El neocomunismo cristiano. La extraña renuncia del papa Benedicto
El 13 de junio de 2015 se constituyó el Pleno del Ayuntamiento de Madrid. El secretario del Consistorio, tras pronunciar las palabras propias del juramento del cargo, fue llamando, uno a uno, a los 57 concejales de la nueva formación municipal. Estos debían responder "Sí, juro" o "Sí, prometo". La nota original la pusieron los de Ahora Madrid/Podemos. La mayoría de ellos adoptó la formula, "Sí, prometo, por imperativo legal" (quedaba así claro que su intención no era respetar por mucho tiempo el consenso constitucional de 1978). Pero, además, dos o tres quisieron distinguirse de los otros y añadieron a su promesa unas palabras latinas, omnia sunt communia.
Después del primer momento de desconcierto supimos que se trataba de la última parte de una frase de Santo Tomás de Aquino, "In extrema necessitate omnia sunt communia": en tiempos de extrema necesidad todo es del común, todo es de todos.
Omnia sunt communia fue también la proclama revolucionaria de los insurgentes de la llamada guerra de los campesinos alemanes, que tuvo lugar en el Sacro Imperio Romano Germánico entre los años 1524 y 1525. La revuelta campesina se saldó con más de cien mil muertos. Su líder, Thomas Müntzer, fue decapitado. Müntzer se convirtió en el mártir más venerado del comunismo cristiano.
Para Engels, la sublevación de los campesinos fue "un anticipo genial de la historia futura", y su fracaso, comparable al de revolución que estalló en Francia en 1848. Para el revolucionario alemán amigo de Marx, Thomas Müntzer fue el primer comunista utópico de la historia. El filósofo marxista Ernst Bloch escribió una biografía de Thomas Müntzer, al que calificó de "teólogo de la revolución", en la que resaltaba sus vigorosos rasgos mesiánico-proféticos.
En la actualidad, Thomas Müntzer ha sido reivindicado como protomártir revolucionario por los cristianos de base de los movimientos antiglobalización, altermundista ("Otro mundo es posible"), 15-M, y también por los creyentes que hay en Podemos. Existe un Círculo Podemos de Espiritualidad Progresista que defiende que activismo político de extrema izquierda y fe cristiana son perfectamente compatibles.
Hugo Chávez se definía como cristiano, seguidor de Jesús de Nazaret, y en varias ocasiones reivindicó la Teología de la Liberación y la Doctrina Social de la Iglesia como los fundamentos básicos de su proyecto político. No es de extrañar, pues, que dentro de Podemos exista un grupo cristiano que se inspire en la Teología de la Liberación o en su rama argentina, la teología del pueblo.
Pablo Iglesias ha hecho últimamente declaraciones a favor del papa Francisco. En su proyecto político de dividir la sociedad en dos bandos, "nosotros y ellos", buenos y malos, es necesario que haya también católicos buenos que defienden a los "excluidos" y católicos malos de ideas "neoliberales". Y para que haya dos Iglesias conviene que haya dos papas, uno humanista y de los pobres, Francisco, y otro ultraderechista, Benedicto, que, según ellos, fue un fanático que persiguió con actitud inquisitorial a los teólogos de la liberación.
Esta conexión entre Podemos, la Teología de la Liberación y la lejana revolución de Thomas Müntzer ha despertado mi interés por el pensamiento del cardenal Ratzinger y su relación con los teólogos de la liberación. Benedicto XVI celebró su 90 cumpleaños en el monasterio Mater Ecclesiae del Vaticano, donde vive retirado del mundo.
En 1997 se publicó Mi vida. Recuerdos 1927-1977, un libro de memorias escritas por el Papa emérito cuando solo era el cardenal Ratzinger. En él Joseph Ratzinger habla de su Baviera natal, de su familia, de su infancia, de su vida académica, de la relación de los nazis con la Iglesia católica y de las reformas que introdujo en la propia Iglesia el Concilio Vaticano II.
Joseph era el menor de los tres hijos del matrimonio Ratzinger. Nació el 16 de abril de 1927 en Markt am Inn, una pequeña ciudad alemana de la Alta Baviera. La profesión de su padre, oficial de la policía, obligaba a la familia a cambiar con frecuencia su lugar de residencia.
En Mi vida, Ratzinger se recrea en la descripción de las casas y paisajes bávaros de su infancia. Eran los difíciles años de la crisis económica de 1929. El entonces cardenal recuerda la preocupación de sus padres, no sólo por el caos social y político que acompañó esa crisis, sino por el peligroso ascenso del partido nazi, que para muchos alemanes se ofrecía como la única alternativa para salir de esa caótica situación.
En diciembre de 1932 la familia se instaló en Aschau, junto al río Inn, "un próspero pueblo campesino con grandes y vistosas granjas". El 30 de enero de 1933 Hindenburg hacía a Hitler canciller del Reich. Los nazis habían tomado el poder,
vieron que por fin sus días habían llegado y que, de repente, podían sacar, para terror de muchos, sus oscuros uniformes del armario.
Al niño Ratzinger se le quedó para siempre grabada en la memoria la angustia de su padre cuando de pronto tomó conciencia de que se había convertido en servidor de los que siempre había considerado "unos criminales". Y eso que, en Aschau, como en casi todos los pueblos pequeños de Baviera, los cambios se fueron produciendo poco a poco.
La escuela confesional católica fue de las primeras instituciones que sufrieron el ataque del régimen nacional-socialista. "Hacía falta", escribe Ratzinger, "liquidar el vínculo entre la Iglesia y la escuela y que el fundamento espiritual de esta última no fuera la fe cristiana sino la ideología del Führer".
Cuenta Ratzinger que un joven profesor de su escuela, entusiasta de las nuevas ideas nacionalistas, levantó un árbol de mayo en la plaza del pueblo y "compuso una especie de plegaria como símbolo de la fuerza vital que constantemente se renueva. Aquel árbol debía representar el inicio de la restauración de la religión germánica". La intención era denunciar el cristianismo como elemento alienador de la cultura germánica. Con esa misma intención comenzó a celebrarse la fiesta del solsticio de verano. Pero, aunque algo había de inquietante en todo aquello, nadie podía imaginar el terror que se avecinaba.
Cuando el padre de Ratzinger se jubiló, la familia se trasladó a vivir al campo cerca de Traunstein, en cuyo Gymnasium comenzó Joseph el primer curso del Bachillerato humanístico. "La formación cultural basada en el espíritu de la antigüedad griega y latina creaba una actitud espiritual que se oponía a la seducción ejercida por la ideología totalitaria". Una independencia del espíritu que los nazis no podían permitir.
Pronto llegaría la reforma educativa del nuevo régimen. Según cuenta Ratzinger, uno de los cambios que introdujeron los nazis en el sistema educativo fue la unificación de la enseñanza humanística que se impartía en el Gymnasium con la enseñanza secundaria general de la Real Schule. El latín y el griego desaparecieron de la enseñanza media y fueron sustituidos por el estudio de lenguas modernas. Una reforma que, curiosamente, después de la Segunda Guerra Mundial se convirtió en la reivindicación de comunistas y socialistas en casi todos los países de Europa Occidental. Más tarde se suprimió la asignatura de religión y se cerraron los colegios confesionales.
Joseph Ratzinger entró en el seminario a los 14 años, por la Pascua de 1939. Pocos meses después estallaba la II Guerra Mundial. "Al principio la guerra parecía irreal. Después de que Hitler había machacado brutalmente a Polonia, en colaboración con la Unión Soviética de Stalin, la situación pareció serenarse de modo imprevisto. (…) Mi padre veía con incorruptible claridad que la victoria de Hitler no sería una victoria de Alemania sino del anticristo, y que era el comienzo de los tiempos apocalípticos para todos los creyentes. Y no solo para ellos".
Los seminaristas fueron obligados a inscribirse en la Juventudes Hitlerianas. Cuando cumplían los 16 años eran llamados a filas para ocupar puestos en la retaguardia.
Cuando la guerra terminó, Joseph Ratzinger fue enviado al seminario de Frisinga, donde estudió dos años de Filosofía. En 1947 se trasladó a Múnich para estudiar Teología. De vuelta al seminario de Frisinga, preparó su ordenación sacerdotal, que recibió en junio de 1951. En octubre de 1952 fue enviado de nuevo al seminario de Frisinga, ya como maestro de seminaristas.
En abril de 1959 fue destinado a la Universidad de Bonn, donde entabló una buena relación con el entonces arzobispo de Colonia, el cardenal Frings. El 25 de enero de aquel año Juan XXIII había anunciado la celebración del Vaticano II. Cuando, finalmente, el 11 de octubre de 1962, dio comienzo el concilio, el cardenal Frings consiguió que Ratzinger fuera incluido entre sus teólogos.
En su libro de recuerdos Ratzinger quiso dejar bien claro que su postura ante el Vaticano II era de esperanza y de una enorme ilusión. Era la gran oportunidad para que la Iglesia realizara una revisión profunda de ciertos aspectos teológicos, de su liturgia y de su relación con la sociedad. Ya en Roma, Ratzinger entró en contacto con los jesuitas franceses de la Nouvelle Théologie, Henri de Lubac y Jean Daniélou, conocidos por su espíritu reformista.
La comisión teológica del Concilio le encargó un trabajo con otro de los teólogos reformadores, el jesuita alemán Karl Rahner, a quien había conocido en 1956 cuando preparaba su trabajo de habilitación. "Trabajando con él me di cuenta de que Rahner y yo, a pesar de estar de acuerdo en muchos puntos y en múltiples aspiraciones, vivíamos desde el punto de vista teológico en dos planetas diferentes".
El 3 de junio de 1963 muere Juan XXIII y Pablo VI es elegido nuevo papa. Ese mismo año Ratzinger entra como profesor en Universidad de Münster.
Mientras tanto, el Concilio proseguía, en un ambiente que, según Ratzinger, comenzaba a enrarecerse:
Siempre que volvía a Roma encontraba un estado de ánimo más agitado en la Iglesia y entre los teólogos. Crecía cada vez más la impresión de que en la Iglesia no había nada estable, que todo podía ser objeto de revisión.
Ratzinger se daba cuenta de que el sentimiento de "gozosa renovación" que reinaba por doquier en los primeros meses del Concilio se había tornado en una "profunda inquietud" por los cambios. El Concilio parecía un Parlamento en el que cada partido creía que "podía cambiar todo y revolucionar cada cosa a su manera".
Al finalizar el Concilio, Ratzinger aceptó un puesto de profesor de Teología en la Universidad de Tubinga. Allí se encontró con "un cuerpo docente de altísimo nivel aunque inclinado a la polémica". A partir del curso 1966-67 se produjo de forma repentina un "cambio de paradigma cultural", "el esquema existencialista [que hasta entonces inspiraba la teología eclesial] se derrumbó y fue sustituido por el marxista". Ratzinger era consciente de que esa politización hacia el "mesianismo marxista" destrozaría la teología al eliminar a Dios y sustituirlo por "la acción política del hombre".
El puesto de Dios es remplazado por el Partido y, por tanto, el totalitarismo de un culto ateo que está dispuesto a sacrificar toda humanidad a su falso dios. He visto sin velos el rostro cruel de esta devoción atea, el terror psicológico, el desenfreno con que se llega a renunciar a cualquier reflexión moral, considerada como residuo burgués, allí donde la cuestión era el fin ideológico.
Era solo un pequeño grupo de funcionarios de la universidad pero con capacidad para determinar el clima. El marxismo se iba extendiendo por toda la universidad.
El modo blasfemo con el que se ridiculizaba la cruz como masoquismo. La hipocresía con que se continuaban declarando creyentes. (…) para no poner en riesgo los instrumentos para sus propios fines, todo eso no se podía minimizar ni reducir a una especie de polémica académica. He vivido todo esto en mi propia carne.
El 24 de marzo de 1977 Ratzinger es consagrado arzobispo de Múnich y Frisinga. El 27 de junio de ese mismo año Pablo VI le nombra cardenal.
En 1981, Juan Pablo II le hace prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe y presidente de la pontificia Comisión Bíblica y de la Comisión Teológica Internacional. Por razón de su cargo fue el encargado de estudiar la compatibilidad de la Teología de la Liberación con la doctrina católica y de prohibir la docencia a Hans Küng, Leonardo Boff y otros teólogos disidentes.
El 19 de abril de 2005, Joseph Ratzinger fue elegido papa. Con el nombre de Benedicto XVI, ejerció el papado durante ocho años. El 11 de febrero de 2013 anunciaba su renuncia. Iba a cumplir 86 años y, según declaró entonces, no tenía ya las fuerzas "ni espirituales ni materiales" para hacer frente a los graves problemas de la Iglesia: las denuncias de casos de pederastia, el asunto Vatileaks de las filtraciones de su mayordomo o las peleas entre camarillas dentro de la curia.
Solo caben especulaciones. Los secretos de la curia son inescrutables. No creo que sepamos nunca por qué se fue el papa Benedicto, pero no sería descabellado pensar que algo pudo influir el resurgimiento con fuerza de ese "marxismo cristiano" que con tanto esfuerzo intelectual el cardenal Ratzinger combatió.
Número 71-72
Varia
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- La lucha de Jacob. El mito del progreso y la YihadJosé Sánchez Tortosa
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