Hegemonía de la izquierda y mentira antifranquista. Reflexiones sobre un libro de Hermann Tertsch y otro de Pío Moa
Hermann Tertsch y Pío Moa figuran entre los intelectuales más potentes de la derecha española actual. Hay diferencias ideológicas entre ellos: Tertsch es europeísta y liberal; Moa es nacionalista, euroescéptico y más dubitativo frente al liberalismo. Tienen en común, sin embargo, la vasta información histórica (que les permite analizar la problemática española en perspectiva mundial de largo plazo)[1] y el coraje para desafiar la hegemonía cultural de la izquierda, arrostrando el coste pertinente (muy elevado en el caso de Moa, que padece un estatuto de cuasi-apestado en el panorama académico y mediático español, pese a la calidad de sus aportaciones; recordemos que Tertsch, por su parte, fue expulsado de Prisa). Sus sugestivos libros recientes –Días de ira y Los mitos del franquismo- merecen comentario. Y el comentario puede ser conjunto, pues me parece que sus reflexiones resultan asociables en virtud de una pieza esencial: la "mentira antifranquista" como resorte explicativo de la correlación de fuerzas ideológicas en las últimas décadas.
Hermann Tertsch: España envenenada por la mentira
Días de ira es una preocupada "reflexión de urgencia" sobre la situación política y cultural española. Una situación signada por la irrupción ominosa de Podemos, con posibilidades reales de tocar poder. Tertsch explica las conexiones venezolanas de Podemos, sucursal española del "socialismo del siglo XXI" bolivariano. La genealogía reciente del bolivarianismo se remonta al Foro de Sao Paulo de 1990, que reunió a movimientos altermundialistas, feministas, sindicales, etc., desorientados por el hundimiento del bloque comunista. Se ha gestado desde entonces en las universidades españolas e hispanoamericanas un cóctel neomarxista que hibrida el anticapitalismo clásico con ingredientes ecologistas, feministas e indigenistas característicos de la new left postmoderna heredera de 1968. Esta ideología asaltó el cielo por primera vez con el triunfo electoral del exgolpista Hugo Chávez en 1998. Tuvo la fortuna, además, de hacerlo en un país poseedor de inmensas reservas de petróleo. Los dividendos de las exportaciones de crudo han permitido que el modelo neosocialista (caracterizado por las nacionalizaciones, la expansión del sector público, la multiplicación de subsidios y la desaparición de la seguridad jurídica, especialmente en lo que se refiere al respeto de la propiedad privada) no haya hundido a Venezuela en la ruina tan rápidamente como lo habría hecho en cualquier otra nación. Chávez y Maduro han dispuesto durante algunos años de mucho dinero para financiar el agitprop "anti-imperialista" desde la nueva Komintern caraqueña. El petro-chavismo ha conseguido así generar regímenes hermanos en Bolivia, Ecuador, Paraguay… Y ahora intenta el salto transatlántico en su avatar podemita.
El hecho increíble de que, pese a su fracaso planetario en el siglo XX, el marxismo cabalgue de nuevo en el XXI, y nada menos que en Europa (España y Grecia, especialmente), guarda relación, según Tertsch, con el agotamiento del modelo keynesiano-socialdemócrata de postguerra: economía de mercado, pero con una fuerte intervención redistributiva del Estado, orientada a garantizar a todos ciertos "derechos sociales" (sanidad, educación, pensiones) mediante prestaciones públicas. Es preciso reconocer que el modelo funcionó a plena satisfacción entre 1945 y 1973, ofreciendo a Europa tres décadas doradas. A partir de los 70, sin embargo, el constante crecimiento del Estado comenzó a asfixiar la productividad y el dinamismo. El invierno demográfico en que se hunde Occidente a partir de los 70 agrava la situación: un porcentaje cada vez más reducido de jóvenes productivos se ve obligado a sostener a una masa creciente de jubilados. Y, además, Europa tiene ahora que rivalizar con países emergentes cada vez más competitivos, y menos lastrados por el gasto social. Pero los europeos actuales han crecido bajo el Estado del Bienestar socialdemócrata, y rehúsan ponerlo en cuestión[2]. Con excepciones como la Alemania de Gerhard Schröder (Agenda 2010) o los países bálticos, los electorados se niegan a asumir las reformas y recortes ya ineludibles. De ahí el rebrote de radicalismos de derecha, izquierda y nacionalistas en los últimos seis o siete años. Todos comparten la fe en alguna solución mágica que salvará al Estado del Bienestar. Para la nueva derecha euroescéptica de los países del norte de Europa (también el Front National francés o el UKIP británico), la panacea consistiría en restringir la inmigración y liberarse del peso muerto de los manirrotos países mediterráneos, abandonando el euro y/o la UE como proyecto político (o bien refundarían una mini-UE de ámbito solo centro-norte-europeo). Para la nueva ultraizquierda al estilo de Syriza o Podemos, la solución estribaría en evitar (o diferir a un largo plazo infinito) el pago de la deuda pública, expandir aun más el Estado e incrementar todavía más la presión fiscal: para que todo el mundo pueda vivir bien, bastaría con "que paguen más los ricos". Para el nacionalismo catalán, flamenco o escocés, el agotamiento del modelo socialdemócrata quedaría mágicamente conjurado simplemente con la independencia.
Tertsch está apuntando, en definitiva, a un fracaso de la democracia representativa: los electorados europeos, especialmente en los países mediterráneos, parecen demasiado irresponsables o indocumentados para votar los programas que requeriría la situación. Programas "duros", de austeridad: recorte del gasto público (político-administrativo, pero también social), devolución de servicios al mercado, restauración de la responsabilidad individual… No, el Estado no puede ya cuidarnos "de la cuna a la tumba". Es una noticia desagradable que el votante español, griego o francés simplemente no quiere oír. De ahí las huidas hacia delante de ultraderecha, ultraizquierda o separatistas. Y de ahí, también, la sensación de una incapacidad sistémica de la democracia para afrontar una crisis que trasciende lo socio-económico y posee calado civilizacional. Esa impresión de "fracaso de la democracia" se produjo también en un momento histórico de infausta memoria: el crack de 1929 y los totalitarismos de los años 30[3]. La tragedia se repite como farsa: Marine Le Pen no es Hitler, Pablo Iglesias no es Stalin. De momento.
Pero junto a estas circunstancias, comunes a toda Europa, Tertsch analiza también los rasgos singulares que convierten a España en terreno abonado para el posible trasplante del socialismo bolivariano. Uno de ellos es el legado de Zapatero. Aupado al poder inesperadamente por el 11-M, incapaz de rivalizar en lo económico con un PP que había multiplicado la prosperidad en los años de Aznar, Zapatero embarcó al PSOE en una radicalización que ha sido comparada –con cierto fundamento- a la que le imprimieron Francisco Largo Caballero e Indalecio Prieto en 1934-36. Pero no en la dirección ya anacrónica de la bolchevización, sino en la de la "nueva izquierda" sesentayochista: aborto, matrimonio gay, divorcio exprés, adoctrinamiento liberacionista en las escuelas (Educación para la Ciudadanía), pellizcos de monja a la Iglesia, lanzamiento de un gran grupo mediático llamado a desbordar a Prisa por su izquierda… Resultó especialmente grave la ley de Memoria Histórica y el desempolvamiento de una versión maniquea de la guerra civil y el franquismo, a la vez que revisionista de la Transición (que no habría sido más que un enjuague franquista a lo Gatopardo). La "verdadera democracia" estaría aún por instaurar, y solo llegará cuando la derecha –intrínseca, eternamente franquista, por mucho que se disfrace- haya sido excluida del sistema mediante un cordón sanitario. No otro era el espíritu del "pacto del Tinell" y de los acuerdos de Zapatero con los nacionalismos vasco y catalán, que dieron paso a los nuevos estatutos, a la reintroducción del abertzalismo pro-etarra en el juego y a la deriva ya abiertamente separatista de los hasta entonces dizque autonomistas PNV y CiU. Zapatero es, junto a Hugo Chávez, el verdadero padre espiritual de Podemos[4].
Tertsch señala que esta ofensiva cultural de Zapatero no encontró apenas respuesta en la derecha[5]. Habría que matizar que sí hubo resistencia en la sociedad civil: se sucedieron masivas manifestaciones contra el aborto, la redefinición del matrimonio, las nuevas leyes educativas, la negociación con la ETA… El PP surfeó de manera oportunista algunas de esas olas, sin demasiada convicción. Cuando le tocó gobernar en 2011, no revertiría ni una sola de las políticas de Zapatero en materia de familia y costumbres; tampoco el compromiso con la ETA. Y es preciso reconocer que la fracción de sociedad que se movilizó en 2005-10 fue minoritaria. La mayoría de los españoles asistieron complacidos o indiferentes a la ingeniería social de Zapatero y su tropa pajinesca. Lo que provocó la caída de Zapatero no fue su radicalidad ideológica –que le salió gratis- sino el desastre económico[6]. El PP no se impuso porque ganara la batalla cultural: le cayó el poder en las manos. Simplemente, la gente esperaba la repetición del milagro económico de Aznar.
La gran cuestión es: ¿por qué tienen éxito la deriva radical de Zapatero, y después el 15-M, y después Podemos? ¿Cómo ha llegado España a convertirse, según encuestas comparativas, en el país más izquierdista de Europa, en estrecha competencia con Grecia, tanto en los asuntos económico-políticos (un 74% de nuestros compatriotas "rechazan el capitalismo")[7] como en los moral-sociales (España iguala a los países escandinavos en tolerancia hacia el aborto, el adulterio, el divorcio, la paternidad extramatrimonial, etc.)[8]? ¿Cómo consigue la izquierda vencer en todas y cada una de las batallas culturales, sea la de la protección del no nacido, la del matrimonio gay, la de la guerra de Irak o la de la interpretación de la recesión iniciada en 2008 (que, como todo el mundo sabe, se debió "al capitalismo salvaje, a los mercados desregulados y a una conspiración del gran capital transnacional para desmantelar el Estado del Bienestar")?
La izquierda señorea el imaginario social por incomparecencia del adversario. La derecha ha renunciado a la batalla de las ideas desde la Transición. La derecha española de los últimos cuarenta años está implícitamente convencida de la superioridad moral de la izquierda, o en todo caso de su imbatibilidad cultural[9]. Se avergüenza de ser derecha, y huye de sí misma en un interminable y patético "giro al centro"[10]. La última vuelta de tuerca, por ahora, de ese vaciamiento intelectual fue el congreso de Valencia del PP (2008). El gobierno de Rajoy ha dejado en su sitio las leyes zapaterinas de mayor carga ideológica. El libro de Tertsch aporta información muy valiosa, por ejemplo, sobre la perversión sado-masoquista de la política de medios del gobierno: Rajoy ha salvado a Prisa y la Sexta, en tanto abandonaba a su suerte a Intereconomía y Libertad Digital-esRadio.
Somos ya varios los que hemos diagnosticado esta abdicación intelectual de la derecha española[11]. Pero Tertsch tiene el mérito y el coraje de identificar además un factor decisivo a este respecto: la primera batalla cultural que perdió la derecha en la Transición (y la que, en cierto modo, la condenaba a seguir perdiendo todas las demás) fue la de la interpretación del pasado reciente. La derecha permitió que la izquierda impusiese su particular, y muy sesgada, versión de lo acontecido en el periodo 1931-78:
Según esta nueva fabulación, que se convirtió en la historia que ha aprendido la mayor parte de los jóvenes españoles, la Segunda República llegó de una forma magnífica, regular y legítima. Y fue un régimen impecable y exquisitamente democrático que logró profundizar en la justicia y en el Estado de Derecho. […] Era tan buena y justa y democrática y pacífica y limpia la República, que los malos no pudieron soportarlo. Y cuatro generales, muchos cardenales y Hitler y Mussolini decidieron acabar con la Arcadia española, y dieron un golpe contra un pueblo que vivía feliz en aquel régimen de tolerancia y progreso. Después, continúa la caricatura, la dictadura de Franco fue un régimen hitleriano de terror y máximo espanto hasta el mismo día de la muerte del dictador y más allá. Y más allá, porque el franquismo no acabó con la Transición, sino que se transformó para seguir mandando. Y es que después, aseguran, los franquistas impusieron a las fuerzas democráticas, que estaban muy asustadas, una Transición política tramposa con la llamada reconciliación nacional, la amnistía y la Constitución. Que solo eran estratagemas para garantizar la impunidad de los franquistas y la prolongación de su poder (Días de ira, p. 128).
En parte por contribuir a la reconciliación de la Transición, en parte por pusilanimidad o ignorancia, en parte porque tomar posición sobre lo ocurrido en 1931-78 era objetivamente difícil y requería matices muy finos, lo cierto es que la derecha no ha hecho nada en las últimas cuatro décadas por impugnar el relato que sintetiza arriba Tertsch (por ejemplo, Rajoy no ha derogado la Ley de Memoria Histórica, y el PP no votó en contra de las sucesivas "condenas del franquismo" parlamentarias). Al actuar así, acepta el reparto de papeles históricos que implica dicha "versión oficial": un guión que asocia a la derecha con la reacción, el golpismo y la dictadura, y a la izquierda con la libertad, la democracia y el progreso. Dados sus antecedentes tenebrosos, la derecha es eternamente sospechosa de insinceridad democrática. La izquierda se reserva el derecho de admisión en el sistema y restriega periódicamente en la cara de su rival su inexpiable pecado original. Y si algún debate se pone complicado para el interlocutor izquierdista, dispone siempre de un socorrido conversation stopper: calificar de "fascista", "facha" o "neoliberal" la argumentación del oponente (nótese, por lo demás, lo incoherente de usar indistintamente "fascista" y "neoliberal" como invectivas fulminadoras de la infamia derechista, si tenemos en cuenta que el fascismo fue un movimiento eminentemente antiliberal). Increíblemente, el tosco recurso todavía funciona. Funciona tan bien que la derecha se aplica una autocensura preventiva, evitando cualquier matiz que pueda remotamente activar la acusación de "franquismo". La derecha ha interiorizado el papel de villano histórico que le ha adjudicado la izquierda. Incluso los líderes del PP actual utilizan a veces la descalificación de "ultraderechista" para anatemizar a cualquiera que denuncie desde posiciones liberal-conservadoras la vacuidad rajoyana[12].
La "gran mentira antifranquista" es, según Tertsch, el factor que explicaría el sesgo izquierdista de la sociedad española en las últimas décadas (por ejemplo, España es el único país occidental donde ninguna de las fuerzas parlamentarias se autodefine como "conservadora" o "de derechas": compárese con la tremenda fuerza de la corriente conservative en Inglaterra o EE.UU.; en la misma Francia, la derecha asume su carácter de tal). No es sólo que se evite la etiqueta "derecha"; es, también, que hay miedo a defender cualquier idea que resulte asociable con el periodo franquista. Y el elenco de ideas estigmatizadas es, desgraciadamente, muy extenso y valioso: la unidad nacional (de ahí la hiperlegitimidad de los nacionalismos separatistas en las últimas décadas, y el constante recular de los partidos dizque nacionales frente a ellos), la idea misma de nación española, los símbolos patrios (como el himno, esa "cutre pachanga fachosa" abucheada por estadios completos en varias Copas del Rey: un espectáculo impensable en cualquier país europeo), la familia, la natalidad, la religión, la defensa del no nacido, la moral sexual restrictiva… La España democrática lleva cuatro décadas envenenada por la mentira antifranquista:
[E]l antifranquismo después de Franco, esa gran farsa que envenena y paraliza cultural, política y moralmente a la sociedad española desde hace cuatro décadas. […] No haber luchado contra esa mentira con eficacia es un inmenso fracaso nacional que envenenó definitivamente la relación de la sociedad española con la verdad. […] No hubo coraje para hacer frente a esa inmensa mentira que entró por todos los poros en la sociedad española. Hoy parece tarde para aquello. Porque los pocos conocimientos de nuestros jóvenes radican en fundamentos falsos […]. Fue la mentira la que impidió la mirada limpia al pasado que es necesaria para afrontar presente y futuro con vocación de probidad y honradez. […] Para hablar con normalidad de una sociedad española que en su inmensa mayoría disfrutó bajo el franquismo un desarrollo general hacia una modesta prosperidad y sin sobresaltos. Y que vivió aquello con tanta sumisión como adaptación satisfecha. […] Por miedo a ser tachados de franquistas, los españoles aceptaron un relato falso de su propia historia que ha impedido después verdades imprescindibles para una sociedad sana. Y la mentira se instaló para siempre entre nosotros; sobre todo, la mentira se convirtió en una transgresión aceptada e impune (Días de ira, pp. 172-173).
En efecto, una vez admitida la gran mentira antifranquista (a saber: la guerra civil como golpe de Estado fascista contra una impecable democracia liberal, y el franquismo como una larga noche totalitaria y genocida), quedaba abierta la veda para la falsificación histórica[13]. Los separatismos han hecho uso abundante de ella, travistiendo la Historia en un cómic de Astérix en el que un puñado de irreductibles catalanes o vascos resisten desde hace milenios frente a hirsutos invasores españoles "que ya apuntaban maneras franquistas"[14].
Juicio al franquismo: el libro de Pío Moa
La derecha española ha desdeñado la batalla por la interpretación del pasado, con el pretexto de que lo importante era "mirar hacia delante". Ahora bien, Pío Moa y Hermann Tertsch coinciden en una tesis fundamental: la visión que se tenga del pasado condiciona decisivamente la situación política y cultural presente, e hipoteca las posibilidades de desarrollo del país en el futuro ("el que controla el pasado, controla también el futuro": era el lema del IngSoc, "Socialismo inglés", en el 1984 de Orwell)[15]. La "gran mentira antifranquista" que se ha inculcado impunemente a dos generaciones de españoles explica en gran parte el apocamiento y pudibundez de la derecha actual, así como la hiperlegitimidad de la izquierda y los nacionalismos. Y ambas ponen en peligro la sostenibilidad de España.
Probablemente sea Pío Moa quien se ha distinguido más en las últimas dos décadas en la denuncia de "la gran mentira". El establishment académico-mediático le ha marginado, pero ello no le ha impedido seguir abasteciendo a un núcleo de lectores fieles de reflexiones siempre jugosas. En Los mitos del franquismo nos ofrece su fresco panorámico definitivo sobre el periodo (tras aproximaciones parciales en Años de hierro[16], Franco: Un balance histórico[17] o Franco para antifranquistas). Enumero abajo algunos aspectos tratados por Moa, y la opinión que me merecen.
La sección dedicada a la Segunda República y la pendiente hacia la Guerra Civil es bastante inapelable. La izquierda –dividida en izquierda burguesa e izquierda marxista, que incluía a un PSOE en rápido proceso de bolchevización– se sentía propietaria del régimen y no aceptó la victoria electoral de las derechas en noviembre de 1933. Siguió el intento de golpe de Estado de octubre de 1934 ("revolución de Asturias" e intentona de Companys en Barcelona). Las nuevas elecciones de febrero de 1936 tuvieron lugar ya en una atmósfera de disturbios y coacción (especialmente después de la dimisión ilegal del gobierno de Portela Valladares entre la primera y la segunda vueltas). La izquierda incrementó fraudulentamente su número de escaños mediante la manipulación de las actas. En la primavera trágica de 1936, un gobierno títere de "izquierda burguesa" asiste impasible al desbordamiento de asesinatos, quemas de iglesias, asaltos a las sedes de partidos de derecha, etc., inventariados por Calvo Sotelo y Gil Robles en sus célebres intervenciones parlamentarias, contestadas con amenazas de muerte por algunos diputados comunistas. La existencia de un gobierno de izquierda moderada surgido de elecciones servía de tapadera para mantener las apariencias de legalidad constitucional, mientras la izquierda radical iniciaba de hecho la revolución en la calle, buscando conscientemente la guerra civil (que estaban seguros de ganar). Todo culmina en el asesinato de Calvo Sotelo (Gil Robles se salvó por no estar en su domicilio). Por tanto, "el 18 de julio no destruyó una democracia, sino que la previa destrucción de la democracia causó el 18 de julio"[18]. Falta añadir que el propósito del 18 de julio no fue restaurar la democracia colapsada por la subversión izquierdista. Franco, como muchos de derecha y de izquierda en la tormentosa Europa de los años 30, consideraba definitivamente fracasado el modelo democrático-liberal, y buscaba otra cosa. Moa lo reconoce: "Él no pensaba en una dictadura de urgencia que resolviera la crisis histórica de los años treinta para retornar a una situación semejante a la anterior, que a su juicio haría recaer al país en las viejas convulsiones. Su propósito era establecer un régimen nuevo, opuesto radicalmente al comunismo […] y superador de la crisis liberal mediante una combinación de doctrina social de la Iglesia con rasgos falangistas, tradición monárquica y 'democracia orgánica'"[19].
Me parece menos convincente la parte dedicada por Moa al espinoso asunto de la represión en la Guerra Civil y la temprana posguerra. Instalado en una actitud de defensa a ultranza del franquismo, busca la atenuación de responsabilidades mediante la contextualización y la relativización a lo "¡y tú más!". Sí, el bando republicano practicó una represión igual de salvaje –si no más– con un matiz especialmente abyecto de persecución religiosa. Sí, incluso los países democráticos adoptaron decisiones reprobables durante la Segunda Guerra Mundial (internamiento –que no fusilamiento– de los ciudadanos de origen japonés en EEUU; bombardeos de Dresde-Hamburgo o Hiroshima-Nagasaki: pero respecto al bombardeo atómico cabe quizás la excusa de que permitió acortar la guerra y a la postre ahorrar vidas, cosa que no resulta sostenible en lo que se refiere a la represión en ambas retaguardias de la guerra española; en todo caso, cada responsabilidad histórico-política debe ser examinada separadamente, sin caer en un totum revolutum de indulgencia universal en el que cada uno tapa su crimen con el del vecino). Insiste en la comparación con la represión de primera hora –tras la retirada nazi– contra los "colaboracionistas" italianos y franceses; sin embargo, se trató en la mayoría de los casos de ejecuciones irregulares, en la anarquía de las primeras semanas, a cargo de grupos de partisanos: no les pueden ser imputadas a los nuevos gobiernos, aún apenas organizados, con la diafanidad que incumbe al régimen de Franco respecto a la represión de 1936-41. Más atendible es el argumento de que muchos de los ejecutados eran culpables de delitos de sangre (o sea, habían sido chequistas en la zona republicana), en una época en que la pena de muerte era admitida en todas partes. El propio Moa, sin embargo, reconoce que entre los muertos hubo también inocentes cuyo único crimen era pertenecer al bando ideológico incorrecto[20].
Resulta muy iluminadora la sección dedicada a la evolución del régimen en los años 40 y 50. La cultura oficial de las últimas cuatro décadas ha arraigado en nuestro imaginario la idea de una posguerra tétrica, con una España famélica y aterrorizada bajo la bota franquista. Sin embargo, Moa muestra con cifras una realidad diferente: la reconstrucción fue relativamente rápida, dadas las circunstancias (guerra mundial en la primera mitad de los 40 y bloqueo internacional en la segunda); las muertes por hambre fueron similares a las de la Segunda República (inferiores a las mil anuales, en todo caso), y desaparecen hacia finales de los 40. El crecimiento económico fue sostenido (aunque el verdadero boom llegaría en el periodo 1959-73). Las cifras de escolarización –de niños de ambos sexos- superan claramente a las de la República ya a finales de los 40. Es muy valioso el testimonio de Julián Marías, nada sospechoso de simpatías franquistas: "No es verdad, en absoluto, la imagen lacrimógena que suele pintarse de esa época. Había una tremenda gana de vivir, en parte por el contraste de la paz –incluso de aquella paz– con el horror de la guerra. Los españoles […] gozaban de la vida con una intensidad que acaso no se ha dado después"[21]. Testimonio que coincide con el de Ortega y Gasset, retornado a España en 1946: "Por primera vez, tras enormes angustias y tártagos, España tiene suerte. […] El horizonte de España está despejado. […] El pueblo español […] ha salido de esta turbia y turbulenta época con una sorprendente, casi indecente salud"[22].
Moa desmonta también con eficacia el mito del franquismo como "páramo cultural". El mito sostiene que lo mejor de la intelectualidad española resultó muerto, encarcelado o exiliado. En realidad, la nómina de artistas, filósofos, académicos, cineastas, etc. que florecen en España en los 40, 50 y 60 supera en extensión y brillo a la de los que pasaron al exilio[23], y sin duda resiste ventajosamente la comparación con la actual. El ya citado Julián Marías salió por dos veces al paso de la patraña tendenciosa del "páramo" o el "erial" en sendos artículos de 1976 ("La vegetación del páramo") y 1997 ("¿Por qué mienten?"). Moa, como Marías[24], recuerda también la calidad de los debates públicos entre intelectuales, en plenos años 40: por ejemplo, el relativo al Sonderweg español, la "diferencia" y la intrínseca problematicidad –o no- de la historia española, en el que tercian sucesivamente Laín Entralgo (España como problema, 1949), Ortega y Gasset (De Europa meditatio quaedam, 1949) y Calvo Serer (España sin problema, 1949).
En realidad, en lo que se refiere a la libertad de expresión, como en muchos otros asuntos, el franquismo fue una rareza que desafía las clasificaciones: a medio camino entre el totalitarismo y las democracias liberales (el propio Julián Marías hablaba de "una extrañísima combinación de carencia y existencia de libertad")[25]. Existía una libertad de expresión mayor que en los sistemas totalitarios. Incluso en la etapa inicial, la más dura, la maquinaria censora del régimen funcionó imperfecta y cansinamente, fuese por incompetencia o por falta de convicción: nada que ver con la mordaza implacable de los sistemas nazi y soviético[26]. Como reconocería Julián Marías en 1976, la censura no impidió la reanudación de la creación filosófica, literaria y artística, ya en los 40, a un alto nivel de calidad y con suficiente libertad (también para los desafectos al régimen, como el propio Marías)[27]. En plenos 40 y 50, catedráticos antifranquistas como Manuel Giménez Fernández, exministro de la República, podían perorar cotidianamente contra el dictador sin perder no ya el pellejo, sino siquiera la cátedra[28]. En los años 60 y 70, las publicaciones de izquierda circulaban sin gran dificultad, y profesores marxistas como Carlos Castilla del Pino o Manuel Sacristán escalaban sin problemas en la jerarquía académica (de hecho, la marxistización de la Universidad española estaba ya muy avanzada en 1975). Existía, sin embargo, una legislación que incluía la censura o las consignas a la prensa (esto último, hasta la "ley Fraga" de 1966). Y el régimen, según las circunstancias y el criterio personal de los sucesivos ministros, podía tener espasmos de intolerancia como el que condujo en 1966 a la expulsión de la Universidad de Tierno Galván, García Calvo, López Aranguren y otros catedráticos.
Resulta especialmente relevante la luz que arroja Moa sobre la cuestión de las lenguas y culturas regionales, visto el aprovechamiento mítico-político que los nacionalismos han hecho de ella en las últimas décadas. Lo cierto es que, exceptuando algunos excesos en los meses que siguieron a la victoria ("¡habla la lengua del imperio!"), el catalán, el vascuence y el gallego no fueron en absoluto reprimidos bajo el franquismo. El español era la lengua oficial de la administración y la enseñanza, pero las lenguas regionales eran utilizadas libremente en la literatura y en la vida cotidiana. Se editaron en la etapa franquista más libros en ellas que en cualquier periodo anterior. En 1948 se creó la revista Egan, con patrocinio oficial, para el cultivo del vascuence; en 1952 se instituyó la primera cátedra de ese idioma. Las reales academias de las lenguas vasca y gallega volvieron a funcionar en 1945. Desde 1944, por ley, las Facultades de Filología Románica debían incluir una asignatura de literatura catalana. En 1945 se publicó la primera gramática histórica catalana[29]. En los 60 existían ya numerosas ikastolas.
Moa sostiene que el periodo 1960-75 fue una edad dorada. Si exceptuamos el hecho –importante– de que no había elecciones libres, que existían unos centenares de presos políticos y que la libertad de asociación y de expresión, aun siendo mayor que la de los totalitarismos, era inferior a la de las democracias, la afirmación resulta defendible. Tras las reformas liberalizadoras del Plan de Estabilización (1959), España pasó a ser el país con más rápido crecimiento económico del mundo, tras Japón y Corea del Sur. El ingreso por habitante llegó a situarse en 1975 en un 80% del promedio de los países que entonces integraban la CEE: nunca había estado (ni ha vuelto a estar) tan cerca. La Seguridad Social se desarrolló, la escolarización se completó, y la universidad se abrió a todas las clases sociales. La enseñanza media tenía en la España de los 60 una calidad y un nivel de exigencia que ha perdido después. La natalidad, promovida por el régimen, alcanzó una excelente cota de tres hijos por mujer (compárese con los 1.3 actuales, que nos abocan a un rápido envejecimiento de la población y a la consiguiente insostenibilidad socio-económica). Resultaban envidiables los índices de "salud social": escasa delincuencia, alta nupcialidad y estabilidad familiar (no existía el divorcio), escasa incidencia del alcoholismo y la drogadicción, inexistencia de la pornografía, aborto prohibido y estadísticamente insignificante, escaso porcentaje de embarazos de adolescentes, enfermedades de transmisión sexual, suicidios, etc. Es cierto que todos estos índices eran entonces mejores que ahora también en los demás países occidentales; pero los de la España de Franco superaban a los del Occidente democrático: España fue entonces la campeona europea en salud social. Todo ello, con un Estado ligero (menos de un millón de empleados públicos; tres millones en la actualidad) e impuestos bajos.
En realidad, la España de los 60 y primeros 70 presentaba notables paralelismos con el Singapur de Lee Kwan Yew (primer ministro entre 1959 y 1990)[30]: un "Franco asiático" bajo cuya dictadura relativamente benigna los comunistas, que avanzaban en otros puntos de Asia, fueron mantenidos a raya, se establecieron sólidos lazos militares con EE.UU., se permitió cierto pluralismo intelectual y cultural, y se construyó un Estado ligero y eficiente (en la actualidad, el gasto público de Singapur representa un 17% de su PIB: es el Estado menos pesado del mundo, y, junto a Hong Kong, el que garantiza mayor libertad económica)[31], con presión fiscal muy baja y facilidades para las inversiones internacionales. El éxito del régimen es innegable: Singapur presenta índices de "salud social" comparables a la España de los 60 (con la importante excepción de la natalidad, que es raquítica), su sistema educativo y sanitario está entre los mejores, y goza uno de los PIB per cápita más elevados del mundo (superior al de sus antiguos amos coloniales británicos)[32]. Lee Kwan Yew es además un teórico del "modelo asiático", que combina el "autoritarismo liberal" con el conservadurismo social-familiar y un sentido de disciplina comunitaria superior al de las sociedades occidentales. "Harry" Lee dice cosas como: "La fuerza de nuestro modelo estriba en que [no teniendo elecciones periódicas] podemos pensar estratégicamente y a largo plazo. Si el gobierno cambiase cada cinco años, eso sería mucho más difícil. […] No creo que la democracia conduzca necesariamente al desarrollo. […] El exceso de democracia conduce a la indisciplina y el desorden. […] [En una democracia, los políticos] tienen que prometer y gastar más y más para ganar votos en la próxima elección. […] Lo que necesita un país para desarrollarse es disciplina, más que democracia"[33].
¿Qué puede hacer la derecha actual con el franquismo?
Criticábamos antes –de la mano de Tertsch y Moa– la inhibición de la derecha de las últimas décadas en la batalla por la interpretación del pasado; un desistimiento que ha dejado vía libre a la izquierda para presentar el franquismo como un totalitarismo genocida similar al nazi: un régimen de terror cuyos últimos vestigios simbólicos deben sufrir la total damnatio memoriae (asistimos estos días a una nueva purga de nombres "franquistas" en el callejero madrileño). Dijimos que el posicionamiento de la derecha democrática frente al franquismo requería matices sutiles, y que la complejidad intrínseca de la tarea explica quizás que ésta haya sido omitida. La derecha democrática hubiera debido impugnar la mentira del franquismo como régimen cuasi-hitleriano. Los hechos que enumera Moa (y que estaban frescos en la memoria de los españoles de la Transición, en tanto que ahora resultarán ya increíbles para los jóvenes) hubieran bastado para esa argumentación. El franquismo –como sostuvo Juan Linz ya en los 70- no fue un régimen totalitario, sino autoritario. En un sistema totalitario, el Estado-partido "ocupa" toda la sociedad, hasta sus últimos pliegues, reglamentándola con arreglo a una ideología revolucionaria, que busca una meta histórica suprema a la cual se subordinan los derechos e intereses individuales (el engrandecimiento de la nación, en el caso del totalitarismo nazi-fascista; la construcción del socialismo, en el caso del comunista). El totalitarismo controla integralmente la vida económica, educativa y religiosa, así como los medios de comunicación. Los individuos están incondicionalmente sometidos al poder absoluto del Estado. No existen garantías legales (rule of law) o un poder judicial independiente.
Ninguna de esas circunstancias se dio en el franquismo, al menos a partir de 1945. La presión adoctrinadora, intensa en los 40, se fue evaporando a medida que lo hacía la propia ideología inspiradora del sistema (mezcla imprecisa de falangismo, catolicismo y corporativismo "orgánico"), hasta derivar en una tecnocracia desideologizada, limitada a lo burocrático y nada invasiva de la esfera privada. Este "burocratismo gris" que "deja vivir" es la antítesis del totalitarismo, que aspira a la constante incandescencia ideológica y a mantener encuadrada y galvanizada a la población. Julián Marías ponderó en 1974 el alto grado de libertad personal que, pese a tratarse de una dictadura, permitía a todas luces el tardofranquismo[34]. El filósofo marxista-revisionista polaco Leszek Kolakowski y el disidente soviético Alexander Solzhenitsin hicieron comentarios públicos similares en 1974 y 1976. ¿Totalitarismo con fronteras abiertas, la prensa internacional en los quioscos, libertad de empresa y huelgas en las fábricas? ¡Ustedes no saben lo que es el totalitarismo!
Junto a la de "autoritarismo", hay otra etiqueta que podría convenir al franquismo. La aporta John Rawls, quizás el filósofo ético-político más influyente del último medio siglo. En su última obra importante, El Derecho de gentes (1999), teorizó la categoría del "régimen no liberal decente". El "régimen decente" puede tener gobernantes no elegidos según el principio "un hombre, un voto". Debe contar, sin embargo, con una "jerarquía consultiva decente" provista mediante mecanismos representativos corporativos[35]. Debe respetar los derechos humanos básicos: "el derecho a la vida, a los medios de subsistencia y a la seguridad; el derecho a la libertad (libertad frente a la esclavitud y el trabajo forzado; y libertad de conciencia, de pensamiento y de religión); el derecho de propiedad; y el derecho a la igualdad formal [igualdad ante la ley]"[36]. Pero el listado no incluye el pluralismo de partidos, la completa libertad de expresión y asociación, etc. Finalmente, el sistema no liberal decente "no tiene fines [de política exterior] agresivos y reconoce que debe alcanzar sus metas legítimas a través de la diplomacia, el comercio y otros medios pacíficos"[37]. El franquismo parece cumplir los requisitos del "régimen decente" rawlsiano: las Cortes, elegidas mediante el cauce corporativo de "familia, municipio y sindicato", fueron una "jerarquía consultiva decente" (tan decente, que se hizo patrióticamente el harakiri en 1976); se admitía la libertad religiosa privada[38] (aunque, hasta los 60, no el culto público de las religiones distintas de la católica: y esto, más por presiones de la Iglesia que por otra cosa), así como el derecho a la vida (si sonaba el timbre a las cinco de la mañana, "era el lechero"), la propiedad y la igualdad ante la ley (las restricciones de la capacidad jurídica de la mujer casada, vigentes hasta mayo de 1975 -derogadas, por tanto, todavía en vida de Franco- eran similares a las vigentes hasta fecha apenas más temprana en la mayoría de los países occidentales, cuyo carácter no solo "decente" sino también liberal nadie hubiera cuestionado).
La derecha democrática hubiera podido argumentar este carácter de "régimen autoritario decente" frente a la caricatura izquierdista de un Franco hitleriano. Hubiera podido argüir también el incuestionable éxito material (económico, educativo, social) del régimen, así como su notable grado de popularidad. Creo, sin embargo, que esta defensa no podía ser una identificación total. Hay varios aspectos del franquismo que no resultan asumibles para una derecha liberal-conservadora y democrática (y no me refiero solo a las decenas de miles de ejecuciones de la guerra y la postguerra).
El primero es que Franco fue un dictador. Los sucesivos refrendos plebiscitarios (votación de la Ley de Sucesión en 1947, de la Ley Orgánica del Estado en 1966, etc.) no pueden contar como elecciones democráticas: la oposición no disponía de la posibilidad legal de asociarse y expresarse. Y la dictadura no es un sistema razonable. Los éxitos de Franco o Lee Kwan Yew podrían hacer pensar que quizás después de todo la democracia no es una buena idea, y que ofrece más garantías un gobernante vitalicio que pueda manejar un horizonte histórico largo y abordar reformas necesarias pero impopulares, libre de la necesidad de contentar en breve plazo a un electorado voluble que siempre pide más (subsidios, "derechos sociales", servicios… aunque el Estado no se lo pueda permitir). Pero a priori, la democracia es el sistema de gobierno más coherente con la dignidad humana y la igualdad moral entre los hombres, al reposar sobre el principio, afirmado por John Locke[39] y Abraham Lincoln[40] entre otros, de que nadie puede ejercer poder político sobre otras personas si no es con el consentimiento de éstas (no de todas y cada una, sino como colectivo). Y, a posteriori, la historia demuestra que los Franco o Lee (dictadores benignos) son la excepción, y que las dictaduras implican con mucho mayor frecuencia corrupción, violación masiva de derechos humanos, eliminación de opositores, políticas económicas insensatas… cuando no arrastran innecesariamente a los países a guerras devastadoras (Mussolini), o a sangrientas revoluciones motivadas por la imposibilidad de deponerles pacíficamente. La renovabilidad de los gobernantes mediante elecciones libres y la limitación constitucional de su poder es sin ninguna duda una espléndida conquista de la civilización. Sí, la democracia liberal parece ser "el fin de la Historia". No se vislumbra ningún competidor capaz de hacerle sombra. Las alternativas conocidas son poco seductoras.
Moa no es antidemócrata, pero no piensa que quepa computar en el "debe" de Franco el hecho de haber mantenido tanto tiempo un régimen no democrático. Su argumento es que la tremenda polarización ocasionada por la Segunda República y la Guerra Civil hubiera hecho imposible una convivencia democrática pacífica si Franco hubiese renunciado al poder tras la contienda. Creo que el argumento puede valer para los primeros años; pero ¿puede sostenerse que, por ejemplo, hacia 1960, con el país reconstruido, los odios de la guerra apaciguados, la reconciliación ya conseguida a nivel popular, no hubiese podido funcionar la democracia en España? El propio Moa explica que Serrano Suñer, el embajador Lequerica o el cardenal Pla y Deniel aconsejaban a Franco -tan pronto como 1945- una apertura y democratización del régimen, como también hizo el pretendiente don Juan de Borbón en el Manifiesto de Lausana.
La segunda razón por la que la derecha liberal-conservadora no puede reclamarse sin más del franquismo –aunque sí debería refutar la patraña izquierdista de la guerra civil como golpe de Estado fascista y el franquismo como régimen de terror– es, en mi opinión, el fracaso "filosófico" del sistema: lo que podríamos llamar su déficit teórico. El régimen de Franco fue una improvisación de emergencia, surgida de circunstancias excepcionales y contingentes (por ejemplo, de haber triunfado de inmediato el levantamiento del 18 de julio, no habría habido guerra civil y el desarrollo político habría sido otro: quizás una "dictadura republicana" provisional). La jefatura suprema de Franco se debió en principio a necesidades militares. Ese régimen de urgencia intentó dotarse después de una teoría política justificatoria (se creó al efecto el Instituto de Estudios Políticos). Pero, como honestamente reconoce Moa, la doctrina política franquista fue siempre ecléctica y un tanto nebulosa. Convergen en ella varias fuentes de inspiración[41]: el regeneracionismo de Joaquín Costa, con su idea del "cirujano de hierro"; el falangismo, versión española del fascismo, que atempera las aristas totalitarias (y racistas, en el caso alemán) de éste con la influencia católica (aunque el falangismo tuviese una vertiente gibelina y hasta anticlerical) y una interpretación idealizada, a lo Maeztu, de la hispanidad como "igualdad moral de todos los hombres"; el tradicionalismo, fuese en su estricta versión carlista, o en la más actualizada de los hombres de Acción Española (Calvo Sotelo, Goicoechea, Pradera), tributaria del pensamiento de Menéndez Pelayo y su reivindicación del pasado hispánico; el krausismo, que aporta la idea de "democracia orgánica" o corporativa (la idea de los "cuerpos intermedios" también jugaba un papel central en el tradicionalismo).
En realidad, como explica muy bien Moa, la seña de identidad más importante del régimen terminó siendo el catolicismo. El levantamiento del 18 de julio no fue "confesional" (en las primeras proclamas faltan las alusiones religiosas), y la Iglesia no tuvo participación alguna en su gestación. Pero la terrible persecución anticristiana que se desarrollaba en el bando republicano –culminación sangrienta de los ataques institucionales y físicos a la Iglesia que se habían dado desde 1931- hizo que la causa nacional fuese percibida por los católicos como "Cruzada", y bendecida como tal por el episcopado. El régimen de Franco puso obispos en las Cortes, hizo obligatoria la educación religiosa en la enseñanza media y universitaria, adecuó la legislación de costumbres a la moral católica… El peso de la componente católica en la ideología oficial del régimen aumentó proporcionalmente, además, a medida que el ingrediente falangista se difuminaba por las circunstancias internacionales (derrota del fascismo en 1945) e internas (agotamiento de la política económica autarquista en la segunda mitad de los 50 y giro tecnocrático-liberal con el Plan de Estabilización de 1959), amén de por la propia vaguedad y contradicciones internas del falangismo.
Moa reconoce la insuficiencia del catolicismo como soporte ideológico del régimen, pues el catolicismo no es una doctrina política, sino una religión compatible con sistemas políticos diversos, aunque no con todos. Para remate, el Concilio Vaticano II, en la Declaración Dignitatis Humanae, revocó la doctrina tradicional del Estado confesional como modelo político preferible. La Iglesia inició un "desenganche" del régimen que llevó a algunas asambleas de curas a pedir perdón por las tres décadas de cooperación eclesial con el franquismo. El giro político de la Iglesia privó al régimen de su legitimación más apreciada (muy importante personalmente para Franco, católico sincero), dejando a éste suspendido en un vacío ideológico.
Franco no restauró la democracia porque no creía en ella. En su opinión, la democracia podía quizás funcionar bien en otros países, pero no en España, como demostraba el fracaso de la Segunda República. Aspiraba a crear un modelo político nuevo[42], una "tercera vía" alternativa a la democracia liberal y al socialismo marxista (Moa acierta cuando interpreta el franquismo como "un residuo de la crisis de los años 20 y 30"[43], cuando el liberalismo parecía obsoleto –decadente, atomizador, propiciador del antagonismo de clases y partidos- y el futuro parecía pertenecer a ideologías antiliberales como el fascismo o el comunismo)[44]. Esa tercera vía, aunque se mantuviera en pie cuarenta años y alcanzara éxitos materiales notables, no consiguió dotarse de una teoría política sólida[45]. El fascismo (la "tercera vía" por antonomasia) quedó desacreditado por los crímenes nazis y expulsado de la Historia por la derrota en la Segunda Guerra Mundial; el catolicismo, como hemos visto, no era suficiente como ideología justificatoria del sistema.
Por tanto, mientras el régimen triunfaba en los hechos ("edad dorada" de los 60-70), fracasaba en las ideas. Moa lo reconoce: "El fracaso se produjo en la ideología: las primeras intenciones de articular un sólido discurso intelectual superador del marxismo y la democracia liberal nunca llegaron a buen fin. […] La crítica franquista a sus adversarios ideológicos nunca supo impugnar de modo convincente el núcleo ideológico mismo de aquellas doctrinas"[46]. "Elaboraciones algo etéreas como las de Maeztu o [García] Morente difícilmente podían competir con las marxistas o demoliberales, mucho más audaces y precisas"[47].
Esta indigencia teórica del franquismo tiene una gran relevancia histórica. Significa que el desistimiento intelectual que achacamos a la derecha actual comenzó ya en la era de Franco. Durante toda su segunda parte, el régimen carecía ya de "relato" ideológico; las fórmulas retóricas del "Movimiento Nacional" eran repetidas por inercia, como el ritual vacío de una religión que ha perdido la fe. En los 60 y 70, el régimen abdicó del combate cultural y aspiraba a legitimarse solo por sus realizaciones prácticas: no en vano Gonzalo Fernández de la Mora, el principal teórico del tardofranquismo, habló de Crepúsculo de las ideologías (1965) y de Estado de obras (1976). Ahora bien, esa actitud resulta corresponderse grosso modo con la confianza de Aznar en la "lluvia fina": no hace falta argumentar, plantear una alternativa teórica a las ideas de la izquierda; basta con el éxito de las políticas aplicadas, que la gente terminará percibiendo, más alla de las ideologías. Se supone que los hechos hablarán por sí mismos. "España va bien": a eso terminó reducido el discurso de los tecnócratas de Franco hacia 1965; y a eso sigue reducido el discurso de los tecnócratas de Rajoy en 2015.
Pero las ideas importan. El vacío ideológico del tardofranquismo fue ocupado sin dificultad por la izquierda, en un proceso que comenzó ya en vida de Franco (especialmente en la enseñanza media y universitaria)[48]. La hegemonía cultural de la izquierda no se inició en la Transición: venía de más atrás. De hecho, los aspectos "sociales" y anticapitalistas del falangismo predisponían a los cuadros del régimen a evolucionar hacia el socialismo, antes que hacia el liberalismo (no en vano José Antonio se había declarado "de acuerdo en más de un punto con la crítica que hizo Carlos Marx")[49]. Muchos jóvenes pasaron directamente del SEU o la OJE al PCE o el PSOE; muchos activistas católicos de la HOAC pasaron sin transición a Comisiones Obreras.
Al orientar al grueso de la derecha española en una dirección que, a la postre, iba a resultar una vía muerta de la Historia (antiliberalismo fascista o semifascista), el régimen de Franco inhibió el posible desarrollo de una derecha liberal-conservadora a la altura de los tiempos, que hubiese podido disputarle la hegemonía cultural a la izquierda. Todavía estamos pagando las consecuencias.
[1] Visión histórica, no sólo española, sino también europea y mundial. La Nueva historia de España de Pío Moa (Esfera de los Libros, Madrid, 2009), por ejemplo, destaca por el constante y lúcido entrelazamiento del acontecer español con el europeo. En cuanto a Hermann Tertsch, ha acreditado siempre en su labor periodística –por ejemplo, en la cobertura de las guerras balcánicas de los 90- un brillante dominio de la historia europea del siglo XX, con especial querencia (y en esto se parece a Timothy Garton Ash) por la Mitteleuropa de la primera mitad del siglo XX, la de Karl Kraus, Joseph Roth, Elías Canetti o Stefan Zweig: "Yo siempre he creído en un periodismo que va más allá. Que aporta contexto histórico, cultural y político al acontecer. Que busca las razones profundas tras la aparente banalidad de los hechos. Que expone la reiteración del factor humano y la pulsión del pasado sobre el presente […]" (Hermann Tertsch, Días de ira: Una reflexión que clama a las conciencias ante una España en alarma, Esfera de los Libros, Madrid, 2015, p. 199).
[2] "Cautivo en su madeja de leyes, derechos adquiridos, expectativas, hábitos, necesidades, el sistema socialdemócrata europeo del frágil equilibrio entre libertades políticas, democracia y el considerable intervencionismo estatal en el terreno económico, se agota. […] La competencia en el mercado globalizado con potencias […] con un orden social distinto está generando en Europa unas contradicciones internas cuya solución no se adivina. Porque el sufragio universal entra muchas veces directamente en conflicto con las reformas imprescindibles para mantener la competitividad del sistema. Ese conflicto está ya en la calle y en las urnas. Y muchas veces parece directamente imposible que los pueblos tomen decisiones a favor de las opciones realistas que no ocultan las medidas dolorosas ineludibles" (Hermann Tertsch, Días de ira, cit., p. 29).
[3] "La crisis de las democracias es muy similar a la de entonces [periodo de entreguerras], con la desesperanza de amplias capas de la población, la quiebra de las certezas y seguridades, la falta de liderazgo, la mediocridad de sus cuadros dirigentes, la desconfianza en las élites tradicionales, la parálisis de esas élites, la confusión general, las dificultades de la política para reaccionar ante los nuevos retos, los miedos, la percepción general de vulnerabilidad y la corrupción" (Días de ira, cit., p. 31).
[4] "Fue él [Zapatero] quien recuperó la terminología de las dos Españas en un proyecto por lograr, treinta años después de la muerte de Franco, una nueva mayoría de izquierda y nacionalistas para acabar con el consenso de la Transición española, cambiar radicalmente el carácter del sistema constitucional español hacia un nuevo "régimen progresista". Los planes de Zapatero eran […] el estado inicial del mismo proyecto de ruptura y liquidación de la reforma política de 1977 que hoy tiene Podemos y toda la órbita de la izquierda radicalizada" (Días de ira, cit., p. 121).
[5] "No fue ese fin del zapaterismo mérito de ninguna oposición política. Tampoco busquen gran resistencia a los planes de Zapatero en el pueblo español. […] Bien entumecida, desinformada y adulada por las televisiones, que eran un coro zapaterista unánime, la [mayor parte de] la sociedad española ni protestó, ni se sintió ofendida, ni intuyó mayor riesgo en la estrategia revanchista y de división que Zapatero había emprendido" (Días de ira, cit., p. 122).
[6] "Zapatero no perdió por fraccionar, intoxicar de odios pasados y traicionar a España, ni por cuestionar la legimitidad de su Constitución y debilitar de forma constante sus instituciones, sino por no poder seguir suministrando cheques-bebé y "planes E" (Días de ira, cit., p. 38)
[7] "Un 74% de los ciudadanos rechaza el capitalismo, mientras que sólo un 11% se siente representado por esta posición, de acuerdo con el estudio Values and Wordlviews de la Fundación BBVA que compila 15.000 encuestas realizadas en los diez principales países de Europa. […]España es, después de Italia, el país donde un mayor porcentaje de la población cree que el Estado debe ser el responsable de asegurar "un nivel de vida digno" (el 74,1%), mientras que el resto de Europa apuesta por que cada persona sea la propia responsable de su vida. Llama la atención que, aunque el Estado del Bienestar esté mucho más desarrollado en la mayor parte de los países analizados, el porcentaje de gente que cree que el Estado se tiene que ocupar directamente de temas como la sanidad o las pensiones sea significativamente más alto en España (un 85%, más de 20 puntos por encima de la media europea)" ("España, el país más anticapitalista de Europa", Expansión, 5-04-2013 [http://www.expansion.com/2013/04/05/economia/1365120289.html]).
[8] "Relaciones extramatrimoniales, juego, homosexualidad, aborto, sexo prematrimonial, consumo de alcohol, divorcio y uso de anticonceptivos: los españoles, muy por encima de la media de 48 países al considerar aceptables todos estos comportamientos" ("España en el mundo: una anomalía en cuestiones morales", Forum Libertas, 31-10-2014 [http://www.forumlibertas.com/frontend/forumlibertas/noticia.php?id_noticia=31559]).
[9] "El problema fundamental ya entonces, aún con el gobierno de Aznar como después con el de Zapatero, estuvo en que solo la izquierda tenía un relato ideológico. […] La falta de mensaje de la derecha española es una tragedia. Porque España se ve sin una alternativa político-cultural al socialismo, sea este venial, como el habido, o mortal, como el que se anuncia. Se ha comprobado especialmente cuando ha gobernado el PP, y no se ha avanzado nada en plantear una alternativa real al mezquino mensaje igualitario y al reduccionismo socialdemócrata. […] El Gobierno de España [Rajoy] no tiene interés por hacer nada que no se vea obligado a hacer. Lo más estrictamente necesario. […] La derecha no tiene un mensaje económico que no sea que España no fue rescatada. Ni tiene un mensaje político de renovación y regeneración, ni de principios. […] El Gobierno de España no quiere líos. […] Aquí ya no hay una opción política que se distinga por su defensa de la propiedad y la libertad, de la defensa de la ley y el Estado de Derecho, la unidad y sus símbolos, el respeto a la tradición y el culto a la historia común, de la libertad religiosa, del derecho a la vida, los fundamentos judeocristianos, […] libertad económica y guerra a la fiscalidad abusiva, fin del despilfarro y racionalización de la Administración y de la territorialidad, defensa de la libertad de educación y de los derechos inalienables del individuo, y un compromiso inequívoco en la defensa occidental" (Días de ira, pp. 268, 270 y 278). "Tanto Rajoy como su joven vicepresidenta [son] incapaces de sentir y transmitir empatía alguna con objetivos políticos de largo aliento y calado, de grandeza y trascendencia" (op.cit., p. 56).
[10] Cf. Federico Jiménez Losantos, "Viaje al centro de la nada", La Ilustración Liberal, nº2, 1999 [http://www.ilustracionliberal.com/2/viaje-al-centro-de-la-nada-federico-jimenez-losantos.html].
[11] Personalmente, me ocupé de la cuestión en "La siempre aplazada pedagogía del liberalismo", incluido en F.J. Contreras, Liberalismo, catolicismo y ley natural, Encuentro, Madrid, 2013, pp. 221-235.
[12] Por ejemplo, el partido Vox –que denuncia el abandono de cualquier rumbo liberal-conservador reconocible por parte de Rajoy– es tildado por portavoces del PP de "ultra". "Eso, por defender lo que ellos [del PP] tienen escrito en su programa, ignorado por pura conveniencia particular del equipo gobernante. Aquí tienen ya al partido de la derecha y centroderecha español utilizando el mismo bozal que la izquierda –"cállate, facha"– para impedir todo debate y silenciar a los discrepantes" (Días de ira, cit., p. 58).
[13] Tertsch coincide en esto con Julián Marías, que también lamentaba (en 1997) el sacrificio de la verdad histórica (especialmente sobre el periodo 1931-78) como la principal carencia de nuestra democracia: "En España, desde hace veinte años, han sucedido muchas cosas, buenas y malas, con evidente predominio de las buenas. Sobre todo, el incremento de la libertad, cuyos retrocesos no han sido tan profundos que hayan impedido su posible recuperación. Lo que sigue faltando, y me preocupa extraordinariamente, es el triunfo de la veracidad" (Julián Marías, "¿Por qué mienten?", ABC, 1997 [http://www.conoze.com/doc.php?doc=1858]).
[14] "De presentar a la sociedad catalana o vasca como resistente a la dictadura a inventarse una Cataluña independiente invadida por Franco o una fantasmal Euskal Herría independiente en el Medievo, invadida por unos españoles que ya apuntaban maneras franquistas, no median más que ganas de reafirmar la propia mentira vital. Y un constante esfuerzo de imaginación, [amén de] ingentes sumas de dinero invertidas en mentir a lo largo de décadas, y por supuesto la desaparición de todo indicio de vergüenza" (Días de ira, cit., p. 168).
[15] Cf. Jesús Laínz, "Vaporizando a Franco", Libertad Digital, 16-07-2015 [http://www.libertaddigital.com/opinion/jesus-lainz/vaporizando-a-franco-76208/].
[16] Pío Moa, Años de hierro: España en la posguerra, 1939-45, Esfera de los libros, Madrid, 2007.
[17] Pío Moa, Franco: Un balance histórico, Planeta, Madrid, 2005.
[18] Pío Moa, Los mitos del franquismo, cit., p. 34.
[19] Los mitos del franquismo, cit., pp. 215-216.
[20] "Por supuesto, en la emocionalidad del momento no cayeron solo criminales, también inocentes en número indeterminado" (Los mitos del franquismo, cit., p. 101).
[21] Julián Marías, Una vida presente, I, Alianza, Madrid, 1988, p. 256 ss. (citado en Los mitos del franquismo, cit., p. 103).
[22] Citado en Los mitos…, cit., p. 235.
[23] Muchos de los exiliados, por lo demás, fueron retornando, o hubieran podido hacerlo sin peligro si hubieran querido.
[24] "Cada vez que se habla de lo que ha sido la realidad cultural de España después de la guerra civil, se acumulan las mentiras más evidentes, más contrarias a la irrefragable realidad. […] Los jóvenes […] mienten, diríamos, en nombre de otros. Su motivo principal es la ignorancia: no saben nada, aceptan pasivamente lo que otros les han dicho y lo repiten" (Julián Marías, "¿Por qué mienten?", ABC, 1997 [http://www.conoze.com/doc.php?doc=1858]).
[25] Julián Marías, España inteligible: Razón histórica de las Españas [1985], Alianza, Madrid, 2014, p. 374.
[26] "[Entre los intelectuales que trabajaron bajo el régimen de Franco] Los hubo franquistas, antifranquistas, comunistas reconocidos, y una gran mayoría de ellos sin apenas significación política: todos ellos se expresaron en libros, cine u otras artes. La censura […] no pasó de causar molestias, a menudo pintorescas, y no sepultó en la oscuridad ninguna obra maestra" (Los mitos del franquismo, cit., p. 247).
[27] Marías habla en 1976 de dos mitos ideológicos de signo opuesto, paradójicamente coincidentes en su contenido (la cultura no franquista habría sido proscrita de España durante el franquismo), pero reñidos con la realidad: "[E]l famoso "páramo cultural" español de los últimos decenios. La imagen ha sido moneda corriente desde poco después de la guerra civil. Primero circuló fuera de España; se suponía que en ella no quedaban más que "curas y militares", y ni rastro de vida intelectual, refugiada en la emigración. La propaganda oficial, mientras tanto, afirmaba que se había eliminado –hacia el cementerio, la emigración, la prisión o el silencio– la escoria "demoliberal", y se había restablecido el esplendor "imperial" de España […]. Hace mucho tiempo que quedaron atrás, desmentidas por los hechos, las dos versiones, si se quiere, las dos caras de la moneda falsa, de curso "legal" cada una de ellas en campos acotados y para propósitos muy definidos. Sin embargo, ahora reverdece la primera, destinada primariamente al consumo de los jóvenes nacidos a la vida histórica hace poco tiempo" (Julián Marías, "La vegetación del páramo", El País, Noviembre 1976 [incluido en J. Marías, La devolución de España, Espasa-Calpe, 1977]).
[28] "En la primavera de 1967 […] Don Manuel Giménez Fernández fue a Granada a pronunciar una conferencia [en el Colegio Mayor Isabel la Católica]. […] Minutos antes de la hora de comienzo, el director del Colegio Mayor […] me advirtió con preocupación que dos miembros de la Brigada Social de Granada se habían personado para seguir la conferencia. […] ¡Pobres policías! Les veía cohibidos y nerviosos, a veces pálidos cuando, dirigiéndose a ellos [don Manuel, que conocía su condición de agentes], tras haber afirmado que las Leyes Fundamentales del régimen no respetaban la doctrina de la Iglesia en lo relativo a la libertad de partidos políticos, el derecho de huelga, la libertad de expresión, etc., les preguntaba '¿está claro, o quieren que lo repita?'" (Juan Antonio Carrillo Salcedo, Intervención en Sesión dedicada a la memoria del ateneísta Don Manuel Giménez Fernández, Ateneo de Sevilla-Unicaja, Sevilla, 2002, pp. 12-13). Que Manuel Giménez Fernández despotricaba en clase contra el régimen, ya en los años 40 y 50, me consta por el testimonio de mi padre y el del catedrático de Derecho administrativo José Ortiz Díaz, ambos alumnos suyos en esa época.
[29] Datos en Los mitos del franquismo, cit., p. 360 ss.; cf. J.R. Lodares, El paraíso lingüístico políglota, Taurus, Madrid, 2000.
[30] Tras ceder su puesto a Goh Chok Tong en 1990, siguió participando en el gobierno como ministro sin cartera hasta su muerte en 2015 [http://internacional.elpais.com/internacional/2015/03/22/actualidad/1427057316_464198.html?rel=ult].
[31] Sería el segundo país con más libertad económica del mundo –detrás de Hong Kong- según el ranking de 2015 de Heritage Foundation [http://www.heritage.org/index/].
[32] Con 82.762 dólares per cápita, el tercero del mundo en 2014 según el Fondo Monetario Internacional; España ocuparía el lugar 33 con un PNB per cápita de 33.711 dólares [https://en.wikipedia.org/wiki/List_of_countries_by_GDP_(PPP)_per_capita]
[33] Citado en John Mickelthwait – Adrian Wooldridge, The Fourth Revolution: The Global Race to Reinvent the State, The Penguin Press, Nueva York, 2014, pp. 138 y 141.
[34] Escribía Marías en 1974: "El hecho es que nuestro país ha pasado de ser muy pobre a no serlo […]. El cambio económico de España, en los últimos quince años, es espectacular, y ha alcanzado a la inmensa mayoría […]. Esto quiere decir que los recursos de los españoles se han multiplicado, y como los recursos son los que hacen posible la libertad, esto significa un fabuloso incremento de ella. No de la libertad política –o muy poco-; pero sí de la libertad social y personal. Y esto es lo que no puede pasarse por alto. Siempre que no se trate del Poder público, el español puede hacer hoy, en muy alto grado, lo que quiera […]. Las libertades son inseguras, penden de un hilo […]. Pero mientras no sean suspendidas, existen, y los españoles las estamos ejerciendo y usando […]" (Julián Marías, Artículo de 1974 en La Vanguardia, citado en J. Marías, España inteligible, cit., p. 377).
[35] "Estas sociedades pueden asumir muchas formas institucionales, religiosas y seculares. Todas ellas, sin embargo, son "asociacionistas" [corporativistas] en la forma, lo cual quiere decir que en la vida pública los ciudadanos son vistos como miembros de diferentes grupos, y cada grupo está representado en el sistema jurídico por un sector de la jerarquía consultiva decente" (John Rawls, El Derecho de gentes y Una revisión de la idea de razón pública, Paidós, Barcelona, 2001, p. 78).
[36] John Rawls, op.cit., p. 79.
[37] John Rawls, op.cit., p. 78.
[38] Pero Rawls se refiere claramente a la tolerancia religiosa privada, no a la igualdad jurídica completa de las confesiones. Su ejemplo de laboratorio es un imaginario "Kazanistán" en el que el Islam es religión oficial y los no musulmanes tienen recortados algunos derechos.
[39] "Siendo, según se ha dicho ya, los hombres libres, iguales e independientes por naturaleza, ninguno de ellos puede ser arrancado de esa situación y sometido al poder político de otros sin que medie su propio consentimiento" (John Locke, Ensayo sobre el gobierno civil [1690], § 115, Aguilar, Madrid, 1990, p. 144).
[40] "Lo que sí digo es que ningún hombre vale lo suficiente para gobernar a otro sin el consentimiento de éste. Y digo que éste es el principio fundamental de la forma republicana de gobierno de América" (Abraham Lincoln, Discurso de Peoria, 1854).
[41] Puede encontrarse una excelente síntesis en: Gonzalo Fernández de la Mora, "Estructura conceptual del Nuevo Estado" [1992], Altar Mayor, nº 160, Julio-Agosto 2014, pp. 499-528.
[42] "A su entender, España precisaba un tipo de gobierno original, acorde con su mejor tradición, que enlazase idealmente con el Siglo de Oro, combinando el catolicismo con el sentido social de la Falange en una "democracia orgánica" bajo una monarquía más parecida a la de los Reyes Católicos que a la liberal" (Los mitos del franquismo, cit., pp. 296-297).
[43] Los mitos del franquismo, cit., p. 414.
[44] Perdón por la autocita: "El importante nexo de afinidad entre comunismo y fascismo viene dado por el hecho de que ambos consideran periclitado y decadente el individualismo liberal. "Si el siglo XIX fue el siglo del individuo (liberalismo significa individualismo), podemos pensar que el siglo actual es el siglo de lo colectivo", escribe Mussolini en El fascismo (1929). El Estado de Derecho, las libertades individuales (despreciadas como "formales", es decir, engañosas, sin sustancia), el mercado capitalista y el afán de lucro, son despreciados con parecida intensidad por comunistas y fascistas. Se trata del mundo "burgués" del siglo XIX, que se ha suicidado con la Primera Guerra Mundial: ahora hay que reconstruir la sociedad desde cero con valores nuevos" (Francisco J. Contreras, "Vladimir Tismaneanu y los demonios del siglo XX", prólogo de Vladimir Tismaneanu, El diablo en la Historia, Stella Maris, Barcelona, en espera de publicación).
[45] "En comparación con las demás familias [ideológicas del régimen: calistas, monárquicos alfonsino-juanistas, católicos, tecnócratas…], [la Falange] poseía un ideario más refinado y moderno, pero un tanto ecléctico entre catolicismo y populismo y con demasiada afinidad al militarmente derrotado fascismo italiano como para perdurar. Su ideología, esbozada por José Antonio, quedó estancada y reducida a fórmulas y ritos: la Falange produjo bastante poesía y novela, pero poco pensamiento" (Pío Moa, Los mitos del franquismo, cit., p. 397).
[46] Los mitos del franquismo, cit., pp. 460-461.
[47] Los mitos del franquismo, cit., p. 295.
[48] Así lo reconoce Moa: "Carrero y los ministros tecnócratas deseaban un estudiantado apolítico, concentrado en el estudio y la preparación para el trabajo. […] En definitiva, el régimen perdió ideológicamente la universidad, el marxismo cundió en bastantes profesores y alumnos […]. Las versiones marxistas de la guerra civil y el franquismo, la Iglesia y el capitalismo encontrarían escasa resistencia" (Los mitos del franquismo, cit., p. 330).
[49] José Antonio Primo de Rivera, "Ante una encrucijada en la historia política y económica del mundo", Conferencia pronunciada en el Círculo Mercantil de Madrid, 9 de Abril de 1935 (Incluido en Antología de José Antonio Primo de Rivera, Ediciones FE, Madrid, 1940, p. 38).
Número 66
España
Varia
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