto literario en el que Horacio explica las acciones de Ulises en su vuelta a Ítaca, durante la cual tuvo que vencer múltiples peligros y pruebas usando su valor y su inteligencia, es significativo que Kant utilice implícitamente al héroe griego como un modelo de ilustración, del mismo modo que posteriormente Adorno y Horkheimer usarán al mismo héroe como representante de las debilidades de la filosofía moderna en su obra Dialéctica de la Ilustración.

Pereza y cobardía

Este atrevimiento en el pensamiento, bajo una apariencia de ingenua epistemología, era todo un programa radical a fuer de reformista porque para realizarlo Kant rechaza a todos aquellos que se proponen como tutores, es decir, los que desde una posición de poder habían sojuzgado y manipulado la capacidad de pensar por sí mismos de los individuos. Por otra parte, Kant se aparta de cualquier veleidad populista al señalar que en última instancia pueden ser los propios individuos los que llevados por la pereza o la cobardía busquen ser guiados por dichos tutores para de esta forma evitar el stress del pensar por sí mismos en cuanto que esto lleva aparejado incertidumbre y dolor (pensar es doloroso, duro y difícil aunque, en ocasiones, divertido), por lo que en busca de comodidad espiritual puede ser que sacrifiquen su libertad individual de pensamiento en el altar de la seguridad material y el bienestar espiritual.

La mayoría de los hombres, a pesar de que la naturaleza los ha librado desde tiempo atrás de conducción ajena (naturaliter maiorennes), permanecen con gusto bajo ella a lo largo de la vida, debido a la pereza y la cobardía. Por eso les es muy fácil a los otros erigirse en tutores. ¡Es tan cómodo ser menor de edad!

Libertad(es)

Por otra parte, Kant es consciente del mundo en el que vive y de los equilibrios de poder que pueden poner cortapisas y censuras al ejercicio de la libertad. Para que la libertad fructifique en el largo plazo, y no sea flor de un día, ha de imponerse ella misma límites razonables que convenzan a los que tienen el monopolio (i/legítimo) de la violencia de que además de prudente es beneficioso su ejercicio por parte de la población en general. Es por ello que Kant quiere garantizar una libertad de pensamiento total y una libertad de expresión limitada según los ámbitos. La libertad de pensamiento no es de ningún modo un hecho fácil, pese a las apariencias. Podríamos inocentemente pensar que en el interior de la mente no caben intromisiones ajenas y que incluso en el sistema totalitario más feroz siempre podremos ser dueños y señores de lo que ocurra en el seno de nuestra mismidad mental. Sin embargo, es imposible que no repercuta en nuestro comportamiento el contenido de nuestras ideas por lo que, para que nuestros gestos y lenguaje corporal no nos traicionen, deberíamos censurarnos a nosotros mismos en la misma raíz del pensamiento libre, con lo que al cabo de tanta automutilación finalmente acabaríamos por dejar de pensar o lo haríamos en la dirección que marcase la conveniencia entre nuestro cuerpo –expresiones y gestos– con el sistema totalitario que nos vigila1. Por no mencionar, además, las posibilidades que tiene dicho sistema para hacernos confesar nuestro pensamiento mediante el uso de drogas ad hoc.

Para esa ilustración sólo se exige libertad y, por cierto, la más inofensiva de todas las que llevan tal nombre, a saber, la libertad de hacer un uso público de la propia razón, en cualquier dominio. Pero oigo exclamar por doquier: ¡no razones! El oficial dice: ¡no razones, adiéstrate! El financista: ¡no razones y paga! El pastor: ¡no razones, ten fe!

Una vez que el ciudadano ha asegurado su libertad de pensamiento queda por desarrollar su capacidad de expresión, garantizando igualmente la libertad justa para ello (pero no más de la necesaria). En este caso, Kant articula dos espacios diferentes para dicha libertad de expresión que ya no será como en el caso de la de pensamiento, absoluta, sino que estará marcada por ciertos límites que tengan en cuenta a la sociedad en su conjunto y al poder sancionador del Estado y de las instituciones en la que aquella se desarrolle.

El ciudadano no se puede negar a pagar los impuestos que le son asignados, tanto que una censura impertinente a esa carga, en el momento que deba pagarla, puede ser castigada por escandalosa (pues podría ocasionar resistencias generales). Pero, sin embargo, no actuará en contra del deber de un ciudadano si, como docto, manifiesta públicamente sus ideas acerca de la inconveniencia o injusticia de tales impuestos.

Las profesiones que directamente pone en cuestión Kant en su disertación son las de sacerdote, médico, militar y, no podía faltar, político. Es decir, los representantes del Antiguo Régimen del conocimiento. Pero coincidiendo con la publicación de las últimas obras de Kant surge un fenómeno popular que supondrá un paso en la democratización del conocimiento: los periódicos. Así, The Times apareció en 1785, y el primer dominical, el Weekly Messenger, en 1786. Por otro lado, y complementando la irrupción de los periódicos como información popular, las universidades europeos, sobre todo las alemanas y holandesas, van a renovarse como formación académica de las élites europeas ampliando la base popular en su acceso de manera que se fomentó la movilidad social a través del ascensor entre clases que permitía el nuevo orden educativo.

John Ford, el hombre que filmó a Liberty Valance

The man who shot Liberty Valance (o El hombre que disparó a Liberty Valance, titulada en España El hombre que mató a Liberty Valance, 1962) era, a priori, una película condenada al desastre. Ford había cumplido 67 años y contra su costumbre la película se desarrolla casi en su totalidad en interiores. ¿Estaba acabado el viejo? Además todos los actores tenían por lo menos treinta años más de lo que les correspondía a sus personajes. Y como en el título original (The man who shot Liberty Valance), la película era calculadamente ambigua. ¿Con quién iba Ford? Dos hombres dispararon al matón Liberty Valance (interpretado con su personalidad sin igual por Lee Marvin), pero solo uno lo mató. La conquista de los derechos se basa en una muerte, cierto, pero, y ahí reside la complejidad moral de Ford, sus protagonistas reciben una herida mortal en lo más íntimo de sus convicciones. Una herida que podrá ser soportada, con dolor y en silencio, pero que nunca cicatrizará. Esa frontera física, la del salvaje Oeste, es también la línea de la sombra de la que hablaba Joseph Conrad en su novela homónima, una línea moral que Tom Doniphon (John Wayne) y el abogado Ransom Stoddard (James Stewart) traspasarán en busca de Liberty Valance para, cuando retornen, no ser jamás los mismos.

La película es un catálogo y una defensa de los viejos principios liberales: el derecho a la vida, a la libertad de expresión, a la libertad de asociación, a la libertad de prensa. Junto a Wayne y Stewart en el bando de los civilizados destaca la rectitud moral de Vera Miles, la chica analfabeta que consigue leer y escribir para, a continuación, crear una escuela. También Edmond O'Brien, como siempre borrachuzo, interpretando al periodista Dutton Peabody que sale a la calle a tomar el aire, y cuando alguien le dice que se meta en casa, porque hay peligro ya que anda por allí Liberty Valance, le contesta que está ejerciendo su "inalienable derecho a la felicidad". Y en un hermoso y profundo juego metacinematográfico, mientras que en la trama peliculera triunfa la leyenda, otra forma de llamar a la mentira mitomaníaca, lo que nos relata Ford a los espectadores reales es la pura, sencilla y compleja verdad.

'Centauros del desierto'

Si en El hombre que mató a Liberty Valance todos y cada uno de sus personajes sacrifican algo de su dignidad en aras del bien común para conseguir el triunfo de la libertad, será en Centauros del desierto cuando el radical individualismo que subyace en toda la obra de Ford se revele en toda su intensidad. Como un fantasma atormentado Ethan Edwards (de nuevo su alter ego John Wayne, en la interpretación de su vida) recorre en un viaje de iniciación los Estados Unidos en busca de su sobrina (¿su hija?) secuestrada por los indios. A través de ese contraste entre el calor de la comunidad y el precio de sumisión que hay que pagar por él, Ford vuelve a reflexionar sobre el precio de la libertad, la dificultad para alcanzarla y la casi imposibilidad para mantenerla. En ese famoso último plano, Edwards-Wayne, un personaje libertariano en su radical defensa de su independencia se aleja a contraluz mientras la puerta del hogar, de la familia, de la comunidad se cierra tras él. Un libertariano, sin duda, desearía volver a abrir esa puerta para irse con él.

¿Quién mató a Liberty Valance?

Volvamos a investigar quién fue el hombre que mató realmente a Liberty Valance. Immanuel Kant llega a un pueblo del salvaje oeste encarnado en la figura del abogado Ransom Stoddard (interpretado maravillosamente por James Stewart, valga la redundancia). Lo de "salvaje Oeste" puede sonar a cliché o exageración pero en este caso es literal. Representa Stoddard el orden que proviene de la razón, se desarrolla a través de la ley y es sancionado por la violencia legítima del Estado. El problema es que a Shinbone no ha llegado en realidad el Estado (el comisario es tan perezoso y cobarde (recuerden a Kant y su advertencia sobre los peligros psicológicos contra la ilustración individual), incompetente e inútil, que el único uso que tiene el calabozo del poblacho es permitirle dormir las cogorzas diarias que pilla), por lo que el orden que existe está basado en la violencia de los más fuertes, en este caso los ganaderos que tienen contratado a un pistolero de rasgos psicópatas, Liberty Valance. La diferencia entre ostentar y detentar el poder será una de las dimensiones fundamentales de la película, mostrando Ford cómo pasa de residir el poder en Valance, que lo detenta, a ser ejercido por Stoddard, que lo ostenta, pero siempre con el cimiento de la violencia aunque se manifieste de manera diferente en cuanto a la legalidad y legitimidad de la misma.

–¿Qué clase de hombres sois? –dijo Ransom Stoddard.
–De éstos, amigo (revés al rostro que lo tira al suelo). Y tú, ¿qué clase de hombre eres tú? –le respondió Liberty Balance.
–Soy un abogado y haré que vaya a la cárcel por esto.
–¿A la cárcel? (risas. Lo golpea con el látigo). La ley... (coge un libro de derecho y lo rompe. Va con el látigo...). Abogado, ¿eh? Yo te enseñaré la ley, la ley del Oeste.

Posteriormente aparecerá el tercer elemento de este triángulo sobre el conflicto entre naturaleza y sociedad, entre comunidades primitivas y sociedades complejas: Tom Doniphon. El personaje interpretado por John Wayne tiene lo mejor de ambos mundos. Es al mismo tiempo apolíneo y dionisíaco, como sostenía Nietzsche. O duro con las espuelas y blando con las espigas como diría García Lorca. Sólo él es tan rápido como Valance y también es el único que no se amilana ante él. Sin embargo no hay, tras su rudeza, un átomo de maldad en su corpachón de hombre hecho de una sola pieza. Pero la irrupción del elemento estrictamente apolíneo, el abogado que no sólo rechaza la violencia sino que le repugna, trastocará ese equilibrio entre la pulsión y la razón, destruyéndolo. En la era que llega, el tiempo de la razón ilustrada, no queda sitio para Valances pero tampoco para Stoddards. Lamentablemente, sí para el reverso tenebroso de la democracia representativa que Ford identificará, con todo su desprecio, hacia los retóricos de la política, los sofistas que emplean las palabras de una manera tan retorcida y siniestra como Valance hacía con las pistolas.

Una vez que el equilibrio en las violencias se ha establecido, se produce un interregno en la película durante el cual Ford desarrolla los otros dos cimientos de un Estado de Derecho, de una sociedad ilustrada: la libertad de pensamiento y la libertad de expresión a través de las dos instituciones claves en las sociedades burguesas: la prensa y la escuela que aúnan los dos valores ético-epistemológicos claves en una sociedad liberal: la combinación de la libertad con la verdad.

Abogado, periodista y profesor

El abogado Ransom Stoddard además de abogado también se convierte en periodista y en maestro de escuela. El director del periódico de la localidad, el Shinbone Star, es Dutton Peabody (interpretado como decíamos por Edmond O’Brien) el ejemplo paradigmático del dueño de periódico personalista y partidista (además es alcohólico).

Por otro lado, la chica que le ha curado sus heridas es la hija de los dueños del restaurante de la localidad que revelará que no sabe ni leer ni escribir. La cuestión de la Ilustración surge en toda su relevancia política: ¿es posible la democracia liberal sin una prensa que airee los errores de los gobernantes y les cante las cuarenta? ¿Sin una escuela que enseñe la tecnología necesaria para acceder a la información y para ser capaz de elaborar interpretaciones originales sobre la misma? Posteriormente vendrán las iglesias y las tiendas, pero lo primero es lo primero. Porque para que el ferrocarril atraviese el desierto primero se necesita estabilidad y compromiso. El ferrocarril, metáfora de la civilización mientras que el desierto es la metáfora de la naturaleza salvaje e indómita que todavía anida bajo la superficie de la cortesía y los retórica de los derechos. Ambas son las metáforas con las que el cobarde comisario, ya jubilado, le explica a la flamante aunque desencantada senadora Stoddard la vuelta al hogar y cómo ha cambiado Shinbone en su ausencia.

El periódico y la escuela comparten un edificio separados tan solo por una puerta. Esta localización espacial se corresponde con la ósmosis que debe darse entre los tiempos de la información (el periódico) y la formación (la escuela). Y no solamente: Ford vuelve a subrayar la relación periodismo-escuela al hacer que Stoddard les enseñe a leer utilizando el editorial que acaba de escribir el director-editor del Shinbone Star sobre el conflicto entre ganaderos y agricultores (otra metáfora del conflicto entre estado de naturaleza y transición al estado de sociedad).

Abogado que devino periodista y, más tarde, profesor. Que empieza su clase pidiendo perdón a sus alumnos: "Lo que un maestro jamás debe hacer: llegar tarde a clase".

Posteriormente rechaza la violencia dentro del ámbito educativo recriminando con discreción pero firmeza a un progenitor que le da unos azotes a un alumnos que llega tarde. Siendo su lección del tipo Educación para la Ciudadanía sobre "nuestra patria y cómo se gobierna", en la que explica a sus jóvenes y adultos estudiantes cuál es el sistema político de su país:

Una república es un sistema en el que el pueblo es el jefe, es decir que nosotros decidimos si los jefes lo hacen bien o mal y podemos volver a votarlos o no.

Además, la dualidad periódico-escuela también nos permite ejemplificar una importante dicotomía que establece Kant entre "uso público" y "uso privado" de la razón.

El uso público de la razón siempre debe ser libre, y es el único que puede producir la ilustración de los hombres (...) Entiendo por uso público de la propia razón el que alguien hace de ella, en cuanto docto, y ante la totalidad del público del mundo de lectores (…) Llamo "uso privado" al empleo de la razón que se le permite al hombre dentro de un puesto civil o de una función que se le confía.

En el caso de Stoddard, como periodista puede decir lo que le venga en gana desde el punto de vista partidista; como profesor, sin embargo, se debe limitar a establecer los parámetros general, neutros y objetivos de la educación pública: por ejemplo, la lectura de la Declaración de Independencia, que realiza Pompey, el ayudante negro de Stoddard (interpretado por otro habitual en la pandilla de Ford, el actor negro Woody Strode, mientras a su espalda lo contempla el retrato de Lincoln):

Creemos que esta verdad es evidente por sí misma: que todos los hombres son creados iguales. El poder de gobernar procede de los electores.

O axiomas políticos muy generales como el que escribe en la pizarra: "La educación es la base de la ley y el orden".

Kant reprocharía a Stoddard que lea a sus alumnos como material escolar el artículo de opinión que ha publicado Peabody en el Shinbone, dando además una interpretación favorable del mismo en lugar de un análisis crítico, si Stoddard fuera un funcionario público, obviando la necesaria neutralidad y objetividad debida para un servidor estatal. Pero al ser Stoddard el creador de dicha escuela no se aprecia un conflicto entre el ámbito público y privado de expresión que teoriza Kant ya que está en la misma dirección de la línea ideológica de la escuela (y, por supuesto, la libertad de pensamiento y expresión ampara la creación de instituciones educativas).

La teoría del contrato social

Como sugeríamos, el personaje crucial de El hombre que mató a Liberty Valance no es ni el matón violento ni el hombre de leyes sino el que está situado a medio camino de ellos, con un pie puesto en el desierto y otro en el ferrocarril, es decir, entre el estado de naturaleza y el estado de sociedad. La teoría de la ilustración de Kant se complementa con la teoría del contrato social que legitima, en las democracias liberales, el uso de la violencia por parte del Estado. En la época que la Ilustración quiere sobrepasar, la de las monarquías absolutas, el Estado se fundamentaba en la legitimidad proveniente del orden divino. Los reyes lo eran por la gracia de dios. Sin embargo, los filósofos que acompañaron a los guerreros burgueses como Cromwell o Washington en su conquista del poder político y económico necesitaron una nueva fundamentación que estuviera sometida únicamente a criterios racionales. Y ahí es donde Hobbes, Locke, Rousseau, Spinoza y Kant, cada uno a su modo y con matices diferentes, elaboraron una doctrina en la que a partir de un primigenio y teórico estado de naturaleza, en el que primaba la ley del más fuerte, se iría pasando lógicamente hacia otros estadios. En primer lugar, y por mero cálculo racional, a una situación en la que se garantizasen unos derechos mínimos (la vida y la propiedad) para solucionar el problema de incertidumbre y miedo que atenazaba a los seres humanos, incluso a los más fuertes, en el estado de naturaleza. Pero no hay solución que no engendre nuevos problemas. Y entonces surgió el problema del gorrón o free rider, es decir, del que se aprovechaba de las emergencia de los mencionados derechos pero sin cumplir las obligaciones asociadas. La solución a este nuevo problema pasaba por una regresión al estadio previo, ejerciendo sobre él una violencia natural, o bien cediendo todos su capacidad de ser violentos a una institución neutral y objetiva en su aplicación para así no tener que renunciar a la violencia pero quitándole el carácter arbitrario y sesgado que tenía con anterioridad. Entonces es cuando se creó el Estado como monopolio legítimo de la violencia. De nuevo, esto haría surgir nuevos problemas pero John Ford se concentrará en la primera parte de la teoría.

Efectivamente, Liberty Valance representa el estado de naturaleza en su estado puro, la fuerza bruta. Ransom Stoddard representaría el momento de constitución de la sociedad cuando emergen los derechos a la vida y a la propiedad, lo que significa la renuncia a la violencia. Pero el solapamiento en un mismo momento de Valance y Stoddard implica que la violencia habrá de emplearse de un modo u otro. Es decir, a la manera de Valance, sujeta a intereses espurios y arbitraria, o a la manera de una violencia legitimada por un proceso comunicativo finalmente elaborado como ley y ejecutado de una forma regulada. Pero para desgracia de Stoddard, el brazo ejecutor en este caso es un comisario tan perezoso como cobarde que jamás se atrevería a enfrentarse a Valance. En este contexto en el que la fuerza bruta se va a imponer John Ford desafía a los contractualistas, especialmente a Kant, planteando si en este caso está legitimado emplear también la fuerza bruta.

Contra y conforme al deber; y por deber

En otro lugar de su obra Kant se dedicó a reflexionar sobre la ética desde un punto de vista racional. Esto lo hizo en dos obras, la Fundamentación de la metafísica de las costumbres y, por otro lado, la Crítica de la razón práctica. En ambos libros hay un concepto fundamental que articula toda su concepción ética: el deber. Para Kant no vale guiarse contra el deber, por supuesto, ni siquiera conforme al deber, es decir haciendo lo mismo que nos marca el deber pero en realidad dejándonos llevar por intereses particulares. Únicamente es moral, defiende Kant, una acción realizada por deber, es decir, por mandato de la razón práctica. ¿Y cómo podemos saber lo que la razón nos manda? Kant nos ofrece una regla aparentemente sencilla de aplicar para saber en cada caso lo que la razón nos ordena. Dado que es nuestra propia razón la que nos dirige, nuestro acto será libre y autónomo. Dado que, además, la razón es igual para todos los seres racionales, a diferencia de la instancia sentimental que es arbitraria y caprichosa per se, nuestro acto tendrá un alcance universal, es decir, cualquier ser racional en nuestras mismas circunstancias habría hecho lo mismo. Con este imperativo categórico, "actúa de tal manera que quieras que la máxima de tu acción se convierta en ley universal", Kant estructura la ética desde un punto de vista formalista que la aproxima a la estructura de la matemática: universal y objetiva.

El asunto clave, por tanto, es si matar o no matar a Valance al margen de la ley, jugando en su terreno, el de desenfundar más rápido y de manera más certera. En la calle oscura de Shinbone ocurre un enfrentamiento trágico porque ni Stoddard ni Doniphon quieren disparar sobre Valance pero por motivos diferentes. A Stoddard porque le repugna la violencia al margen de la ley. A Doniphon porque le repugna la violencia ejercida de manera fría y a traición, ya que lo que hubiese deseado es un enfrentamiento cara a cara con Valance en el terreno del estado de naturaleza. Ambos traicionan sus principios, el del nuevo (legalidad) y el del antiguo (honor y fama) régimen, y ambos son, por ello, infelices. Pero ambos cumplen con su deber. Porque en este caso el imperativo categórico manda asesinar a Liberty Valance. Imaginemos un mundo donde los Liberty Valance triunfan a expensas de los demás mientras que por el contrario, imaginemos un mundo sin Valance y su matonismo sociópata y lo tendremos (kantianamente) claro.

Ford, cineasta liberal

Ford ha sido etiquetado, por tanto, como un cineasta comunitarista, un defensor de los valores tradicionales y conservadores ligados a las comunidades, sin las cuales el ser humano se perfila como un individuo atomizado y estéril. Sin embargo, para un olfato liberal dicha defensa del comunitarismo no deja de tener un aspecto melancólico y residual frente a la poderosa antropología de la individualidad desarraigada de sus héroes más vigorosos. Tanto el trágico héroe Tom Doniphon, como Ethan Edwards el atormentado exiliado, o el cínico comisario de Tascosa, Guthrie McCabe, en Dos cabalgan juntos; llegando hasta la protagonista de su testamento cinematográfico, la doctora Andrews en Siete mujeres, uno de los símbolos de la libertad pura no basada en mitos y prejuicios más preclaros que se ha expuesto en una pantalla cinematográfica (y una refutación completa de la presunta misoginia de Ford, por el contrario llena su obra de mujeres fuertes que luchan por su destino en un mundo hostil) constituyen todos ellos un muestrario exhaustivo del carácter libertariano: la defensa de la libertad por encima de cualquier otro valor, la valentía que hay que demostrar para mantenerse firmes en la defensa de unos ideales y unos principios, así como el compromiso moral con los demás, compromiso del que no se hace bandera demagógica sino acción silenciosa, siendo una ilustración perfecta de los avisos de Adam Smith contra la moral quejumbrosa y la falsa solidaridad, meramente nominal.

Conclusión

"Luego, si se nos preguntara ¿vivimos ahora en una época ilustrada? responderíamos que no, pero sí en una época de ilustración". Más de dos siglos después de Kant seguimos sin haber alcanzado esa época ilustrada. Pero hemos avanzado mucho en el sendero de la ilustración. El camino no está siendo fácil ya que en el desierto se agazapan todavía muchos Liberty Valance. Además, hemos aprendido de kantianas hipercríticos como Karl Popper que la búsqueda de la ilustración es una tarea infinita. Como también, de la mano de los enemigos de la sociedad abierta, que son infinitos los Valance. Pero gracias a artistas como John Ford, en los que la ética se combina con la estética, contamos con los recursos necesarios para que el bien triunfe sobre el mal, la justicia sobre el despotismo y la verdad sobre la leyenda.

Como señaló Keynes tras un hombre de acción suele haber un filósofo. Y alguien como John Ford, que presumía de ser ajeno a cualquier influencia intelectual, no iba a ser una excepción. Al final, sostenía Keynes, son las ideas y no los intereses creados los que tienen más peso específico en el desarrollo de la historia. Y lo que hace que seguramente el cine de Ford sea el más grande, en profundidad y complejidad, es haber combinado una creación estética formidable, deudora de la de gigantes como Griffith y Murnau, con un análisis ético y político denso y original que, como hemos visto, le debe a Immanuel Kant su aliento más humano y trágico.


1 En el plano de la realidad Milosz relató la opresión bajo un régimen totalitario –en su caso, comunista– en El pensamiento cautivo. En la dimensión de la ficción, fue Orwell en 1984.