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La Ilustración Liberal

Cómo los países ricos pueden desactivar la "bomba poblacional"

Mientras la población del mundo se ha doblado en las últimas décadas, alcanzando más de 6 mil millones de personas, las tasas de natalidad en muchos países caen en picada a niveles sin precedentes. El resultado es una división demográfica entre naciones con altas y bajas tasas de crecimiento de la población, lo cual tendrá enormes repercusiones económicas y políticas.

Virtualmente todos los países con altos ingresos, y algunos países pobres como China y Rusia, tienen tasas de fertilidad muy bajas para reponer su población. El promedio es poco más de un niño por cada mujer en España, Italia, Rusia y otros países. Aun Estados Unidos, que tiene la más alta tasa de fertilidad entre las naciones ricas, las mujeres tienen alrededor de dos hijos.

Las tasas de nacimientos son notoriamente difíciles de predecir, pero el historial de baja fertilidad a lo largo de varias décadas en tantos países y en tantas regiones del mundo es indicativo de que la población mundial eventualmente se reducirá. La población total aumentará mucho más lentamente en las próximas décadas que lo que predicen los alarmistas.

En el reciente informe "Perspectivas de la población mundial", demógrafos de las Naciones Unidas conceden, luego de repetidos desmentidos, que las tasas de natalidad por debajo del nivel de reposición no son un fenómeno pasajero. Ellos reconocen que toda nación que tuvo bajas tasas de nacimientos en los años 80, las sigue teniendo hoy. Y a esos países se unieron otros donde durante los años 90 la natalidad estuvo por debajo de la reposición.

La situación es diferente en la mayoría de los países pobres, incluyendo África, América del Sur y América Central, donde la población sigue creciendo rápidamente. Esta diferencia en las tasas de nacimientos entre los países ricos y los pobres aumentará aún más la brecha del ingreso per capita que separa a los países desarrollados de los demás. De hecho, el mayor crecimiento poblacional en las regiones menos desarrolladas contribuyó al considerable aumento de la desigualdad del ingreso a nivel mundial en las últimas dos décadas.

Un remedio efectivo para tal división sería que mucha gente de países con bajos ingresos y rápido crecimiento de la población se mudara a países con altos ingresos y una población estable o decreciente. Cálculos recientes de la ONU muestran que las regiones desarrolladas absorbieron 20 millones de inmigrantes de países más pobres durante la última década del siglo XX. Esto supuso cerca de la mitad del crecimiento de las poblaciones de los países ricos, aunque Japón rehusó aceptar a muchos inmigrantes, a pesar de la rápida reducción y envejecimiento de su población.

La inmigración a Europa occidental fue especialmente importante y representó más del 70% de su crecimiento poblacional en la última década. Estados Unidos absorbió casi la misma cantidad de inmigrantes que Europa, pero la inmigración contribuyó a una porción menor del crecimiento de su población, ya que la natalidad aquí es más alta que en Europa. Muchos otros llegaron ilegalmente a Estados Unidos y a Europa occidental, por lo cual la contribución de la inmigración al crecimiento de la población es mayor de lo indicado por las estadísticas oficiales.

Sin embargo, una mayor emigración de los países pobres hacia los países ricos ayudaría a aliviar la desigualdad entre las economías del mundo, creadas por el mayor crecimiento de la población del mundo menos desarrollado. Pero las naciones ricas son reacias a abrir sus fronteras, porque poderosos grupos de presión y la mayoría de los políticos se oponen a aumentar el número de inmigrantes. Los sindicatos temen que la competencia de trabajadores inmigrantes reduzca los salarios de sus miembros. Muchos contribuyentes piensan que el estado benefactor atrae a inmigrantes que sólo buscan beneficios del gobierno y contribuyen poco a la producción. Otros grupos se preocupan del efecto de la inmigración de países del Tercer Mundo en la composición racial y étnica de la nación.

Muchos de estos argumentos se verían desvirtuados si las naciones receptoras le dieran mayor prioridad a inmigrantes más jóvenes y mejor preparados, quienes trabajan duro y contribuyen mucho más con sus impuestos de lo que reciben en beneficios gubernamentales. Pero ni siquiera la mano de obra calificada es bienvenida, como hemos visto con las dificultades políticas para ampliar el programa de visas H-1B -de trabajo temporal a personal técnico- de Estados Unidos.

Tales obstáculos impiden que la inmigración legal resuelva los conflictos surgidos por diferentes tasas de crecimiento de la población. Los problemas se reducirían considerablemente si las naciones pobres promovieran el crecimiento económico con libre iniciativa y mayor inversión en capital humano y físico. Las tasas de natalidad caen cuando los países crecen más rápidamente y se amplía la educación, especialmente la educación de las mujeres.

A menos que cambien las políticas sobre la inmigración y la población, inevitablemente aumentará el conflicto entre ricos y pobres, a medida que más y más jóvenes del mundo subdesarrollado tratan de lograr acceso a las oportunidades existentes en los países ricos.

Gary S. Becker obtuvo el Premio Nobel en 1992, es profesor de economía de la Universidad de Chicago.

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