La importacia de la democracia económica
Por encima del ruido de políticos y manifestantes en Quebec, nos conviene estudiar cuáles son las verdaderas causas de la riqueza y de la miseria de las naciones. Estados Unidos lo ha hecho bastante bien por más de dos siglos, mientras que del resto de las Américas no podemos decir lo mismo. Me encantaría asegurar que la democracia hace la diferencia, pero no es así. En América Latina hemos elegido democráticamente a gente de la calaña de Juan Domingo Perón, Salvador Allende, Alan García y Hugo Chávez, quienes rápidamente se dedicaron a destruir lo que encontraron.
Por otra parte, ni en Hong Kong ni en Singapur la gente ha gozado de mucha democracia, pero sí de inmensa libertad económica, a la vez que de igualdad ante la ley. No gozan de recursos naturales, por lo cual los gobiernos no son presionados a "redistribuir" la riqueza y entonces los impuestos son muy bajos.
Si la democracia política no es necesariamente el camino al bienestar es tiempo que comencemos a buscar ese buen camino por vía de la democracia económica. Después de todo, votamos en elecciones cada dos, cuatro o seis años, pero votamos en el mercado todos los días, decidiendo qué nos conviene comprar, cuáles son las prioridades económicas de nuestras familias, cuánto nos conviene ahorrar y cómo vamos a financiar las inversiones mayores, como el auto, la casa y la educación de los hijos. Indudablemente que, a nivel personal, estas son decisiones mucho más importantes que la de por quién votar para la alcaldía de la ciudad o la presidencia del país.
Es indudable que los estadounidenses han tenido mucha más libertad económica que los latinoamericanos. No siempre fue así. Argentina a principios del siglo XX y Venezuela a mediados del siglo gozaron de amplia libertad económica, lo cual atrajo a los otros ingredientes necesarios para el crecimiento y bienestar: inversiones y capital humano (inmigración).
Con frecuencia oímos hablar de la importancia de las inversiones para incrementar el nivel de vida de la ciudadanía. Pero mejor termómetro aún parecen ser los flujos de inmigrantes. Los países que atraen a inmigrantes son aquellos donde hay movilidad social, donde el esfuerzo y el trabajo son premiados en lugar de entorpecidos por complicadas tramitaciones y regulaciones oficiales, donde los impuestos son relativamente bajos, la moneda es sana y la elite dominante no consiste en una cerrada cleptocracia. Hoy estamos viendo a colombianos, argentinos y venezolanos emigrar a Estados Unidos, como lo hicieron los cubanos en los años 60 y los centroamericanos en tiempos del sandinismo y demás guerrillas marxistas.
Alrededor de un tercio de los empleados de las empresas de alta tecnología del Valle Silicón son extranjeros y un número significativo de esas mismas empresas es dirigido por hindúes, gente educada y competente que no tenía futuro en su país debido al socialismo y a la imposibilidad de conseguir financiamiento para lanzar algún novedoso producto o servicio.
El brillante economista Reuven Brenner acaba de publicar un libro titulado El siglo financiero (The Financial Century, Stoddart Publishing Co., 2001). Allí insiste que la clave para la prosperidad en el siglo XXI es lograr la unión del talento con el capital y que ambas partes estén obligadas a rendir cuentas. En los países con mercados abiertos de capital, ese emparejamiento del genio creativo empresarial con el financiamiento requerido se logra a través de una gran variedad de instituciones financieras que dependen para su crecimiento y supervivencia en apoyar proyectos exitosos.
Pero cuando los mercados de capital son cerrados y poco democráticos, son los burócratas quienes deciden a dónde van los reales. El problema es que entonces se trata de decisiones políticas, divorciadas del mercado, y el burócrata sale ganando no cuando triunfa el proyecto sino cuando es reelegido su padrino político. Los bancos estatales no quiebran, pero las empresas financieras privadas que se equivocan pronto desaparecen.
Brenner, quien nació en Rumania, estudió en Israel y es profesor de la Universidad McGill en Montreal, dice que la opción para la gente que vive en países con mercados de capital cerrados es emigrar. Desde la caída del comunismo más y más personas lo hacen, por lo que la migración se ha convertido en el verdadero corazón de la globalización, definida por Brenner como el "más fácil y más rápido movimiento de gente, capital e ideas".
Así vemos que el gran éxito de Estados Unidos es haber creado una sociedad que atrae al talento de todo el mundo porque cualquiera con energía, buenas ideas y habilidades tiene aquí acceso a recursos financieros, mientras que en sus países de origen ello dependía de nexos familiares o políticos. Brenner no cree que una buena Constitución y el derecho al voto conducen necesariamente a la prosperidad. Pero los mercados abiertos de capital sí conducen automáticamente al bienestar y al crecimiento económico.
Carlos Ball es director de la agencia de prensa AIPE y académico asociado del Cato Institute.
Número 9
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