Neurociencia Patrimonio de la Humanidad en la orilla del sol de la madrileña calle Lista
Pese al olvido que muchas veces tiene la Ciencia en el conjunto de la Cultura (recordemos la famosa cita de Cajal al respecto: "A la Cultura española le falta la pata de la Ciencia") y a lo inexorable del paso del tiempo, quizá algunos lectores sabrán que Gregorio Marañón Posadillo, el gran médico, importante escritor y relevante personaje de la política española en las décadas de 1920 y 1930, vivió y estudió su carrera de Medicina en el número 3 de la calle Lista, actualmente José Ortega y Gasset. Él mismo ha dejado repetidos testimonios al respecto, incluyendo que otro de los vecinos era el relevante político (alcalde de Madrid en 1894, diputado en Cortes, jefe de Gobierno y varias veces ministro entre 1901 y 1922) D. Álvaro de Figueroa y Torres-Sotomayor, primer conde de Romanones.
Sin embargo, Madrid parece haber olvidado a otros dos ilustres personajes de la Ciencia patria que, por diversos motivos, decidieron afincarse (y, estos sí, de forma voluntaria) en la orilla del sol de la calle Lista: el Dr. Nicolás Achúcarro Lund y el Dr. Fernando de Castro Rodríguez, ambos discípulos de Cajal y neurocientíficos de primera fila mundial, lo que les convierte en dos de los más destacados miembros de la Escuela Neurológica Española[1], también conocida más familiar mente como Escuela de Cajal o Escuela de Madrid, pues la forman científicos que se formaron junto al Maestro y, todos ellos, trabajaron en la capital de España, contribuyendo a convertirla en, quizá, el centro más importante de la investigación neurocientífica en el mundo entero hasta el estallido de la Guerra Civil.
El bilbaíno Nicolás Achúcarro Lund (1880-1918), tras estudiar la carrera de Medicina entre Madrid y Maarburg (Alemania), realizó un periplo formativo en Neurología y Psiquiatría en algunos de los laboratorios más importantes del mundo para esas especialidades, trabajando en París con Pierre Marie y Joseph Babinsky, en Florencia con Ernesto Lugaro y Eugenio Tanzi y, finalmente, en Múnich con Emil Kraepelin y Alois Alzheimer. Este último acababa de describir el tipo de demencia que lleva su nombre y, en la cumbre de la fama, recibió una invitación para organizar el servicio de Patología del Hospital for the Insane (Washington DC, USA; es una de las estructuras sobre las que se fundó, posteriormente, el National Institute for Health), pero declinó la invitación por motivos de edad, recomendando para tal cometido a su joven discípulo vasco, que allí trabajó entre 1908 y 1910. A pesar del interés de los norteamericanos en que el brillante Nicolás Achúcarro prosiguiese en su puesto, éste decidió regresar a España para casarse con su prima Dolores (Lola) Artajo. Le pidieron, entonces, que recomendase un sucesor, lo que hizo en la persona del madrileño Dr. Gonzalo Rodríguez Lafora, otro discípulo de Cajal y amigo personal de Achúcarro, de quien había seguido algunos pasos por Europa, trabajando, entre otros neurocientíficos de primer orden, con Kraepelin. Así que con Lafora como nuevo director de su laboratorio en los USA, Achúcarro regresó a Madrid en junio de 1910. El 25 de enero de 1911 casó con Lola Artajo, estableciéndose en el número 11 de la calle Lista, en un piso en el que el Dr. Achúcarro montó, además, su consulta médica. Viviendo allí, dirigió el Laboratorio de Histopatología del Sistema Nervioso (vecino de arriba del Laboratorio de Investigaciones Biológicas que dirigía Cajal), en el Hospital Provincial y, también reclutado por Cajal, en la Facultad de Medicina de la Universidad Central (actual Universidad Complutense de Madrid). Y es en estos años donde Achúcarro realiza sus más importantes descubrimientos sobre la neuroglia (astrocitos) en estados normal y patológicos, gracias a una nueva técnica histológica que conocemos como el método de Achúcarro, e inicia el estudio de las denominadas células en bastoncito que ultimó Pío del Río-Hortega, dando lugar al descubrimiento de la microglía[2]. De hecho, Pío del Río-Hortega descubrió en 1919 que lo que Cajal había denominado "tercer elemento del sistema nervioso" en realidad lo componían dos tipos celulares: la microglía y la oligodendroglía; es decir, que este discípulo de Achúcarro y de Cajal descubrió dos de los cuatro tipos fundamentales de células del sistema nervioso central. Pero esto ocurrió cuando Achúcarro ya había muerto, prematuramente. Un linfoma de Hodgkin se lo llevó el 23 de abril de 1918, en la casa familiar de verano en Neguri. Cuando había empeorado su salud, Achúcarro dejó la casa de la calle Lista para trasladarse, primero a El Pardo y, después, a un sanatorio en la sierra de Guadarrama, desde donde ya no pudo ocuparse del laboratorio, partiendo al abrigo de su familia unos meses antes de fallecer. La muerte de Achúcarro conmocionó a la Escuela de Cajal, al mundo neurocientífico internacional y a la sociedad madrileña, en general: dada su brillantez y su formación, Nicolás Achúcarro estaba llamado a tomar el relevo de Santiago Ramón y Cajal al frente de la Escuela, y además, con su cercana amistad con personajes como José Ortega y Gasset, Juan Ramón Jiménez, Ramón Menéndez Pidal, Gragorio Marañón (su vecino aquellos años en Lista), Luis Simarro o los ya citados Lafora y Río-Hortega, se codeaba de tú a tú con las clases intelectuales y dirigentes del país. Más de una década después de su muerte, el Ayuntamiento de Madrid descubrió una placa-homenaje al Dr. Achúcarro en su domicilio del barrio de Salamanca[3], placa que ha desaparecido.
Uno de los más jóvenes discípulos de Achúcarro fue el madrileño Fernando de Castro y Rodríguez (1896-1967), que se incorporó a su laboratorio siendo aún estudiante de Medicina. Formándose con el gran neurocientífico vasco, Fernando de Castro tuvo su bautismo científico estudiando la neuroglia del bulbo olfativo (trabajo publicado en 1916). Pero, visto el empeoramiento de Nicolás Achúcarro y que este abandonó el laboratorio, Cajal tomó dos decisiones: nombró al vallisoletano Pío del Río-Hortega (1882-1945) como director del Laboratorio de Histopatología del Sistema Nervioso e incorporó a su propio laboratorio (el que andando los años se convertiría en Instituto Cajal) al joven De Castro, asombrado por la pericia técnica que éste había adquirido de la mano de Achúcarro. Fernando de Castro ya no dejará de trabajar con Cajal hasta su muerte (salvo breves periodos de formación en París, Gante y Utrecht), y apenas dejará el Instituto Cajal y la Facultad de Medicina de la Universidad Central (posteriormente Complutense de Madrid) cuando ocupó la primera cátedra que ganó, en la Universidad de Sevilla, en 1933: Cajal removió Roma con Santiago para conseguir que se aprobase en Cortes la ley que permitiese a De Castro trabajar en Madrid, en comisión de servicios. Entre 1926 y 1928, Fernando de Castro había descubierto la base neuroanatómica de los reflejos cardiorrespiratorios descritos por el alemán Heinrich Hëring[4], con lo que había dado un paso más adelante tras haberse consolidado en el mayor especialista del mundo en los sistemas simpático y parasimpático, junto al ruso Alexander Lawrentjew. La descripción pionera de los quimiorreceptores arteriales (las neuronas sensoriales que informan al cerebro de los cambios en la composición química de la sangre –contenido en oxígeno y CO2, contenido en glucosa–) había puesto al joven Fernando de Castro a la cabeza de la apertura de la Escuela de Cajal a la Fisiología y en la carrera directa por la obtención del Premio Nobel, por el que también competían los fisio-farmacólogos belgas Jean-François y Corneille Heymans (padre e hijo, respectivamente). En 1938, la Real Academia Sueca distinguió a este último con el citado Premio, en solitario: nadie se había acordado de proponer a Fernando de Castro... Ante la pertinencia de otorgar un Nobel compartido, los suecos se preguntaron si el español estaba vivo: Fernando de Castro, junto a Francisco Tello, pasaron toda la Guerra Civil en Madrid, protegiendo, día tras día con su presencia física, la integridad del Instituto Cajal, entonces sito en el Cerrillo de San Blas, junto al Observatorio Astronómico y, por tanto, primera elevación atisbada desde las líneas franquistas en el frente de Villaverde.
Pero ¿qué tiene que ver todo esto con la orilla del sol de la calle Lista? Fernando de Castro había nacido en la calle del Arenal, donde residió hasta que su padre, viudo, construyó una casa en el número 13 de la calle de Juan de Austria. En Chamberí viviría todo el resto de su vida, aunque hacia 1930 se mudó a la 4 de la calle de Arango (actualmente, c/ Juan de Austria, 22) para que la delicada salud de su hijo, Fernando-Guillermo, pudiese disfrutar de más horas de soleamiento en esa casa que daba a Poniente. Sin embargo, en los años sesenta pudo comprar un solar en lo que es hoy el número 51 de la calle José Ortega y Gasset, aportándolo para que el reconocido arquitecto Ruíz Penot levantase un moderno bloque de siete viviendas y sótano del que el tercer piso se lo quedó Fernando de Castro. En este inmueble de la acera del sol de la calle Lista, como más de cincuenta años atrás su antiguo maestro, Nicolás Achúcarro, De Castro planeó mudarse. Modificó los planos para hacerse un pequeño laboratorio en el que poder investigar en histología y realizar los estudios clínicos de anatomía patológica. Noctámbulo inveterado, Fernando de Castro siempre había desarrollado una importante parte de su investigación en casa, sentado al microscopio, dibujando a mano alzada sus observaciones mientras fumaba un Chesterfield corto, sin filtro, y conversaba con su mujer, María Fernández-Ardavín, o amigos íntimos, como el Dr. Miguel Calvo. En obra todavía, Fernando de Castro instaló en la habitación del fondo las librerías de caoba que Cajal había instalado en su primitivo Laboratorio de Investigaciones Biológicas y que, trasladadas a la segunda sede del Instituto Cajal (el faraónico edificio del Cerrillo de San Blas), no cabían, por lo elevado de sus dimensiones, en la nueva ubicación del Instituto Cajal desde 1953, en la calle Velázquez: el CSIC iba a desprenderse de ellas, pero De Castro no podía admitirlo y ofreció hacerse con ellas, adquiriéndolas por una cantidad sustanciosa de dinero para la época. De hecho, el poder instalar adecuadamente esta pareja de grandes librerías fue uno de los motivos principales de acometer la construcción de un edificio con altura de techos suficiente en la calle Ortega y Gasset. Desgraciadamente, Fernando de Castro no llegó a habitar este piso, ya que recién jubilado, en 1966, enfermó de un cáncer de vías urinarias y tras ser ingresado en el Sanatorio de El Rosario (en la calle de Príncipe de Vergara), acabó sus días el 15 de abril de 1967 en su domicilio de la calle Arango. La casa de la orilla del sol de Lista la disfrutó, desde poco después y hasta su muerte, el 8 de marzo de 2014, su único hijo, mi padre, el escritor y empresario Fernando-Guillermo de Castro: a consecuencias de la estafa financiera que estalló en 2008 y de lo desorbitado del impuesto de plusvalía municipal, no tuvimos más remedio que desprendernos de la casa en 2016... pero esto es otra historia...
El colofón a todo esto vino de mano de la Unesco (United Nations Educational, Scientific and Cultural Organization), que en diciembre de 2017 decidió incluir los archivos científicos de Santiago Ramón y Cajal, Pío del Río- Hortega, Fernando de Castro, Rafael Lorente de Nó y Pedro Ramón y Cajal como Patrimonio de la Humanidad, en su programa Memory of the World, al considerar que estas decenas de miles de documentos son "esenciales para la historia de uno de los descubrimientos y teorías más importantes que han conducido a la actual comprensión del doble aspecto del cerebro humano, su composición anatómica (células individuales) y sus propiedades psicológicas (formación de circuitos y la propagación del impulso nervioso)"[5]. No existe como tal un Archivo Nicolás Achúcarro y los documentos que de éste que son parte del Patrimonio de la Humanidad están en el Archivo científico Fernando de Castro y en el Legado Cajal. El alcance científico, cultural e histórico de los documentos que forman estos archivos no ha sido todavía estudiado (apenas algunas píldoras). Una parte esencial de estos archivos son los dibujos científicos, verdaderas joyas de valor artístico intrínseco, como los de Cajal empiezan a ser reconocidos, pero que en el caso de Achúcarro, Río-Hortega, De Castro, Lorente de Nó, Domingo Sánchez y el hermano pequeño de Cajal, Pedro, son igualmente de un significado científico y valor plástico increíbles. Recientemente, algunos de los más destacados críticos de arte del mundo actual incluyen a Cajal en el podio del dibujo, junto a Leonardo Da Vinci y a Michelangelo Buonarrotti[6]. Pero ni Madrid ni España han sabido, todavía, abrir un Museo Nacional de Cajal y la Escuela Neurológica Española que los albergue y exhiba, un moderno museo que ponga en valor tesoros científicos sin par, como estos: de los pocos de esta naturaleza que ha incluido la Unesco en el Patrimonio de la Humanidad, hasta la fecha (selecto club que, junto a nuestros compatriotas, forman apenas Nicolás Copérnico, Isaac Newton, Chales Darwin, Louis Pasteur, Ivan Pavlov y Nikola Tesla, únicamente), y siendo, además, la única escuela científica en el mismo. ¿Llegaremos a verlo?
[1] https://www.frontiersin.org/articles/10.3389/fncel.2019.00187/full
[2] https://www.frontiersin.org/articles/10.3389/fnana.2015.00045/full
[3] http://www.madrid.org/bvirtual/BVCM001717.pdf
[4] https://www.frontiersin.org/articles/10.3389/neuro.05.023.2009/full
[5] http://www.unesco.org/new/en/communication-and-information/memory-of- the-world/register/full-list-of-registered-heritage/registered-heritage-page- 1/archives-of-santiago-ramon-y-cajal-and-the-spanish-neurohistological-school/
[6] https://www.vulture.com/2018/03/the-doctor-whose-drawings-rival- michelangelos.html