Los pornógrafos de la Ilustración española
Si nos dejáramos guiar por el veredicto de algunos de los principales expertos extranjeros en literatura erótica, el título de este artículo debería coronar una página en blanco. "Poco se puede esperar de ese infortunado país, en lo que a materiales eróticos se refiere", dictaminó en 1877 Henry Spence Ashbee, erudito coleccionista inglés que, con el seudónimo Pisanus Fraxi, recopiló monumentales catálogos de obras prohibidas por su contenido pornográfico que circulaban bajo el manto de la clandestinidad.
El estudioso francés Alexandrian corroboró (Histoire de la littérature érotique, Seghers, 1989) el aserto de Ashbee:
España, que no se atrevió a desafiar la censura de la Inquisición, se especializó en la literatura sentimental y caballeresca. El "infierno" de la biblioteca de don Antonio Villalonga, en Palma de Mallorca, cuyo catálogo confeccionó Fernando Bruner Prieto, contenía, sobre ciento tres libros eróticos, solamente tres españoles (dos antologías poéticas de "obras de burla" y una recopilación de poesías picarescas de Quevedo). Un texto sobre el erotismo español que apareció en Madrid en 1983, sólo citaba obras platónicas o satíricas, como el Libro del buen amor, del Arcipreste de Hita, y la comedia La Celestina. Las primeras novelas pornográficas españolas fueron editadas en Londres en el siglo XIX, como Travesuras del amor (1878).
Tesoros ocultos
Afortunadamente otros investigadores, tanto españoles como extranjeros, no se dejaron desalentar por estos juicios tan categóricos como apresurados, y sus indagaciones proyectaron luz sobre tesoros ocultos del ingenio español consagrado a explorar y describir los prodigios de la vida libertina. En este contexto, revisten especial valor los trabajos de Jean-Louis Guereña, profesor de la Universidad François Rabelais, de Tours; de la profesora Maite Zubiaurre, de la Universidad de California; de la crítica literaria estadounidense Lily Litvak; de los profesores franceses Pierre Alzieu, Robert Jammes e Ivan Lissorgues; del bibliógrafo español José Antonio Cerezo Aranda; del filólogo catalán Albert Rossich; y, cómo no, del polifacético Camilo José Cela, cuyo Diccionario secreto (Alianza, 1974) exhibe con singular crudeza los componentes obscenos de la mejor literatura en lengua española de todos los tiempos.
Sea como fuere, hay que reconocer que en este "infortunado país", como lo definió Ashbee, la losa de la Inquisición primero, y de los regímenes autoritarios o francamente dictatoriales después, pesó sobre los autores, editores y artistas que se atrevieron a apelar a la libido de los lectores y espectadores españoles. El profesor Guereña, por ejemplo, nos remite a la Copia de los pareceres, y censuras de los reverendísimos padres maestros, y señores catredáticos (sic) de las insignes Universidades de Salamanca y Alcalá, y de otras personas doctas. Sobre el abuso de las figuras y pinturas lascivas, y deshonestas; en que se muestra que es pecado mortal pintarlas, esculpirlas, y tenerlas patentes donde sean vistas (Madrid, 1632).
Marcelino Menéndez Pelayo también levantó acta, desde la orilla opuesta, de la existencia de esta literatura pecaminosa (Historia de los heterodoxos españoles):
No es lícito sacar a plaza ni los títulos siquiera de composiciones infandas que, por honra de nuestras letras, hemos de creer y desear que no estén impresas. (…) ¡Cuánto podría decirse de esta literatura secreta del siglo XVIII y de sus postreras heces en el XIX si el pudor y el buen nombre de nuestras letras no lo impidiesen! (…) Ante la abundancia inaudita de la poesía erótica crece el asombro cuando se repara que la tal poesía era cultivada, en primer término, por graves magistrados y por doctos religiosos y por estadistas de fama, y, lo que aún es más singular que todo, valía togas y embajadas y aun prebendas y piezas eclesiásticas.
Infiltración gradual
El siglo XVIII sirvió de escenario a la infiltración gradual de la cultura ilustrada en España. Gradual, eso sí, con avances y retrocesos que se manifestaron en los conflictos del rey Carlos III con la Iglesia y, concretamente, con el papa Clemente XIII por problemas relacionados con la Inquisición y con la configuración del Índice de libros prohibidos. Señala Ricardo García Cárcel en Memoria de España (ed. Fernando García de Cortázar, Aguilar, 2004):
Los mayores problemas con la Iglesia derivaron de la voluntad del control del Santo Oficio y, desde luego, de la expulsión de los jesuitas. Carlos III nunca pretendió abolir la Inquisición, sino instrumentalizarla a favor de sus intereses. Felipe II ya lo había intentado. Se buscó, por lo pronto, subordinar el control de los libros prohibidos a la jurisdicción civil, sustrayéndolo de la Inquisición y exigiendo que esta escuchara a los escritores católicos antes de prohibir sus obras. (…) Algunos delitos que antes instruía la jurisdicción inquisitorial -como la usura, el contrabando, la sodomía, la bigamia o la blasfemia- pasaron a formar parte de la labor de los tribunales ordinarios.
Simultáneamente, se registraban cambios significativos en la estructura social de España. Explica García Cárcel:
La familia siguió siendo jerárquica y patriarcal, pero los sentimientos fueron invadiendo los hogares. La rebeldía al imperativo del consentimiento paterno para el matrimonio de los hijos, el cuestionamiento progresivo de los matrimonios de conveniencia, la práctica del chichisbeo -o cortejo entre la mujer casada y su confidente masculino, que casi rompía el viejo código del adulterio- y la introducción de modas sexuales europeas hicieron estragos en la estabilidad matrimonial. Al mismo tiempo, aumentaron los hijos ilegítimos.
Relegado al olvido
Extramuros del fermento ilustrado y reformista, desarrollaban su actividad creadora los adelantados del pensamiento libertino, influidos por los aires prerrevolucionarios que llegaban desde allende los Pirineos. No sin razón se los llamaba "afrancesados".
Uno de ellos fue Nicolás Fernández de Moratín (1737-1780), quien escribió Arte de las putas, extenso poema que, según recuerda Manuel Fernández Nieto en su introducción a la edición actual (Siro, Madrid, 1977), fue prohibido en el Edicto manuscrito de la Ynquisición de Corte fechado el 20 de junio de 1777, "por estar lleno de proposiciones falsas, escandalosas, provocativas a cosas torpes, injuriosas a todos los estados del Christianismo, blasfemas, heréticas y con sabor de Ateísmo y Politeísmo". Informa Fernández Nieto que el poema quedó relegado al olvido incluso después de la abolición del Tribunal del Santo Oficio por decreto del 9 de marzo de 1820, hasta que a finales del siglo XIX lo publicó un "editor anónimo" que reprodujo una copia manuscrita de 1813.
Es comprensible que el alegato de Fernández de Moratín a favor de las putas espantara, en su ámbito histórico, a los hipócritas que a menudo eran los primeros en utilizar sus servicios subrepticiamente. He aquí unos versos explícitos:
En la ley natural no fue delito
ser los hombres más justos putañeros,
ni tuvo tasa entonces el apetito.
Del padre Abraham las venerables canas
con la mulata Agar reverdecieron,
y Jacob satisfizo a ambas hermanas
y el justo Loth, después de bien bebido,
de Segor en los senos más secretos
hizo a sus hijas madres de sus nietos.
Del santo rey David violó el serrallo
el miembro de Absalón. Tampoco callo
de Salomón científico, la ciencia
en elegir muchachas empleada.
…………………………………
Apenas héroe en letras y armas grande,
se halla a las meretrices no inclinado,
ni es maravilla. ¿Dónde se ha inventado
conveniencia mayor que el putaísmo?
En los cuatro cantos del poema, Nicolás Fernández de Moratín aconseja a los jóvenes que se inician con prostitutas cómo deben tratar con ellas, describe las costumbres de las rameras, enumera los lugares donde se concentran y las regiones de España de donde provienen, con sus peculiaridades, y dedica una extensa disquisición didáctica a los condones: su origen, empleo y utilidad sanitaria. He aquí un fragmento:
El condón de este modo fue inventado;
después los sutilísimos ingleses,
filósofos del siglo, le han pulido,
y a membrana sutil le han reducido,
que las almendras le conservan fresco
con el aceite que destilan dulce;
y las putas de Londres son multadas
si no ofrecen bandejas de condones
que les hacen venir desde la China.
Ilustrado al fin, el autor insiste en que la búsqueda del placer sexual es preferible al ejercicio de la violencia. Considera que los órganos genitales son más nobles que las armas. Y en todo el texto hace un derroche de humor rabelesiano.
De tal palo…
Todo parece indicar que Leandro Fernández de Moratín (1760-1828), hijo de Nicolás y recordado, sobre todo, por haber sido autor de la comedia clásica El sí de las niñas, heredó las tendencias hedonistas de su padre. De tal palo, tal astilla. Manuel Fernández Nieto señala que "las alusiones de Moratín hijo a sus relaciones sexuales, siempre con rameras, y los ataques al clero son constantes en su epistolario", aunque luego los críticos literarios "censuraron, es decir, mutilaron, los escritos más sinceros de su pluma: las cartas que, desde un punto de vista moral, no tienen nada de ejemplares (…) siendo, en cambio, un aplicado discípulo del Arte que escribió su padre".
Estas inclinaciones de Leandro hacen que sean plausibles las hipótesis de los estudiosos que, como Camilo José Cela, le adjudican la autoría de las Fábulas futrosóficas o La filosofía de Venus en fábulas. La moraleja de estas fábulas lo dice todo: "No se encuentra salvación fuera del coño". En realidad la futrosofía descansaba sobre una españolización forzada del término francés foutre que, significa "follar". El título de algunas de estas fábulas no deja nada librado a la imaginación: "El buen Juan, o el virgo de Juana", "Fabio y la puta", "El desafío del carajo y el chocho", "Los sátiros". Cela reproduce en su diccionario de palabras malsonantes un fragmento ilustrativo de la fábula "El tigre y su hijo":
Siempre y cuando el virote se enderece,
mil chochos hay que le darán entrada
sin riesgo de que el crimen lo averigüe
del más severo juez la vigilancia.
Mételo, pues, do nada se aventura;
mételo, por ejemplo a las casadas;
méteselo a los machos y machorras,
y métemelo a mí si te da gana.
Y el mismo Cela reproduce otro de "Oda a Príapo":
A ti, Príapo invoco; a ti que infundes
en los coños, turgente ya el carajo,
mil torrentes y mil de blanca leche.
Príapo, ven; mi aliento desmayado
tú sostendrás, y tú por un momento
el fuego inspirarás de tu gran nabo
a mi lánguida vena falleciente.
Cela aclara, innecesariamente, que vena es un eufemismo por "verga".
Iras inquisitoriales
Nicolás Fernández de Moratín y su hijo Leandro no estuvieron solos en la batalla contra el fariseísmo de la sociedad española. Lo acompañaron dos autores que no pasarían a la historia por sus poemas escabrosos sino por todo lo contrario: sus fábulas para niños marcaron la educación de muchas generaciones de españolitos. Esos escritores fueron Tomás de Iriarte (1750-1791), volteriano acérrimo y víctima propiciatoria de las iras inquisitoriales, y Félix María de Samaniego (1745-1801), autor de obras tan antitéticas como Fábulas en verso castellano para uso del Real Seminario Vascongado, por un lado, y El jardín de Venus, por otro.
Es poco lo que se conserva de la producción erótica de Tomás de Iriarte. Según el estudioso Emilio Palacios Fernández, el manuscrito de sus inéditas Poesías lúbricas está formado por
una serie de composiciones breves (sonetos, redondillas, letrillas, décimas o epigramas) sin excesivo desarrollo argumental. Mujeres inexpertas, putas, hombres "hambrientos" pasan por estos versos. No están presentes, sin embargo, curas, frailes y monjas. Al fabulista canario le gusta jugar con palabras de claro contenido sexual, llegando a veces a una clara pornografía.
Hay otra fuente de la que Cela rescata versos de Tomás de Iriarte. El hispanista Raymond Foulché-Delbosc recopiló su propia antología de Cuentos y poesías más que picantes. Samaniego, Yriarte (sic) y Anónimos, y añadió, a modo de firma: "Publicado por primera vez por un rebuscador de papeles viejos", sin aclarar ni su nombre, ni la fecha, ni el sello del editor. Igualmente, José Antonio Cerezo Aranda (Literatura erótica en España, 1519-1936, Ollero y Ramos Editor, 2001) y otros investigadores adjudicaron la autoría a Foulché-Delbosc y descubrieron que fue publicado en Barcelona en 1899. De allí extrajo Cela estos versos de Iriarte:
Aquel angosto y delicioso ojal,
con los bordes teñidos de clavel
entre dos blancas rosas de cristal,
más rubio el crespo pelo de oropel,
aquello en que unos dicen que hallan sal
y otros son de dictamen que hallan miel,
con mil cosquillas y respingos mil
hospedó el instrumento varonil.
Buen epicúreo
Según el mismo Emilio Palacios Fernández, responsable de la edición de El jardín de Venus (Siro, Madrid, 1976), "es por esta época (1792) y para las distracciones sociales del buen epicúreo que era Samaniego, cuando debió empezar a escribir sus cuentos verdes". Más exactamente las poesías que aparecerían reunidas bajo el título de El jardín de Venus. Prosigue Palacios Fernández:
El año 1793 [Samaniego] se vio envuelto en un largo y difícil proceso inquisitorial, en el que curiosamente no se alude a sus cuentos, que lo colocó en un grave aprieto. (…) Todo quedó en un buen susto. (…) Sabemos, sin embargo, la tradición nos lo dice, que a su muerte ordenó la destrucción de los mismos en un supremo acto de remordimiento. Y, efectivamente, entre sus papeles no se encontraron los famosos cuentos. Pero era demasiado tarde para que estas composiciones no corrieran en varias copias por diversos lugares del país. (…)
Cabría preguntarse por qué Samaniego no publicó en vida estas obras. Y la respuesta es obvia: el control de la Inquisición impedía cualquier tipo de inmoralidad.
Por ejemplo, el poema "El cuervo" narra la historia de una "moza inocentona" que viaja sobre un colchón, en un carro conducido por el mayoral Farruco. Ella ve un pájaro negro muy feo y pregunta qué nombre tiene.
Ese es un cuervo, respondió el arriero,
embiste a las mujeres y es tan fiero
que las pica los ojos, se los saca,
y después de su carne bien se atraca.
Al ver que el cuervo se acerca, la moza
tendióse en el colchón y, remangando
las faldas presurosa,
cara y cabeza se tapó medrosa,
descubriendo con este desatino
el arroyo y el bosque femenino.
Al mirarlos Farruco, alborotóse;
subió sobre el colchón, desatascóse,
sacó… ¡poder de Dios, qué grande que era…!
Y a la moza a empujones
enfiló de manera
que del carro los fuertes enviones,
en vez de impedimento,
daban a su timón más movimiento.
Y en tanto que él saciaba su apetito,
ella decía: ¡Sí, cuervo maldito;
pica, pica a tu antojo,
que por ahí no me sacas ningún ojo!
El jardín de Venus, que se completa con Otros jardines de verde hierba, contiene en total sesenta y seis poemas que pintan, en conjunto, un cuadro de costumbres licenciosas que abarca a todos los estamentos sociales, con especial predilección por la sátira anticlerical. Género este –el de la sátira anticlerical– que cultivaron y cultivan pródigamente los pornógrafos españoles, italianos y franceses desde tiempos inmemoriales hasta nuestros días.
Lo que salió del armario
Otros dos autores aparentemente ajenos al género erótico dejaron una herencia de poesía pornográfica que sólo salió del armario a finales del siglo XIX, muchos años después de muertos ambos. Fueron las "postreras heces" a las que se refirió Menéndez Pelayo. José Vargas Ponce (1760-1821) fue marino, político e historiador, aunque también escribió libros de poesía burlesca y obras de teatro. Sin embargo, hubo que esperar la aparición del Cancionero moderno de obras alegres (1875) para que vieran la luz poemas suyos como este:
La monjita, si es discreta,
cuando va al confesionario,
presenta su tafanario
a la rejilla secreta,
hácele allí la puñeta
con el dedo, el confesor,
o, si se puede mejor,
aunque sea con trabajo,
úrgala con el carajo,
mientras ora con fervor.
El otro poeta libertino del que sólo se reveló su condición cuando ya nadie podía premiarlo o castigarlo por ello fue Ventura de la Vega (1807-1865). Fue profesor de Isabel II y director del Teatro Español. Su producción dramática -entre la que sobresalió El hombre de mundo (1845)- estuvo más próxima a la estética dieciochesca que a la romántica. En política, se deslizó desde un progresismo inicial hacia posiciones conservadoras. Pero en su armario ocultaba manuscritos cuyo contenido sorprendió y escandalizó a quienes lo habían conocido. Camilo José Cela también recurre a sus poemas en busca de eufemismos que sustituyan palabras malsonantes. Mondadientes por polla, en "La primera paja":
¿Si se habrá figurado
la boba algunas veces
que entre piernas su primo
tiene algo que le cuelgue?Tal vez; y decidida
preguntárselo quiere.
¡Pero es tan candorosa!
Vamos, que no se atreve.Turbóse avergonzada
pero más elocuentes
sus ojos a Manolo
descubren lo que quieren.Manolo, impetuoso,
que al punto la comprende,
toma la iniciativa
y nadie le detiene.De pronto con orgullo
saca su mondadientes
y cogiendo una mano
de la niña inocente
en ella le coloca.
¡Felice! Cuantas veces
le acarició esta mano
con virginal deleite.
Y Cela se complace en descubrir que en "Llegó tarde", Ventura de la Vega emplea canana por cojón:
No os descuidéis, mujeres,
que la ocasión es calva,
abrid las piernas antes
que el hombre se distraiga.
Si no, ya veis qué pronto
gasta en puñetas vanas
todas las municiones
que tiene la canana.
A partir de estos dos rezagados de la Ilustración, la pornografía queda en manos –¿quién lo diría?– de dos impecables poetas románticos: José de Espronceda y Gustavo Adolfo Bécquer. Pero esto es tema para otra incursión en el infierno de las bibliotecas.
Pasaje exculpatorio y balance
Finalmente, y a modo de disculpa por el énfasis puesto en la descripción de las pasiones más elementales del ser humano, es bueno cerrar esta reseña con el pasaje exculpatorio que Giovanni Boccaccio (1313-1375) añadió a la conclusión del Decamerón y que Emilio Palacios Fernández reproduce en el prólogo de El jardín de Venus:
Y si hay acaso en ellas alguna partecilla o palabra más libre de lo que tal vez tolere una santurrona, de esas para las que las palabras pesan más que los hechos y que más que en ser buenas se esfuerzan en parecerlo, digo que no se me debe a mí censurar más el haber así escrito que pueda censurarse a los hombres y mujeres el andar diciendo todos los días "agujero", y "clavija", y "mortero", y "almirez", y "salchicha", y "mortadela", con otras muchas cosas semejantes. Sin contar con que a mi pluma no se le debe conceder menor autoridad que al pincel del pintor.
Henry Spence Ashbee se equivocó al dictaminar que España es un país infortunado por su indigencia en el campo de la literatura erótica. El hecho de que a su juicio la hubiera en exceso ofendió la sensibilidad de Menéndez Pelayo. Independientemente de lo que opina cada observador, el balance demuestra que la Ilustración creó la atmósfera propicia para que los espíritus inconformistas abordaran sin inhibiciones la vida sexual oculta de sus contemporáneos y la trasladaran al papel impreso y a las imágenes galantes.
Número 66
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