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La Ilustración Liberal

La izquierda es reaccionaria

Antaño, o sea el pasado siglo XIX y principios del XX, la división entre izquierda y derecha representaba de manera simplista, pero no radicalmente falsa, el enfrentamiento entre pobres y ricos, trabajadores y patronos, proletariado y burguesía. Las cosas, evidentemente eran, y desde siempre, más complejas y por ejemplo en Prusia, gracias a Bismarck, se invento el primer conato de lo que hoy es la Seguridad Social así como toda una serie de ventajas sociales, salarios, alojamiento para los obreros, etc, que formaban parte de las reivindicaciones sindicales y social-democráticas. Y Bismarck puede perfectamente calificarse como hombre de derechas, nacionalista y guerrero. En la orilla opuesta, la tendencia prepotente del movimiento obrero, la marxista, y luego la marxista-leninista, en nombre del proletariado y utilizando muy hábilmente sus humillaciones y sus anhelos de bienestar, y hasta su rebeldía, ante condiciones de vida y trabajo, efectivamente durísimas, llegaron a crear en medio mundo un sistema totalitario en el que los ciudadanos no sólo estaban totalmente sometidos al partido-Estado, sino que vivían infinitamente peor que en los países capitalistas. Pero durante decenios esta evidencia fue ocultada y negada. La leyenda se había instalado en las mentes, se había convertido en dogma; la URSS y los demás países comunistas podían cometer "errores" y hasta crímenes, seguían representando simbólicamente la victoria de los explotados contra la explotación, y por lo tanto la justicia y el Bien. ¿Dónde se situaba el terror, el Gulag, las docenas de millones de víctimas en esa "Liberación"? En ningún sitio, se negaban los hechos sencillamente. Yo he oído mil veces el argumento siguiente: exageran mucho las cifras de víctimas de deportados, pero bueno, admitamos que algo de eso existió, pero era necesario y se justificaba.

¿Por qué? Porque eran contrarrevolucionarios. Desde la "Gran Revolución Francesa", y en el mundo entero, existe el convencimiento de que si el terror es de izquierdas, es justo y hasta bondadoso; si es de derechas, no solo injusto, criminal. Trotski, en su humilde folleto La Revolución Traicionada (1938), convertido en bestseller, ya que ha sido plagiado hasta por gentes que no le han leído, si criticaba a la URSS comparando, tal vez por primera vez, la burocracia política soviética a la nazi, afirmaba, sin embargo, que las bases del sistema eran sanas, socialistas, y por lo tanto, lo que necesitaba la URSS era una revolución política (un cambio de dirigentes) y no una revolución global: política, económica, social, cultural. ¿Por qué? Sencillamente porque no se había restablecido la propiedad privada. Este dogma marxista fundamental, totalmente erróneo como se ha visto, perdura hasta en las páginas de El País o en la social-burocracia francesa, pongamos.

Saltando, como un tigre por un aro ardiendo en un circo, sobre las guerras, los desastres, los campos de concentración y los millones de víctimas inocentes del siglo recién concluido, para hablar de hoy someramente resulta evidente que la izquierda, entendida como movimiento obrero, si tuvo desde su nacimiento aspectos intolerantes, dogmáticos, fanáticos, y si en lo esencial su sector revolucionario se convirtió en totalitarismo, también tuvo hace bastantes años aspectos positivos en cuanto a sus reivindicaciones sociales. Todo esto ha muerto. Hasta sociológicamente: los partidos calificados de izquierda hoy y hasta los sindicatos "obreros" (Fidalgo que yo sepa es médico y no metalúrgico) no cuentan con ningún obrero en sus órganos dirigentes. Basta con ver la profesión de los delegados a los congresos del PSOE, o la de los diputados de la izquierda "plural" en Francia, por ejemplo, para constatar la desaparición absoluta de los obreros. Las profesiones más representadas en estos y otros ámbitos de la representatividad de la izquierda son abogados, funcionarios y profesores; ni siquiera maestros, los cuales tuvieron sus horas de gloria en las luchas de la izquierda, cuando existía.

Yo no soy "obrerista", en el sentido de considerar que un obrero, por serlo, es más honesto, abnegado, incluso revolucionario, que un artesano o un profesor, pero resulta sistemático que los "representantes de la clase obrera" no tengan ni la más remota idea de lo que representa el trabajo manual o la huelga. Pero, aún peor, no sólo han desaparecido los obreros, también han desaparecido los militares. Aquellos voluntarios benévolos, a menudo fanáticos como hinchas futbolísticos, con su abnegación a la vez que intolerancia han desaparecido, sustituidos por funcionarios asalariados.

Antes daban sus horas libres y pagaban sus cuotas, hoy reciben sus sueldos y esperan las ordenes del jefe. Y además, contra toda ética democrática, los estados les subvencionan, con lo cual son a la vez funcionarios de partidos o sindicatos y funcionarios del Estado. Un aquelarre.

En la Europa actual, los gobiernos de izquierda o de derecha, reivindicando casi todos el "centro", apenas si se diferencian salvo en cuestiones de matiz que pueden, desde luego, ser importantes: más o menos impuestos, más o menos reglamentos en el mundo económico y laboral, más o menos privatizaciones, más o menos Estado, más o menos Europa, etc. Esto, afortunadamente, poco tiene que ver con los trágicos dilemas del siglo pasado: guerra o paz, revolución o contrarrevolución, democracia o totalitarismo. Está visto que los gobiernos del centro derecha son muchas veces más de izquierdas que los de centroizquierda, entendiendo por "izquierda" lo que fue: más progreso, más libertad individual, mayor bienestar y, desde luego, menos Estado. Un ejemplo sencillo: en el reciente enfrentamiento electoral PSOE/PC contra PP, la victoria de este constituye una victoria de las "fuerzas de progreso".

¿No me van a decir que Almunia y Frutos constituían el progreso moderno frente a Aznar, Rato y demás? Todo se puede decir, claro, y se ha dicho, pero me parece absurdo porque la izquierda tradicional, convertida en social-burocracia, si ha conquistado importantes feudos electorales, sindicales, en las burocracias estatales, los servicios públicos y la enseñanza en Europa (y en España, además en el Poder Judicial), les han convertido en fortalezas conservadoras que se resisten con uñas y dientes a toda evolución, a toda reforma por esencial que sea, por temor a perder sus privilegios evidentes frente a los parados, los marginados, los excluidos y los inmigrantes. Su sacralización del Estado todopoderoso constituye el freno más conservador bajo sus oropeles históricos a la autonomía de los individuos y al desarrollo económico y cultural de las sociedades tan desprovistos de libertad. Y en cuanto a la ultra izquierda, no hablemos, se ha convertido en una vociferante minoría ultra reaccionaria, con sus exponentes milenarios y su odio al progreso científico como industrial, en una palabra a la modernidad. Terminaré citando al conservador británico Michael Portillo: "(...) Si eres un liberal en lo económico también deberíamos serlo en lo social. No corresponde al Gobierno decir a la gente cómo debe vivir su vida". Pues ¿qué Gobierno no pretende dirigir nuestras vidas? En una palabra, la revolución será liberal o no será...

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