Menú

La Ilustración Liberal

La lucha de Jacob. El mito del progreso y la Yihad

La fe en el progreso es ya, tras la Shoá, una desvergüenza teórica, una amnesia imperdonable, una ignorancia delictiva. La Yihad hoy impugna también ese mito oscuro y obstinado. La superstición progresista es una ceguera recurrente, un idealismo cargado de futuro, cargado de muerte. Los procesos históricos están sometidos a una concurrencia tan compleja de causalidades múltiples necesarias que la ingenuidad voluntarista de esperar un futuro luminoso lineal es una tentación suicida y, por tanto, humana. La fe progresista es la secularización formal de una teleología que dota de sentido trascendente a la Historia y que, por ello, en el límite, lo puede justificar todo. Los esfuerzos por desperezarse de la sacralidad metafísica heredada no condujeron a un materialismo ateo y antiteleológico estricto, vía Spinoza, sino a su coronación más acabada, ecosistema teórico y cultural de los mayores desastres del siglo XX: el idealismo alemán. Israel es una de las expresiones de ese abrupto y despiadado despertar del sueño ilustrado. Su existencia, condición necesaria para la supervivencia del judaísmo y de muchos judíos (y no judíos), desmiente el refinado desdén cosmopolita, cuya exquisitez, que se eleva graciosamente por encima de los Estados y de las fronteras realmente existentes, sólo podía ser disfrutada por aquellos sujetos dotados de una ciudadanía que les protegía y que no venía llovida del Cielo, de la Humanidad ni de la Razón Pura, sino de esos Estados manchados de sangre y barro sin los cuales no hay ciudadanía. Israel es la materialización política y, por tanto, territorial, militar, económica y tecnológica, además de simbólica, del judaísmo de la diáspora, acogido ya en un lugar propio, refugio material para una tradición literaria, histórica y religiosa cuyo nomadismo milenario puso a sus miembros al borde de la extinción en la II Guerra Mundial, cuando su condición de ciudadanos fue eliminada y quedaron en el limbo mortal de los apátridas.

El 12 de marzo de 1938 se produce la anexión de Austria al Reich alemán. Ante la previsible huida de judíos austríacos, el 6 de octubre el Parlamento de Polonia aprueba la ley según la cual los judíos polacos con residencia en el extranjero durante los cinco años anteriores pierden su condición de ciudadanos. El 28 de octubre, en una operación conocida como Polenaktion, el Gobierno de Alemania expulsa a unos 15.000 judíos, trasladados a la frontera polaca. Como Polonia no los admitía, quedaron durante varios días en tierra de nadie y sin medios de subsistencia, convertidos en apátridas. Finalmente fueron readmitidos en Polonia. Allí su destino es bien conocido. El hecho ejemplifica con descarnada precisión la condición del judío, en perpetuo exilio, extranjero en cualquier tierra, condenado a la intemperie política hasta la fundación del Estado de Israel.

El 7 de enero de 2015 doce personas fueron asesinadas en la sede del semanario satírico francés Charlie Hebdo en París. La prensa occidental, las autoridades políticas más relevantes y masas de ciudadanos por toda Europa se manifestaron haciendo pública su repulsa por lo que se entendió como un ataque a la libertad de expresión. Dos días más tarde, cuatro judíos fueron raptados y asesinados en un supermercado de comida kosher de Porte de Vincennes, al este de París. Los nombres de las víctimas de este atentado son Yohan Cohen, Philippe Braham, Yoab Hattab y François-Michel Saada. Fueron enterrados en Jerusalén, junto a los tres niños y el profesor asesinados en una escuela judía de Toulouse en el año 2012.

El 14 de febrero de ese mismo año, en Copenhague, se produjo un atentado contra los participantes en un coloquio sobre la libertad de expresión en homenaje a la revista satírica francesa. El autor del tiroteo mató a un cineasta danés. Durante la madrugada de ese domingo, 15 de febrero, se cometió el asesinato de un miembro de la comunidad judía local frente a la mayor sinagoga de la ciudad.

El patrón del atentado de París se repitió en Copenhage. Del castigo por la blasfemia de representar al profeta al castigo por la blasfemia de ser judío.

A los familiarizados con la historia de la judeofobia contemporánea no les habrán sorprendido estos ataques. A los judíos asesinados no se les podía acusar, ni siquiera en la lógica fanática de los yihadistas, del pecado de blasfemia, más que de la blasfemia de existir. No habían dibujado caricaturas del profeta. Ser judíos resultó motivo suficiente para convertirse en objetivo. Y éste es uno de los rasgos distintivos de la judeofobia. El odio al judío no necesita de actos concretos. El odio al judío es odio al ser judío. De hecho, acaso quepa preguntarse si el atentado en París contra individuos judíos hubiera tenido la misma repercusión en el caso de que no hubiera sido precedido por el ataque a la redacción de la revista Charlie Hebdo. El atentado en Toulouse del 2012 nos da la clave para ensayar una respuesta al respecto.

Tras el atentado del 17 de agosto de este 2017 en Las Ramblas de Barcelona, el rabino principal de Barcelona, Meir Bar-Hen, recomendó a la comunidad judía que emigre a Israel: "Europa está perdida".

La realidad es que, a día de hoy, los judíos de Francia emigran a Israel por la creciente judeofobia europea y, en particular, francesa. Entre 2000 y 2009, 13.315 emigraron a Israel. El año pasado fueron 6.128[1]. Los judíos procedentes de Francia alcanzan una cuarta parte de los 26.500 inmigrantes. Las migraciones a Israel han alcanzado el registro más alto de los últimos 10 años, con Francia a la cabeza[2].

Antes de 1948 la posibilidad de emigrar a un Estado judío no existía. Para los supervivientes de la Shoá, se abría la posibilidad de volver a sus países de origen, en los que el antisemitismo seguía existiendo y que apenas podían reconocer como hogar después de lo sucedido y por cuestiones tan materiales y concretas como la pérdida de las viviendas, los trabajos, las relaciones sociales. La otra posibilidad era encontrar un nuevo destino en otro país, pero el problema era básicamente el mismo. La tercera opción no estaba abierta, a pesar de lo cual fue la única viable para muchos, lo que en gran medida contribuyó a que se hiciera realidad. Esta última alternativa era el retorno a Palestina. Hoy Israel es refugio político y militar y dique de contención de la Yihad. Encarna la perseverancia en el ser, la resistencia a sucumbir, la supervivencia dentro de una guerra en que la derrota implicaría su desaparición y que Europa no parece dispuesta a librar.

La ingenuidad idealista de superación de las fronteras sucumbió frente al auge de los nacionalismos. Y ahí la víctima fue prioritariamente el judaísmo de la diáspora, ese cosmopolitismo involuntario. El idealismo ilustrado contribuyó a recubrir una serie de políticas sociales, jurídicas y económicas que fueron dejando al judío desposeído de las garantías que los Estados nacionales pueden ofrecer. El judío acaso podía encarnar el ideal del cosmopolita, pero en la mucho menos amable materialidad histórica la ausencia de un Estado para ellos explica en gran medida su destino en la Segunda Guerra Mundial. De hecho, la propia ilustración judía, la Haskalá, cuyo principal impulsor fue Moisés Mendelssohn (1729-1786), orientó al judaísmo ilustrado, culto y secularizado a la asimilación, a su integración en los mismos Estados que los persiguieron y exterminaron o no movieron un dedo por impedirlo. Ya en el Deuteronomio (28, 63-69) se anuncia el destino errante de los judíos:

Sucederá incluso que así como se gozaba Yavé haciéndoos felices y multiplicándoos, así se gozará ahora en perderos y destruiros. Seréis exterminados de la tierra en que vais a entrar para hacerla vuestra. Yavé te dispersará entre todos los pueblos, de uno a otro extremo de la tierra, y allí serviréis a otros dioses, desconocidos para ti y para tus padres, de leño y de piedra. No encontrarás la paz entre esas naciones ni habrá descanso para la planta de tus pies, sino que te dará Yavé un corazón trepidante, ojos apagados y ánimo abatido. Tu vida estará delante de ti como suspendida en un hilo, estarás amedrentado día y noche y no tendrás seguridad. (…) Yavé te hará volver en naves de Egipto por el camino del que yo te había dicho: "No lo volverás a ver más". Allí os ofreceréis a vuestros enemigos en venta como esclavos y esclavas y no encontraréis comprador.

Estas son las palabras de la alianza que Yavé mandó a Moisés concluir con los hijos de Israel en la tierra de Moab, además de la alianza que con ellos concluyó en el Horeb.

El 14 de mayo de 1948 se funda ese Estado para los judíos, desmintiendo el mandato bíblico, que niega legitimidad a un Estado judío antes de la llegada del Mesías. Israel es el que ve a Dios, el que sobrevive tras el combate, el guerrero victorioso pero herido, Jacob gana su nombre de Israel y es condenado a cojear y a vagar por los senderos de la Historia de los hombres (Génesis, 28, 12-15; 32, 25-31), en perpetua guerra, en perpetuo exilio. La necesidad de un Estado para la nación judía perseguida es el impulso que aviva el sionismo, nacido a finales del siglo XIX como secularización del mesianismo religioso, blasfemo para la ortodoxia judaica. El sionismo no es sólo una respuesta a la judeofobia. Es la mutación en práctica política de una esperanza teológica, que Menasseh ben Israel expresa así en el siglo XVII (Esperanza de Israel):

Que no tendrán como de antes reyno separado de Ieudá, mas se unirán todos los doze tribus debaxo de un príncipe, que es e Messíah hijo de David, y nunca más serán expulsos de sus tierras.

El sionismo, así como el hebreo como lengua de uso común y no sólo de culto, es anterior a la constitución del Estado de Israel, es anterior a la Shoá, es anterior al nacionalsocialismo alemán: "ElEstado de Israel es una entidad religiosa neutral, parte de reino secular que todavía pertenece al tiempo del exilio." (A. Ravitzki, Mesianism, Zionism, and Jewish Religious Radicalism).

En estricta lógica spinoziana, la legitimidad del Estado de Israel no procede de la Shoá sino de la legitimidad que cualquier Estado puede invocar, es decir de su potencia para subsistir, para perseverar en el ser.

El antisionismo es la forma que la judeofobia adopta en la actualidad. El odio al judío ha sido reemplazado por el odio a Israel. El antisionismo es el único movimiento que exige la desaparición de un Estado. Igual que el judío es perseguido por el judeófobo por el mero hecho de existir, a Israel se le cuestiona su mera existencia. En ningún otro conflicto entre grupos, etnias, naciones o regiones se produce esta expresión de odio que pide la destrucción de un único país, con todos sus habitantes, y la de ningún otro. Igual que el judeófobo odia al judío por serlo y busca, después, argumentos para la justificación de su odio, el antisionista odia a Israel por ser el país judío y busca, después, argumentos para la justificación de su odio. Debido a que no responde más que al odio enfocado hacia el país judío, el antisionismo no se deduce de una tendencia ideológica específica, sino que es transversal a todo el espectro ideológico actual y, de modo sintomático, recurre a los tópicos judeófobos clásicos que en cada caso mejor se adapten a sus prejuicios y dogmas: desde el asesinato de Cristo hasta la conspiración mundial para dominar o destruir el mundo, ya sea extendiendo el bolchevismo, ya sea apropiándose de las grandes fortunas internacionales y de los grupos de poder. La acusación de Deicidio se ha actualizado con el recurso a la acusación de genocidio. De asesinos de Dios (ese suicidio en teología rigurosa) a asesinos de la Humanidad. Y todo ello a pesar de que los judíos han sido el grupo social más perseguido y exterminado de la Historia. De este modo, el antisionismo presenta una gran capacidad para adaptarse a cualesquiera exigencias ideológicas: desde unas posiciones se acusará a los judíos de comunistas; desde otras, de capitalistas. Desde unas, de fanáticos; desde otras, de ateos. Desde cualquier enfoque se encontrará un pretexto para odiar a Israel, pues siempre habrá un judío en algún puesto de poder por medio del cual culpar al judaísmo mundial en pleno, y a Israel, como su cristalización política. El antisionismo se alimenta de la apropiación propagandística de la palabra Palestina, denominación administrativa de la provincia romana del Imperio, que mucho antes de 1948 los judíos empleaban para designar su tierra de pertenencia, poblada por judíos desde mucho antes del nacimiento de Mahoma y destino de sucesivas olas migratorias (Aliyot) desde finales del siglo XIX, por no remontarse a las que se produjeron en la Antigüedad y en la Edad Media. El uso del vocablo Palestina para oponerlo a Israel es una victoria más de las falsedades históricas que nutren la judeofobia.

La Shoá no inmunizó a las sociedades civilizadas contra la judeofobia. El odio al judío, pertinaz, grabado a fuego en lo profundo de las sociedades humanas (de herencia cristiana y, sobre todo, islámica), mutó en odio a Israel, perpetuándose al dar a los judeófobos actuales una justificación ideológica y moral con la cual calmar sus atormentadas conciencias biempensantes.


[1] Eli Cohen, "Los judíos de Francia, en peligro", Revista El Medio, 12 de enero de 2015.

[2] "Immigration to Israel hits 10-years high with record French influx", The Times of Israel, 31 de diciembre de 2014.