El máximo héroe de la Guerra Civil
El presidente de la Segunda República, Manuel Azaña, reclamó "paz, piedad, perdón" en plena Guerra Civil, durante su famoso discurso en Barcelona en conmemoración del 18 de Julio, fecha celebrada solemnemente por ambas Españas durante la contienda. Sin embargo, Azaña no fue el primero en mostrar públicamente esa actitud reconciliadora. Siete meses antes, en una localidad del Alto Tajuña, Sotodosos (Guadalajara), un viejo cura de pueblo había levantado su voz para orar por todos los muertos de la contienda. De ello fue testigo el escritor José de Arteche (1906-1971), que lo recogió en sus memorias de guerra. Cuando el doctor Gregorio Marañón (1887-1960) leyó el manuscrito de Arteche, no dudó en calificar a aquel viejo cura de Sotodosos como el "máximo héroe de la tragedia".
En 1970 se publicaron, con el título El abrazo de los muertos, unas memorias de la Guerra Civil escritas por José de Arteche (1906-1971). Nacionalista vasco, secretario del Gipuzko Buru Batzar del PNV, se vio forzado en noviembre de 1936 a combatir en las filas franquistas, siendo enrolado inicialmente en el Tercio de Oriamendi de requetés, para después pasar a una compañía de ingenieros de la 4ª Brigada de Navarra.
Durante la campaña, Arteche y su compañía fueron destinados a Sotodosos (Guadalajara), en el Alto Tajuña, adonde llegaron el 13 de enero de 1938. "Sotodosos, en medio de un paisaje desolado, es un lugar de noventa y cinco vecinos –quinientos habitantes poco más o menos– rebosante de tropa; alberga hasta tres batallones de infantería, artilleros, ingenieros y demás servicios", escribe en su diario.
Es en Sotodosos cuando Arteche anota: "Por primera vez desde hace dieciocho meses, acabo de oír en un templo palabras de paz". Es el domingo 16 de enero:
En la iglesia, abarrotada de soldados que cumplían el precepto, el viejo cura del lugar dirigía fervoroso desde el púlpito el rezo del rosario. Concluida la letanía, ha añadido así:
–Porque Dios conceda cuanto antes la verdadera paz a España. Padre nuestro que estás en los cielos…
Y en seguida:
–Por todos los que han muerto durante la guerra. Padre nuestro…
El auditorio, recogiendo al vuelo las intenciones del sacerdote, ha respondido rezando con calor unánime e inusitado.
¡No sabes aún, viejo cura de Sotodosos, todo el bien que acabas de hacerme!
Es este pasaje el que impacta al doctor Gregorio Marañón (1887-1960) cuando lee el manuscrito de Arteche. Así se lo hace saber al autor en la carta que le escribe el 30 de agosto de 1956, recogida en la edición que la editorial Icharopena hizo en 1970 del diario del escritor azpeitiarra:
Es la primera vez que, sin retórica –o con la divina retórica de la simple caridad–, se dice en España, y en la peor de sus guerras civiles, que un cura, viejo (¡claro es!), rezó en el frente un Padre nuestro por la paz y por el descanso de todos los muertos, los de aquí y los de allá; y se añade que todos se unieron con fervor a su oración, y el español que escribe añade: "Hace ya mucho que echaba de menos, viejo cura de Sotodosos, tus palabras".
Marañón continúa su carta a Arteche afirmando:
Yo creo que muchos, que casi todos los españoles piensan ahora así; y leyendo su libro, lo pensarán también los que no lo piensan ahora. Entonces, y sólo entonces, España será un gran pueblo.
Y al final de su misiva el médico humanista le hace al autor de El abrazo de los muertos una solemne invitación:
Le invito a usted, para entonces, si vivimos, a ir juntos a recordar al sacerdote viejo, heroico, santo, como al máximo héroe de la tragedia.
Al terminar la lectura del diario de la guerra de José de Arteche me propuse identificar a este viejo cura de Sotodosos a quien Marañón definía como el "máximo héroe de la tragedia". Mi buen amigo el padre Jorge Teulón me puso en la pista de dos sacerdotes de la comarca que podrían darme información: don Eugenio Herranz, nacido en el propio Sotodosos, del que ha sido un cronista veraz y riguroso, y don Ángel Moreno, capellán del vecino Monasterio de Buenafuente de Sistal. Ambos me invitaron a ponerme en contacto con Pedro Merino, el responsable del Archivo Histórico Diocesano de Sigüenza-Guadalajara, quien a su vez me indicó que los libros de registros parroquiales de Sotodosos con los bautismos, defunciones y matrimonios de la época de la guerra seguían abiertos, por lo que no se encontraban en su archivo sino en la propia parroquia. Fue así como contacté con don Fernando Serrano, párroco de varios pueblos de la comarca, incluido Sotodosos.
Don Fernando se ofreció muy amablemente a revisar los libros parroquiales de Sotodosos, donde celebra misa los domingos a la una de la tarde. Al cabo de unos días me informó del resultado de sus pesquisas: el cura de Sotodosos en enero de 1938 se llamaba don Valentín Cuadrón del Olmo. La firma manuscrita de don Valentín aparece en dos anotaciones de defunciones del libro parroquial del 30 de diciembre de 1937 y el 8 de febrero de 1938, lo que probaría que era el sacerdote de la oración por todos los muertos de la Guerra Civil en la misa de la iglesia de Nuestra Señora de la Asunción a la que asiste Arteche el 16 de enero. Don Valentín fue párroco de Sotodosos hasta noviembre de 1938, cuando le sustituyó don Cecilio López Azañón.
Tengo por seguro que "el máximo héroe de la tragedia" que fue la Guerra Civil, como le califica el sabio Gregorio Marañón, es este sacerdote Valentín Cuadrón del Olmo. De él he logrado averiguar que tenía un hermano comerciante en Sienes (Guadalajara), de nombre Leocadio, y otro de nombre Juan Francisco, de quien he recabado noticias que debieron de conmover a su compasivo hermano: tiene tres fichas de encausado, con fecha de 1940, en el archivo de la Guerra Civil de Salamanca, lo que indicaría que fue procesado por los vencedores después de la contienda.
Don Fernando Serrano se había ofrecido gentilmente a consultar el archivo diocesano de Sigüenza-Guadalajara y proporcionarme más datos del viejo cura de Sotodosos. Don Valentín Cuadrón había nacido en Sienes el 14 de febrero de 1880, donde también vinieron al mundo sus cinco hermanos. Es decir, cuando Arteche le conoce en enero de 1937, el cura de Sotodosos tiene 56 años, uno menos que yo ahora, lo que prueba cómo avanzan las edades del hombre, porque yo, sinceramente, no me considero viejo.
Según me ha relatado su sobrina Teresa, que amablemente me proporcionó más información sobre don Valentín y su familia, el viejo cura de Sotodosos tenía una gran amistad con el alcalde del pueblo, que era comunista, con quien discutía siempre en las tertulias y en las partidas del bar. "Eran como don Camilo y Pepón, los personajes de Guareschi", me cuenta su sobrina Teresa. "Con ideas totalmente diferentes, pero tan amigos. Así hemos recordado siempre en la familia esa relación. Y eran tan amigos que al empezar la guerra vinieron unos a buscar a mi tío y el alcalde no sólo le avisó, sino que lo escondió en una paridera, echándole encima un montón de paja. Gracias al alcalde, al que yo siempre he llamado Pepón aunque no conozco su nombre, don Valentín salvó la vida".
Don Valentín fue cura coadjutor de Morón de Almazán y cura ecónomo de Ambrona, Riosalido, Romanillos de Atienza, Sotodosos, Torralba y Valdelcubo. Más tarde fue cura párroco de La Barbolla, El Pobo de Dueñas, Riofrío del Llano y Santiuste. Cuando estaba en Riosalido, y antes de que terminara la guerra, le dio un ictus que le dejó por mucho tiempo impedido. Su hermana Hilaria, que era la que le cuidaba, decidió llevárselo a Madrid a casa de unas sobrinas que vivían cerca de Lavapiés. Una vez recuperado, don Valentín se desempeñó como coadjutor de la parroquia de San Marcos, en la actual calle San Leonardo, 10, junto a la Plaza de España. El viejo párroco de Sotodosos del que escribieron Arteche y Marañon con tanta admiración falleció en Madrid a finales de los años 50, con más de 70 años.
A don Valentín Cuadrón debe Arteche la solución a la más grave crisis religiosa que había vivido nunca, según sus propias palabras:
Hace ya mucho que echaba de menos tus palabras. Con ellas has desvanecido una inquietud terrible, jamás sentida antes por mí, que me mordía en el fondo del alma. Sentía rondándome el espanto de si se me habría comenzado a secar algún tanto la fe. (…) Pero no; ahora ya sé que no soy un rebelde. Ya sé que continúo siendo el mismo de antes, puesto que dos bien sencillos toques han bastado para hacerme brotar las lágrimas de la más pura emoción religiosa. ¡No sabes aún, viejo cura de Sotodosos, todo el bien que acabas de hacerme!
La unidad de Arteche abandonó Sotodosos a finales de enero para dirigirse al frente de Teruel, donde se estaba librando una de las batallas más duras de la guerra. El pequeño pueblo de Guadalajara los despidió al anochecer del 25 de enero con un fenómeno insólito recogido por la prensa española: una aurora boreal que desde Sotodosos se veía al Norte como "un resplandor rojizo de enorme intensidad", hasta el punto de que Arteche anotó en su diario que parecía el incendio de un pinar por la parte de Alcolea.
Sotodosos y su comarca del Alto Tajuña se convertirían apenas dos meses después en el escenario de un cruento episodio de la guerra, la llamada Batalla Olvidada de Abanades, un ataque que el Ejército Popular desencadenó a finales de marzo de 1938 para tratar de frenar la ofensiva de los franquistas en Aragón y que se saldó con ocho mil bajas en ambos bandos. La posición más cercana al pueblo de Sotodosos era La Mocasilla, que se haría tristemente famosa por los durísimos combates que allí sostuvieron las fuerzas de uno y otro ejército.
En los escenarios de esa batalla, gracias a las campañas de excavación de los investigadores del Instituto de Ciencias del Patrimonio del CSIC, dirigidas por Alfredo González-Ruibal, se encontrarían hace unos años los restos de trece combatientes de ambos bandos, aquellos a los que el viejo cura de Sotodosos, don Valentín Cuadrón del Olmo, había unido dos meses antes en sus oraciones con el abrazo de los muertos.