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La Ilustración Liberal

El desarrollo del liberalismo en América Latina y el rol de la Internacional Liberal

Seminario de la Fundación Friedrich Naumann, Potsdam, 16 y 17 de mayo de 2000.

El origen del problema

El descrédito ideológico del liberalismo tradicional comenzó en América Latina, como en el resto de Occidente, a principios del siglo XX. El Gobierno del uruguayo José Batlle a partir de 1912 marcó la pauta de un creciente intervencionismo estatal en las cuestiones de carácter económico. Surgía el Estado-empresario y la idea de que correspondía al Gobierno tanto impulsar el desarrollo económico como “una más justa distribución de la riqueza”.

Por aquellos años (1910-1928) tuvo lugar en México un largo y sangriento proceso político que marcó al resto del Continente por varias décadas. A partir de la Constitución de Querétaro de 1917 se popularizó la idea de que las principales funciones de los Gobiernos eran redistribuir la riqueza y convertir al Estado en el impulsor del desarrollo económico.

A esta visión de las relaciones entre el Estado y la sociedad, al calor de las sacudidas ideológicas de las décadas de los veinte y los treinta, se añadió un fortísimo nacionalismo. Es ahí donde surgen figuras y movimientos como Lázaro Cárdenas en México, Juan Domingo Perón en Argentina o Getulio Vargas en Brasil.

La derecha conservadora latinoamericana no vio con excesiva repugnancia la hegemonía de esta visión ideológica. Había en ella un elemento de proteccionismo que servía a los intereses económicos locales. La vieja tradición latinoamericana mercantilista, basada en la colusión entre los empresarios y el Estado, terreno muy fértil para la corrupción y el amiguismo, tenía una cara nueva revolucionaria y progresista, pero los resultados finales eran parecidos: se beneficiaban unos pocos cortesanos vinculados a las autoridades políticas.

Junto a estas tendencias aparecían brotes marxistas que tampoco se alejaban demasiado del nacionalismo-estatista, aunque añadían una cierta retórica internacionalista. En la década de los cincuenta, Jacobo Arbenz en Guatemala se movió tímidamente en esta dirección, pero un golpe militar auspiciado por la CIA lo sacó pronto de la casa de gobierno. Poco después, Castro (1959) tomó el poder en Cuba y estableció un régimen comunista que estimularía esfuerzos más o menos parecidos en diversos sitios. La dictadura del general Velasco Alvarado en Perú (1968), la de Omar Torrijos en Panamá del mismo año o el triunfo de los sandinistas en 1979 son expresiones de esa confusa y vasta familia donde se mezclan el radicalismo de izquierda, el nacionalismo, el estatismo y, por supuesto, el autoritarismo.

Curiosamente, la reacción de los militares de derecha no fue diametralmente opuesta a lo que planteaba la izquierda marxistoide. Por el contrario, a partir del golpe de 1964 los militares brasileros fueron adentrándose en el modelo de Estado-empresario, controlando el mercado con un entusiasmo parecido al de la izquierda. Algo similar sucedió en Argentina y aun en Centroamérica, donde los ejércitos, una vez ocupado el poder, se convirtieron en potentes holdings económicos poseedores de bancos, empresas, compañías de seguro y medios de comunicación. Asimismo, todos defendían el control de precios y el intervencionismo estatal. Todos eran enemigos del mercado.

Finalmente, cuando se produce la primera crisis del petróleo, en 1973, fecha aproximada en la que termina el largo ciclo de expansión económica que procedía del fin de la Segunda Guerra Mundial, se inicia una revisión conceptual de las ideas que, desde la izquierda y la derecha, habían dado forma a los Estados latinoamericanos en el siglo XX. Eso se complementa con un fuerte periodo inflacionario que genera un proceso de empobrecimiento y parálisis claramente manifiesto en la década de los ochenta, llamada por eso la “década perdida”.

Es en ese punto cuando son electos gobernantes como el colombiano César Gaviria, el mexicano Carlos Salinas de Gortari y el costarricense Óscar Arias, que empiezan a alejarse de la tradición estatista y antimercado típica hasta entonces de América Latina. El populismo –por llamar de un modo genérico a esa tendencia– había caído en descrédito y parecía llegar la hora del liberalismo, pero éste comparecía ante la opinión pública con un grave defecto de base: no estaba acompañado del consenso general ni del apoyo de la intelligentsia. Había fracasado el modelo populista, pero seguía viva la visión que lo había sustentado durante casi todo el siglo.

En esas circunstancias ocurrió un lamentable fenómeno ideológico: los medios de comunicación, los políticos, una buena parte de la Iglesia, casi todas las universidades continuaban atacando las ideas liberales, sin proponer otras opciones, logrando con ello alimentar el desconcierto y las actitudes antidemocráticas de las sociedades latinoamericanas. Si había fracasado el Estado populista tradicional, y si las ideas y el modo de gobierno propuesto por los liberales eran sólo la máscara de la codicia y la injusticia, a los pueblos sólo podían salvarlos la mano dura de hombres providenciales. Eso quizás explica a Fujimori en Perú y a Chávez en Venezuela. La democracia que hoy se contempla en América Latina puede ser, pues, un paréntesis en medio de una larga tradición autoritaria.

Los partidos y la Internacional Liberal

Para defender las ideas liberales en América Latina hay dos caminos que se entrecruzan y que deberían ayudarse mutuamente, algo que no siempre sucede: las instituciones políticas y los centros de divulgación de las ideas liberales.

La más obvia de estas instituciones políticas es el partido. Pero el primer inconveniente surge cuando comprobamos que en América Latina casi no hay tradición de partidos liberales dedicados a la defensa de la libertad económica y el Estado de Derecho, tal y como debe entenderse dentro de la gran tradición liberal occidental. Generalmente, los liberales latinoamericanos se confunden con los socialdemócratas, como sucede con el partido liberal colombiano, con el hondureño y con grandes segmentos del paraguayo. De manera que el primer obstáculo que confrontan los partidos liberales en América Latina es la definición de su propio perfil ideológico. Al mismo tiempo, los enemigos del mercado han conseguido demonizar muchas de las legítimas ideas liberales, tachándolas de neoliberales, palabra que hoy en día es sinónimo de injusticia social y capitalismo salvaje. Por otra parte, la campaña contra la globalización ha tenido un amplio eco en América Latina, con lo cual las agrupaciones políticas temen identificarse con un marco ideológico que ha sido desacreditado muy hábilmente por sus enemigos.

Esa debilidad del mensaje liberal y de los partidos políticos liberales coincide con una clara falta de articulación a nivel internacional. Mientras los demócrata-cristianos y los socialistas cuentan con estructuras internacionales visibles y con cierto peso en la opinión pública, los lazos entre los liberales latinoamericanos son débiles y no tienen un canal de expresión que les permita actuar eficientemente ante la opinión pública.

Teóricamente, ese rol debía desempeñarlo la Internacional Liberal, pero no ha habido demasiado éxito en lograr este objetivo, como resultado de varios factores que se refuerzan mutuamente. En primer término, desde su fundación, a fines de los años cuarenta, la Internacional Liberal ha sido, en esencia, una organización europea, aunque su principal gestor, D. Salvador de Madariaga, no sólo fue una persona de cultura ibérica, sino que se interesó vivamente en la historia de América Latina.

La Internacional Liberal ha hecho ciertos esfuerzos por incorporar a los latinoamericanos, pero tropieza con inconvenientes difíciles de sortear: el mencionado carácter europeo de casi toda la organización, la falta de un auténtico interés por parte de los latinoamericanos en integrarse a ese organismo, y, probablemente, factores en donde lo cultural y lo económico se mezclan. La lingua franca es el inglés (idioma que no siempre dominan las elites políticas latinoamericanas), y es muy alto el costo de mantener vivas las relaciones mediante la asistencia a las periódicas reuniones de la IL celebradas en Europa.

Por otra parte, los grupos políticos latinoamericanos suelen confundir el objetivo de las Internacionales, y en lugar de entender que estas federaciones de partidos conforman circuitos de mutuo apoyo para potenciar una común visión de los problemas de la sociedad, lo que esperan es auxilio económico, y, generalmente, se muestran poco dispuestos a hacer aportes en defensa de los ideales comunes. Es decir, la actitud de los partidos latinoamericanos suele ser la de ir a pedir ayuda a los supuestamente poderosos partidos de Europa, sin necesariamente estar dispuestos a dar nada a cambio. De ahí se deriva que hasta las pequeñas cantidades que exige la IL como cuota anual muchas veces resulten impagadas.

Ello ocurre porque los partidos liberales latinoamericanos, una vez dentro de la IL, no ven con claridad qué pueden obtener de este organismo, y acaban por distanciarse progresivamente.

La defensa de las ideas liberales

Estamos, pues, ante un problema circular: la fragilidad del discurso liberal frente a sus múltiples enemigos impide o dificulta la creación de grandes partidos de esta corriente ideológica, lo que a su vez contribuye a reducir el peso de las ideas liberales. Es la pescadilla que se muerde la cola, o, como dicen en inglés, a catch-22-situation.

Tal vez la manera más urgente y eficaz de ayudar a los partidos políticos liberales es concentrarse en la defensa de estas ideas mediante campañas de divulgación a todos los niveles: universidades, medios de comunicación, iglesias organizadas, grupos políticos y organizaciones de la sociedad civil como sindicatos, gremios profesionales, etc. Es razonable esperar que un clima intelectual más hospitalario con las ideas liberales propicie un más fácil crecimiento de los partidos de esta familia ideológica.

Para esos fines, existen múltiples organizaciones y fundaciones afines con las que es posible coordinar un gran trabajo de divulgación de ideas y formación intelectual político-económica. Las Cámaras de Comercio son un aliado natural. A la de Guayaquil, por ejemplo –la que dirigía Joyce Ginatta–, se debe el impulso hacia la dolarización de Ecuador y hacia la creación de fondos de pensiones que despojen al Estado del control (pésimamente utilizado) de las cajas de jubilación. A la Asociación de Empresarios y Gerentes de Guatemala se le puede atribuir buena parte de la orientación económica de los últimos tres presidentes que ha tenido ese país.

En Guatemala también funciona una universidad liberal –la Francisco Marroquín– que ha hecho esfuerzos extraordinarios por cambiar la mentalidad populista de la sociedad centroamericana. La de San Francisco de Quito, en Ecuador, y la Tecnológica que dirige Luis Bustamante en Lima, tal vez sin saberlo, forman parte del mismo esfuerzo. En Argentina, la Fundación Libertad no sólo tiene programas de radio y televisión, sino que ha creado una escuela de estudios empresariales de clara vocación liberal. En Chile ese trabajo lo hace admirablemente el Centro de Estudios Públicos.

Lo que quiero decir es que hay, literalmente, decenas de organismos e instituciones que comparten la visión liberal y difunden el mensaje, pero probablemente falta una entidad capaz de vertebrar muchos de esos esfuerzos dispersos para colocarlos en la misma dirección y lograr un vuelco en las percepciones de la opinión pública. Y la deducción que se desprende de todo esto parece bastante lógica: los partidos políticos latinoamericanos sólo adoptarán claramente y sin reservas las ideas liberales cuando eso signifique una ventaja y no un costo político.

Algunas ideas operativas

Si las premisas anteriores son ciertas acaso convendría analizar las siguientes ideas:

  • Sin abandonar las muy útiles delegaciones de la Fundación Naumann radicadas en América Latina, focalizar en un punto geográfico de América un centro que se encargue de llevar simultáneamente adelante las tres tareas (o los tres aspectos de la misma tarea): impulsar las ideas liberales, fortalecer los partidos y revitalizar la IL. Ese punto pudiera ser Miami, por varias razones: la inmensa facilidad de las comunicaciones aéreas y telefónicas, el relativo bajo costo de la operación, la equidistancia de todos los sectarismos nacionalistas latinoamericanos, la facilidad para encontrar personal bilingüe y el hecho de que es un sitio al que tradicionalmente les gusta viajar a los latinoamericanos.

  • Ese centro coordinaría los esfuerzos de las organizaciones liberales, diseñaría campañas de divulgación de ideas y serviría para formar grupos políticos. Asimismo, mantendría como vínculo alguna publicación. En ese sentido, ha sido muy interesante el impacto de la revista Perfiles. Aunque no ha tenido éxito económico, sí tiene peso político, y constituye un esfuerzo que no se debería dejar caer. Se trata del único aspecto en el cual los liberales superan a otras Internacionales, y es seguro que los líderes políticos creadores de la opinión pública que la reciben la toman muy en cuenta.

  • La ventaja de trabajar con gremios profesionales, cámaras de comercio y agrupaciones empresariales –uno de los principales targets del centro– estriba en que, al contrario que los partidos políticos, estas instituciones poseen recursos económicos notables. Hace unos años, por ejemplo, los empresarios guatemaltecos reunieron dos millones de dólares para llevar a cabo una campaña publicitaria en defensa de la empresa privada y la economía de mercado, algo que hicieron con éxito comprobado.

  • Para la tarea de servir a los grupos políticos, el centro concretaría su actividad en el desarrollo de varios cursos que son muy importantes para estas agrupaciones: formación ideológica, organización de partidos, métodos de recaudación de fondos, observación de procesos electorales, administración de presupuestos públicos, etc.

  • Además, ese centro sería el gran divulgador de información y de emisión de opiniones y puntos de vista colectivos que demuestren la vitalidad del liberalismo en América Latina y su participación en los grandes debates internacionales. Los partidos políticos nacionales necesitan airear internacionalmente los asuntos que les conciernen, y no encuentran cómo hacerlo. Un centro de esta naturaleza tendría una extraordinaria utilidad para ellos.

  • Para coordinar mejor la tarea de América Latina con la Internacional Liberal sería muy conveniente que esta institución crease una vicepresidencia regional instalada dentro de ese mismo centro liberal y dedicada al fomento de las actividades políticas. No es conveniente separar ambos trabajos, sino todo lo contrario. Uno de los errores del liberalismo latinoamericano ha sido deslindar el pensamiento de la acción política, como si no tuvieran una estrechísima relación.