Las raíces liberales del feminismo
Dada la confusión que rodea al Día de la Mujer Trabajadora, es importante bucear en las raíces del feminismo, una de cuyas fuentes principales es el liberalismo. En el siglo XXI la bandera del feminismo pretende ser monopolizada por la izquierda sectaria y autoritaria, tipo la de Carmen Calvo e Irene Montero. Sin embargo, el feminismo es también radical y queer, con versiones progresistas como la liberal, mientras que otras son reaccionarias, como las del actual Gobierno, porque sojuzgan a las mujeres bajo el yugo favorito de la izquierda, el del Estado paternalista.
En el siglo IV a. C., Platón lanzó el primer gran ataque contra la ideología patriarcal. En La República y Las Leyes, el filósofo griego defendió la para la época escandalosa tesis de que las mujeres no eran inferiores a los hombre por naturaleza, ni intelectual ni físicamente. El siguiente gran golpe contra el sistema patriarcal se produjo en el siglo XVII gracias a la emergencia del liberalismo, sobre todo en la polémica entre el conservador sir Robert Filmer y el liberal John Locke. Los liberales defendían una monarquía constitucional con un rey cuyo poder estuviese limitado por el imperio de la ley y cuya legitimidad proviniese del pueblo. Los conservadores, sin embargo, defendían la monarquía absoluta, el poder omnímodo de un rey legitimado por la divinidad.
En el contexto cristiano de la época, la discusión sobre si tenían razón liberales o conservadores se centraba en la Biblia, concretamente en el Génesis. Y como efecto colateral de dicha discusión también se planteaba el estatus social y político de las mujeres. Todo el debate sobre monarquía absoluta o monarquía constitucional, y de paso patriarcado versus feminismo, dependía de a quién había dado Jehová el poder, si sólo a Adán o a la comunidad formada por Adán y Eva (después del sanguinario y brutal período dictatorial de Cromwell, los ingleses habían enterrado la opción republicana).
Para Filmer, véase su obra Patriarca (1680), estaba claro que Dios había querido instaurar un régimen monárquico con Adán como rey absoluto, al que el resto de los hombres debía rendir pleitesía. Pero también simbolizaría Adán una supremacía antropológica de los hombres sobre las mujeres. El patriarcado significaría el dominio de uno sobre todos, de los hombres sobre las mujeres y de los viejos sobre los jóvenes. En el sistema consagrado por Dios, Adán era el primero en todas las jerarquías y sus sucesores serían los reyes. De esta manera se consagraba la monarquía absoluta de derecho divino, con la figura del padre –en la familia y en la tribu– como referente final e indiscutido. Explica Filmer:
Dios creó sólo a Adán, y de una porción de él hizo a la mujer; y de la generación de ellos toda la humanidad. Igualmente, Dios dio a Adán, además del dominio sobre la mujer y los hijos, el control sobre la tierra entera, sobre todas las criaturas, de manera que ningún hombre podría vivir si no fuese por permiso o donación de él.
Sin embargo, los liberales, con Locke a la cabeza, pondrán en cuestión esta interpretación de la Biblia y, por tanto, socavarán la legitimación del patriarcado. La discusión será bíblica pero fundamentalmente simbólica. Filmer estaba mezclando Génesis 1:28 con Génesis 2:18. Se suele remarcar más el segundo capítulo para mostrar la subordinación de la mujer respecto al hombre. Sin embargo, en el primero resulta meridiano que Adán y una primera mujer innominada fueron creados a la vez (en el caso de que se interpretase que es Eva, sería igualmente pertinente, porque frente a 2:18, en el que se estaría hablando de su generación material, en 1:28 se estaría hablando de su generación lógico-espiritual, según la cual hombre y mujer son iguales en su esencia divina).
La manipulación por parte de Filmer de los textos sagrados está motivada por sus prejuicios patriarcales, porque lo que se deduce del texto sagrado es que la dominación que Dios concede a los seres humanos sobre el resto del planeta es tanto para el hombre como para la mujer.
Entonces dijo Dios: hagamos al hombre a nuestra imagen, conforme a nuestra semejanza; y señoree en los peces del mar, en las aves de los cielos, en las bestias, en toda la tierra, y en todo animal que se arrastra sobre la tierra. Y creó Dios al hombre a su imagen, a imagen de Dios lo creó; varón y hembra los creó. Y los bendijo Dios, y les dijo: fructificad y multiplicaos; llenad la tierra, y sojuzgadla, y señoread en los peces del mar, en las aves de los cielos, y en todas las bestias que se mueven sobre la tierra.
Otro texto clave es Génesis 3:16, donde, tras el pecado original, Eva es castigada a la subordinación respecto a Adán. Pero a Filmer le interesaba certificar que reside en la naturaleza originaria de los géneros la subordinación patriarcal, lo que, como hemos visto, no es el caso. Una vez que la base bíblica para la tesis del poder patriarcal del padre familiar y del padre político hubiese sido destruida, cabría desarrollar un marco diferente, en este caso el del liberalismo, que proponía la teoría del contrato social como un método para desarrollar una sociedad basada en la naturaleza libre del ser humano y, en consecuencia, su capacidad para llegar a acuerdos consentidos sobre todos los acontecimientos que le afecten, empezando por el poder. Destruir la base patriarcal de la monarquía absoluta, que libera a todos, implicaba destruir también la base patriarcal de la misoginia y la subordinación de las mujeres.
Sin embargo, ni Locke ni sus allegados liberales, como James Tyrrell y Algernon Sidney, estaban por la labor de conceder derechos a las mujeres. Tampoco a la mayor parte de los hombres. Dominados todavía por prejuicios o por necesidades pragmáticas de hacer funcionar las incipientes monarquías constitucionales, únicamente concedían poder de elección de sus representantes a propietarios varones, porque consideraban que era signo de pertenencia a una clase racional. Aunque en esas fechas Descartes había publicado su Discurso del método, en el que se hacía una profesión de fe en la democracia del intelecto ("El buen sentido es lo que mejor repartido está entre todo el mundo"), todavía faltaría un siglo para que Stuart Mill defendiese en sede parlamentaria y en tribuna académica que las mujeres debían acceder al derecho electoral.
Paradójicamente, fue el propio Filmer el que, devolviéndoles las críticas, hizo ver a los liberales que su creencia de que el poder no provenía de Dios sino del pueblo hacía extender su potencial a la humanidad entera, incluyendo, claro, a las mujeres.
La humanidad es como el mar; siempre fluyendo o refluyendo, cada minuto alguien nace y alguien muere (...) Donde hay una igualdad por naturaleza no puede haber un poder superior. Cada infante, en la hora en que nace tiene un interés semejante al del hombre más grande y más sabio del mundo... por no hablar de las mujeres, especialmente las vírgenes, que por nacimiento tienen tanta libertad natural como cualquier otra, y por lo tanto no deben perder su libertad sin su propio consentimiento.
Filmer pensaba estar haciendo una reducción al absurdo de la filosofía liberal al contemplar la libertad de las mujeres, pero en realidad lo que estaba sacando a la luz era lo que estaba implícito en el liberalismo: el feminismo. Filmer había demostrado no que las mujeres no pudiesen tener derechos, sino que era absurdo que los liberales sustituyesen un Patriarca por muchos pequeños patriarcas. A Locke nunca se le ocurrió aceptar la argumentación de Platón, como más tarde sí haría Stuart Mill, de que las mujeres empíricamente, de facto, eran iguales que los hombres, pero sin embargo sí rechazó una argumentación más peligrosa (por no discurrir en el plano de los hechos sino en el de los símbolos): aquella que se basaba no en la naturaleza sino en la teología.
Por tanto, en la esencia del liberalismo está la destrucción del patriarcado como sistema en nombre de una humanidad plena. Además de su racionalismo progresista, también hay que tener en cuenta el individualismo propio de Locke, que llevaría a cada mujer a poder trascender sus límites naturales, por una parte, y a establecer las condiciones y límites de su contrato social a título individual, por otra. Se dirá más tarde: "Dios creó a los hombres pero Samuel Colt los hizo iguales"; pero fueron el individualismo, el mercado y el humanismo propios del liberalismo lo que los hizo realmente libres e iguales.
Desde el feminismo comunitarista y el feminismo radical se ha criticado este planteamiento de Locke por considerarlo insuficientemente feminista o directamente antifeminista. Para estos feminismos, Locke elimina el autoritarismo del monarca absoluto en el ámbito público pero deja incólumes a esos pequeños monarcas absolutos que son el padre y el marido respecto a las mujeres en el ámbito familiar. Para estos feminismos, "lo personal es político", y tratan de emancipar a las mujeres también en la esfera privada, llevando hasta allí las relaciones públicas. Sin embargo, lo que hace Locke es tener en cuenta las relaciones de interdependencia entre las distintas esferas, sin reducir la una a la otra. En concreto, la eliminación de lo íntimo que proponen los feminismos radicales implica su vinculación a la lógica del poder, lo que supone no sólo un empobrecimiento de lo auténticamente humano sino una mayor vulnerabilidad de la mujer, ya que la pone en situación de dependencia con respecto del mayor monarca absoluto que haya existido: un Estado paternalista y condescendiente disfrazado de feminismo hegemónico.
El gran error de estos feminismos antiliberales es haber malinterpretado las categorías abstractas de persona e individuo como si estuvieran modeladas según parámetros exclusivamente masculinos; como si la racionalidad y la objetividad fuesen propiedades exclusivas de los hombres, repitiendo así el mantra misógino habitual desde la Antigüedad clásica.
El feminismo comunitarista cree que hay una experiencia femenina a la que los hombres no pueden acceder, del mismo modo que las mujeres no pueden compartir el mundo mental y sentimental de los hombres. De este modo, las mujeres sólo pueden interpretar a las mujeres, los hombres a los hombres, las mujeres negras a las mujeres negras… Un ejemplo de esta compartimentación estanca de las experiencias vitales de grupos más o menos homogéneos lo tenemos en Amanda Gorman, una joven poeta negra norteamericana que ha puesto como requisito para que la pueden traducir que el traductor sea mujer, negra y activista (no ha especificado sus gustos gastronómicos, aunque no sería raro, viendo los requisitos, que impusiera, además, que fuese vegana).
Por otro lado, el feminismo radical considera que la estructura de la sociedad del liberalismo lockeano lleva irremediablemente a una dominación de las mujeres por parte de los hombres en los ámbitos domésticos. El feminismo radical, inequívocamente marxista, critica a Locke porque considera que es la estructura de la igualdad formal la trampa para las mujeres, porque deja inalterada la estructura tradicional del matrimonio, la familia y la economía, donde habría unas pautas invisibles de coerción y sumisión. Desde este punto de vista, hay que acabar con la misma estructura de la familia, el matrimonio y la economía, de manera que no haya más maridos, padres y jefes. En última instancia, la figura institucional clave a destruir es el del contrato, piedra de toque de una sociedad liberal que implica el consentimiento entre las partes contratantes, y la propiedad como fundamento individualista del feminismo liberal, ya que empodera tanto a las mujeres como a los hombres en lo tocante a sus propias personas y cuerpos.
En cualquier caso, tanto en el comunitarismo como en el radicalismo concluyen que el feminismo liberal no es sino la enésima versión del patriarcado.
Frente a tales críticas, el feminismo liberal mantiene que la diversidad natural que existe entre hombres y mujeres no anula la unidad psíquica de la especie, basada en un lenguaje común que se manifiesta en las diversas lenguas, que son, por supuesto, traducibles entre ellas porque operan sobre una misma plataforma común, gramatical y simbólica. No hay arte o escritura de cualquier época o latitud que no puedan ser entendidos y apreciados por otros seres humanos de otras coordenadas con un mínimo de sensibilidad, inteligencia y mentalidad abierta. La empatía cognitiva y emocional de los seres humanos, como la que tematizaría más tarde Adam Smith en La teoría de los sentimientos morales, nos une mucho más que nos separan las diversidades individuales, las realmente pertinentes, que se agregan en conjuntos más o menos convencionales, más o menos naturales.
Las comunitaristas creen que ser mujer es ajeno al ámbito de lo público liberal, caracterizado por el individualismo, los derechos y deberes, lo abstracto y la racionalidad, que serían características exclusivas del ser masculino. Una crítica satírica a esta mentalidad feminista-femenino se vio en el capítulo "Las chicas sólo quieren sumar", llamado "Girls just want to have sums" en la versión original, de la decimoséptima temporada de Los Simpson, en el que la escuela primaria es segregada por género, por lo que Lisa debe disfrazarse de niño para recibir unas clases de matemáticas en las que dos más dos sean igual a cuatro y no, como en la sección femenina, a amor. En lugar de hacer cuentas y resolver problemas matemáticos, la profesora de aritmética comienza a hablar sobre los sentimientos y la magia de los números. Lisa, asombrada, pregunta a la profesora cuándo harían problemas, pero la profesora le responde que los problemas eran parte de lo que los varones veían en matemática. Lisa decide disfrazarse de chico para asistir a las clases de los varones. Bart, el único que sabe su secreto, le enseña a comportarse como un chico en peleas y deportes. Finalmente, en una ceremonia de premios, se le otorga uno por su gran desempeño en las matemáticas. Lisa aprovecha para mostrar su verdadera identidad a toda la escuela, y explica por qué había tenido que disfrazarse. Bart se pone de pie y dice a todos los presentes que Lisa era buena en matemáticas solo porque estaba actuando como un varón. Lisa protesta y termina peleándose con Martin.
Tanto en el comunitarismo como en el radicalismo feminista se trata de separar a la mujer de su incardinación voluntaria en las esferas que prefiera, de la familiar a la laboral, para hacerla dependiente del Estado, el Gran Patriarca de la Modernidad iliberal. Sin embargo, como hemos visto en el intercambio entre Locke y sir Robert Filmer, la diferenciación en esferas de la Gran Sociedad, siendo irreductibles pero complementarios lo público y lo privado, es lo que permite la autonomía de los individuos y, por tanto, de los hombres y las mujeres, es decir, y volviendo a una categoría abstracta, los adultos. En el paradigma liberal se da la oportunidad pero también la exigencia para que hombres y mujeres se comporten como personas responsables, la otra cara de los individuos libres, las cuales son iguales en dignidad y naturaleza aunque difieran en matices de belleza, inteligencia, fuerza y atributos masculinos y femeninos.
Un ejemplo de esta diferenciación entre las esferas de los adultos y los niños, de la política y la familia, que deja de infantilizar a las mujeres encerrándolas en la esfera de lo privado lo tenemos en la actriz Susan Sarandon. En las elecciones norteamericanas de 2016 los análisis sociológicos vencieron a los meros chequeos racionales de las propuestas de los candidatos. Así, se daba por descontando que si eras mujer, hispano o negro debías votar por Hillary Clinton. Y si eras hombre, por Trump. Incluso se nos informaba de que los votantes de Clinton compraban más en Amazon y Nordstrom, mientras que los de Trump lo hacían en Cabela's y Finish Lane. Una vuelta de tuerca consistió en informarnos de que los "blancos sin estudios" votaban a Trump, aunque jamás leería el sintagma paralelo "los negros sin estudios universitarios apoyron a Hillary Clinton" (en este caso se destaca el sintagma "mujer con estudios universitarios". Nunca se aclara si tener "estudios universitarios" se considera un beneficio o la hecatombe intelectual definitiva). El problema no era el análisis sociológico, ya que una mayoría de negros de toda condición intelectual votó efectivamente a Clinton, sino que se usaba dicho dato sociológico con un sesgo periodístico de falacia ad hominem clasista. Aunque les parezca increíble a los periodistas titulados en la universidad, se supone, los votos de las personas sin estudios valen igual, en todos los sentidos, que el de un Premio Nobel, aunque a Platón y sus pretenciosos seguidores contemporáneos les chirríe la simetría.
Sin embargo, Susan Sarandon se rebeló contra la determinación genética, social o como se quiera entender y dijo que no se decantaría por Hillary Clinton porque no votaba "con la vagina". Tampoco lo hizo por Trump. Se decantó por los verdes. Que eran liderados, por cierto, por otra mujer, Jill Stein. Pero Sarandon quería subrayar que a la hora de decidir su voto el factor fundamental no sería el género sino una perspectiva mucho más amplia, en función de cuestiones racionales objetivas, no de ideas subjetivas y sesgadas cuestiones identificadas con un factor sociológico, racial, religioso o cualquier otro condicionante particular.
Para todas las mujeres (y hombres) que votan con el cerebro porque consideran que la mente no tiene género a pesar del (leve) dimorfismo cerebral de la especie; para todas las mujeres (y hombres) que se contemplan en el plano político como adultos responsables y en la dimensión intelectual como seres racionales capaces de objetividad; para todas las mujeres (y hombres) que son capaces de combinar la unidad psicológica con la diversidad corporal de la especie; para todas las mujeres (y hombres) que interactúan en las diferentes esferas de la acción humana disfrutando de las diferencias de género privadas y la igualdad formal pública, la filosofía intrínsecamente feminista del liberalismo de John Locke, que defiende la naturaleza individualista y racional del ser humano, no sometida a imposiciones de rebaño ni coacciones de manada, es la mejor salvaguarda contra el paternalismo del feminismo comunitarista y la condescendencia del feminismo radical para continuar la tarea de la emancipación de todas las mujeres, las cuales siguen amenazadas por el patriarcado que domina fuera del Occidente liberal y, dentro de este último, por los feminismos radicales y comunitaristas que instrumentalizan a las mujeres en su lucha contra las instituciones políticas y económicas del Estado Liberal de Derecho.
Bibliografía
- Butler, M. (1978): Early Liberal Roots of Feminism: John Locke and the Attack on Patriarchy. The American Political Science Review, 72(1), 135-150.
- Walsh, M. (1995): Locke and Feminism on Private and Public Realms of Activities. The Review of Politics, 57(2), 251-277.
- Skidmore-Hess, D., & Skidmore-Hess, C. (2016): "Have we not an equal interest with the men of this nation?": Gender, Equality, and Genesis in John Locke's Political Thought. International Social Science Review, 92(1), 1-27.
- Hirschmann, Nancy J. and McClure, Kirstie (eds.) (2007): Feminist Interpretations of John Locke, Pennsylvania State University Press.