La fortaleza de la economía española
Estados Unidos crece entre el 1% y el 2%, la Unión Europea alrededor del 2%, Japón está en recesión; Asia, contagiada y dependiente de Estados Unidos y Japón, ha dejado de crecer; Latinoamérica es un valle de lágrimas que todavía irá a peor.
La economía española, por contra, ha crecido el 3,4% el primer trimestre de 2001 y es incluso posible que esa tasa se haya mantenido, o mejorado, en el segundo trimestre, además de haberse alcanzado un número récord de afiliados a la Seguridad Social, que ha superado los 15,8 millones, gracias, en gran parte, a la legalización de inmigrantes. Mantener esas tasas de crecimiento, tras siete años de expansión, en un entorno internacional claramente recesivo, es un logro que requiere –pero que tiene– explicación.
Resultaría tedioso repetir la descripción de las transformaciones de la economía española que han permitido esa espectacular expansión, en particular su ganancia de competitividad tras las cuatro devaluaciones y el favorable tipo de cambio con el que nos hemos integrado en el euro, junto con el rigor fiscal, el descenso del gasto público hasta el 40% del PIB, la afloración de economía –y, sobre todo de empleo– sumergida, y la política de privatizaciones y liberalizaciones –aunque haya que matizarlas–.
Podría creerse, como han expuesto muchos analistas, y han recalcado los partidos de oposición, en particular el PSOE, que ese larguísimo ciclo de expansión ha sido posible gracias al efecto contagio de la expansión norteamericana y, hasta cierto punto, europea. Siempre me ha parecido una tesis errónea, sin sustento en la realidad, pues nuestra recuperación es anterior a la europea, mucho más fuerte y todavía continua, mientras Europa se ve arrastrada por la esclerosis inter-alemana y el parón norteamericano.
Es evidente que dado nuestro tamaño, nuestras relaciones comerciales y el hecho de nuestro pleno empleo, sólo paliado por la inmigración, si todo el mundo se para España terminará por detenerse también, pero lo haremos más tarde, menos bruscamente y es posible que manteniendo cierto nivel de crecimiento. Existen una serie de razones, al margen de las fundamentales a las que he hecho, más arriba, una somera referencia, que explican la fortaleza de nuestra economía mientras casi todo se debilita a nuestro alrededor: el papel de las nuevas tecnologías, la situación del sector de la construcción, la fortaleza del turismo permanente y de temporada, el aprovechamiento del ahorro europeo –que posibilita la pertenencia al euro– y la realidad de la inmigración.
Nueva Economía
En la medida en que la actual fase recesiva del ciclo económico norteamericano es consecuencia de una fase anterior de sobreinversión en el sector de las nuevas tecnologías - información, informática, Internet, telecomunicaciones, suministradores de equipos de estos sectores- los países más afectados por la desaceleración son aquellos en los que el sector de la nueva economía era proporcionalmente mayor en términos de inversión bruta y de PIB. Por ello, el mayor ajuste es el de la economía norteamericana y por eso los países europeos más desarrollados –además del caso particular de Alemania–, además de los asiáticos, están sufriendo más que el resto. La inversión en esos sectores y el aumento –real o nominal es otra cosa– de la productividad que ha posibilitado esa inversión, se ha traducido en tasas de inversión en bienes de equipo cercanas al 14% del PIB en Estados Unidos y del 5% de aumento del PIB.
Cuando se han hecho evidentes la sobreinversión, la limitación de la demanda de los servicios que proporcionaban esas nuevas tecnologías y la imposibilidad de mantener el crecimiento de la productividad en el conjunto de la economía, la crisis ha sido inevitable. Estamos en la fase de ajuste, que terminará cuando los excesos se hayan purgado y hayan desaparecido las empresas marginales, incapaces de ofrecer unos mínimos de rentabilidad a sus accionistas. Al haberse reducido bruscamente la inversión en nuevas tecnologías, el crecimiento del PIB norteamericano ha pasado del 5% al 1-2% y la productividad ha evolucionado desde el 3% de crecimiento hasta una cifra negativa.
Lo sorprendente de esta crisis estadounidense es que, hasta ahora, no se haya extendido a otros sectores, hasta afectar, mucho más gravemente, al conjunto de la economía. Esta falta de contaminación se refleja perfectamente en la evolución del Dow Jones, que resiste con ligeras caídas, mientras el Nasdaq se ha desplomado. Y en el mundo real los datos confirman el mantenimiento de la demanda de consumo y la situación de estabilidad de los sectores que atienden esa demanda, las dos terceras partes de la economía. Una posible explicación de esta evolución, o parte de la explicación, es que, en gran parte, la financiación de las inversiones en los sectores de la nueva economía se ha hecho con capital-riesgo más que con créditos bancarios y las pérdidas las están sufriendo los detentadores últimos de capital en esas empresas, en su mayoría fondos de pensiones e inversión. Es posible, por tanto, que el desplome de un sector básico de crecimiento no esté provocando un ajuste monetario importante por la escasa presencia del crédito bancario y, por otra, que la pérdida de riqueza que han sufrido los consumidores sea, todavía, marginal en relación a la riqueza total, porque en ésta tienen un peso fundamental los bienes raíces, como las viviendas, que hasta el momento han mantenido, o incrementado, sus precios.
Es posible, por tanto, que estemos asistiendo a la primera crisis cíclica en la que la financiación de los sectores impulsores del crecimiento no haya sido, fundamentalmente, bancaria y en la que la riqueza de los consumidores no se haya visto afectada por las pérdidas en esos sectores de crecimiento. Esta situación es temporal –como todo en economía– y nada garantiza que, en un momento determinado, los consumidores no decidan modificar su conducta, provocando una caída severa de la demanda, o que, por el contrario, el proceso de ajuste se termine y se restablezcan las condiciones para volver a emprender el crecimiento.
Pues bien, poco de todo este proceso ha ocurrido en la economía española. Los sectores que han tirado de nuestra economía en estos años no son los de las nuevas tecnologías. De hecho, las inversiones han sido insuficientes, excepto en Internet, donde ya se está produciendo el ajuste; no hay excesos de capacidad y, al tiempo, tampoco el capital riesgo ha sido significativo. Lo que es más, la productividad medida por el sistema clásico –la división del PIB por el número de trabajadores, en su acepción más amplia– ha descendido en lugar de crecer. En consecuencia, el colapso de estos sectores está afectando poco al conjunto de nuestra economía, resintiéndose, sobre todo, los sectores ligados a la exportación o integrado en cadenas multinacionales, que tampoco es una proporción excesivamente alta en el total español.
En el extremo opuesto se encuentran los países del Este y Sudeste asiático: Taiwán, Tailandia, Singapur, Malasia, Indonesia y Filipinas, suministradores de equipos y servicios de sectores de nuevas tecnologías a la economía norteamericana y que ahora sufren el parón de Estados Unidos.
Por supuesto que lo positivo que es para la economía española la falta de peso de la nueva economía, en estos momentos, se compensa con peores perspectivas de crecimiento a largo plazo y una evolución preocupante de la competitividad, que se verá agravada por el sistemático e inevitable aumento de precios de los bienes, servicios y activos de nuestra economía, permanentemente superiores de los de nuestros principales socios y competidores.
El sector de la construcción
Un segundo factor diferencial entre la economía española y la de la mayoría de los países más desarrollados europeos es el extraordinario peso que en España tiene el sector de la construcción. Mientras en los países centrales europeos el sector de la construcción fluctúa entre el 4% y el 6% del PIB, en la economía española alcanza el 10%. En 1994 ocupaba a un millón de personas y significaba el 9% del total del empleo y en 2001 emplea a 1,6 millones de personas, que representan el 11% del empleo total. El menor grado de desarrollo de las infraestructuras, la demanda de vivienda por las mayores cohortes demográficas de nuestra historia, que están llegando a la edad de independizarse, la de los inmigrantes que se incorporan a nuestra economía, las compras de residencias por parte de europeos confiados en la estabilidad que da la moneda única, las compras de segundas residencias por los españoles, todo ha contribuido a un espectacular crecimiento del sector de la construcción en estos años. Crecimiento que se mantiene en estos momentos, porque los ciclos de cada una de esas demandas son independientes y no están estrictamente ligados a la situación coyuntural de la economía española y porque la financiación de todo este proceso constructivo se facilita por el esencial equilibrio presupuestario y por las transferencias netas de la Unión Europea para obras de infraestructura, que superan el billón de pesetas anuales y por la persistencia de unos bajos tipos de interés nominales –de hecho, tipos reales en torno al 1%– que explican el espectacular crecimiento del crédito hipotecario.
Los datos que poseemos del Sector de la Construcción muestran un crecimiento en 2001 que difícilmente estará por debajo del 7%, porque un cierto debilitamiento de la demanda de viviendas está siendo compensado por la demanda de obras civiles. En conjunto, por tanto, este sector continuará aportando crecimiento a la economía española, lo que no puede decirse de muchas otras europeas.
El peso del turismo
El tercer factor diferencial que permite el mantenimiento de unas tasas de crecimiento de la economía española superior a la de nuestros socios y competidores europeos, es el peso del sector turismo. En efecto, se trata no sólo de la primera industria nacional, sino del sector que más permanente y continuamente ha crecido en el mundo desde los años cincuenta. Por supuesto que la demanda de servicios turísticos depende de la situación económica de los países de origen, pero también es verdad que es de los gastos que menos se ven afectados en caso de recesión y que, además, coincide con que la pérdida de dinamismo de la economía norteamericana y europea, se concentra en la inversión, mientras se mantiene la demanda de consumo.
Simultáneamente, ya se ha mencionado que la demanda de turismo europeo se ve acompañada por la de vivienda en las costas, para vivir permanente o temporalmente, con lo que, en cualquier caso, se incrementan sustancialmente todos los pagos que aparecen bajo la rúbrica de entrada de divisas o de euros. Se trata, por tanto, de un tercer factor que en este momento contribuye a mantener el crecimiento de la economía, más que en otros países europeos en los que el peso del turismo es menor proporcionalmente.
Nuestro ahorro
La combinación de todos estos factores, junto con las razones de fondo que explican la creación de empleo y el crecimiento de nuestra economía, en un entorno internacional de bajo crecimiento, es normal que se salde con un déficit de ahorro nacional que, lógicamente, no es capaz de financiar todo ese crecimiento (estamos invirtiendo el 25% del PIB). El déficit por cuenta corriente, el 3% del PIB, que mide exactamente (es una identidad) el déficit de ahorro de la economía española, estaría presionando, en otras circunstancias, sobre la solvencia de la economía nacional y afectaría tanto a los tipos de interés como al tipo de cambio. Al producirse este déficit en un país miembro de la Unión Monetaria, donde la variable significativa no es el ahorro nacional de cada país sino el del conjunto, la economía española, simplemente, está utilizando ahorro del resto de los países del área euro, porque la rentabilidad –monetaria o en especie– esperada de las inversiones que puedan hacerse en España es superior a la que podría obtenerse del conjunto de los otros países. No hay presión al alza, por tanto, sobre los tipos de interés ni efecto sobre el tipo de cambio, en el sentido de desvalorizar la moneda.
El único precio a pagar por esta facilidad, por esta abundancia de dinero, es una inflación mayor que en el conjunto de países miembros de la Unión Europea, que se pone especialmente de manifiesto cuando el país en cuestión, España, está en pleno empleo o cerca de él, y que tiene un perfecto reflejo en el 4,2% de inflación interanual del mes de junio, en consonancia con el mantenimiento del crecimiento.
La inmigración, clave
Otro factor determinante de nuestra economía es la importancia de la inmigración. Es posible que en 2001 se incorporen al mercado de trabajo, como afiliados a la Seguridad Social, más de 200.000 personas, cubriendo necesidades imperativas y, evitando, de paso, que el pleno empleo –al menos de los varones españoles– pusiera fin a la expansión económica. La llegada descoordinada y masiva de inmigrantes se ha transformado en un shock de oferta que ha impulsado el crecimiento. Por supuesto que existe inmigración en la mayoría de los países de la Unión Europea, pero España es un caso excepcional, tanto por el volumen como por el momento en el que se produce la llegada, al final de un ciclo expansivo que parecía agotado por falta de mano de obra.
La suma de todos esos factores diferenciales más, no se olvide, las razones de fondo de nuestro crecimiento, en particular la seriedad fiscal, explican la actual fortaleza de nuestra economía.
La debilidad puede llegar, y será inevitable, si el resto del mundo continúa desacelerándose, vía exportaciones y, quizá, vía el efecto riqueza en el consumo. En efecto, no se puede pretender que nuestras exportaciones continúen creciendo si las economías a las que se dirigen se estancan. Los buenos resultados de los últimos meses, en los que las exportaciones han vuelto a crecer, se explican, en gran parte, por los sacrificios en precios que han hecho las empresas españolas, que han cedido rentabilidad para poder aumentar las ventas. Pero este es un camino de corto recorrido, pues si los beneficios de las empresas se reducen excesivamente, las inversiones se verán afectadas. De hecho, la rúbrica de ajuste a la baja del cuadro macroeconómico es el de la inversión en bienes de equipo, porque los empresarios temen la actual desaceleración internacional y su efecto en la economía nacional, por lo que están limitando drásticamente las inversiones en este tipo de bienes.
Por otra parte, creo que la situación latinoamericana requiere un comentario. Las grandes empresas españolas han invertido masivamente en ese continente, que se encuentra sacudido por la inevitable crisis Argentina y por las dificultades de México y, sobre todo, de Brasil. El efecto en la economía española de una depresión sudamericana no es significativo comercialmente, pero si lo es en el balance de nuestras grandes empresas, en su valoración y en la riqueza financiera de los españoles que han invertido en ellas. No sabemos cuánto deteriorará la confianza de los españoles la pérdida de valor de las Bolsas, porque, como ocurre en Estados Unidos, esas pérdidas se han visto compensadas, hasta ahora, con aumentos del valor de todo tipo de edificaciones y de otros bienes raíces.
En conclusión, nuestro crecimiento no es un accidente ni un fenómeno inexplicable. Tiene razones profundas, como el mantenimiento de los equilibrios fundamentales y que el desequilibrio básico que ha afectado a nuestra economía en ciclos anteriores, el deterioro de la balanza por cuenta corriente, no esté jugando ningún papel en éste. Tiene razones estructurales, pues el peso de los diferentes sectores económicos es diferente en España del de otros países europeos y tiene razones inesperadas, como el flujo de inmigrantes que, además, se legalizan como cotizantes a la Seguridad Social y que permiten la continuación del crecimiento.
Es, por supuesto, impensable que esta situación pueda mantenerse indefinidamente. Si el resto del mundo se estanca, nuestras exportaciones también lo harán y con ello la inversión empresarial. Y tampoco es lógico que la expansión del sector de la construcción, sobre todo la inversión residencial, en oficinas e industrias, continúe sin ninguna limitación. Pero quizá lo haga lo suficiente para enlazar con una eventual recuperación de las economías norteamericana y europea, que quizá se produzca bien entrado el próximo año.
Número 9
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